Mis años mágicos...
 

 

-1. Un nuevo día nace... - 2.Recuerdos - 3.La tienda de Ándrebe - 4.El rapto - 5.La ratita presumida - 6.El chupete - 7.Nostalgia - 8.Anoranzas - 9.Pili "La caprichosa" - 10.Recuerdo de niñez -

- 11.El colegio - 12.La puerta del colegio - 13.Me siento feliz - 14.Siete años - 15.Contando cosas - 16.El dolor de barriga - 17.Un día de lluvia - 18.Recuerdos en el monte Hacho - 19. El miedo -

- 20. La batalla del barro - 21.Mi abuela Juana - 22. "Lolita de Solís", la mirada bondadosa - 23. La inocencia - 24. Llega la Navidad - 25. Inocencia rota - 26. Hoy he soñado que... -

- 27.A mi amigo Manolo - 28.Sueños infantiles - 29. Domingo de Ramos - 30. Cuanto te extraño - 31. Muelle Comercio - 32. La inocencia perdida - 33. En aquellos días - 34. El lechero .

- 35. Siete años, el traje de comunión - 36. Las cortinas rojas - 37. Nuestra playa - 38. El destino - 39. La Mochila - 40. Recuerdos de Navidad - 41. La modistilla - 42. El Instituto -

- 43. El aniversario - 44. Noche de Reyes - 45. Los gallineros - 46. Yogures "Vaya Vaca" -47. Mayo florido y hermoso - 48. Mi playa - 49.Adiós a la niñez - 50.Virgen del Carmen -

- 51.Mis Recuerdos - 52. Aquella niñez -

 

                                                          

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UN NUEVO DÍA NACE..

 

     Hoy nace un nuevo día, y con él  nuestras esperanzas, esperanzas de tres soñadores, de tres nostálgicos que hemos encontrado en la pluma, el placer de sumergirnos en nuestros recuerdos más infantiles; recuerdos de añoranzas e ilusiones pasadas, que hoy queremos desempolvar y plasmarlas en un rincón literario, de una página, creada con la ilusión de recordar, no sólo nuestras vivencias, sino también a nuestra tierra y su idiosincrasia de medio siglo atrás. Realmente cuando me pongo a exteriorizar aquellos recuerdos, no puedo menos que llevarme las manos a la cabeza, y comprobar, lo distinto que es todo, ¡si! Aunque la inocencia infantil, puede que sea la misma, el escenario es otro, no se asemeja en nada a nuestras calles, cuando éramos felices con los juegos infantiles. Recuerdo que cuando llegábamos del colegio por las tardes, en cualquier radio, de cualquier vecino, nos merendábamos “Yo soy aquel negrito, del África tropical……..” y allí estaban nuestras madres, ofreciéndonos la merienda: el vaso de «Colacao», y los bocadillos de mantequilla, o manteca «colorá» según economía. A los pocos minutos, ya estábamos en la calle, algunos incluso con el bocadillo en la mano, para empezar con nuestros juegos: a la comba, al piso, este juego consistía en marcar con una tiza en el suelo, una figura, y con un trozo de mármol, teníamos que ir dándole golpecitos para no caer en ninguna raya, si no perdíamos y le dábamos paso a otra compañera de juego. Otro juego era: ¿Dónde está la llave, matarile, lire, lire…? «Pingo nº» … y así un sinfín de juegos, que se realizaban en las calles, de nuestros barrios.
    ¡Oh!, que tiempos aquellos,  donde nuestros progenitores, estaban tranquilos cuando jugábamos en la calle. El único peligro, en algún caso, era que el niño viniera con una pedrada, de algún tira chino descontrolado. Tiempos sencillos, de niños y niñas, sin grandes juguetes, pero con el mayor de los tesoros: la libertad de  jugar en la calle, como se suele decir: “la calle era el paraíso de los niños de los cincuenta”. Cuando caía la noche, nuestras madres, salían y con una voz, llamaban a sus retoños; había que descansar para el día siguiente. La voz, de nuestras madres era el reclamo, hoy día perdido por los teléfonos móviles. Después del juego, a lavarse, cena y a dormir, tampoco había televisión, y en caso de que la hubiera, ahí estaban “los rombos”, como mano inquisidora nos llevaba a la cama. ¡Buenos eran nuestros padres para permitirnos ir en contra de las normas! ¡Bueno eran nuestros padres!...
    ¡Oh!, tiempos de patios hermanados, vecindad acogedora, olores de jazmines, y madre selva, campanas al vuelo de nuestra Iglesia Santa María de África. Bodas de mañanas, con desayunos de chocolates, galletas y tarta nupcial. Limosnera y estampitas, de las comuniones sencillas de los niños y niñas de la época, más chocolate y galletas. Navidad de belenes y villancicos, botellas de anís y pestiños, rosquillos y panderetas al son de las voces entrañables de las gentes de nuestra tierra. Tiempos sin grandes cosas materiales, pero con la mayor de las riquezas: amistad, sencillez, colaboración, hermandad, vecindad, unión y tantos y tantos valores, que hoy día brillan por su ausencia. ¡Benditos aquellos años cincuenta, donde los niños y niñas soñábamos con tantas cosas que hoy ya se han perdido!

 

                Ceuta, 9 de Noviembre 2008-

                                                                           Fini Castillo Sempere

 

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RECUERDOS

 

    A pesar del  el tiempo pasado, y añorando algunas ausencias irremplazables   de mis seres queridos , recuerdo con mucha intensidad como era mi familia, como fue mi infancia. ¡Mi familia, que palabra tan bonita!, era muy respetuosa en los valores propio de la época y a la vez, con unos criterios democráticos muy acentuados en referencia a la política y a la vida misma. De esa savia me alimenté yo desde mi nacimiento, de ahí viene mi perspectiva democrática, que he llevado a gala durante toda mi vida.
    Mi padre, hombre cabal, honrado y muy trabajador, además de ser muy estudioso, sobre todo en matemáticas, historia y geografía. Siempre estaba entretenido con sus cálculos y sus lecturas. Tenía una cultura general muy extensa, a mi eso me agobiaba un poco en aquellos días, porque siempre andaba preguntándome cosas, para ver si lo sabía, y si no contestaba a sus preguntas correctamente, me llevaba una regañeta. Él siempre estaba pendiente de nuestros estudios, tanto míos como de mis hermanos. Eso también era motivo que temiera cada mes las notas, porque él, no permitía ni un solo cate, era bastante severo en ese tema. Ahora comprendo, y le agradezco el gran interés que tenía de que nos preparásemos, su ilusión era que estudiáramos, hiciéramos una carrera universitaria y le superáramos a él en conocimientos. Siempre decía: «Mis hijos tienen que estar más preparados que yo, y los hijos de mis hijos más que mis hijos».  Esa era su máxima.
    Cuantas cosas, se comprenden cuando uno es ya adulto. ¡Si! ahora comprendo muchas cosas. Comprendo, porque me guardaban tanto, porque eran tan estrictos, en la educación, en el cumplimiento de los horarios de recogidas, en general de las normas establecidas. En cuanto a los valores de respeto, responsabilidad, y otros tantos, me siento muy agradecida de haber tenido unos padres que se preocuparan tanto de sus hijos en todos los sentidos, porque si entramos en el capítulo afectivo y de sentimientos, nos colmaron de atenciones, dedicación y entrega. Mis padres los grandes sufridores, ¡se han sacrificado tanto por nosotros!, para que pudiéramos salir de Ceuta y prepararnos. Yo sé que habéis pasado momentos de apuros, aunque eso a vosotros no os importaba, solo pensabais en nosotros y en nuestro futuro. Gracias a vosotros  podemos decir que nos hemos preparado para afrontar el mundo y hacernos un futuro, y disponer de unos valores que han sido la base de nuestra vida.
    Ahora, cada día que pasa, me acuerdo mucho de cuando era pequeña, y la infancia tan feliz que mis padres me regalaron. Fue una época de mi vida tan importante. Recuerdo tantas cosas de aquellos días. No sólo vivía con mis padres y hermanos, sino también vivían con nosotros mi tío Manolo, mi tía Tere, que son hermanos de mi madre y mi abuela materna, que siempre para todos nosotros ha sido la “Yaya”. 
    El primer recuerdo que tengo de mi infancia, es en el patio. Mi casa, estaba ubicada en la calle Sánchez Navarro nº12, hoy día “La gran Vía”. Allí es donde di mis primeros pasos, y donde me sentaba en mi sillita de nea bajo el jazmín, a leer, sin saber leer, mis cuentos infantiles, que me compraba mi tía Tere. Aquellos cuentos para mí fueron un tesoro, que los tengo guardados en el cobre de los recuerdos más entrañables, de mi infancia.
    Que bella era mi madre, para mi era la mujer más guapa que había visto, yo la comparaba con las artistas de la gran pantalla, esas películas que veía en el cine ”Cervantes” preferentemente, porque mis padres eran abonados de allí, y a mí me llevaban con ellos muchas veces, a ver películas apta para mí, y ahí es donde veía a las actrices y me quedaba embobada al verlas tan guapas, y con esos trajes tan bonitos. A hurtadillas miraba a mi madre cuando se peinaba su largo pelo y después lo recogía en un vistoso moño, se pintaba los ojos y los labios y quedaba perfecta, ¡que guapa!, cualquier cosita que se ponía lo lucía, y a mi se me representaba como la madre más guapa del mundo, yo presumía de ella, y decía – cuando sea mayor voy a ser tan guapa como mi madre- El tiempo me demostró que de mayor no sería como mi madre, porque mi parecido físico ha sido a mi padre, de lo cual también me siento muy orgullosa.
    Desde el día que nací en el patio, a la vera de mi jazmín, hasta ahora, han pasado muchos años, ahora soy yo la que cuido a mi madre, y Dios quiera que sea por muchos años. Cuando la miro y la veo tan mayor, y tan cansada, se me estremece el alma, y ahí es cuando me doy cuenta que he crecido, que ya la niña del callejón del Asilo Viejo, sólo esta en mi recuerdo, y en las memorias del Callejón junto a otras historias de otros niños/as de los años cincuenta

   
          Ceuta, 26 de Abril 2008

                                                                                    Fini Castillo Sempere

 

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LA TIENDA DE ANDREBÉ

 

    Andrebé, tenía una tienda de comestibles en los alrededores del Callejón del Asilo. Allí, era donde mi madre compraba, al igual que todas los vecinos  del barrio, los pocos productos comestibles que habían en esa época.
    Recuerdo a este hombre, con una sonrisa permanente y bonachona, siempre tenía unas palabras agradables para todos los que se acercaban a su establecimiento. En el mostrador siempre había una gran caja redonda de madera;  su contenido eran: unas sardinas arenques, muy bien colocadas y formando un circulo, bajo un papel blanco.¡Andrebé! -déme un par de esas exquisitas sardinas, -esta noche con pan tostado y aceite ya tengo la cena,- le decía una señora del Callejón-. Y así era, con  poca cosa,  la gente se conformaba, no había donde elegir, todo el mundo comía más o menos lo mismo. Unos con más durillos que otros, pero todos los de allí, estaban por el estilo económicamente hablando. Además aunque se tuviera medios, los productos eran los que eran, y no había más. Recuerdo también “los bacalaos”, colgado en el techo, sobre todo en cuaresma; había días de vigilia, que no se podía comer carne, y el bacalao hacía su función, ¿en que casa no se comía bacalao?: tortillitas de bacalao, bacalao en tomate, frito, porrusalda de bacalao, y cualquier comida donde el ingrediente principal fuera ese elemento “tan salado” ¡Ah!  Y después, unas buenas torrijitas o un arroz con leche, y quedábamos hartitos. Todo hecho por esas manos cariñosas de nuestras madres, ahí no había “truco ni cartón,”como se solía decir, todo al estilo casero.
    ¡Dios Mío! que tiempos aquellos, donde las mujeres se vestían de mantilla, el Jueves y Viernes Santo para salir en las procesiones de Semana Santa y recorrer Los sagrarios. Casi todas nuestras mujeres del callejón y de Ceuta entera, tienen su foto típica vestida de mantilla, ¿como se ha perdido esa tradición tan bonita? Hace algunos años, viaje a Sevilla; en Semana Santa, y me sorprendió agradablemente, como allí, todavía es muy típico que las mujeres se vistan de Mantilla, y los jóvenes vayan muy trajeados para salir a ver las procesiones. Que verdad es que cada lugar tiene sus costumbres, y por mucho tiempo que pase, y aunque haya un paréntesis, siempre las tradiciones vuelven y quizás con más intensidad que al inicio.
    En Ceuta, aunque también hubo un paréntesis, a consecuencia del culto a las “vacaciones de Semana Santa”,  ahora ha vuelto con fuerza, y las calles en estos días están repletas de ceutíes y foráneos, que disfrutan viendo “los Pasos” tan bonitos, y tan bien llevados por los costaleros de cada cofradía. La Semana Santa de este Pueblo, digo Pueblo con mayúscula, es preciosa. El encuentro, ¿a quién no se le pone el vello de punta, cuando Jesús se encuentra con su Madre María, nuestra Madre, en la Plaza de Africa?  A golpe de tambores y trompetas a cargo de la Legión,  cantándoles el Himno de la Muerte. Ese momento en especial hace que muchas personas sientan “un no se que” en su cuerpo y se llene de emoción. ¡que bonito momento! Se oye el himno del tercio….
                Y ya que he hablado de Semana Santa, no puedo dejar de comentar, la grandiosidad y devoción  del lunes Santo, cuando desde la Capilla, ubicada en la Casa  de los Hermanos Franciscanos de Cruz Blanca se realiza el traslado del Cristo de Medinaceli. Esta Casa se encuentra en la Barriada Príncipe Alfonso, la mayoría de los habitantes de esta barriada son musulmanes, y desde estas líneas tengo que reconocer con el respeto  que estos ciudadanos acogen a todos los devotos de nuestro Cristo de Medinaceli, un ejemplo claro de la convivencia cultural de nuestro pueblo. No hay palabras para describir ese momento. Lo acompañan cientos y cientos de ceutíes, no solo los que viven en esta tierra, sino caballas de religión católica, que vienen desde la península,  solo para poder acompañar en ese día tan especial a nuestro Señor.
    Andrebé, que te voy a contar yo que tu no sepas, sé que estás a caballo entre tus dos amores: Santa Pola y Ceuta, Ceuta y Santa Pola . Pero lo que si te digo, Andrebé, que has sido un gran orgullo para nosotros haber contado contigo, que seas parte de nuestro Callejón del Asilo Viejo. Tú, tu familia y por supuesto, tu “Tienda de Comestible”, estáis grabados con tinta de oro, en el recuerdo de Ceuta y de ese Callejón tan entrañable para todos nosotros. Te esperamos con cariño del día 6 de Agosto en nuestro “ENCUENTRO

 

                    Ceuta, 5 de Febreo 2008

 

                                                                               Fini  Castillo  Sempere

 

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EL RAPTO


    El día de reyes no acabó como yo pensaba. A medía mañana cogí ramblilla abajo, pasando por el callejón, atravesando la plazoleta del asilo, llevaba a mi preciado muñeco de goma entre mis brazos. Me sentía la niña más feliz del mundo, quería ir a enseñarles a mis amiguitas el obsequio tan deseado y así de alguna manera, sentirme importante, sabía que  todas las niñas de mi barrio habrían conseguido la complicidad con los Magos de Oriente y le habrían traído algún juguete, pero como mi precioso  tesoro,¡no!. Finita déjame ver tu muñeco, me decía una vecina, y muy ofendida me volví diciendo: ¡no es un muñeco, es mi hijito!,  ¿no ves como cierra los ojos y como se traga el biberón?,- le contestaba.
    En la puerta de la tienda de comestibles, del paisano de mi madre, Andrebé, nos pusimos a jugar a las casitas, ese era el juego que más nos gustaba , consistía en montar un rincón donde simulábamos una casa  y allí realizábamos todas las tareas propia de un hogar, eso era lo que nos inculcaban nuestras madres, teníamos que aprender desde pequeña  a  ser unas buenas mamá y sobre todo, buenas amas de casa.¡ Que ironía,! nuestros padres no sabían que ese modelo estaba casi a punto de su decadencia y que a mi, me tocaría explicarles a mis hijos, que las tareas del hogar no tienen sexo, que tanto el hombre como la mujer deben compartir las responsabilidades en el ámbito doméstico.
    Con una mantita que me había facilitado mi madre, acosté a mi pequeño, tenía que dormir después de tomar el biberón. Como estaba descansando, lo arropé y aproveché para seguir jugando con mis amigas, abandonando un momento a Joselito, así le había bautizado, nada más tenerlo entre mis brazos. Ahora pienso en ese nombre y creo que el motivo de la elección fue en honor a Joselito, el niño actor, el “Ruiseñor del celuloide” famoso en esa época y que a mi, me gustaba tanto. Giré la cabeza para regalarle una mirada a mi bebé, quedé helada, petrificada, la mantita estaba vacía, corrí hacía el lugar donde había depositado a mi pequeño, y comprobé que era realidad, la manta estaba, pero ni rastro de mi deseado muñeco. Fue un momento de desesperación y no se me ocurrió otra cosa que llorar y llorar. Las niñas avisaron enseguida a mi madre, cuando ella llegó al lugar del desastre y viéndome  tan desolada, me dijo- no te preocupes cariño, veremos como arreglamos esto, mañana volverás a tener  tu muñeco. Lo único que recuerdo es que en casa hablaban bajito mi madre y mi tía Tere; algo estaban tramado. Con el tiempo, comprendí que  planeaban comprarme al día siguiente otro muñeco, por supuesto, haciendo un esfuerzo económico, porque en esa época no estaba el “horno para bollo”, es decir la economía era escasa.- ¡Mamá!,¡ tita! sé que ese día sufristeis por mí; ahora lo entiendo, os desgarrasteis sabiendo que a mí, se me había truncado el día tan esperado de Reyes Magos, por culpa  de una mano maligna que no comprendió la ilusión de la niñez, o quizás por el sueño no cumplido de una noche de reyes de  un alma inocente.


         
         Ceuta, 21h del  10-07-2007 

                                                                                                  Fini Castillo Sempere

 

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LA RATITA PRESUMIDA     

  

Érase una vez, una ratita, que tenia fama de presumida… Y así comenzaba el relato del cuento que más ha marcado mi infancia. Para mí esa  historia era un verdadero tesoro.  El cuento tenía en su portada la silueta de la ratita, llevaba un vestido rojo, colmado de  estrellitas blancas, simulando un cielo ardiente, entre sus manos, portaba una escoba y en su rabito había un gran  lazo rojo. ¡Que bonita estaba la ratita!            Solo tenía tres años, cada día mí madre me sentaba en la puerta del comedor que daba al patio, este  era lugar de acceso a otro patio que había a continuación, más arriba y donde teníamos grandes vecinos, vecinos de verdad, con los que compartíamos alegrías y tristezas. Yo cogía entre mis manos, el cuento, y lo relataba perfectamente: las personas que por allí pasaban, se quedaban estupefacta y prendada de esa niña tan pequeña y a la vez, con tanta soltura y conocimiento de la lectura; de tal manera  que  estos sorprendidos, preguntaban a mi madre:    -¿Fina, como es posible que la niña, siendo tan pequeña, sepa ya leer?     Y mi madre, sonriendo, porque sabía que este asunto, era motivo de comentarios y posteriores risas, les comentaba: que Fini, no sabía leer, pero que su hermana Tere, con una paciencia infinita, se  lo había leído tantas y tantas veces, que ya se lo había aprendido de memoria.             Si, era verdad, mi querida tía Tere, siempre estaba pendiente de mí, bueno no solo de mí, porque ella tenía verdadera pasión por mi hermano Manolín, y estoy segura que era una un sentimiento de tal reciprocidad, que aún hoy día, se mantiene intacto, ella es y ha sido mucho más que una tía…                 Como iba diciendo… me regaló un día el cuento de la ratita presumida, después vinieron más como: Aladino y la Lámpara Maravillosa, Pulgarcito, el Gato con Botas… todos eran muy bonitos y los recuerdo con mucho cariño y nostalgia; todos estos personajes, también quedaron presos en mi cabecita, cabecita de tres o cuatro años, y hoy, con más de cincuenta años, cierro los ojos y veo, igual que antaño, a esa ratita tan presumida que solo quería estar guapa para enamorar a todos y cada uno de los que por allí pasaban, un gato,  un perrito o a un sinfín de animalitos  que  se quedaron  prendados de  su belleza, Yo  también me quedé prendada de ti, ratita y por eso, he de contar  la verdad, y decir: que  algo presumida hemos sido;  pero,  en mi disculpa también he de añadir, que de tantas veces que abrí las paginas del  cuento, ratita, algo naturalmente  tuvo que copiarse en mi forma de ser.  Yo, quería ser igual que tú…y en cierta manera, en mis sueños, en mi corazón,  tu recuerdo ya forma parte de ellos para siempre…   

 

               En Ceuta a 12 de julio de 2007

Fini Castillo Sempere

 

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EL CHUPETE

 

    Mi pequeño y yo, éramos inseparables, ya os presenté en otro capítulo a mi “bebe de goma”, el que me arrebataron con malas artes el día de su nacimiento; el día de los “Reyes de Oriente” y el mismo que al día siguiente recuperé de una manera mágica. Mi tita Tere, apareció ramblilla arriba toda alborotada y llamándome. La recuerdo con su falda blanca plisada y un suéter color cielo, parecía una aparición de una película italiana del momento. ¡Finita! ¡Finita!, ¡corre, corre!, mira lo que te traigo! “Sus Majestades  los Reyes Magos” me han esperado en la esquina para que te entregue el “bebé” que ayer perdiste. Mis ojos, con una expresión indescriptible se abrieron tanto que la vista se me nubló y casi caigo al suelo de la emoción. No me lo podía creer, ¡era mi “bebé”!, ¡si! el mismo que había perdido el día antes, en la puerta de Andrebé. En ese momento no fui consciente de la situación, yo solo sabía que mi “bebé” estaba entre mis brazos de nuevo, lo demás no importaba; en ese momento me sentía la niña más feliz del mundo. ¡Gracias Tita! ¡Gracias! por tu esfuerzo, ahora comprendo que el recuperar yo a mi pequeño, a ti te causó deshacerte de parte de tu pequeño sueldo; nuevamente demostraste tu bondad infinita para los tuyos.
    Mi muñeco y yo jugábamos sin cesar, ora le daba el biberón, ora le cambiaba los pañales. De su cuello pendía una chupita, ésta a mí, me parecía preciosa y continuamente simulaba que el pequeño lloraba teniéndole que poner en su boquita tan preciado juguete. Quién se podía imaginar que ese chupete inocente, sería la causa de originar un gran disgusto en mi casa ese día.
    Mi madre y mi tía Tere charlaban en el comedor, yo jugaba tranquilamente en el cuarto contiguo ¡y de pronto!, se me ocurrió coger el chupete y simular que era una niña pequeña, lo introduje en mi boca y ¡plaf! se coló hasta mi  garganta. Recuerdo con angustia que me levanté, cogí del brazo al muñeco y arrastrándolo, llegue hasta el lugar que estaban mis salvadoras. Mi madre al verme con la cara casi morada, se levantó de un salto y me zarandeó sin saber que era lo que me ocurría, mi tía chillaba muy nerviosa y mi madre la imitaba, no sé por que se dieron cuenta que algo me había tragado, sin pensarlo, mi madre  me cogió, me puso boca abajo y dándome unos golpes en la espalda, expulsé como un cohete la chupa que indebidamente introduje en mi boca. Yo estaba muy asustada y rompí a llorar desconsolada; mi madre y mi tía  quedaron exhaustas. Las vecinas que escucharon  gritos acudieron enseguida, y en un coro comentaban lo que había pasado. Mi pobre madre no ganaba para disgustos. Ahora comprendo, los malos ratos que se ha llevado  con mi garganta, primero la espina de bacalao y después el chupete de mi bebé perdido. Como en el patio todo era un acontecimiento, este hecho no iba a ser menos, por lo tanto, Josefina Gaona, como vecina muy próxima a mi casa, le tocaba preparar de inmediato una tila, y tranquilizar a la madre y a la tía, aprovechando la situación para convocar una reunión de vecinas, yo ya quedé semi olvidada en un rincón, debajo de mi jazmín jugando con mi preciado muñeco de goma.
    ¡Oh mamá!, ahora te mereces todos los mimos del mundo, ahora que puedo disfrutar de tu presencia, ahora que tienes ochenta y tres años y has estado toda la vida pendiente de nosotros ¡Oh mamá!, te cuidaré como flor de invernadero para que nos acompañe muchos años, porque el día que emprendas el camino al más allá, para encontrarte con papá, nos quedaremos muy triste, pero con el consuelo que, ¡allí! en la eternidad, te espera tu gran amor, ¡papá!, y  en el cielo, con paciencia  los dos tenéis que esperar a vuestros hijos. Un día estaremos todos juntos, igual que cuando éramos pequeños y nos arropabas y cantabas para que descansáramos bajo el manto de vuestra protección. Allí nos encontraremos todos un treinta y uno de Diciembre, y como antaño, celebraremos el cumpleaños de mamá, el último día del año y con una copa de champán todos juntos esperaremos la venida del nuevo año, por siempre.

 

 
        Ceuta,  21h del 19-07 de 2007                           

 

                                                                                                Fini Castillo Sempere
 

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NOSTALGIA

 

    Hoy me siento nostálgica, con esa nostalgia que te envuelve al recordar tus primeros años de vida, años que nunca quisieran que hubieran trascurrido tan deprisa, porque solo queda de aquellos días vividos, en el seno de la familia, unos leves recuerdos, de cosas muy puntuales. Como si la vida vivida en esos años, escasamente hubieran tenido instantes que a modo de flash,  evocan  unos pocos recuerdos de la infancia más temprana. Y yo me pregunto: ¿donde estarán el resto de vivencias, vividas y no recordadas?, esa pregunta me la hago muy a menudo.  De pequeña, recuerdo solo algunos episodios que tuvieron un gran impacto sobre mí, y del resto de días, de horas y minutos, nunca más se supo. También es verdad que a veces, se creen recordar cosas, de tanto que se han  hablado de ellas, sobre todo en las reuniones familiares, cuando los más mayores hablan de las hazañas acaecidas en aquellos días. Los abuelos, por eso de los años, tienen una gran memoria evocativa, y hablan y hablan y cuentan historias, donde los protagonistas principalmente somos nosotros, de ahí, es donde recordamos aventuras, o bien creemos que las recordamos.
Recuerdo intensamente, la belleza de mi madre. La delicadeza que tenía con las flores de su patio, como las cuidaba y mimaba, incluso les hablaba. Cada mañana, muy temprano, oyéndose el “sonido de la cafetera de pucherote”, y con la escoba en mano, barría todas las hojitas que habían caído en el patio de nuestra casa. Ella con tan poca cosa, ¡era feliz!, eso lo puedo asegurar, porque una mujer cuando no es feliz, no canta, -como cantaba ella-, esas canciones españolas, imitando a la “Piquer”, bueno, para ser más respetuosa a Dña Concha Piquer. Como se solía decir: cantaba como “los Ángeles”, así lo recuerdo yo.
También recuerdo con un cariño especial, a mi Yaya, -la Santapolera-, como le decía mi padre cariñosamente. ¡Dios mío! como la echo de menos; para mi era como mi madre, se puede decir que he tenido dos madres, a cual más buena. Ella siempre ha vivido con nosotros, desde que abrí los ojos ha estado a mi lado, he ido creciendo con su presencia, incluso cuando fui a estudiar a Sevilla, un año se vino conmigo. ¡Que mujer más valerosa!, de ella podría contar tantas anécdotas. Le gustaba comprar algún numerito de lotería, y a veces decía: hoy he soñado con una casa; seguro que va a salir el número 64, y así sucesivamente, y a veces por casualidades de la vida, acertaba y algún dinerillo le tocó. Se sabía el significado de todos los números hasta el 99, que como ella decía era “la agonía.”
Yaya, seguro que allí en el cielo, te habrás encontrado con el abuelo Manuel, tu querido esposo; a quién tu querías tanto y por avatares de la vida, una grave e infame enfermedad, lo arrebató de tus brazos, -de tu vida no-, porque siempre  fuiste fiel a su recuerdo. También se, que desde donde estés, velas siempre por nosotros, igual que cada noche yo te miro en la fotografía que está en mi mesilla de noche, junto a mi padre, y cada día os dedico un recuerdo, como iba a ser menos, con tanto como os quiero.
    Como dije al principio, hoy me siento nostálgica, tengo tantas cosas que recordar, unas alegres y otras no tanto.¡Ah!, se me viene a la cabeza, el día que mi padre, vino de viaje y me trajo una ranita verde, era de plástico, en esa época el plástico era lo más .Enseguida dijo mi padre: “preparar un baño con agua” y una vez estuvo preparado introdujo semejante juguete en el agua, y esa ranita empezó a nadar, -a mi me iba a dar algo- fue un momento mágico, y solamente por una ranita de plástico. Ahora sé que no fue ese el motivo; mi emoción se debía a tu gesto papá, al traerme ese juguete, que en esta época sería un juguete insignificante, cuando tú me lo regalaste, para mí fue el mejor regalo del mundo. Yo a ti también te regalé mi entusiasmo y mi alegría.
    ¡Si!, hoy me siento nostálgica, nostálgica de aquellos maravillosos días, nostálgica de mis amigos, de mis vecinos, de aquellos cuentos infantiles que me regalaba mi tía Tere. ¡Si!, siento nostalgia de los arrumacos de mi tío Manolo, de sus historias y relatos que nos contaba, cuando volvía de navegar en aquellos barcos mercantes, y recorría el mundo entero. ¡Que gran persona  has sido siempre tío Manolo!, tu también me parecías un actor de la gran pantalla americana, con tu pelo impregnado de brillantina, así se peinaban todos los chicos de la época, pero tú para mí eras el mas guapo de todos.
      Otro día contaré más historias, hoy me quedo con el sabor de mi patio, de mis gentes, de sus cocinas desprendiendo olores mágicos que como una nube se unían en lo más alto del patio, del cantar de los canarios y jilgueros cautivos en minúsculas jaulas, colgadas en las paredes del patio,¡pobres pajaritos!, ellos solo querían estar libre y poder volar hacía el sol, para calentar sus alas, mezclarse con las nubes en su volar y dar gracias a Dios por su existencia, pero la vida es dura, hasta para los pajaritos que su pecado ha sido solo cantar, para deleitar nuestros oídos, ¡Ya veis!, sigo estando nostálgica, será mejor que hoy finalice aquí mi capítulo, diciendo: ¡bendita gentes del Callejón del Asilo!…

 

    Ceuta, 3 de Mayo 2008-05-03

 

                                                                                    Fini Castillo Sempere

 

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AÑORANZAS

 

            Hoy es un día como cualquier otro, la única diferencia es que necesito coger la pluma y escribir, sobre todo porque he tenido un sueño. Soñaba que era pequeña, y que me sentía muy feliz, porque el lugar donde me encontraba, era mi hogar; mi casa, y en ella estaban mis padres,- muy jóvenes-, mis hermanos y mi abuela materna, “la yaya”.
            Era un día de verano, en el patio veía a mi padre, sentado en una silla de nea, a mí, me tenía entre sus brazos, contándome una historia, de una niña que le llamaban “Pili la Caprichosa”. El ambiente que se respiraba era muy agradable. En la cocina estaba mi madre preparando la merienda, el cafelito para los mayores y la leche con galletas para mí. En el momento que mi yaya aparecía en el sueño, me desperté. Este sueño, me ha hecho pensar, me ha movido por dentro de mi ser emociones, sentimientos; siento mucha nostalgia de aquella época, donde estábamos todos, ahora ya no es lo mismo, -falta mi abuela y mi padre-, nosotros  hemos crecidos y cada uno  tenemos nuestra propia familia, y nuestras preocupaciones.
            Hay tantos recuerdos agradables de aquellos días, supongo que las preocupaciones las tendrían nuestros padres, para sacarnos adelante en aquellos días difíciles; nosotros éramos tan pequeños que no teníamos conciencia de los avatares del día a día. El paso del tiempo, abre los ojos y nos hace recordar y sobre todo reconocer, los grandes sacrificios que hacían nuestros progenitores para sacar a delante a su familia; eran tiempos malos, donde la economía familiar no era muy boyante. Tanto mis hermanos como yo siempre disfrutamos de nuestra niñez, porque mis padres se esmeraron para que no nos faltara de nada, aún siendo como he dicho tiempos difíciles.
            ¡Dios mío! Como ha pasado el tiempo, ha sido un abrir y cerrar de ojos, ahora cada vez que puedo me zambullo en los recuerdos de mi niñez, y eso me reconforta, porque mi infancia fue muy feliz, junto a mi querida y entrañable familia. También me acuerdo de aquellas reuniones familiares; el día de “San Joaquín”, donde nos reuníamos todos los primos y tíos, en casa de mi abuelos paternos, Era un día muy señalado para nosotros, ¡era el día grande!; mi abuelo, mi padre, y casi un primo por familia se llamaban Joaquín, así que lo celebrábamos todos   juntos con una comida.
            Era una época, donde las familias se reunían, sobre todo en los días más señalados del almanaque, el santoral se festejaba en aquellos tiempos junto con la familia. Los cumpleaños, algunas veces, se les celebraban a los pequeños, en el mejor de los casos, con sus amiguitos más cercanos, y consistía  en la tarta, galletas y chocolate a la taza. Hoy para celebrar los cumpleaños, hay que preparar un buen presupuesto, porque aquellas meriendas caseras, quedaron en el olvido, ahora hay que llevar a los niños al mejor lugar de la ciudad, eso si, sin olvidar las actividades lúdicas, para que los pequeños no se aburran.
 En aquellos días, se hablaba de tantas cosas, se compartían charlas políticas- sobre todo en las casas que no eran afines al régimen- de manera silenciosa, y sin la presencia de los niños. Las mujeres se  distraían hablando de las películas y los actores de la época, se reunían en torno a una radio, para escuchar las radionovelas, que diariamente se radiaban; novelas muy lacrimógenas, pero que tenían en vilo a la mayoría de las féminas de aquellos días. Los hombres hablaban apasionados de fulbot, esperando que llegara el domingo, y a la hora exacta salir en tropel para acudir al campo y de forma directa vivir la emoción de los partidos. El pequeño transistor, era inseparable  en esa jornada dominguera. La ciudad, de punta a punta recogía en un eco grandioso el ¡gol! del equipo de casa, cuando disparaban a portería y metían un gol, y el ¡ah! ¡Ah! Cuando la pelota rozaba la portería y no se conseguía el objetivo.  ¡Si!  Indiscutiblemente  todo ha cambiado tanto; ahora es raro ver a un joven, pegado a un transistor escuchando los partidos del domingo; ahora están más atareados en  recuperarse de la movida de los sábados. Y si hablamos de las jóvenes, ya no es tiempo de escuchar radionovelas, es hora de formarse, y en los ratos libres ir al gimnasio, o a tomar una copita al púb de moda, junto a sus amigos/as ¡Claro que los tiempos han cambiado! Hoy se posee uno de los mayores tesoros que en mis años de niñez no se tenía: ¡la libertad! Esa palabra grandiosa, que por un tiempo estuvo encarcelada con grilletes y amordazada. Libertad de decidir con el mayor de los respeto, y siempre cumpliendo con la legislación vigente, a que grupo, asociación y demás se quiere pertenecer.
            Épocas distintas, diferentes, ni mejores ni peores. Modas cambiantes, ahora más por el mercado de consumo, pero en definitiva, los jóvenes siguen siendo jóvenes, los niños siguen siendo niños, y los mayores, realmente hemos cambiado, y mucho, hemos abierto nuestras mentes a los cambios,- situación impensables en nuestros abuelos-, Ahora se puede decir: somos mayores en años y jóvenes en los pensamientos; nuestros hijos nos han enseñado a abrirnos al mundo de la tolerancia, y aceptar los cambios como cosa natural de la vida misma.

             
    Ceuta, 11 de Noviembre de 2008

Fini Castillo Sempere

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PIILI "LA CAPRICHOSA"

 

   Recuerdo que mi madre, en algunas  ocasiones, se enfadaba conmigo y me llamaba “Pili la caprichosa”. Tenía apenas cinco años, era una niña mimada por todos los de casa; mi yaya, mi tía Tere y mi hermano mayor, que en esa época la llamábamos Tete. Mi hermano Manolo, cuatro años mayor que yo, era otra cosa, él también era pequeño y no consentía mis caprichos, al contrario se metía conmigo y me hacía rabiar, lo propio entre hermanos. Lo de “Pili la caprichosa”, venía de un cuento que me regaló mi tía, cuya protagonista era una niña muy caprichosa y muy consentida; todo lo que veía se le antojaba. Un día,  vio una paloma volar y no se le ocurrió otra cosa, que desear con todas sus fuerzas ser paloma y volar, y como hablamos de cuentos, el deseo se le cumplió. Voló y voló tan alto, que un águila que estaba apostillada en una roca la vio y lanzándose sobre ella, cual plato exquisito para saborear. ¡Qué horror, gritaba la pobre niña!, estaba tan asustada  y arrepentida que en ese instante, prometió nunca más ser caprichosa. Y como seguimos hablando de cuentos, la rapaz al arrepentimiento de Pili, se quedó  sin su exquisito plato. Mi madre, le comentaba a mi padre, lo asustada que me ponía cuando me decía que me iba a pasar a mí lo mismo que a la protagonista del cuento.¡Papa!, recuerdo como si de hoy se tratara, tu sonrisa al oír esta historia.

            Por la noche, cuando estaba acostada me venían los recuerdos  del día. Yo era una niña muy fantasiosa, me creía la protagonista de todos los cuentos, soñaba desde muy pequeña con el príncipe azul, ese príncipe que besó en la frente a la Bella Durmiente, el príncipe de Blanca Nieves que apareció en su caballo blanco, Aladín que volaba en su alfombra mágica y tantos y tantos personajes que se posaban en la inocente cabecita de una infante……..Un día soñé, y ese sueño, me vuelve de vez en cuando, había una manzana gigante, era la fruta que la madrastra, la bruja le ofreció a  Blanca Nieves  para envenenarla. De la manzana salía un gran gusano blanco que me invitaba a subir en su espalda, le obedecía y me llevaba por grandes caminos verdes, cuando volvía la cabeza hacía atrás veía a los enanitos del cuento gritando mi nombre. ¡FiniI! Fini!... no te vayas con él, que te comerá. Llegado a este punto, me despertaba muy agitada y temblando, hoy día cada vez que lo recuerdo me resulta desagradable  y desde entonces, creo me viene la repugnancia por estos bichos.

            El cuento de Aladín y la Lámpara maravillosa traía en la portada una pequeña lámpara de color amarillo que se enganchaba en la mano del protagonista, para mi esa miniatura era una maravilla, me pasaba el día jugando con ella. Una noche cuando el sueño me rindió y quede dormida en los brazos de Morfeo, se abrió ante mi un gran espectáculo, había una lámpara de tamaño gigante, la cual desprendía unos brillantes destellos de colores, de ella prendía unas escaleras, simulando la escala de gato de cualquier embarcación, sin pensarlo dos veces subí por ella, cuando llegué a lo alto, la tapadera se desprendió y caí al interior de la lámpara, quedando encerrada y sin poder salir, me había convertido en el genio de la lámpara, sentí la sensación de la claustrofobia que aún por estos días todavía conservo.              

Que días aquellos…. donde los niños teníamos la posibilidad de soñar con grandes fantasías,  fantasías que nunca se convertirían en realidad, porque en la vida real no tienen cabida los Reyes Magos, los duendes, las brujas, el Ratón Pérez…Manolo, nuestro Patio fue una realidad, hoy es una fantasía que guardaremos en nuestro corazón como el mejor de los tesoros.      

     Ceuta, a las 11h. de16 de julio de 2008

 

                                                                               Fini Castillo Sempere

 

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  RECUERDOS DE MI NIÑEZ

                 


     Cuantas cosas puedo contar de mi niñez...niñez enmarcada en parte, en el «Callejón del Asilo». Ahora cuando pienso en aquellos días, la nostalgia me embarga de tal manera, que daría algo por encontrarme sentada en la puerta  del comedor de mi casa, junto al jazmín que mi madre cuidaba con tanto esmero, y oler esa fragancia embriagadora que llevo gravada desde mi tierna infancia. Hoy, cuando me sumerjo en mi historia  descubro día a día cosas maravillosas de esa etapa de mi vida, y hasta este momento, momento en el que me he parado a pensar sobre mis vivencias y que en definitiva son los primeros recuerdos de mi existencia, me he dado cuenta, de lo afortunada que ha sido mi vida hasta ahora. He ido quemando etapas, pero nunca me había parado a reflexionar sobre las mismas. Haciéndolo he descubierto un mundo ante mí en el cual he sido protagonista, y al no ser por esta introspección hacía mi interior, no hubiera descubierto jamás.
     Mi mundo era el patio, ahí era donde pasaba las horas del día.  Mi madre, siempre estaba pendiente de mí; a ella le gustaba llevarme vestida muy peripuesta. Mi pelo siempre lo adornaba con un lazo de color, o una diadema; estaba tan orgullosa de mí… yo era la pequeña, y muy deseada,  mis hermanos mayores eran niños; para ella fue como un regalo del cielo. No solo para ella, sino para todos, fui acogida en el seno familiar con mucho cariño e ilusión.
    Este bagaje de cariño se nota, es muy importante en una familia ser bien recibida, y ese fue mi caso. Como he comentado antes mi madre siempre estaba pendiente de mí, pero un día que estaba sentada en la puerta de mi casa, en mi sillita de nea, escuche a mi prima Juani, -unos años mayor que yo-, que se iba a jugar a la plaza de África con sus amigas. Nunca me quería llevar con ella, ¡claro, ahora lo comprendo!  Era un estorbo, si me llevaba no podía jugar con sus amigas, y a esa edad, las adolescentes no quieren cargar con sus menores. Yo no lo pensé dos veces, me levanté de la silla, y cogí camino adelante en busca de mi «pima»-así era como yo la llamaba-. Ya podéis imaginar la que formé, mi madre cuando salió de la cocina y no me vio sentadita en el patio, se asustó muchísimo, preguntó a cada una de las vecinas si estaba en sus casas, por supuesto la respuesta fue que no, casi le da un “patatús”. Mi prima Juani, cuando me vio aparecer sola por la plaza de África, llamándola: «¡Pima! ¡Pima!», se quería morir, me cogió del brazo y a regañadientes me llevó camino del patio. Cuando apareció por la ramblilla, vio a un grupo de vecinas y a mi madre un poco histéricas buscando a la niña. Cuando me vieron aparecer sana y salva, todo se tranquilizó, aunque mi prima se fue protestando diciendo:
    -« ¡Y esta niña, que no me deja jugar tranquila con mis amigas, como vengas a buscarme otra vez, te vas a enterar!»
 Mí pobre madre, se llevó un gran susto, tanto es así que una vecina le preparó una taza de tila. Así era la cosa, todas a una, cuando ocurría algo en el patio, ahí estaban todos, como un gran batallón para afrontar la batalla.
    ¡Qué tiempos tan maravillosos aquellos!, cualquier acontecimiento, por simple que fuera, era motivo para montar una reunión vecinal, donde los intereses de todos estaban por encima de los intereses  individuales. Todos los de aquel patio, en aquellos momentos formábamos una gran familia. Aquellas reuniones para degustar las sardinas al espeto que preparaba María, madre de Jesús y Cayetano Fortes. Aquel cafecito que preparaba Fina, y olía por todo el patio, como un reclamo para la reunión de la tarde a golpe de novela radiofónica. Aquellos cantos de jilgueros, que envolvían con su música y su cantar las tardes de verano; o ese olor a hogar en la sobremesa del invierno al preparar los braceros para calentar las tertulias familiares; o escuchar a  Teresica, con su hablar medio castellano medio valenciano…Sí, todas estas circunstancias tan entrañables y tan apegadas a  nosotros, nos  alegraban las tardes de primavera con los    quehaceres propios de la vida sencilla en que se consumían las horas en aquellos días.
     Y así, si bien, cada uno de los protagonistas de esta gran familia tenía sus propias señas de identidad, también  no era menos cierto que al atardecer, cuando la noche empezaba ya a largar  sus  sombras, todos compartíamos el mismo cielo estrellado…
                   
          
         Ceuta, 30 de Abril 2008-04-30
                                               

   

                                                                                      Fini Castillo Sempere

 

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EL COLEGIO

 

    Por fin llegó el día, iba a conocer mi nuevo colegio y estaba muy nerviosa; mi madre, desde el día anterior, me estaba aleccionando para que me portara muy bien el primer día de clase; ella me decía:
    -Tienes que ser muy obediente y hacer todo lo que te digan. Las monjitas son muy buenas, pero cuando se enfadan, se enfadan de verdad; así que te pido que obedezcas  a todo lo que te manden y verás como todo irá muy bien.
    Sin embargo, después de estos consejos, no me quedé más  tranquila, sino al contrario quedé mas preocupada que antes. Qué querría decir mi madre con eso de que: «cuando se enfadaban,  se enfadaban de verdad las monjitas». Será verdad que tirarían pellizquitos, o darían palmadas en las palmas de las manos, esos pensamientos me produjeron un leve retortijón de barriga, pero bueno, ahora no quería pensar en eso; mañana sería otro día, un día muy especial, no sabía si bueno o malo, pero si, empezaba una nueva andadura en mi pequeña vida de niña de siete años.
    Mi madre no me  despertó, porque tuve el primer insomnio de mi existencia. Ese día lo recordaré siempre, -después de ese día en mis 53 años he tenido muchos más días de insomnios, debido a responsabilidades que nos prepara la vida-. Este insomnio matutino hizo que diera muchas vueltas en mi cama, y a primera hora de la mañana, fui a la habitación de mis padres y acercándome al lado de la cama donde mi madre dormía, la tomé del brazo y zarandeándola   para que se despertara,  me diera el desayuno y me vistiera. La verdad que tenía muchas ansias por conocer a mis nuevas compañeras, y una gran curiosidad de ver mi nuevo colegio. El anterior me gustaba mucho, pero mi padre me había dicho que este era mejor y más grande, además iba a conocer a unas monjitas muy buenas. A mí me llamaba la atención lo de las monjas., porque en realidad estas mujeres con sus hábitos me producían cierta confusión y respeto, y quizás algo de temor y miedo por encontrarme con algo desconocido.
       Mi madre se levantó de la cama de un salto, me abrazó, me dio un beso muy cariñoso y me dijo:
    -Bueno hija, vamos a prepararte para ir a tu colegio nuevo; pero antes tienes que lavarte la carita, vestirte y ponerte tus zapatos nuevos.
   Aquellos zapatos llamados “Gorilas”; yo estaba loca de alegría con ellos, y sobre todo, con la pequeña pelota maciza color verde que nos regalaban con la compra de aquellos maravillosos zapatos, que nos duraban un curso entero. Cuando llegaba  al próximo septiembre, estábamos deseando  volver a la “zapatería Cutillas” o a “Calzados Salvador” y que nuestras madres nos lo volvieran a comprar, era una de las ilusiones de los niños de aquella época, que esperábamos nuevamente aquel juguete fantástico que nos hacían pasar tantas horas de juego.
       ¡Dios mío! Como recuerdo aquellos días, días entrañables, donde fui una niña feliz, rodeada de seres especiales y llenos de bondad y sencillez. Bueno también existieron algunos malos ratos, sobre todo en el colegio; en ese colegio que recuerdo con mucho cariño, pero a veces cuando el comportamiento no era el adecuado, o cuando las niñas hacíamos alguna que otra travesura, ahí estaban las “monjas”, para reprimir con toda su buena intención, nuestros juegos infantiles, o la exaltación desmesurada de nuestra energía . O aún peor, cuando no hacíamos los deberes, o nos equivocábamos al hacer las cuentas, algunas de nosotras, tuvimos que extender la mano y recibir algún reglazo, pero peor que ese golpe seco era que nuestros padres, se enteraran de que  habíamos recibido ese castigo, porque entonces la regañeta se multiplicaba al menos por dos. Nuestros padres nos querían mucho, pero la disciplina era un valor esencial en aquellos tiempos. Nosotros entendíamos perfectamente a nuestros padres, con solo una mirada de ellos, sabíamos como teníamos que comportarnos. Hoy día ha cambiado tanto todo, es como si viviéramos en un mundo distintos, donde la permisividad, y el todo vale… estuvieran siempre presente.
       Ya había desayunado y ahora tocaba cepillarme los dientes, y peinarme. Ese día mi madre me recogió el pelo en una cola de caballo, muy tirante, tanto que casi se me saltan las lágrima; me repeina mojando el cepillo en agua; quedo perfecta, con un toque casi asiático debido a la tirantez del peinado; pero por si algún cabello rebelde se me moviera, me puso una felpa color azul marino, de seguro que durante todo el día tendría la cara al descubierto. Ahora tocaba ponerme mi nuevo uniforme, que consistía en una falda azul marino con unos tirantes del mismo color, debajo llevaba una camisa blanca, también se ponía un cuellos postizo, tan duro que una vez colocado, parecía que llevaba un corsé ortopédico, manteniendo el cuello con cierta rigidez -que incomodidad pensé-, tendría que acostumbrarme, que remedio me quedaba. Terminó de vestirme con una rebeca de punto del mismo color azul. Me miré en el espejo que había en una de las puertas del armario de mis padres, y ahí estaba mi imagen pulcra, parecía una de esas niñas que salían en las películas de internados. De cada tirante cruzaba otra tira del mismo tejido, cruzando el pecho y justo en medio, mi madre me prende la insignia del Colegio.
       Tomo una cartera pequeña de cuero, que me había comprado mi padre el día anterior; en el interior tenía un estuche de madera, y dentro de él, había un lápiz, una goma y un zacapunta; también había dentro de la cartera un libreta muy finita de dos rayas. Que orgullosa me sentía con todo mi material escolar, era la protagonista ese día, me sentía feliz y reconfortada cuando iba camino del colegio, de la mano de mi madre.

     
    Ceuta,  a 20 de Enero 2009. 

                                                            Fini Castillo Sempere.

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LA PUERTA DEL COLEGIO

 

    Camino del colegio, le pregunté a mi madre varias cosas, estaba nerviosa porque el camino cada vez era más corto, y casi no quedaba nada para llegar. Mi madre notó el nerviosismo y como siempre, ella quería tranquilizarme cuando algo me asustaba. –hija no temas nada- me dijo con toda la tranquilidad que su rostro podía trasmitirme. A pesar de ello, me ponía más nerviosa a cada paso que daba.
    Mira hija, allí ya se ve tu nuevo colegio- me indicó- para sacarme de la preocupación, y lo consiguió, porque en ese momento estaba más pendiente de la imagen del colegio, que de mis propios miedos. Mira cuantas niñas van para allá,- me dijo- seguro que harás muchas amigas.
    Yo veía a mi madre muy tranquila, eso me relajó, porque sabiendo lo atenta que ella estaba con mis cosas, y con el esmero que me cuidaba, no permitiría que yo fuera a algún lugar donde no me trataran correctamente.
    Ya casi quedaban diez metros para llegar a la puerta principal del colegio, oteé en la puerta una figura alta, y con un hábito color negro que le llegaba hasta los tobillos, en la cabeza llevaba como especie de un manto que cubría algo blanco. Esa debe ser una monja- pensé- Efectivamente lo era, cuando mi madre se acercó a la puerta, esta mujer, que mi madre le llamó hermana, se le acercó diciendo:
    -Buenos días, ¿esta es la pequeña que vendrá a estudiar con nosotras? Si, hermana- contesto mi madre, dándole mi nombre completo. No se preocupe por la niña, señora, aquí estará en buenas manos, nuestra educación es estricta, pero la niña aprenderá mucho. También aprenderá muy bien el Catecismo para prepararse para la Primera Comunión.                      -Desde luego, tanto su padre como yo no tenemos ninguna duda de la buena educación que recibirá nuestra hija en este colegio, por eso lo hemos elegido para ella.
    Después del intercambios de saludos y despedida, mi madre me dio un beso, y se alejó de allí, dejándome sola ante tantas cosas desconocidas. Era como un pez fuera del agua, no dominaba el territorio, me sentía como un gato que le hubieran arrancado de golpe los bigotes, y no pudiera orientarse. Dios mío, estoy pérdida y sola, pensé.
    Cuando estaba inmersa en estos pensamientos, la monja, que nos había atendido en la puerta, me cogió del brazo y me llevó hacia dentro. Me sentí muy cohibida y no sabía si echar a correr o ponerme a llorar. En ese momento la monja, con tono agradable me dijo:
    Pequeña, no te aflijas, que aquí no nos comemos a nadie, verás como dentro de unos días ya no quieres dejar de venir al colegío, ya verás- repitió- Yo soy Sor Angela- me dijo, y soy la hermana portera, además de otras cosas,. Ahora te llevaré a tu clase para que conozcas a Sor Maria Jesús, que será tu maestra.
    Yo sólo obedecía, no me quedaba otro remedio. Cuando llegamos a la clase, había muchas niñas, más o menos de mi edad, no conocía a ninguna, todos los rostros eran nuevos para mí. Se acercó otra monja con el mismo hábito y sonriéndome me dijo:
    -Tú serás, la nueva alumna,  te apellidas Castillo ¿no?
    -Si, dije con un monosílabo.
    -Niñas, atenderme, esta pequeña es una nueva alumna del colegio, será vuestra compañera. Sin más dilación me indicó mi asiento, que estaba al lado de otra niña, que al rato me enteré que se llamaba Pili, y poco más. Solo contar que el primer día de colegio, me sentí sola, tan sola como nunca, porque aunque había mucha gente a mi alrededor, para mí, era todo desconocido; no estaban mis padres, ni mis hermanos, ni mi Yaya, tampoco mi tía Tere, y mis vecinos del patio hacía ya muchos días que no los veía. Además aquellos vestidos de las monjas tan negros y largos me asustaban. Quería estar con mi madre, sentir su olor a fragancia de rosas, ver el colorido de sus vestidos, sentir su calor. ¡Si! Me sentí muy sola y pérdida el primer día de clase en mi nuevo colegio. Esa sensación de soledad, la sentí también el día que mi padre, no hace mucho, nos dijo su último adiós.
    Hasta hoy, y con la madurez que nos da la vida, día a día, año a año, no he comprendido que la soledad de aquel día, la llevaba clavada en lo más hondo de mi alma como un gran peso. Creo que hoy ese peso lo he liberado, con el reconocimiento de la realidad de aquel momento. Sabía que algo marcó aquel día pero no sabía “el que”, hoy lo he comprendido.

           
         Ceuta, 20 de Enero 2009

     
                                                                    
                                                                       Fini Castillo Sempere.

 

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ME SIENTO FELIZ

 


      Aquel día, salí de casa con una ilusión nueva, llevaba tres días en el colegio y ya tenía a varias niñas que me hablaban y revoloteaban a mi alrededor; eso siempre pasa cuando llega alguien nuevo. El segundo día de clase y a la hora del recreo se me acercaron dos niñas de mi misma edad, y me preguntaron cómo me llamaba- creo que fue una excusa para acercarse a mi-  enseguida les contesté, diciéndole mi nombre y otras cuestiones que seguramente les interesaría sobre mí.
      Ella fue mi primera amiga, me dijo que se llamaba Afri, vivíamos en el mismo barrio, sólo nos separaba la distancia de un pabellón, ella vivía en el segundo y yo en el primero. A partir de aquel día, fuimos inseparables durante muchos años, hasta que en nuestra adolescencia, cogimos caminos separados por las circunstancias de cada una.
     Yo me sentía muy contenta porque me gustaba el colegio y su ambiente. Sor María Jesús, la monja que el primer día me produjo una sensación de inquietud, ahora me parecía una mujer entrañable; era amable, cariñosa, y conmigo en especial hizo bastantes migas; le caí en gracia, y se le notaba. A mi esta situación me vino como “anillo al dedo” sintiéndome muy protegida por ella.
      Mi colegio era muy bonito, había un patio donde grande y dentro de él, estaban todas las clases. Al final del patio, había unas escaleras y allí, con gran majestuosidad estaba la clase de las mayores; “las niñas de 10 años”, las que se preparaban para ingreso. Ese era el examen que se realizaba en el instituto, -en el único que existía, donde los niños y las niñas estábamos separados por un gran patio- a esa edad, y si se aprobaba el examen, las niñas que querían hacer el bachillerato, pasaban al instituto, iniciando allí el primer curso , hasta llegar a PREU. La mayoría de las niñas, en aquellos días, no iniciaban el bachillerato,  y  no todas las que iniciaban el ciclo, llegaban hasta el final. Otras hacían hasta cuarto y revalida, y algunas superaban el bachiller y PREU, para iniciar alguna carrera universitaria.
      Como decía, al final de aquel patio, estaba lo desconocido, allí  Sor Felisa, -creo recordar que era la directora-, con su gesto agrio en un primer momento, se veía como la jefa del clan de aquellas monjas, que dedicaban su vida a la enseñanza, a los rezos, y a la educación de aquellas niñas, que aunque hacedoras de algunas travesuras, teníamos el mayor de los respeto, a la autoridad. Cuando Sor Felisa se acercaba a grandes pasos y moviendo sus largas faldas de hábitos, nosotras, aquellas niñas de los cincuenta, temblábamos, por si de paso a nuestro lado, caía alguna regañeta.
      Sor María Jesús, no sé, que será de usted, seguro que hace tiempo se marchó a algún lugar, seguro que allí donde se encuentre, tendrás alguna clase, y seguro que aquellos pequeños que hayan dejado nuestro mundo en edad temprana, habrán encontrado en usted, la mejor de las maestras, y seguro que tendrás alguna pupila, que te recuerde a aquella niña, que llegó un día de mayo a tu clase. Esa niña, hoy en la madurez de los años, te recuerda con el mayor de los cariños, y tiene un sitio para ti, en su corazón.

                Ceuta, 23 de Enero 2008        
                                                                                                       Fini Castillo Sempere.

 

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SIETE AÑOS

 

     Llevaba algunos días viviendo en mi nueva casa, aunque me gustaba, echaba mucho de menos “mi patio”, a los vecinos que me vieron nacer; ellos se habían quedado atrás, en la última página de mi libro, -guardado en mi corazón-, del Callejón del Asilo Viejo. Pero como sabéis, lo escrito, escrito queda, y cuando vuelvo a leer el libro de mis vivencias, allí están ellos, -junto al jazmín hermoso y blanco de mi madre- tranquilos, serenos, dedicándome una sonrisa, que yo acojo con todo mi cariño.
     Era mi cumpleaños, pero como llevaba tan pocos días en aquel barrio, todavía no tenía consolidadas amistades; y estaba triste, porque no sabía si mi cumpleaños me lo iban a celebrar, y tampoco sabía a quien podría invitar en el caso de que se llevara a efecto. Mi madre me dijo cuando me llevaba al colegio: -hija, esta tarde celebraremos como siempre tu cumpleaños, a ver a cuantas amiguitas quiere invitar a merendar- Ella en mis anteriores cumpleaños, preparaba chocolate, y encargaba una tarta, que mi padre traería posteriormente del “Vicentino”. Está vez también lo haría, con la diferencia que los invitados serían niñas casi desconocidas para mí.
      Cuando llegué al colegio,  y de manera tímida pregunté a algunas de las niñas, que también vivían en mi barrio, si querían venir a merendar a mi casa, porque era mi cumpleaños y me lo iban a celebrar. Por supuesto que aceptaron de buen grado, y después del colegio, las mamás de todas mis invitadas, acicalaron a sus hijas, las peinaron, y allí aparecieron todas con la timidez propia del desconocimiento todavía de mi familia, a merendar una buena taza de chocolate y un trozo de tarta.
      Mi madre preparó la mesa en la cocina, una mesa redonda, adornada con un mantel, cuyos motivos eran frutas: fresa, uvas, sandias, plátanos, dibujaban de tal realismo, que parecían que formaban parte de la merienda.
     Yo me sentía protagonista, y estaba encantada al ver como mis invitadas se sentían a gusto, era una forma de que me aceptaran de buen grado en su grupo, que ya estaba muy consolidado, ellas habían nacido y criado allí, y en este caso yo era la foránea. Tímidamente, les echaba unas miradas, y eran niñas muy agradable y simpática; seguro que me aceptarán- pensaba-.
      Después de terminar con la merienda, una de ellas dijo:- ahora a jugar a la calle, yo miré a mi madre, como pidiéndole permiso, -porque hasta ahora ella no me había dejado salir a la calle-         Mis amigas entendieron enseguida la situación por la que estaba pasando, y dirigiéndose a mi madre; le solicitaron que me dejara salir a jugar con ellas, que allí no existía ningún peligro para mi, y que  estarían pendiente. Mi madre con una sonrisa, les dijo que ya sabía que no existía ningún peligro, pero que no había salido antes a jugar, porque era nueva en el barrio y no conocía a nadie, pero que ahora que ya tenía amigas, no habría ningún problema para que fuera a jugar con ellas. Con estas palabras de mi madre, me sentí muy feliz, y de un salto me dispuse a salir corriendo a la calle; a la libertad de mi nuevo barrio, a descubrir todo lo que allí había. Delante de mí se abrió un mundo nuevo, llevo de mil experiencias, que posteriormente influyeron inevitablemente en mi formación, y en mi desarrollo personal.
      Con el tiempo he descubierto, que aquel cumpleaños, fue el más, o unos de los más importantes en mi historia. Aquel grupo de niñas en su inocencia me aceptó a formar parte de aquel barrio maravilloso, y a los pocos días, como no podía ser de otra manera, me desenvolvía en él como pez en el agua. ¡Gracias, amigas, gracias!

 

            Ceuta, 25 de Enero 2009         

Fini Castillo Sempere

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CONTANDO COSAS

     

    Cuantas cosas puedo contar de aquellos días;  ya había finalizado los años cincuenta y habíamos entrado en los sesenta, apenas yo tenía cinco años, pero os aseguro que mis recuerdos están intactos, será porque ya soy mayorcita, y es la hora de traer a través de la memoria evocativa todas las hazañas de aquellos maravillosos tiempos.
    Mirando hacía atrás, puedo ver  aquella bajada al muelle de pescadores, donde los hombres de la mar hacían su rincón de charlas y comentarios. Allí era donde se contaban todas las hazañas de los días duros de levante y de poniente; cuando era imposible faenar, temiendo al mal tiempo. Si, era allí, donde estos lobos de mar hacían las reuniones. Esa estampa es patrimonio de Ceuta, de aquella Ceuta de hace algunas décadas. Hoy esa imagen ya ha desaparecido, como otras tantas, pero seguro que queda gravada en la mente y en el corazón de algún nostálgico de esta tierra.
    El Paseo de las Palmera, famoso en toda España, como no podía ser menos. Lo de famoso lo digo, porque todos aquellos reclutas que venían a esta ciudad,  cuando tenían permiso para el paseo, recorrían una y otra vez, esta “joya nuestra”, a ver si “alguna” del lugar le daba palique, que era todo lo que podían esperar en el mejor de los casos. Tarea difícil, porque, pobre de la que vieran hablando con alguno de aquellos chavales; niños, diría yo ahora, aunque en aquellos días, además de considerarlos muy mayores, guapa era la que le daba palique, y no salía escaldada por la sociedad del momento. Cuantas historias no habrán contado esos chavales a sus gentes, de ese, nuestro paseo, casi ya, inexistente.
    Volviendo al paseo, allí era donde nosotros, dábamos una y otra vez vueltas y vueltas, allí era, donde se realizaban las primeras citas amorosa de los adolescentes, y era allí, donde toda la juventud de Ceuta, se reunía. Aquel paseo, corto en distancia, pero grande en esencia y oliendo, el mejor de los olores, el aroma de las almendras garrapiñadas que con tanto esmero, hacía nuestro querido “amigo Manolo, el guardia municipal”. Y al final de aquel paseo, anclado en aquel puente, estaba nuestro “Cristo Rey”. Lugar de devoción de los cristianos de esta ciudad, y de respeto del resto. ¿Cuantos milagros habrás concedido y cuantas promesas habrás escuchado?, de boca de personas desesperadas, y en ti, encontraban un bálsamo, que calmaran sus angustias. Popularmente la gente de nuestra tierra, cuando se refería  a aquel lugar sagrado decían: “ vamos a rezar al Cristo”; era una devoción,  y Él estaba en su hornacina, alrededor de muchas flores de colores, mirando al mar, al Monte Hacho, al Paseo de las Palmeras, a las gentes de esta tierra; sin embargo, ahora……

            Ceuta, 26 de enero 2009                             

                                                                      Fini Castillo Sempere

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EL DOLOR DE BARRIGA

 

    Hoy quiero recorrer de alguna manera, aquel camino que, día a día hacía cada mañana y cada tarde para ir al colegio. Todo ese trayecto se hacía andando, los niños de antaño caminábamos mucho; ahora es diferente, porque los papás tienen vehículo y los pequeños se mueven casi siempre entre cuatro ruedas. Nosotros nos movíamos entre el suelo y unos buenos zapatos gorilas. Estos estaban hechos a conciencia, con una suela de goma muy gorda, para que durara todo el curso escolar; ellos eran los únicos zapatos que se usaban. Bueno para no mentir, tengo que decir, que también existían los zapatos de los domingos, aquellos zapatitos azules en invierno y blancos en verano, que nuestras madres nos preparaban cuando nos arreglábamos los Domingos para ir a misa o al matinal.
    Volviendo al camino y, haciendo una evocación a aquellos días, me imagino allí; entre aquella maleza. Una vez que se cruzaba los pabellones, empezaba un camino de tierra que acortaba la distancia que había desde mi casa al colegio. En ese camino nos entreteníamos, sobre todo a la vuelta, ya que no teníamos tanta prisa. Cada día era como atravesar un pequeño campo, lleno de flores silvestres: amapolas, margaritas y otras que desconozco sus nombres. Había una planta llamada vinagreta, y cada día cogíamos un gran manojo y tanto mis amigas como yo  las comíamos, sabían a vinagre; también había otra planta que le llamábamos panecillos, porque parecían unos minúsculos panecillos, y  también lo comíamos y nos sabían a gloría.
     Un día me di un atracón de aquellas vinagretas, -desobedeciendo las recomendaciones de mi madre y, después de comer,  me dio tal dolor de barriga, que por un tiempo dejé de saborear aquella suculenta planta. El dolor era bastante intenso, yo al principio quería disimularlo, para que mi madre no se enfadara conmigo y me recriminara esa costumbre de tomar vinagretas, pero era el dolor tan intenso, que llorisqueando fui donde mi madre para que me remediara, y por supuesto, entre regañetas y recriminaciones, de inmediato me preparó una manzanilla. Recuerdo aquel bote de cristal donde guardaba unas especies de florecillas amarillas y secas, que ella posteriormente echaba en un cacito con un poco de agua, y una vez que hervía, colaba ese mejunje, y con una cucharadita de azúcar, me lo hacía tomar, pero antes, lo pasaba de vaso a vaso varias veces, no solo para enfriarlo, y me lo tomara cuanto antes, sino también para airearlo –eso decía ella- yo no entendía que quería decir eso de airearlo, pero pensé que eran cosas de mayores, cosas rarísima que yo no entendía. Después de tomar aquel brebaje, me seguía el dolor de tripa, y mi madre al ver que no pasaba, cogió una cuchara sopera, vertió en ella aceite de oliva- remedio para todo según ella- encendió el gas butano y sosteniendo la cuchara con la mano, la acercó al fuego durante unos instantes, una vez calentado el aceite, la retiró del fuego y acercándose a mi cama, donde estaba acostada revolviéndome de dolor, me dijo que dejara la barriguita libre de ropa, la obedecí al instante entre lloriqueo y quejido. Ella se sentó a un lado de la cama, y acercando sus dedos al aceite caliente, hasta empaparlos, los depositó en  mi pequeña y dolorida barriga; mi madre con gran suavidad me daba masajes circulares, ora a un cado, ora hacía el otro, así repetidamente, durante un rato. Hija, ¿te calma?- me preguntaba. Al principio le manifestaba que no, pero poco a poco notaba como mi vientre se relajaba e iba desapareciendo el desagradable dolor. Ella, -ya no estaba enfadada-, según me masajeaba, tatareaba una canción preciosa, la melodía y la desaparición del malestar, hizo que el Dios Morfeo, al atardecer, me recogiera entre sus brazos.

Ceuta, 25 de enero 2009                                                                                                 

Fini Castillo Sempere.

 

 

UN DÍA DE LLUVIA

               
    Aquel día llovía a mares, el reloj marcaba las ocho de la mañana de un día de invierno, me acababa de llamar mi madre para ir al colegio; de un salto me levanté y fui corriendo a la ventana, quería comprobar si  ese ruido que escuchaba a través de la ventana era de agua de lluvia. Escuche decir a mi madre desde la cocina que me abrigara, que hacía mucho frio; esa era la cantinela matutina de ella, mientras me preparaba el desayuno. Éste consistía en un gran vaso de “Colacao” y unas tostadas con mantequilla.
    Mientras escuchaba su voz en la lejanía de la cocina, yo arrimaba mi cara a los cristales de la ventana del cuarto de estar; mi respiración enturbiaban mi visibilidad, y de inmediato con la mano limpiaba de los cristales, el vaho que había salido de mis fosas nasales, otras veces yo provocaba el vaho en los cristales para   hacer figuras, letras y dibujos en ellos, pero ahora mi interés no era  ese, sino ver el agua de lluvia. Delante de mi casa, habían varios charquitos de agua, me fijé en uno que había un poco más lejos; - ¡ese! -pensé- era el ideal para zambullir allí mis botas de agua. Las gotitas de agua que descendían desde el cielo y caían en los charcos, me llamaba la atención, casi me hipnotizaba. El efecto al mezclarse el agua proveniente del cielo y el agua de los charcos era de ebullición, y supongo que el sonido sería: pop, pop…
    Los días de lluvias eran mis preferidos, me gustaba jugar bajo la lluvia. Ese día me pondría las botas de agua de color negras que tenía preparada para ese menester, igualmente me esperaba un impermeable que mi padre me había comprado en una tienda de indios (así se denominaba Los bazares que poseían los hindúes) esa prenda venía muy doblada y se introducía en una pequeñísima bolsa, del mismo tejido que el propio impermeable, era de color azul marino; mi padre tenía otro igual, y eso me encantaba.
    Volví a mirar por la ventana para ver si había escampado, afortunadamente  seguía lloviendo con mucha fuerza. Escuchaba a mi madre protestar por las inclemencias del tiempo; ella temía que me pusiera empapada en el  camino de casa al colegio. Yo estaba deseando que mi madre me dejara ir sola, como hacían casi todas las niñas del barrio; pero ella me consideraba todavía pequeña, y se quedaba más tranquila si algún adulto me acompañaba, muchas veces lo hacía mi yaya, y otras veces ella; en ningún caso quería que fuera sola; bueno depende de la apreciación, porque en ese camino y a esa hora, nos encontrábamos todos las crías que acudíamos a las Reverendas Madres Adoratrices. A mí me hubiese encantado ese día haber ido sola con mis compañeras, así hubiera podido disfrutar a mis anchas de aquellos charcos que se formaban en el camino de barro que había desde mi casa a la escuela.
    Antes de salir de casa, mi madre me aleccionó diciéndome que  no me mojara, para evitar resfriarme; eso era lo que realmente a ella le importaba. A mí, me daba igual, yo solo quería jugar con el regalo que Dios nos hacía, si Él mandaba esa agua bendita, sería por algo, y ese algo, era la lluvia para que pudiéramos llevar a cabo   nuestro juego preferido. En aquellos días, las niñas nos divertíamos con cualquier cosa que nos proporcionaba la naturaleza. En otra ocasión contaré nuestros divertimentos con las olas del mar en días de levante fuerte.
    Mi madre cogió un paraguas negro, era tan grande que nos cubría a las dos, y eso me fastidiaba; así era imposible dejar mojarme por el agua que caía con fuerza desde el cielo. -Dios mío pensé-, cuanto tienen que estar llorando los angelitos del cielo, -eso era lo que me decía mi madre cuando llovía-, aunque yo,  estaba en la edad que no sabía si creer todo lo que me decía mi madre, o las madre de las demás, porque habían cosas que mi pandilla de féminas infantiles, las ponían en cuarentena, o al menos nos hacíamos algunas preguntas que no entendíamos.
    Camino del colegio íbamos salteando los charcos y riachuelos que se formaban en el camino, mi madre parecía que bailaba, dando pequeños saltitos en vez de caminar, además me recriminaba continuamente porque no me dejaba que me metiera en los charcos. De lejos vi uno muy grande, -y pensé-- esta es la mía, ahí me voy a meter, cuando llegamos a la altura de él-, solté la mano de mi madre, y me introduje en aquella agua barrosa sin más, empecé a dar saltos y a salpicar, mi madre casi histérica y enfadada - temiendo se me mojaran los calcetines y la ropa, y tener que volver a casa,- me dio un gritó ordenándome que saliera inmediatamente. No tuve más remedio que obedecerla, “no estaba el horno para bollos”.
    -Mamá,-pregunté- me dejarás esta tarde salir a la calle a jugar con mis amigas.
    -Ya veremos me contestó.
    Yo sabía en el fondo, que me dejaría, aunque estuviera lloviendo y temiera que me resfriara. También ella sabía, que de salir  a la calle, me mojaría; dejaría que esa agua bendita cayera sobre mi cara de niña ¡Si! Ella sabía de mi amor por sentirme libre como los pájaros, en un día de invierno.
    ¡Qué días aquellos, madre!, días de travesuras infantiles, y ahora días de nostalgias y recuerdos. Cuanto daría yo mamá, por ponerme aquellas botas, volver al camino de tierra que separaba nuestra casa y el colegio y salpicar el agua barrosa de aquellos charcos que quedaron atrás. Cuanto daría yo mamá, por preguntarte, si me dejarías salir a la calle en aquellos inviernos, cuando tú eras tan joven y hermosa, madre.

                Ceuta, 28 de Enero 2009

                                                                                              Fini Castillo Sempere  

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                                             RECUERDOS EN EL MONTE HACHO

 

    Manuel, me invitas a ir al Monte Hacho, si tu supieras que ese rincón para mi es especial, mira, cuando los Sábados y Domingos y todos los días que podía me iba a caminar por allí; era mi momento, momento en el cual me inhibía de todas las cosas que ocupaban mi cabeza diariamente; era como un volver atrás, pensaba en muchas, muchísimas cosas. No hay un solo metro de ese monte que no camine  conmigo, en ese recorrido nunca me siento sola, al menos esa es mi sensación. Yo también he ido muchas veces a hacer ese recorrido, cuando él podía caminar, ahora como ya no está en cuerpo, me acompaña su espíritu.
    A veces cambio mi ruta  y camino por las   playas: la Rivera, El Chorrillo, La Carretera Nueva y ahí también me acompaña, hago una parada como ya te conté en otra ocasión en el Foso, en el lugar exacto donde permanecerá por los siglos. Me asomo a la barandilla de hierro, apoyo la barbilla en ella, cierro los ojos, los abro, y como una nube a punto de desencadenar una espesa lluvia, fluyen las lágrimas de mis ojos, recordándolo. Me parece imposible que esté eternamente en esas aguas cristalinas que tanto adoraba. Sigo caminando bajo el sol, reflejado en el agua, a veces los rayos cruzan algunas nubes, y los destellos son tan brillantes que parece que el cielo se pudiera abrir en algún momento para descubrirnos la presencia de Dios.
    Sigo caminando, envuelta en mis pensamientos, tengo tantas cosas en que pensar, sobre todo poner en orden esta cabeza, creo que cuando camino es el punto de encuentro conmigo misma, dedico un poco de mi tiempo a mi, a preguntarme muchas cosas, a sentirme y a recordar mi niñez.  A veces pienso que el tiempo ha pasado tan deprisa. Recuerdo como si fuera hoy, el día que papá me llevó a hacerme una fotografía en la puerta del Tele, que orgulloso estaba papá de mi, era su princesita, me quería guardar como el mayor de sus tesoros. Cuando me hice una adolescente, , sufría de pensar que alguien me pudiera hacer algún daño. Ahora lo comprendo, temía que mi inocencia fuera agredida por algún desarmado; pobre papá, ahora entiendo de aquellos miedos, - los mismos que he sentido yo, con mis hijos cuando se iban convirtiendo en adolescentes-. En aquellos tiempos me revelaba en silencio, por su dureza en los horarios de recogida, siempre tenía que estar inventando algo para poder escaquearme algún ratillo más. He comprobado al paso del tiempo, que las historias se repiten de padres a hijos.
    ¡Que tiempos aquellos!, tiempos de niñez y de fragancias a jazmines, jazmines que adornaban mi puerta, fragancia embriagadora que envolvía nuestro patio, amistades hermanadas y que aún perduran en nuestros corazones del siglo pasado, Josefina Gaona y su prole; María la Machanga y el Chache con sus sardinas al espeto; el Gorrión, Isabelita y sus dos hijos; Angela” y su marido; Los Vallejos y sus hijos,  Conchi, Dori, Juan Antonio, Manolito y mi querida Africoli. El Patio de arriba, con África  y  Miguel Campaña, y su hija Luisita; Dorotea, Olimpia, Paco su marido, y sus hijos todos varones. Pepa Blanca y esposo Antonio; y para Terminar Pepa la Mana, -de esas tierras alicantinas entrañables para nosotros-, su marido Mariano y sus hijos Vicentina y Marianito
    Y ahí entre estas buenas gentes; estábamos nosotros, familia andaluza y de  alicante, para más detalle de Linares y Santapola. Empiezo por nombrar a mi Yaya, mi abuela, un ser muy querido y recordado;  no hay un solo día que no  sienta su presencia. Mi padre, mi referente, aprendí tantas cosas de él... Mi madre, entregada en cuerpo y alma a los suyos -la mejor de las madres-. Mi tita Tere, indescriptible por su personalidad inmejorable. Mi tío Manolo, en aquella época “un lobo de mar” recorría el mundo en aquellos barcos mercantes; hombre bueno, donde  los haya y de carácter afable. Mis dos hermanos, que podría decir de ellos… Tantas cosas, pero lo voy a definir en dos palabras, “buenas gentes” que quiero con todo mi corazón, y ahí estoy yo, la menor y para más  “inri”, ¡niña!, la mimada de la casa. Está era mi gente.

     
        Ceuta 9de Enero 2008                 

                                                                       Fini Castillo Sempere.

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El MIEDO

 

    Aquella noche de invierno llovía terriblemente, me asomé a la ventana y la lluvia formaba una cortina de agua; apoyé mi boca en el cristal y se empañó de inmediato, en ese momento me centré en la forma de mi boca que se quedó dibujada en el vidrio, de igual manera dibuje con el dedo algunas figuras que también se quedaron impresas en el cristal, esta actividad me tenía distraída hasta que de pronto, mi habitación se ilumino completamente, quedé absorta por aquella luz que había venido de la nada; me devolvió a la realidad un estruendo terrible, di un salto y de inmediato me sumergí entre las sábanas de mi cama tapándome hasta la cabeza.
    En aquellos días tenía siete años, no sé porque, me convertí en una niña atrevida durante el día, muy valiente y dispuesta. Era la primera en intervenir ante cualquier juego, aunque fuera arriesgado como escalar montes, árboles, llamar a las puertas de los vecino y salir corriendo, y cualquier otra travesura.  Sin embargo en el silencio y la oscuridad de la noche, mi pequeño cuerpecito temblaba de miedo; con el tiempo supe que a esto se le llamaba “terrores nocturnos” y algunos niños lo sufren, padeciendo sobremanera noches de terror, pesadillas y angustia, así me pasé muchas noches, viviendo un miedo irracional, ese miedo a no se sabe qué, pero que asusta terriblemente a los infantes que lo padecen.
     Siguiendo con la noche de tormenta, una vez protegidas entre las sábanas, me sentía segura y con un acto de valentía saqué poco a poco la cabeza hasta la altura de la nariz, para comprobar que pasaba a mí alrededor; de nuevo se iluminó la habitación y sin pensarlo dos veces volví a introducir la cabeza en mi refugio. ¡Dios mío! Cuanto miedo tenía, no me atrevía llamar a mi madre, porque seguro que se enfadaría. Era ya muy tarde y debía de estar durmiendo desde hacía horas, pero aquel miedo me calaba los huesos y mi cuerpecito titiritaba; notaba como mi piel se tornaba tensa y los débiles vellos se erizaban. Como tenía tanta imaginación, creía ver figuras en la pared, las cuales se movían. Cerraba con fuerzas los ojos, pero la intensidad del miedo cada vez era mayor; ya no podía más, salté de la cama y me dirigí al dormitorio de mi madre, la zarandeé y le dije que en mi habitación había una sombra de un hombre; mi madre me dijo que no había nadie, pero le insistí tanto que se levantó, me cogió de la mano y se dirigió conmigo al cuarto contiguo donde estaba mi habitación. Yo estaba muy asustada, y más cuando pude comprobar aquella sombra, ¡vez mamá como ahí hay un hombre! –le dije-. Ella se echo a reír, encendió la luz y me dijo: ¿a ver, dónde está ese hombre? Yo me quedé un poco aturdida porque cuando la luz se encendió, comprobé que aquella sombra que me asustaba tanto era el abrigo de mi hermano que estaba colgado detrás de la puerta, y su sombra en la pared reflejaba la figura de un hombre. Me quedé perpleja y un poco desilusionada, o mejor diría avergonzada, menos mal que fue mi madre, la que descubrió mi miedo absurdo en un encender y apagar la luz. Le pedí que no dijera nada a nadie, y ella me prometió que no lo haría. Sin embargo, mi madre al ver mi carita de niña asustada y desilusionada a la vez, me abrazó, me dio un beso y me dijo al oído:
    -Has visto como el miedo sólo está en nuestra mente, es nuestra cabecita la que inventa el miedo. Hija, ¿qué te puede pasar estando tu padre y yo en casa? Nosotros somos los guardianes tuyo y de tus hermanos, no tengas miedo, vete a la cama, cierra los ojitos, reza y verás como los angelitos bajaran del cielo y guardaran tus sueños.
    Le hice caso a mi madre, me zambullí de nuevo en mi cama, sin taparme la cabeza debajo de las sábanas y con un gesto de valentía me santigüé, recé un “Padre Nuestro”, y con mi imaginación característica en aquellos días, sentí a los “angelitos” alrededor de mi cama; así quedé inmersa en un dulce y placentero sueño. 

 

            Ceuta, 23 de Mayo 2009          

                                                                    Fini Castillo Sempere. 

                       

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 LA BATALLA DE BARRO


 
            Aquel día de noviembre llovía intensamente, veía caer la lluvia desde la ventana de mi clase. Tenía nueve años y mi colegio era el de las religiosas Reverendas Madres Adoratrices. Aquellas monjas  usaban unos hábitos quizás demasiados rígidos  y severos que, a las pequeñas niñas -flores silvestres apenas acabadas de nacer-,  asustaban; sobre todo cuando venían  por aquellos luengos pasillos del convento; sus pasos amplios y firmes resonaban en el silencio, y   hacían balancear el rosario que llevaban prendido a la cintura. Los primeros días de asistencia a la escuela recuerdo que por la noche en mis miedos veía las caras de aquellas mujeres enmarcadas en aquellos cofias y tocas tan tiesas y tan incómodos de llevar.  Con el paso de los días, descubrí que detrás de aquellos hábitos habían unas mujeres buenas que se dedicaban a enseñar valores religiosos y materias generales de conocimiento. Guardo muy buenos recuerdos de aquellos días y de aquellas monjas entregadas a la educación de la época; educación  con mucho rigor y  disciplina, que hoy día agradezco, porque con el paso de los años y la experiencia de la vida, he descubierto que la disciplina bien llevada es la base de la educación, porque a los niños hay que educarlos, sobre todo, en valores de respeto;  respeto a todo lo que nos rodea: desde las personas  a la pequeña flor naciente de cualquier jardín, pasando por el mobiliario urbano de la ciudad, el mar, los ríos y los campos de nuestro entorno tan decaídos en estos tiempos que nos ha tocado vivir.  Sí, guardo recuerdos nostálgicos de aquellos días, de aquel colegio y de aquellas mujeres dedicadas en cuerpo y alma a la oración, a los demás y a la educación de unas niñas. Y yo que fui una de ellas… agradezco de corazón toda las enseñanzas que me ofrecieron. Un día volví al colegio, y sólo tuve que cerrar los ojos para trasladarme al patio, a mi clase, duró solo un instante porque al volver a pestañear me encontré con la realidad: Él, mi colegio de mi niñez dorada,   ya, solamente, está en mis recuerdos.
    Por supuesto no hay que confundir disciplina con represión, porque la represión es lo peor que un ser humano puede sufrir, es cortar la libertad de pensar como se quiera, o ser uno mismo, decidir lo que se quiere ser, es anular la esencia propia de la naturaleza del ser humano, es ir contra natura. La represión es una de las peores enfermedades que puede sufrir una sociedad, es el cáncer del mundo.
Volviendo a la lluvia que observaba desde mi aula, me quedé pensando que cuando escampara la tierra que había detrás de los pabellones donde vivía, se convertiría en barro, y ese barro nos daría mucho juego a la hora de organizar los juegos de la tarde con mis amigas: Afri, Marina, Loli, Manoli, Mari Carmen, Pepi y demás amigas del barrio. Al salir de clase emprendí el camino de casa junto a mi inseparable amiga Afri, le conté la idea y le pareció estupenda, así que según caminábamos para la casa nos íbamos metiendo en todos los charcos que encontrábamos por el camino. En uno de los saltos a aquel fanguizal, salpiqué el agua sucia al uniforme de mi amiga, y esta enfadada me recriminó, y al ver que yo no le hacía caso, salto también salpicándome; mi uniforme quedó manchado. Ella se rió a carcajadas, en un momento nos pusimos a tirarnos barro una a otra. Después de un rato ensalzadas en aquella guerra fría y fangosa, nos dimos cuenta del error que habíamos cometido, ¿Cómo le íbamos a decir a nuestras madres lo que habíamos hecho? ¿Qué explicación le daríamos del estado del uniforme? En ese momento nos entró el miedo a la reprimenda de nuestras madres, así que tendríamos que inventar alguna historia para suavizar la regañeta.
    Ambas decidimos decir que habíamos tropezados y habíamos caído en un charco. Así fue, a la llegada a casa y verme mi madre de aquella guisa se enfadó mucho, daba igual que hubiese tropezado, me regañó y dijo que era una alocada, que no podía ir corriendo de esa manera y menos un día de lluvia. Me sacó el uniforme y lo echó a lavar, y a mí me metió en la bañera, estaba hecha una pena, barro por todo el cuerpo y cabello. Yo estaba totalmente callada haciéndome la víctima, mejor no hablar por la cuenta que me tenía. Lo que más me fastidió fue lo que me dijo mi madre: hoy ya no hay calle, y veremos si mañana te dejo salir a jugar, veremos… Ese día me conformé con mirar por los cristales y ver a mis amigas jugando con sus botas de agua entre los charcos que había formado la lluvia torrencial de la mañana.
    Al tiempo le conté a mi madre la hazaña, y ella rió, los años suavizan las travesuras de los críos, y la mentirijilla a mi madre que a mí me había ocasionado problemas de conciencia, quedó olvidada el día que de sus labios me regaló una sonrisa al contarle esta historia.

 

Conil, 19 de Agosto 2009

Fini Castillo Sempere.

 

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MI ABUELA JUANA

 

    Mi barrio cada día me gustaba más. En verano teníamos la playa a un minuto si en tiempo mediamos la distancia, y ese gran llano lleno de barro donde disfrutábamos intensamente nuestras horas de ocio.  Sólo dejaba el lugar cuando teníamos que ir  a visitar a mi abuela paterna, que vivía en el centro de la ciudad en casa de mi tía Paquita. Mi abuela Juana ya anciana, tenía problemas en las piernas y no podía salir de casa, por tal motivo nosotros la visitábamos muy asiduamente. Yo la quería mucho, pero he de reconocer que me costaba mucho trabajo dejar mis juegos infantiles y mi barrio y, algunas veces mi gesto era de disconformidad cuando mi madre me decía que no podía ir a jugar porque íbamos a visitar a la abuela. Ahora con los años comprendo que los niños son egoístas por naturaleza y solo piensan en los juegos,  y aprovechar el máximo el estar con los amigos, en definitiva sólo piensan en ellos mismos;  me consuela saber que era cosa de la edad.
    El enfado se me pasaba rápidamente cuando subíamos al autobús o camioneta -así le llamábamos- para bajar a Ceuta -como también se decía bajar al centro-. Y para entonces, mi mente ya estaba en otras cosas; sobre todo en el pastel que me compraría mi madre en la pastelería “Suaimar”, ese siempre era el premio. Camino de casa de mi tía que vivía en la bajada de la Iglesia de los Remedios, pasábamos por la calle Marina, y ahí es donde estaba ubicada la pastelería, al llegar  a ella me ponía delante del escaparate y estaba una hora eligiendo el pastel que me comería, al final siempre me inclinaba por el mismo una “sarita bañada de piñones”. ¡Uf! ¡Qué bien me sabía aquel pastel! -ahora, sin embargo, que podría saborear más de un pastel, no soy nada golosa-, y sobre todo tan grande y tan sabroso, al menos a mí me lo parecía. Los niños pasan del enfado a la felicidad en un “pis pas”, esa es la grandeza de la infancia; y yo después de engullirme aquel pastel, brincaba alegremente al lado de mi madre camino de  visitar a mi abuela.
    Cuando llegaba a casa de mi Tía Paquita -mujer cariñosa  y de maneras suaves-, ella me mimaba en demasía  y  me consentía todo, incluso me dejaba trastear en los cajones de mi prima Juani, unos años mayor que yo. Ella ya estaba en la edad de la adolescencia y me encantaba rebuscar entre sus cosas, y algunas de ellas caían en mis manos como el mejor de los tesoros; recuerdo unas gafitas de concha de color marrón de la muñeca “GUISELA” se las pedí a mi tía, y ella sin más me las dio, ocasionando  después el berrinche de mi prima. Tengo que reconocer que mi prima Juani también me mimaba porque yo era su ojito derecho, y aunque protestaba al final ella también me consentía.
    Mi abuela, mujer de un gran empaque, siempre muy repeinada con un moño lleno de ondas, su pelo muy blanco, aunque tenía partes de color limón; la recuerdo con una cara bondadosa y un deje andaluz de Jaén; esta manera de hablar nunca la olvidó, aunque gran parte de su vida la vivió en Ceuta. Creo que yo me parezco mucho físicamente a mi abuela Juana, porque mi padre era muy parecido a ella, y yo me siento tan igual a él, que por ende cuando veo alguna foto de mi ascendente femenino paterno, es decir, mi abuela,  me gusta imaginarme  verme reflejada en esa cara redonda y apacible. Me gustaría cuando mis cabellos peinen abundantes canas, tener el color tan bonito que tenía ella. Sí, creo que mis genes de la familia Bravo abundan en mí, y me siento orgullosa de ello. Me hubiese gustado tanto haber podido tenerla más tiempo, haber crecido con ella y haber podido mantener algunas conversaciones de su vida, de su historia, pero eso no pudo ser, el destino nos marca el sendero que debemos andar y ante eso no podemos hacer nada.
    Ella nos dejó un treinta de Diciembre, siendo yo todavía pequeña; emprendió el camino al más allá. Aún siendo muy pequeña sentí mucho su marcha, y en cierta manera aquella despedida hizo cambiar algo dentro de mí; sentí la ausencia de un ser querido casi por primera vez, sentí que los seres que queremos algún día emprenden el camino antes que nosotros, así es la ley de la naturaleza. Alguna tarde deseé oír la voz de mi madre y que me dijera: “anda date prisa en merendar que vamos a ir a ver a la abuela”; sin embargo,   la voz de mi madre, ya nunca más me trajo el recuerdo de los cabellos blancos y de color limón de mi abuela Juana; los  mensajes de mi madre me hablaban de que no me manchara la ropa o que no llegase tarde a casa; pero el mensaje que yo deseaba oír: "los cabellos blancos y color limón  de mi abuela Juana", ya, sólo estaban en mi corazón…

 

Conil, 22 de Agosto 2009        

Fini Castillo Sempere

 

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"LOLITA DE SOLíS", LA MIRADA BONDADOSA...

 

            Ya llevaba varios años viviendo en los pabellones de la J.O.P., y aunque todavía recordaba  mi patio, a sus gentes y el olor que desprendía el jazmín de mi madre;   me sentía parte de aquel lugar. Mis nuevos vecinos eran personas entrañables. Sobre todo recuerdo la bondad de la cara de “Lolita”, se la conocía como Dolores la de “Solís”, así se apedillaba su esposo, y en aquellos días era muy común denominar a las mujeres por los apellidos de sus maridos. Ella vivía en el segundo pabellón, en el último piso al final del corredor; era la madre de Afri y Mariló; amigas de la infancia, especialmente Afri que éramos de la misma edad; siempre andábamos juntas e incluso compartíamos el mismo colegio; por las mañanas hacíamos juntas el camino de ida y por las tardes el de vuelta. La escuela  por aquellos días tenía clases lectivas también por las tardes. Como iba diciendo, Lolita era una mujer  extraordinaria; la llevo en mi memoria de una manera especial por su bondad hacía las niñas; creo que conmigo tenía una afinidad especial. Tengo que reconocer que mi afecto hacía ella era grande, siempre tenía una palabra agradable para mí y para el resto de las niñas. Su casa siempre estaba abierta y nos recibía de  mil amores. Los días de lluvias ella, cedía su comedor y allí jugábamos a las costureras y confeccionábamos los vestiditos de nuestras pequeñas muñequitas. Ella siempre nos apoyaba dándonos las instrucciones precisa para que nuestra tarea saliera satisfactoriamente. Su pelo negro azabache enmarcaba una cara sonriente, sosegada, siempre agradable.
    Lolita, seguro que allá en las estrellas mirarás a tus hijas y a aquellas niñas que ya solo quedan en el recuerdo de unos días, unos años pasados y me sonreirás como lo hacías siempre, resaltando tu bondad en esa sonrisa. En el baúl de mis recuerdos infantiles, en definitiva de mi historia, te llevo en un apartado especial; simplemente porque así lo siento.
    Me sentía una niña feliz en aquel entorno, iba creciendo y mi mundo era aquel lugar, no necesitaba para nada salir de allí. Los niños y niñas nos sentíamos libre, la libertad propia que da el barrio. Después del colegio nos reuníamos en el llano, así denominábamos el lugar que había al frente de nuestras casas; era un lugar seguro, y allí, convivíamos tanto niños como mayores; era nuestro pulmón o quizás se ajusta más el concepto de corazón, si realmente creo que  corazón es la palabra adecuada, porque nuestras risas y juegos hacían palpitar a los pabellones de la J.O.P. ¡si, indiscutiblemente! ese lugar ha sido el caballo de batalla el de nuestra infancia.  
Cada tarde, al llegar a casa se oía en la radio la canción del Cola Cao, ésta decía así:

Yo soy aquel negrito
del África tropical,
que cultivando cantaba
la canción del Cola Cao.

Y como verán Ustedes,
les voy a relatar
las múltiples cualidades
de este producto sin par.

Es el Cola Cao desayuno y merienda.
Es el Cola Cao desayuno y merienda ideal.
¡Cola Cao, Cola Cao!

Lo toma el futbolista para entrar goles,
también lo toman los buenos nadadores.
Si lo toma el ciclista, se hace el amo de la pista
y si es el boxeador, bum, bum, golpea que es un primor.

Es el Cola Cao desayuno y merienda.
Es el Cola Cao desayuno y merienda ideal.
¡Cola Cao, Cola Cao!

 

    Así decía aquella canción, y mi madre canturreándola me preparaba una taza de Cola Cao calentito y un bocadillo de chorizo Revilla. Siempre merendaba a toda velocidad para salir cuanto antes a la calle, a la libertad de los juegos infantiles; mi madre nunca me dejaba salir con el bocadillo, ella era muy estricta en estas cosas, y hasta que no daba el último bocado no me dejaba levantarme de la mesa. ¡Uf! Se me hace la boca agua solo de pensar en ese líquido espeso y calentito; por desgracia me dio una alergia, no sabían de qué, y el médico me prohibió por un tiempo tomar aquella bebida tan sabrosa.
    Cuantas cosas agradables recuerdos de aquellos días, de estas personas entrañables que en cierta manera me vieron crecer y hacerme una mujer; ellas fueron testigos directo de mi evolución de niña a adulta. De este barrio maravilloso salí un día para formar mi propio hogar, y todas esas vivencias las llevo guardadas; todas ellas, en mi diario del recuerdo, y ahí cuando tengo momentos de nostalgias abro el libro de mi vida y me encuentro con tantas historias inolvidables; todos aquellos momentos, aquellas horas y aquellos días son la historia de mi niñez, adolescencia y parte de mi vida adulta, y por ello me siento orgullosa de haber formado parte de la historia de aquel barrio.
       Lolita, desde mi recuerdo te dedico estas palabras que me salen del corazón, y te agradezco todas aquellas sonrisas que me dedicaste, los niños siempre recuerdan las buenas acciones y en especial a las buenas personas, y tú, Lolita, eras una de ellas.

 

Conil, 22 de Agosto 2009       

 Fini Castillo Sempere

 

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LA INOCENCIA

 

     Como  cambia  la vida con el paso de los años. Cuando  una  es  pequeña,  sólo  tiene tiempo para jugar, para ver lo bonito, para sentirse respaldada en el seno de una familia. Los únicos temores son las reprimendas, en el caso de hacer alguna travesura y ser descubierta, por supuesto siempre o casi siempre intentando  pasar por inocente. En mi niñez, recuerdo que mi interés principal, era salir del colegio por las tardes; -en aquellos días, habían clases hasta la cinco de la tarde- llegar a casa lo más pronto posible, merendar el vaso de Colacao y el bocadillo que me había preparado mi madre y salir corriendo a jugar con mis amigas -mi madre nunca me dejaba salir a la calle con el bocadillo, y  hasta que no me tomaba el último trocito, no podía salir a jugar-. Intentaba tomar el bocadillo lo más pronto posible, para no perder ni un minuto de tiempo en buscar la libertad de mi barrio: “La Puntilla”. 
    Mi madre me hacía quitar el uniforme, para  que lo colgara en mi armario, así estaría listo para el día siguiente. El vestuario que usaba para jugar consistía en unos vestiditos de franelas  con dibujos a cuadros que me confeccionaba mi Yaya, los tenía de varios colores: rojo, azul, y rosa. Todavía puedo sentir, la suavidad de aquel tejido en mi piel. Mis “zapatos gorilas”, mi fiel compañero, sólo me los quitaba para dormir. Una vez que había tomado mi suculenta merienda y me había cambiado de ropa, ya podía salir a jugar a la calle, eso si, con un montón de recomendaciones de mi madre: «No te subas a ningún sitio peligroso, no vayas a los gallineros, ni te pelees…». Y así sucesivamente. Yo siempre le contestaba lo que ella quería oír, que casi nunca correspondía con mis hazañas.
    En mi nuevo barrio, me encontré con muchas familias entrañables, sobre todo la más cercana a mí, bien por cercanía a mi casa, o por ser amiga de sus hijos. Aunque echaba de menos mi antigua casa, y mi patio con olor a “jurelitos al espeto” del Chache, a la fragancia del “jazmín de mi madre”, y aquellas tardes de reuniones de mujeres apoyadas en los “librillos amarillos”, o aquellos “barreños de zinc”, ubicados en las puertas de cada casa; escuchando las radionovelas. Tengo que confesar que estaba contenta con mi nueva vecindad, allí se me hacía un mundo nuevo y más libre, porque mi edad era ya para descubrir por mi misma y con mi panda de amigas, nuevos parajes de los alrededores.
    Por un lado estaba la Hípica, ésta quedaba detrás de lo pabellones, mis amigas y yo, íbamos por aquella cuesta que estaba  plagada de palmeras, las cuales daban sus frutos; unas palmichas muy sabrosas, y allí subíamos a cogerlas, a golpes de pedradas las derribábamos, para después saboréalas. Recuerdo un día que fueron tantas las que comí, que por la noche me dio un cólico y me puse bastante enferma, por supuesto no le confesé a mi madre de donde provenía aquel mal, porque hubiera tenido el dolor horroroso de barriga, más la reprimenda de ella; además no le quería dar pistas, que después se volvieran en contra mía.
            Al otro lado estaban unas viviendas que denominábamos “ las Barraquillas!  Y más arriba en la cima de un pequeño montículo se encontraba la residencia “Galera”, residencia militar. Allí estaba ella, con su agua tan clara; era una piscina, para el disfrute de aquellas personas, me refiero a los socios, todos eran militares y familiares. Nosotras, cuando llegábamos arriba, asomábamos a hurtadillas, nuestras pequeñas cabecitas; aquella imagen, era poco más que el paraíso. ¡Una piscina! Aquello no estaba a nuestro alcance, por tanto aquel cuadrado lleno de agua azul, lo teníamos idolatrado, y cada vez que podíamos, subíamos a hurtadilla a contemplar aquella maravillosa belleza. Si me hubieran propuesto votar en aquellos días, cual era para mi, una de las maravillas de mundo, de seguro que hubiera dicho: “La piscina de la Residencia Galera” ¡Qué tiempos aquellos! Tiempos de grandes diferencias sociales. Cuanta inocencia…de no saber por aquellos entonces, que  había personas que podían disfrutar de muchas cosas, de tantas y tantas que nosotros ni soñando hubiéramos podido en aquellos años. Solo una cosa era el denominador común de la sociedad en general: “la falta de libertad”, aunque para algunos eso no era un problema, se movían en una ambiente afín a sus necesidades.
            Como dije al principio, como ha cambiado todo. Seguro en algunas cosas para mejor, en otras tengo mis dudas. Lo que si es verdad, que no podemos comparar, porque son momentos muy distintos; en tan poco tiempo, un puñado de años en la historia de la humanidad, no es nada, sin embargo todo está como vuelto de revés, -claro comparando-, por mucho que no se quiera comparar, eso es imposible; porque a nosotros, a los que éramos unos niños de los cincuenta, nos ha tocado vivir con dos modelos de sociedad, y eso, si que no tiene vuelta de hoja. Sí, hemos sido afortunados de vivir a caballo entre dos mundos, dos era, dos siglos,  y no se cuantas cosas más. Indiscutiblemente, hemos sido afortunados…

           

Ceuta, 2 de Febrero 2009.            

Fini Castillo Sempere.

 

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LLEGA LA NAVIDAD    

                              

         En aquellos días la gente parecía diferente, todo el mundo se saludaba muy amablemente; era como si hubiera pasado una ráfaga de bondad y amabilidad por el vecindario. Yo realmente no sabía lo que pasaba; mi corta edad me inhabilitaba para comprender aquel fenómeno, pero de lo que sí estoy segura es que, los comportamientos eran diferentes, existía más comunicación entre las personas, sobre todo con los vecinos, que nos unía una relación casi familiar. Con el tiempo supe que era el “Espíritu navideño” lo que hacía cambiar a las personas y desearse constantemente felicidad en esos días tan señalados, donde la rememoración del nacimiento del Salvador nos hacía a todos más caritativos. Incluso llegaban a la puerta de nuestras casas el “cartero y el barrendero”, con unas postalitas donde se representaba la figura de un hombre vistiendo el uniforme propio de la profesión y unas letras grandes donde  felicitaban la Navidad; por supuesto era un trueque: felicitaciones y tarjetas, por algún “aguinaldo”, que generalmente no eran cuantiosos debido a los bajos sueldos de la época; siempre se destinaba alguna calderilla para ayudar a la economía de aquellos profesionales, era lo propio en aquellos días de necesidad. Recuerdo que los donativos se hacían de mil amores; era una costumbre, y como sabemos la costumbre se hace ley, y el aguinaldo tenía un papel importantísimo por aquellos años. ¡Cómo ha cambiado todo!, antes con menos, los vecinos colaboraban de buen grado a hacer la vida de los demás más agradable, a eso le llamo yo “Solidaridad”
    En honor a la verdad, tengo que decir que tanto los empleados de la limpieza, (la denominación de barrendero ya no se usa) y especialmente los carteros tenían una tarea muy ardua en esas festividades. En aquellos años no existían los correos electrónicos, ni los móviles, y el sistema de comunicación básicamente eran “las cartas” Se acostumbraba a felicitar las Navidades con postales y crismas con motivo del nacimiento de Jesús. En mi casa esa costumbre se llevaba a “raja tabla”, mi padre era el encargado de este menester y hacía una lista con los nombres de todas las personas que tenía que felicitar. A mí me encantaba ponerme a su lado y ver todas las postales que escribía, de igual manera  disfrutaba viendo las que le llegaban a él.
Como iba diciendo el “espíritu navideño” se parpaba indiscriminadamente; la calle Real era testigo de ello, no solo se dispensaban saludos navideños los conocidos, sino cualquier persona que se cruzara por el camino; era la seña de identidad del mes de diciembre. Después de esas fechas, todo volvía a la normalidad, se guardaba el “espíritu navideño” en el baúl de las festividades hasta el próximo año, que como un ritual se iniciaban todos los estereotipos nuevamente.
    A mí me encantaba ir con mi madre a la tienda de Andrebé, ella, al igual que todas las madres, compraba diariamente lo que necesitaba. Aquel comercio  se había convertido para la vecindad en el punto de encuentro para muchas mujeres, así podrían comentar las novelas radiofónicas que habían oído la tarde anterior en el calor del brasero o copa, confeccionada con cisco y carbón. Ya quedaba poco para el día veinticuatro y era hora de comprar un kilo de  polvorones, rosquillos de vino y alfajores; sin olvidar las tabletas de “turrón de jijona del blando y del duro” estos productos  los vendía Andrebe. La balanza, en aquellos días era fundamental en una tienda de comestible; todo se compraba al peso, y dichosos los que podían llevar a sus casas varios kilos de aquellos manjares navideños; era lo que había. En cuanto a las bebidas se compraba una garrafita de vino blanco y otra de tinto en “Borras” en relación a los licores lo habitual era coñac, anís, ponche y sidra para brindar en Noche vieja.  Estos licores también se dispensaban a granel, era normal que se comprara también así ya que el precio era más asequible.
    Es increíble, como ha evolucionado la vida en tan poco tiempo, ¿Qué significan cuarenta,  cincuenta o cien años en la historia de un pueblo? Nuestros antepasados no han percibido cambios sustanciales en sus vidas con respecto a las normas, creencias, estilos, valores. Sin embargo nosotros hemos vividos en dos mundos; nuestras generaciones han sido testigos directos del cambio tan significativo que ha habido en los últimos cincuenta años, y especialmente en los últimos veinte años, ha sido increíble el avance   de la tecnología. Mi tatarabuelo, mi bisabuelo y mi abuelo, jamás hubiera creído en la existencia de Internet, ni en los teléfonos móviles, ni en tantas cosas… Mis nietos tampoco creerán que sus antepasados recientes no hayan conocido la telefonía móvil, que guisaran con carbón, y que no tuvieran luz eléctrica, y se alumbraran con faroles de gas. ¡Cuántos cambios en tan poco tiempo!
En estos días que vivimos, en las celebraciones navideñas, hay tanta variedad de productos, hay tanto de “todo”, que sólo nos preocupa no comer de “nada” para mantener la línea, esta es la incongruencia de la vida. Cuantos más exquisiteces tenemos sobre la mesa, más nos preocupa la línea y peso, hay personas que desprecian los manjares, porque temen coger un gramo de peso, sin embargo en el tercer mundo no existe ese problema, allí en la otra parte del globo terrestre, ¿cuánto darían por un litro de agua y un kilo de arroz?; ¡Dios mío, injusticias de un mundo injusto!
     Me quedo con la imagen de un día del mes de diciembre en aquella tienda de ultramarinos, donde había varias cajas de dulces navideños: polvorones, rosquillos de vino, envueltos en papeles blancos y con filos de colores y alfajores envueltos en papeles trasparentes de colores vivos: verdes, rojos, azules, amarillo ocre, rosa. Y yo siendo una niña me quedaba extasiada mirando aquella maravilla, y mi madre con todo su amor me decía: hija, elige lo que te guste, y yo señalaba con mi mano infantil aquel carrusel de colores, y Andrebé con mucha parsimonia ponía en la romana aquellos pastelillos navideños, y una vez envueltos, cogía de la caja un par de alfajores y los depositaba en mis manos con un gesto de cariño navideño. ¡Qué buena persona es Andrebé, y lo digo desde el conocimiento, porque los niños tienen un sexto sentido, y estos guardan en sus corazones de por vida el cariño de las buenas personas, los niños en estas cosas no se equivocan, y en mis recuerdo de infancia él tiene un lugar preferente.

 

 

En Ceuta, a 2 de Junio 2009                      

Fini Castillo Sempere

 

 

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INOCENCIA ROTA

 

    Aquel día descubrí tantas cosas, hoy solo el pensarlo me raja como un filo de cuchillo el recuerdo de aquellos días de inocencia, de infancia detenida en las bocas de aquellas adolescentes que como una aventura me descubrieron la verdad de mis fantasías; fantasías de Reyes de Oriente, y ratón Perez,descrubrí la verdad desnuda, que hirió como una lanza mi ingenuidad, ahí se quedó prendido mi mundo de fantasía, de brujas y hadas, de calabazas que se convierten en carrozas y tantas y tantas ilusiones de niña.
    Me quedé sorprendida, casi con la boca abierta, dude en varias ocasiones si era verdad lo que me decían; pero en el fondo de mi corazón sabía que ellas no mentían, quizás fueran ellos, mis padres los que realmente me mintieran. Ahora en el tiempo pienso que aquello no me gustó, ¿como era posible que ellos me engañaran  sobre algo tan importante? en aquel momento no me di cuenta, pero sé que se me derrumbó un mundo lleno de colorido y fantasía, un mundo mágico donde solo con cerrar los ojos podíamos viajar y atravesar cualquier límite que se nos pusiera en el camino; podíamos ir al bosque y encontrarnos con una casita de chocolate, y ver un ogro con un solo ojo; podíamos creernos tantas cosas, que después de aquel día ya no era posible, si, realmente aquel día se quedó prendida mi inocencia en algún arbusto del camino del bosque; un camino ya sin retorno.
    Llegue a casa y  miré a mi madre con detenimiento, pensé por un momento preguntarle sobre la verdad de mi descubrimiento, pero no me atreví porque se podía enfadar, y era lo menos que quería hacer en fechas tan cercanas a la llegada de los Reyes Magos, quedaban solo tres día para tal acontecimiento. Mi cabeza estaba hecha un lio, por una parte creía a aquellas niñas mayores, y por otro quería creer en lo que decían mis padres, no permitiría que mis dudas enfadara, en caso  de que  fuera verdad a los Reyes  por mi desconfianza,  y como consecuencia no me dejaran ningún regalo.
    Esa misma noche, en la penumbra de mi cuarto y en la soledad de mis pensamientos  no podía dormir, mi cabeza le daba vuelta a lo mismo, ¿serían los Reyes Magos de verdad, o serían los propios padres los que dejaban los regalos? Ya no podía aguantar más y decidí investigar, me levanté de la cama con sumo cuidado, me introduje en la habitación de mis padres y busqué en el interior del armario por si encontraba algún paquete que indicara alguna pista sobre mis dudas; cuando estaba en ello, sentí un ruido, y me quedé petrificada de pánico, sería terrible  que mi madre me descubriera buscando en el armario. Pasé unos segundos horribles que me parecieron horas, mi madre se alejo sin sospechar nada y yo salí corriendo de allí y  me zambullí en mi cama, entre las mantas, tapándome hasta la cabeza, todavía temblaba de miedo; en ese momento comprendí que aún no era el momento de investigar nada, lo dejaría Para otro año, quizás el próximo ya sería lo suficiente mayor para descubrir la verdad. Cerré los ojos y me dejé llevar nuevamente y sin darme cuenta al mundo de los sueños, y soñé con la cocinita que me traería los Reyes Magos y con mi muñeco de goma, que cada año me traía mi querido  Melchor, reencarnado en mi tita Tere; era ella la que cada año lo compraba para mí en la tienda en la que trabajaba, y es a ella a la que debo tantas horas de juegos infantiles con mi querido muñeco de goma. En mis sueños vi a los tres Magos de Oriente cabalgando en sus camellos, detrás de una gran estrella que les guió hasta la puerta de mi casa.

 

    Ceuta, 9 de Enero 2010
        
                                                                        Fini Castillo Sempere.

 

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                                  HOY HE SOÑADO QUE…
                                                                                         “Gracias por enseñarme tantas cosas”

 

    Cuantas veces pienso en la inmensidad del mar, y me siento tan pequeña, tan pequeña como una gota de agua fría perdida en los océanos; pero aún me pierdo más cuando pienso en el tiempo, y me pregunto: ¿Qué es el tiempo realmente? Y se me antoja describirlo como horas, minutos y segundos encerrados en un reloj, y cuando sigo pensando en las horas pasadas, esas que quedaron ancladas en algún lugar, no me queda más que pensar que aquellos segundos de nuestras vidas, quedaron enmarcado en un viejo reloj, que casi en nuestro olvido quedó guardado en un rincón de la casa, o quizás en el bolsillo de un viejo abrigo, o tal vez en un antiguo cajón de un mueble ya en desuso.
    Hoy he paseado sobre las nubes, y el espectáculo que he presenciado me ha maravillado; el día estaba gris, el cielo se mostraba encapotado entre nubes blanquecinas. Éstas  corrían a la velocidad vertiginosa que les marcaba el viento de levante tan habitual en el Estrecho; hoy soplaba con gran furia, riñendo en su insolencia descarada todo lo que se le pusiera a tiro. Nuestro atrevimiento fue mayúsculo al desafiarlo, y una ráfaga violenta rozó el aparato volador; mi respiración se contuvo por un momento; el miedo me invadía, porque no soy de volar, prefiero tierra firme; pero si no hay más remedio, alguna que otra vez desafio la inseguridad y me embarco en la aventura. Como he dicho anteriormente, el tiempo no acompañaba al paseo por el cielo; pero como de todo hay que sacar el lado bueno, miré a mi derecha, hacía arriba, y descubrí que entre dos grandes nubes grises, se abría un camino, y de el salían unos rayos plateados que se irradiaban en el mar, formando  unas figuras geométricas.  Desde la distancia mi imaginación quiso ver  la cara de un ser grandioso; me recordaba  la imagen que representaban a” Dios” en los libros de texto cuyo tema era la religión católica. Por un momento, solo por un momento sentí la inmensidad del cielo, del cielo que mis ascendientes me han enseñado con tanta devoción .En ese instante el miedo que sentía se disipó y me encontré en una comunión indescriptible con algo tan superior que envolvió mi alma. Al  momento, viaje por unos instantes a mi tierna infancia, y me encontré con mi abuela;  ella,  con el empaque que la caracterizaba me  hablaba del” Dios Creador y de su  de su hijo Jesús”, y me acordé de la plegaria que me hacía decir todas las noches: “Jesusito de mi vida, eres niño como yo por eso te quiero tanto y te doy mi corazón, ¡tómalo, tómalo, tuyo es y mío no! Después cogía mi pequeña mano y guiándomela me santiguaba, terminando con un amén y un beso suyo en mi mejilla, esta acción la repetía mi madre, lo cual dormía con la bendición de las dos mujeres más importante de mi infancia. Mi abuela, mujer piadosa gustaba de contarme historias, que yo agradecía mucho, a mi me gustaba escucharla y nunca tenía bastante; siempre quería que me contará más y más. He de reconocer que  me han gustado siempre  los cuentos y leyendas, quizás de ahí venga mi afición a la lectura.

                         «Cuatro esquinitas tiene mi cama,
                          cuatro angelitos a mi me guardan…»

    Esta es otra de las oraciones que  mi abuela me hacía repetir cada noche. Cuando “alguien” se atreve, se para y se  se sumerge en los recuerdo, nos encontramos un mundo nuevo, no desconocido porque es un tiempo vivido, vivido por uno mismo en distintas etapas de la vida, y he descubierto que solo hay que pararse y cerrar los ojos, y es entonces cuando nos encontramos a ”nosotros mismo”, porque no somos el presente, somos algo más que eso, somos un compendio de vivencias pasadas, presentes y posibles futuras, y pobre del que no quiere reconocerlo así, porque estaría incompleto. A veces para entendernos y entender nuestros comportamientos no queda más que reconocernos, mirar hacía el pasado, hasta nuestra tierna infancia e ir tirando del hilo de los recuerdos y seguro que descubriremos tantas, tantas cosas, y especialmente viviremos de nuevos los besos y arrumacos de nuestros padres; esos besos que quedaron guardados en algún rincón de nuestra alma y que de vez en cuando hay que desempolvar para  volver a sentirlos, porque nuestro corazón no entiende de edad, siempre es niño y necesita de las caricias ya casi olvidadas de nuestros seres más queridos, ¡nuestros padres y abuelos!


    «Ángel de la guarda,
    dulce compañía,
    no me desampares,
    ni de noche ni de día,
    porque me perdería.» 

 

       Ceuta, 27 de Enero 2010      

                                                                            Fini Castillo Sempere.

      

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                                                     “A MI AMIGO MANOLO”

 

            A mi me toca escribir esta historia, que de real pasa a nostálgica. Cuando hablo de nostalgia me refiero a todos nosotros, los niños/as del los años cincuenta, eso éramos nosotros, esos niños que siempre van a recordar a un buen hombre, que con su anafe, su gran cacerola, unas almendras y mucha, mucha azúcar hizo feliz a muchos niños, al menos mientras el sabor meloso y dulce quedaban en sus paladares. Recordarte, porque si hacemos trabajar nuestra memoria, allí, en aquella palmera del paseo, como una visión estarás  como parte de su historia, y como no podía ser de otra manera estarás siempre en nuestros   corazones. ¿Quién no se acuerda de Manolo?  ¡Si!, ese buen hombre, que ejercía de policía local, y además hacía las mejores “Garrapiñadas del mundo”. ¡Si! Manolo, todos nosotros nos acordamos de ti; de esos cartuchos blancos que rellenabas con esas almendras garrapiñadas, ¡uf! Que estaban para quitarse el hipo de un mes. -Y que me cuentas del piñonate-, que a veces te atrevías a traer, como un niño malo, y nosotros  nos peleábamos para conseguir un poco de semejante manjar, almíbar de dioses, con esos piñoncitos introducidos en esa lava embriagadora, ¡vaya, que se me hace la boca agua, con solo recordarlo!

            Manolo, tu eres el culpable, que todos nosotros le pidiéramos a nuestras madres unas monedas, porque no podíamos soportar ese aroma cautivador que nos envolvía, y no consumir semejante exquisitez. Menos mal que a esa edad, con nuestros juegos y actividad, de niños incansables quemábamos todas las calorías, y nuestra preocupación no era, coger unos kilitos de más, con esas garrapiñadas bien repletas de azúcar; ingrediente que hoy con nuestra edad, más de una lo tiene prohibido, por miedo al “engorde” o alguna que otra enfermedad, ¡cosas de la edad!...

Quién me iba a decir a mí, Manolo, que con el tiempo, representaría contigo un sainete de los hermanos “Álvarez  Quinteros”, nada menos que en el salón de actos del Ayuntamiento, con una presencia de más de trescientas personas, cada vez que lo pienso me azoro. Tengo que decirte que esa experiencia para mí fue maravillosa. Interpretamos “La seria”, me diste un ejemplo de constancia, con decirte que tú, aprendiste el papel antes que yo, llevándome unos cuantos años de diferencia, y fuiste tú, quien me convenció para que llevara a cabo ese sainete contigo, y, ahora me alegro, porque fue una experiencia muy gratificante; además lo pasamos en grande, sobre todo cuando finalizó y nos envolvieron los aplausos de todos los que se atrevieron a ir al salón de actos del Ayuntamiento.

            También tengo que decirte entrañable Manolo, que tus chistes son famosos, y con ellos y tu gracia al contarlos, nos has hecho pasar unos ratos muy agradables, sobre todo en los viajes que desde el Centro de Servicios Sociales cada año preparamos para los mayores, Cuando recuerdo tus chistes con mi hermano Manolo, mis hijos y sobrinos, nos morimos de risa, las carcajadas se escuchan hasta en el “Puente Cristo”, sobre todo con el chiste del “loro que se metía con el tuerto”…..¡que gracioso! Cuantos ratos agradables nos has hecho pasar con tus historias, tus sainetes, tus chistes y sobre todo con tus “ricas Garrapiñadas” las mejores del mundo. Ya eres famoso Manolo. Estas escrito en la historia de este bendito Pueblo: CEUTA, como el mejor “Garrapiñera del mundo”, pero sobre todo en letras de oro tu nombre “MANOLO” y al lado unas letras que digan: “Una persona entrañable y buena”.

 

    Ceuta,20 de Abril 2008 

            Fini Castillo Sempere.

 

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   SUEÑOS INFANTILES

 

    Hoy siento la nostalgia de aquellos años de niña, cuando la ilusión al levantarme por las mañanas, después de una noche llenas de sueños llenos de fantasías. Soñaba con Alicia en el país de las maravillas, con el conejo y con aquellas cartas parlanchinas.  Sueños terribles cuando pensaba en Pinocho y aquella ballena enorme se lo tragó. Recuerdo que aquel sueño me despertó con gran angustia y envuelta en sudores; otro detalle que me impresionó mucho, eran los niños raptados que convertían en burros; si,  aquello me asustó por mucho tiempo. Mis sueños de princesas me traían sensaciones agradables, y eso contribuía a soñar despierta con que algún día vendría a rescatarme algún príncipe azul, de aquellos cuentos maravillosos que a mí me deleitaban.
    Los sueños solo son sueños, y rara vez se hacen realidad, los príncipes azules no existen, ni conejos que hablan, ni siquiera Aladino tenía una lámpara maravillosa, porque si así fuera, ya se la habrían robado hace mucho tiempo; esa es la realidad cruda. Gracia a los cuentos infantiles, los niños  y niñas pueden soñar con tantas cosas fantásticas; los adultos no tienen esa capacidad. Desde que nos enteramos que los Reyes Magos son nuestros propios padres, y que el Ratón Pérez también son ellos, se nos acabó la magia de la inocencia infantil. Y yo me digo “que pena” se podría alargar más  el tiempo de fantasía, pero casi siempre son los niños los que descubren  la  verdad, los que  descubren los secretos a los más pequeños. Es así, ¿quién calla a un niño que ha descubierto la verdad?
    En mi casa, la noche de Reyes es especial todavía, porque realmente ellos nos visitan en nuestra parte más inocente, en la de niños; siempre hay que creer en sueños, porque a veces las realidades son duras y hay que dulcificarlas con los terrones de azúcar de la inocencia y la fantasía, y así se quita en cierta manera el sabor agrio de la violencia, el paro, las injusticias y tantas otras sin razones que invaden el mundo en el que vivimos; el mundo que hemos creado nosotros mismos.
Cuando era niña quería crecer en estatura y en años, ahora que soy mayor quiero seguir creciendo como persona y me encantaría ir decreciendo en años, quizás Aladino con su lámpara maravillosa consiga hacer realidad mis deseos, quizás…

    Ceuta, a 28 de febrero 2.010 

                                                           
Fini castillo sempere.

 

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DOMINGO DE RAMOS

    Mi ciudad olía a Semana Santa, se acercaba el día señalado, donde todos los niños y niñas estrenábamos algo, me refiero al Domingo de Ramos; era el inicio de la primavera. Por aquellos días existía un dicho: “Domingo de Ramos, quien no estrene algo, se le caen las manos” y allí estaban nuestras madres, haciendo equilibrios económicos para poder comprar aquellos zapatitos blancos, calcetines, rebeca… y el que podía, hasta estrenaba ese día muda nueva. Todos los de mi generación sabrá de lo que estoy hablando, algunos con más esfuerzos que otros, pero casi todos teníamos algo nuevo ese día; aunque fuera unos calcetines blancos. 
    Mi madre me vestía con sumo cuidado, me tenía preparado para la festividad, un vestido blanco y como era costumbre almidonado, de batista perforada; me peinaba y me perfumaba con agua de colonia que le había comprado al “Tarara” -vendedor ambulante y poseedor de una caja de madera, donde portaba las mejores fragancias que se vendían en la ciudad-. Ahora sé que ella se sentía muy orgullosa de su pequeña niña, que siempre la llevaba inmaculada. Su frase siempre era después de vestirla: “hija, ten cuidado y no te manches” Aquel vestido precioso, a partir de aquel día; sería usado en todos los días especiales, tendría que durar hasta el año próximo, que de nuevo el ciclo del estreno se haría presente. Hoy sin embargo ha cambiado todo tanto, que las tradiciones han quedado relegadas, ya no hay que esperar a situaciones especiales para estrenar indumentaria;  hay tanta ropa en los armarios que incluso es difícil mantener el orden… ¡Son otros días, otros tiempos!
    Una vez preparados mis hermanos y yo, mis padres también con sus mejores galas, salíamos de paseo a ver la procesión. Paseábamos por la plaza de África y ya se olía a la flor de azahar; fragancia exquisita propia de lugares bañados por el mediterráneo. El  Ayuntamiento en aquellos días estaba adornado por los naranjos amargos, que hoy impregnan mis recuerdos. Yo no comprendía el motivo de todas aquellas naranjas sobre el pavimento, algunas reventadas y espachurradas por el suelo; con lo ricas que están las naranjas- pensaba- y al preguntarle a mi madre el porqué del desperdicio de aquella fruta jugosa, me decía: «Esas naranjas no sirven para comer, son amargas» yo levantaba los hombros y accedía a lo que me decía, pero seguía sin comprender el por qué esas naranjas eran amargas.
    Al final de la calle, vi aparecer a un vendedor, llevaba un palo largo de madera, y casi al centro un soporte con muchos boquetes y cada uno de los orificios llevaba insertado un pirulí de colores, envueltos en papel transparente; por supuesto la boca se me hacía agua al pensar en aquel almíbar de colores. Como era preceptivo mi padre me compró el pirulí ansiado de color rojo frambuesa.
    No había trascurrido mucho rato y cuando pasábamos por el Puente Almina, descubrí a aquel hombre de pelo negro rizado, que año tras año portaba una canasta de mimbre, un corcho donde ensartaba  alfileres,  papel de estraza, o recortes de periódicos con el objeto de envolver aquel manjar.  Dentro de esa canasta estaban aquellos “burgaillos” tan exquisitos; como también era tradición mi padre me compró un “cartucho” de aquellos caracoles marinos tan propios de nuestra tierra.
     Una tarde de Semana Santa, no hace muchos años, vi a un hombre mayor, con pelo canoso y rizado, a su lado observé una canasta de mimbre, era él -pensé- seguía con la vieja tradición de antaño, lo observé en la distancia y por un momento me sentí como aquella niña vestida de blanco de almidón. Al volver a mirar aquel hombre ya no estaba, quizás se marchó a otro rincón a vender los caracolillos marinos, o quizás solo estaba en mi imaginación de niña adulta…
    Recuerdo de mi niñez en aquellas tardes de primavera, los niños nos sentíamos complacidos con aquellas “pequeñas cosas”, que ahora en el recuerdo, me parecen las mejores  que mis padres me podrían ofrecer en una tarde de Domingo de Ramos.

    17 de Julio de 2009-07-17                 

Fini Castillo Sempere.

 

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CUANTO TE EXTRAÑO
                                                                                                  “Algún día en tu espalda me llevarás a los cielos”


    He crecido, he crecido tanto, hace rato que me di cuenta, hace años que a mi cabello lo tengo engañado, hace tiempo que se tornó plateado; y en mi coquetería le doy un barniz de color para suavizar el paso del tiempo.
    Hoy más que nunca lo echo de menos, creí que el tiempo desdibujaría el recuerdo, pero ha sido al revés, ahora lo añoro más, añoro aquellos arrumacos, esas palabras de cariño que día a día me decía, añoro tantas cosas. Quizás la pena de no tenerlo cerca, de no poder volver a verlo se haya suavizado, pero la añoranza se ha incrementado, lo echo tanto de menos…
    Nacemos, crecemos y morimos, dicen que es ley de vida, pero qué difícil es hacerse a la idea de no volver a estar con las personas que se quiere. El bálsamo del consuelo es fundamental para poder afrontar estas cosas, pero es duro, muy duro y es inevitable.  Los padres deben emprender el camino y dejar aquí su huella a través de los hijos, o personas cercanas.
    Mi nostalgia me ha trasladado a aquellos días felices. En mi casa todos los días se comía a las dos de la tarde, era un ritual; mi padre sintonizaba el transistor con las noticias de la BBC, Gibraltar. Nosotros, me refiero a mi madre y hermanos, estábamos enterados de todo lo que ocurría en el mundo, gracias a esa emisora poco recomendada por el régimen. Durante la comida mi padre estaba pendiente de lo que aquel pequeño aparato decía, y si nosotros hablábamos él con gran energía hacía sifffff poniéndose el dedo índice sobre los labios; una vez finalizada las noticias que le interesaban podíamos retornar los diálogos, que casi siempre eran preguntas sobre el colegio y las notas, cosa que a mí me ponía muy nerviosa, porque temía que me hiciera alguna pregunta de geografía, historia o calculo y fallar, él tenía una cultura tan grande, gracias a su afición por el estudio.
    Siempre me he sentido una niña feliz, he tenido una gran familia, y el paso del tiempo me ha ratificado que era así, porque cuando se es pequeña esas cosas no se aprecian, se ven con normalidad; pero con los años se valoran hasta las pequeñas cosas, los mínimos detalles y especialmente los sacrificios de los padres para que a sus hijos no les faltara de nada. Así ha sido mi familia; mis padres han carecido de cosas para darnos a nosotros la mejor  educación y formación académica adecuada para que nos pudiéramos defender ante la vida, y creo que lo han conseguido. Y en cuanto a valores, ellos son mis referentes.
    Exigente, realmente era muy exigente en relación a las notas, cuando llegaba el final de la evaluación ya me ponía en tensión, tenía que aprobar todas sino ya sabía que me enfrentaba a una buena regañina, ahí era inflexible, quería que nosotros le superáramos en conocimientos, tarea muy difícil, porque como he dicho anteriormente tenía una gran cultura general. Era tan estricto y a la vez tan entrañable, y sobre todo una buena persona, ese valor lo acentúo y subrayo.
    Algunas veces sueño con aquellos días, menos de lo que yo quisiera; así que abro el cofre donde tengo a buen recaudo mis vivencias, y evoco pasajes de mi niñez, mi infancia, y me recreo en ellas. Hay veces que solo con cerrar los ojos me traslado a un día cualquiera de verano, y me veo  a la espalda de mi padre, él me llevaba así por toda la playa del chorrillo, de punta a punta nadaba con fuerzas, y yo estaba orgullosa de tener un padre tan atleta.  
    Hoy es un día especialmente nostálgico para mí, no sé por qué motivo o razón, pero es así, quizás porque cuando miro a mi madre, ya muy anciana, a  él lo siento muy cerca, y hoy domingo mi dedicación  a ella es mayor; aquí me encuentro entre mi madre, y la ausencia física de él, solo física, porque siempre está conmigo, así lo siente mi corazón.

 

Ceuta, 27 de Junio 2010            

Fini Castillo Sempere.

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MUELLE COMERCIO
                                                                                    “Al recuerdo de aquellos 16 de Julio de antaño”

 

    Todavía recuerdo aquel olor característico a barcos, olor a marineros, redes, gasoil, petróleo, recuerdo aquellos atardeceres desde lo más alto del muelle comercio mirando a “la Mujer Muerta”. Aún dibujan mis recuerdos aquellos días, cuando mi padre me llevaba al Muelle Comercio, allí atracada estaba la pequeña “traíña” un barquito de pesca propiedad de mi padre, que adquirió con muchos esfuerzos, pero con el objetivo de que le ayudara económicamente a criar a sus hijos, poder mandarlos a la península para que adquirieran estudios universitarios. Eran años duros, y había que buscar recursos más allá de un sueldo que no daba para esos menesteres.
    Calentamiento de cabeza, idas y venidas trajeron aquel pequeño barco, pero también la satisfacción para mis padres de conseguir el objetivo marcado; allá en la península tres niños alcanzaron el sueño de un hombre que siempre luchó con uñas y dientes porque sus hijos se formaran, y él lo consiguió porque los valores que les trasmitió quedaron anclados en lo más profundo de sus almas.
    El muelle Comercio, ese muelle marcado en mis sentimientos por muchos motivos y razones, hoy está distinto; ha cambiado la fisonomía. Ya no existe la muralla donde los pescadores apoyaban sus espaldas a golpes de contar historias, hablar de todo lo que querían y deseaban; aquel muro era un mundo de hombres, hombres con la cara morena de tanto sol, mar y viento; lobos de mar que hablaban de sus hazañas, unas ciertas, otras exageradas; sus roncas voces  las oigo en mis recuerdos como las mejores melodías, canticos de sueños y esperanza. Hoy cuando miro hacía aquel lugar, extraño aquellos días,  aquellos hombre rudos por la fuerza del mar, extraño a mi padre en aquel lugar, extraño tantas cosas… 
    Esa noche no dormí, el nerviosismo me podía, mi casa respiraba distinta, se celebraba la festividad de la Virgen del Carmen, y la pequeña “traíña” saldría adornada como el resto de los barquitos para acompañar a la Virgen.  Como no podría ser de otra manera mi padre me llevaría en la procesión marinera a bordo del “Charrán” así se llamaba nuestro barco que ese día lo engalanaban precioso para el esperado paseo. Multitud de barquitos acompañaban a la Virgen, las sirenas de los barcos mercantes atracados en el puerto no paraban de sonar; era un momento mágico, sobre todo para una niña que siempre dimensionan las emociones.  Los fuegos artificiales casi rozaban nuestras cabezas; ¡qué emoción sentía! Hoy ha cambiado todo tanto, ahora sería impensable que aquellos pesqueros salieran como lo hacían antaño, quizás sin medidas de seguridad. Yo sigo pensando en aquellos días, donde las tradiciones primaban sobre otras cosas, donde los niños disfrutábamos en aquellos días del paseo por mar acompañando a la Virgen, a una Virgen que nos protegió porque nunca pasó una desgracia en aquel alboroto marinero.
    Hoy irremediablemente cuando llego a la plaza de la Constitución me paro, dirijo mi mirada hacía el antiguo muelle de pescadores y mi imaginación vuela por unos instantes a aquellos días cuando era niña, y huelo de nuevo la sal que desprendían los vientos, daba igual cual fuera, si levante o poniente. Mi olfato se impregna de olor a redes y gasoil; mis oídos nuevamente oye aquellas rudas voces de hombres curtido por el salitre de nuestros mares, oigo sus risas, y siento sus ilusiones; siento el sudor del trabajo duro de aquellos días, y siento el amor que le profesaba mi padre a aquellos muelles que por años recorrió palmo a palmo. Cuando miro al Muelle Comercio, siento tantas cosas…

                                              
     Ceuta, 10 de Julio 2010 

                                                       

Fini Castillo Sempere

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                                     LA INOCENCIA PÉRDIDA
                                                                                                          “La magia siempre debe existir en los corazones,                                                                                                             tenedla como un lindo tesoro”

     Aquella niña compartía mis horas de enseñanzas en un colegio de religiosas las “Reverendas Hermanas Adoratrices”, allí pasé mi primera infancia y fue allí donde mi compañera junto con otras niñas me abrió los ojos sobre muchas cosas. Mi inocencia se fue deshojando pétalo a pétalo como el enamorado deshoja una margarita para saber si su amada lo quiero o no. «Los Reyes no son los Reyes» -dijo-, me lo ha dicho mi prima, todas las chiquillas nos arremolinamos a su alrededor con los ojos bien abiertos mostrando incredulidad pero a la vez, la intriga nos invadía. Queríamos saber más cosas, no nos conformábamos solo con aquel malintencionado y malévolo comentario en boca de una inocente niña.
    Yo tenía nueve años, y una gran inocencia como las niñas de la época, aunque siempre como en todo hay alguien que es más espabilado, o quizás al ser más mayor en un año o dos, ya llevan la ventaja del tiempo vivido y se encargan al igual que le hicieron a ellas, descubrir la verdad tan escondida por los mayores. A mí algo se me movió dentro de mi alma, no sabía si el descubrimiento era verdad o no, por una parte pensaba que sí, pero cuando le daba vueltas a la cabeza y recordaba la noche de reyes, mi pequeño estomaguillo se encogía produciéndome una sensación extraña. Investigaré cuando llegue la hora-pensé-
    Ya quedaban pocos días para Navidad, y habían sido muchas las reuniones entre mis compañeras de colegio para hablar de la noche de Reyes, recuerdo que en nuestras conversaciones trazamos un plan: esa noche nos quedaríamos sin dormir, simularíamos estar dormidas y así podríamos comprobar la verdad del asunto.
    Salí con mis padres a ver la cabalgata de Reyes, no sé que me pasó por la cabeza, pero la sensación de inquietud y de incomodidad me invadía, sobre todo porque la tarde anterior había estado registrando el gran armario de mis padres; abrí con sigilo una de las puertas mientras mi madre estaba distraída y metí mi pequeño brazo hasta el fondo para ver si había algunos de los juguetes que pedí en mi carta a los Reyes Magos, allí no había rastro de nada; cerré con sumo cuidado la puerta para que mi madre no se diera cuenta y salí azorada a la puerta de la calle, temerosa y empavonada, me sentí mal porque sabía que aquella acción no estaba bien; ya no lo volveré a hacer más- me dije-
    Los Reyes venían calle Real abajo, y yo como si no hubiera roto un plato estaba al lado de mis padres, ellos me miraban como miran los padres en ese día a sus hijos, porque no sé quien tiene más ilusión en ese día, si los hijos porque reciben lo deseado, o los padres que colman los deseos de sus hijos. Ahora que ya soy abuela y soy madre, sin duda lo segundo. Respiré profundamente y me envolvió la magia de aquellos tres Reyes de Oriente; alcé los brazos y grite a mi rey Baltasar para que me arrojara caramelos: ¡Baltasar, Baltasar! entre el bullicio y manos recogiendo caramelos que caían en el suelo, se me olvidó por un momento mi gran duda, y me sumergí en la realidad del momento.
    Después de cenar, mi madre me dijo que había que dormir pronto para que los Reyes vinieran a visitarme y obsequiarme con algún regalo, yo le hice caso y fui a la cama sin protestar después de dar el preceptivo beso de buenas noches a mis padres, me introduje en mi cama, mi madre me tapó como cada noche. Mi intención no era dormir, me quedaría vigilando toda la noche para descubrir la verdad, sí, eso haría.     El sueño me rendía, intentaba no quedarme dormida. Ahora después de tantos años al recordar esta historia, creo que Morfeo me llevó a su reino en pocos minutos. Me desperté sobresaltada, abrí los ojos y allí delante de mi cama estaba ella, la muñeca que deseaba con todo mi corazón, salté de la cama la cogí entre mis brazos y salí corriendo a la habitación de mis padres: ¡mama, papá mirar lo que me han traído los Reyes Magos! Era tanta mi alegría que me olvidé de quien realmente eran los Reyes Magos, ya tendría tiempo para descubrir la verdad en otro momento

Ceuta, 30 de Julio 2010

Fini Castillo Sempere

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                        EN  AQUELLOS  DíAS
                                      “En recuerdo a Mariquita, una mujer entrañable, con todo mi cariño” 


    Hace ya muchos años, casi cinco décadas, llegaban las televisiones a  muchos hogares de este país. Yo recuerdo cuando el aparato fantástico llegó al  mío,  titularía aquel momento como la emblemática película protagonizada por Robert Mitchum “Con él llegó el escándalo” Pues el escándalo llegó cuando las azoteas se adornaban con aquellas antenas símbolo de que el progreso se estaba introduciendo en este país a paso agigantados.
    En mi barrio, la primera televisión llegó a casa de la familia Bermúdez para la alegría de muchos niños de los pabellones, que cada tarde nos emplazábamos en el comunitario salón de Mariquita. Ella era la madre de aquella numerosa familia, y una gran mujer con un corazón tan grande como su menudo cuerpo. Realmente Mariquita era una mujer extraordinaria, todos los niños del barrio la queríamos. Su cocina siempre abierta para saciar nuestra sed; cada tarde se repartían muchos vasos de aguas para aquellos niños sedientos a consecuencia de los juegos infantiles consistentes casi siempre en correr en la libertad de nuestro barrio.
    Después del bocadillo de chorizo Revilla y el vaso de Cola Cao, y un buen retoque de peinado aliñado con colonia “Heno de Pravia” a granel, de manos de mi madre, me dirigía a toda velocidad a casa de Mariquita, y allí haciéndenme un sitio en el suelo entre los chiquillos que ya habían cogido las primeras filas, me acoplaba para ver embobada los programas infantiles de la época. Recuerdo en aquella casa haber visto por primera vez la serie televisiva de gran éxito “Bonanza” Aquello era increíble, estaba tan ensimismada en la película que no apreciaba el acorchamiento de mis pequeñas nalgas al estar tanto tiempo en el frio suelo. El salón estaba a rebozar, y Mariquita con su buen gesto sonreía e invitaba a los que habían tenido la suerte de estar dentro del pequeño cine, que dejáramos por un rato a los que quedaban a la puerta sin poder entrar, cosa que a los de dentro que ya estábamos bien acomodados, no nos hacía ninguna gracia, ahora comprendo el gesto de equidad de aquella maravillosa mujer.
    Mi padre apareció en casa un día con una gran noticia: -He comprado un televisor- mi madre al igual que mis hermanos y yo nos alegramos, ya tendríamos televisión propia;  era una noticia fenomenal y agradecimos con entusiasmo esa compra maravillosa. Me introduzco en los recuerdos de aquellos días, y me siento feliz y orgullosa de mi padre que hizo posible que aquel aparato llegara a nuestra casa. El recibimiento fue apoteósico, me sentía tan orgullosa. La primera noche, mi padre muy serio me dijo:
    -Hija, ya es hora de ir a la cama.
    ¿Cómo era posible que no me dejaran ver aquello que había ansiado tanto?
    -No puedes ver la tele porque esta película tiene un rombo, además ya es hora de dormir.
    El reloj señala las nueve de la noche;  la hora innegociable; la hora que como un mandato divino, señalaba que el tiempo para los juegos, para las niñas en aquellos días, había concluido. Obedecí sin rechistar a mis padres, aunque no entendía nada lo del rombo, y menos aún que no me dejaran ver aquel maravilloso aparato que me abría un mundo nuevo.
     Pasaban los días y las tardes me traían aquellos programas infantiles, la novedad me duró poco porque echaba de menos el ambientillo de casa de Mariquita, y sin dudarlo comí el bocadillo de chorizo Revilla, me bebí lo más rápido que pude el Cola Cao y salí corriendo a la calle dirección a aquella casa entrañable, y según salía vociferé a mi madre:
     -Mamá me voy a ver la tele a casa de…
     No le di opción a que me lo impidiera justificando que ya teníamos tele, porque en un segundo ya me encontraba en aquel acogedor salón, haciéndome sitio en las baldosas frías del suelo de casa de Mariquita, entre los niños y niñas de la Junta Obra del Puerto.

    Ceuta, 28 de Agosto 2010 
 
                   
                                                                         Fini Castillo Sempere

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                                                 EL LECHERO
                                                                     «A tu memoria, en la brevedad de sólo unos años»


    Sonaba la campanilla, ¡tilín, tilín, tilín…! el cabrero se acercaba, yo miraba por la ventana de la cocina y podía ver como aquel joven sonriente bajaba por la calle delante de un grupo de cabras; era el lechero que cada día vendía la leche espumosa que ordeñaba a sus cabritas. A mí me encantaba ver realizar aquel trabajo, incluso un día cuando mi madre me mando coger la jarrita de la leche para que comprara medio litro,  me atreví a pedirle  a aquel joven que me dejara probar a mí, el chaval, con una sonrisa me dijo:
   -Es fácil, hazlo de esta manera…
    Después de las explicaciones, me atreví y solo conseguí sacar un pequeño chorro de aquellas repletas ubres; el animal protestó, seguro que en mi  ignorancia le apreté demasiado ocasionándole algún daño. Me sentía emocionada y en mi alegría  el lechero me permitió que volviera a intentarlo, en esta ocasión conseguí algo más de esa leche espumosa que la cabrita permitió regalarme.
    Hacía varios días que el lechero no aparecía por los pabellones, las mujeres se extrañaban, pero no se le dio demasiada importancia, aunque en aquellos días no era tan fácil como ahora comprar leche, y casi todo el mundo usaba leche condensada. Un día apareció el lechero, pero no era aquel joven, era un hombre mayor de aspecto rudo, mi madre lo conocía porque en un principio era él el que venía vendiendo la leche, hasta que le dio paso a su hijo. Mi madre salió con su jarrito a por el líquido blanco, y después del preceptivo saludo le pregunto por su hijo; y este hombre con aspecto rudo, se le cambio al momento la cara, de tal manera, que   de sus ojos se desprendió una lágrima que rodó por su rostro que  con un gesto rápido la limpió con su puño.
    -Mujer -respondió-, mi hijo hace una semana que ha muerto.
    ¿Cómo es posible, si era un joven tan lleno de vitalidad?
    -Bien es verdad que era así, pero sufrió una peritonitis, y no se ha podido hacer nada por salvarle la vida.
    Al momento el lechero se vio rodeado de mujeres que le daban el pésame de todo corazón y el hombre en su tristeza agradecía las condolencias, y como no podía ser de otra manera él siguió llenando los jarros de leche llevando en su pecho el dolor terrible de haber perdido un hijo. Desde ese día el lechero padre, caminaba cabizbajo delante de su pequeño rebaño de cabritas a solas con su pena…
    Recuerdo que cuando me enteré de aquella trágica noticia, la tristeza me invadió, no entendía bien porque aquel joven se había muerto; me impresionó mucho aquella partida inesperada, y muchas veces a través de los años recuerdo aquel joven lechero, y pienso: ¿ por qué la vida fue tan injusta con él?
    ¡Tilín, tilín, tilín, el lecherooo…! Alguna vez me asomé a la ventana y vi al hombre rudo delante de las cabras, pero en mi imaginación veía al joven lechero con una gran sonrisa bajando, entre las palmeras doradas del antiguo jardín de la “Junta, delante de sus cabritas…

    31 de Agosto 2010                                     

                                                                           Fini Castillo Sempere.

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                                   SIETE AÑOS,EL TRAJE DE COMUNIÓN


    Aún es muy temprano, ni siquiera ha amanecido y el sueño me ha abandonado, decido dejar el lecho y fusionarme con el ordenador para escribir algo, aunque todavía no sé qué.
   Me paro a pensar y mi memoria evocativa toca en mi cabeza pidiendo permiso para entrar en mis pensamientos, ella quiere volar como un ave libre por mis recuerdos de casi una vida. De pronto siento que mi alma vuela, vuela por mi vida acariciando lentamente mis horas, días y años que quedaron atrás, al igual que las páginas de un libro cuando se ha leído; siento que mi alma prendió el vuelo porque tiene alas, unas alas imaginarias que hace posible viajar a lo más profundo de mi corazón.
   Hoy tengo siete años, la edad de mis nietas, dos niñas que quiero y adoro con toda mi alma, alma de abuela que a veces cree que son sus hijas;! las quiero tanto! Es Domingo, y a las nueve suenan las campanas de la capilla de las “Hermanas Reverendas Adoratrices” y como es preceptivo debo acudir junto a mis compañeras de clase a oír la Santa Misa que es obligatoria para las alumnas del colegio, todas con un largo velo enmarcado en un elástico blanco que encajaba perfectamente en nuestras cabecitas. Es el momento de iniciarme con cuerpo y alma al conocimiento del catecismo, hasta ahora solo sabía las oraciones que mi madre, mi tía Tere y mi yaya me habían enseñado y rezaba antes de dormir. Ya queda poco para hacer la primera comunión, esa era la edad predeterminada para tomar el Cuerpo de Cristo.     Ahora me hago tantas preguntas al respecto: ¿estaríamos preparadas a esa edad para saber realmente el significado de la consagración? Recuerdo con cierta angustia cuando tenía que ir a confesar aquellos pecadillos con el sacerdote del colegio, ahora me causa risa, porque eran cosas tan nimias como la vida misma. Siempre termino con la misma reflexión “cada época tiene lo suyo” aunque creo que cargar con pecados a tan temprana edad no es bueno, porque produce una angustia inútil, de ello doy fe.
    Quedaba una semana para el día esperado y tenía tantas cosas que hacer: ensayar en la capilla del colegio, probarme el precioso traje que me estaba confeccionando mi tía juanita, portarme bien para no tener pecados. Me preguntaba ¿Cómo voy a estar tanto tiempo sin pelearme con mis amigas? Vaya rollo eso de no tener ningún pecadillo, aunque me habían dicho que hasta tres pecados veniales se podían permitir, o al menos así lo entendía yo, cosa que me tranquilizaba.
   El vestido era precioso, me miré al espejo y me sentí como una pequeña princesa, mi tía me colocó el larguísimo velo tras un moño con una corona que me preparó mi madre, ella se sentía satisfecha de ver a su pequeña de tal guisa; con sumo cuidado me desvistieron y el traje quedó en el taller de costura para finalizar la obra. Camino de la casa, mi madre me tomó de la mano y me dijo lo importante que era hacer la comunión, me hablo de JESÚS y del significado de ese día, como no podía ser de otra manera, aprovecho el momento para recordarme que me debía portar bien, especialmente después de gran acontecimiento.
    -Si mamá, a partir de ahora seré buenísima, contesté de todo corazón
Al llegar a casa me llevé una gran sorpresa, mi padre había recogido de la imprenta los recordatorios que había encargado para repartir el día de mi primera comunión, me los enseñó y me sentí muy importante al ver mi nombre gravado en aquellas pequeñas estampas.
   Recuerdos, recuerdos que llevo gravados en el fondo de mi alma…

    Ceuta, 18 de septiembre 2010

                                                                        Fini Castillo Sempere

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                                          LAS CORTINAS ROJAS


    Desde muy pequeña he sentido la necesidad de aprender cosas nuevas, he sido muy curiosa y sobre todo preguntona, quizás es un defecto o una virtud, todavía no lo tengo muy claro. Mi madre se desesperaba conmigo cuando en un breve espacio de tiempo le hacía mil preguntas: ¿y eso por qué?; y ¿por qué…?, y ¿por qué…?. A veces, no sabría las respuestas o quizás no podía contestarme por lo comprometida de la pregunta, que en aquellos tiempos de censura, sería inviable contestar.
    Han pasado los años, y mi curiosidad sigue siendo la misma, me hago cantidad de preguntas sobre tantas cosas que todavía aún con mi edad no comprendo. Me pregunto por las injusticias que existen en el mundo, por qué existen  diferencias entre norte y sur, por qué el poder corroe tantas veces a los débiles, por qué existen miradas de amor, de odio, de dolor que se clavan  en lo más profundo del alma, por qué…
    Aquel día mi madre me dijo  que iríamos a casa de mi tía Juanita a probarme un abrigo que me estaba confeccionando.  Mi tía de profesión modista y de las buenas, tenía un taller de costura en su casa, y allí trabajaban algunas jóvenes en la confección de tantas prendas que después lucirían las mujeres por las calles de Ceuta. Mi padre también nos acompaño a la visita, así que los tres emprendimos el camino hacia la casa de su hermana;              a mi me encantaba esa visita por varios motivos, el primero era porque en breve estrenaría una prenda nueva, y el segundo porque me encantaba ver como las modistillas cosían e iban formando de un trozo de tela un precioso vestido. Después de los oportunos saludos, mi tía le enseño a mi madre las bonitas cortinas que había puesto en el salón para separarlo  del pasillo; las cortinas de color rojo y de un brocado que formaba extraños dibujos,  ¡realmente eran bonitas! En la distracción de la charla, no me hacían mucho caso, y yo sin pensarlo dos veces, cogí unas grandes tijeras olvidadas en un rincón de la mesa y me dirigí hacía las lindas cortinas, solo con la intención de imitar a aquellas jóvenes, que con tanto esmero cortaban las piezas de telas de colores, después de marcar con una tiza plana de color azul.
    Cuando estaba en plena faena, y las cortinas cortadas en varios trozos, oí una voz gritar:
   -¡Dios mío, mis cortinas! ¡Qué has hecho criatura! ¡Dios mío las cortinas nuevas!
    Quedé petrificada, no sé porqué supe que algo iba mal, yo solo estaba intentando hacer lo que aquellas jóvenes, cortar algún pedazo de tela; no entendía aquel alboroto y menos las cara de espanto de mis padres; si, algo iba mal, de eso estaba segura, porque a mi tía le iba a dar un patatús. El taller se paralizó, mi padre se dirigió hacía mí como un obelisco, la regañeta fue mayúscula; mi madre quería que en ese momento se la tragara la tierra, y lo peor de todo es que mi tía no tenía consuelo, acababa de perder sus lindas cortinas a manos de una niña atrevida que solo quería ser una modistilla por un rato. Hoy todavía me pregunto ¿fue para tanto? Esa pregunta me la he hecho toda la vida, porque con solo cinco años, sentí en mí las miradas acusadoras de gente que quería y no entendía el mal que había hecho, cuando allí se dedicaban siempre a cortar y cortar telas; yo sólo quería imitar a aquellas jóvenes en el arte de cortar; ahora, después de tantos años he sacado varias conclusiones:
    -Mi tía perdió sus bonitas cortinas
    -Mis padres se llevaron un gran disgusto.
    -Y yo, en cierta manera sentí el miedo de la acusación, ese hecho me ha perseguido durante mucho tiempo, y ahora estoy segura que mi acción fue inocente, pero las consecuencias me  afectaron hasta el día de hoy; sin embargo a partir de este momento, la deuda está saldada, porque estoy segura que cuando estas líneas vuelen hacía el cielo, ella esbozará una dulce sonrisa.

    Ceuta, 15 de octubre 2010                         

                                                                          Fini Castillo Sempere

 

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                                              NUESTRA PLAYA

 

    El verano nacía y con él las ilusiones de las niñas y niños de la Puntilla, llegaba la hora, después de un largo invierno, de zambullirnos en aquellas aguas trasparentes de nuestra pequeña playa; una playa que nos pertenecía, la sentíamos tan nuestra, solo teníamos que alzar un poco la vista y a unos 200 metros nos encontrábamos con nuestra pequeña isla, una gran roca donde los niños pasaban horas y horas mariscando  y zambulléndose en aquellas limpias aguas.
    Los días de levante eran especiales, se formaban unas grandes olas que nosotros la saltamos, a veces el impulso del agua era tan grande que nos envolvía con tanta fuerza que después de revolcarnos una y otra vez, salíamos casi exhaustos, para volver a tragarnos; era tan divertido ver a todos los chiquillos saltando las olas,-¡cuidado que ahí viene otra!
    Mi casa estaba tan cerca de la playita, solo había que cruzar la carretera que separaba  los pabellones. Desde la ventana de mi cuarto oía el rumor del mar, y mi olfato podía oler la salinidad que el viento traía al ambiente. Hoy, en la nostalgia de mis pensamientos, siento el agua fresca salpicándome la cara, siento el placer de los rayos de sol acariciándome  cuando flotaba con los brazos abiertos haciéndome “la muerta”, siento las risas de mis amigas alborotando y buscando las cincos chinas de cantos redondos, para jugar a mi juego preferido, reconozco que era una experta el lanzar y recoger las pequeñas piedras. Este verano en un paseo matutino por la playa de Conil, no he podido resistir la tentación de buscar diez chinitas para enseñar a mis nietas este juego que a mí me entusiasmaba.
    Todos los días acudía a la cita con mi playa, mi memoría está llena de anécdotas y recuerdos, era una niña tan feliz; eran días de juegos, juegos y más juegos. Allí nos reuníamos como un ritual veraniego mis amigas y yo, solo nos preocupábamos de bañarnos y disfrutar del mar, el sol no nos preocupaba, no era hora de pensar en tostar nuestra piel, eso vendría años después, con la coquetería de la adolescencia.
    Nosotros poseíamos la playa, era solo nuestra, de los niños y niñas del vecindario, las madres estaban ocupadas en las tareas del hogar y los padres trabajaban, así que eran tiempo que los niños se responsabilizaban de su propia seguridad y llegar a casa a la hora de comer sanos y salvos. ¡Eran otros tiempos! Sabíamos cuidarnos a la perfección, los hermanos mayores cuidaban de los más pequeños, yo tenía dos protectores excepcionales: mis hermanos mayores, que siempre me tenían controlada.  Allí jugábamos todos, de distintas edades, esa era nuestra cotidianidad del verano. La playa era nuestra aliada en aquellos maravillosos años de la niñez perdida y encontrada en nuestros recuerdos…

Ceuta, 24 de Octubre 2010.  

Fini Castillo Sempere.

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                                 EL DESTINO
                                                    “El destino nos perseguirá siempre, aunque estemos lejos”



    La reciente niñez me abrazaba como una madre abraza a su amado hijo, me sentía una niña feliz, en una familia feliz, donde trabajaba el cabeza de familia para traer el sustento a casa; mi madre se dedicaba a las tareas del hogar, que no eran pocas. Bien es verdad que los jornales de esa época eran bajos, que con dificultad alcanzaban para vivir. No recuerdo que en aquellos años finales de los cincuenta la gente tuviera vacaciones, al menos con la que yo me rodeaba; Era impensable para la gran mayoría de trabajadores disfrutar de un mes, ni siquiera de quince días de vacaciones en la península. Mi madre con algunos de mis hermanos, conmigo nunca, viajó en ocasiones a su tierra natal, allá en Santa Pola; un pueblecito costero y pescador de Alicante. Ahora comprendo que el motivo del viaje era reunirse con su familia que añoraba tanto, más que viaje de ocio. Mis abuelos por circunstancias de trabajo vinieron a Ceuta con la intención de volver a sus raíces, pero por causas sobrevenidas no pudieron, quedando mi abuelo muy joven enterrado en esta tierra, mi tierra.

    La vida siguió, y ahora me pregunto: ¿Existiría mi familia si la decisión tomada en un momento hubiese sido otra?  ¿Qué hubiera sido de nosotros si mi abuela se hubiera marchado con sus cuatro hijos en busca de su familia. Si, ¿qué hubiera sido de nosotros y cómo hubiese transcurrido la vida al haberse alterado algunas circunstancias de nuestra pequeña historia...? La incertidumbre llena mi corazón con estas cuestiones, y a mi pesar no puedo contestarlas porque se hallan más allá de mi alcance; sin embargo, bien pudiera adivinar, que   quizás  la existencia de mis hermanos y la mía, y todo lo que ello acarrearía no existiría. Resulta  curioso pensar que todo es fruto de la casualidad, de instantes, de momentos de amor, o ni siquiera eso. Dios sabe que…

    A lo largo de la vida nos hacemos tantas preguntas, algunas simples y otras no tanto, existenciales diría yo, y los “por qué” surgen una y otra vez, hay tantas cosas que no se entienden y lo peor es que a veces no encuentras respuestas, es todo tan sencillo y a la vez tan complicado, ¿será por la imperfección del ser humano? Cualquiera sabe… 

    Me hubiera gustado correr por las calles de Santa Pola como hicieron mis hermanos, haber olido el viento de aquellas tierras, que aún sin vivirlas, las llevo muy dentro de mi corazón;  amor que me  ha trasmitido mi madre, mujer llena de añoranzas de sus gentes, de sus calles y de  sus playas. ¡Cuanta nostalgia has sentido madre!, cuanto has añorado aquellas callejuelas impregnadas de mar; recuerdos de mujeres arreglando las redes, de hombres que despedían a su familia desde los muelles, ¡cuánta nostalgia has sentido madre!, de lo que te arrebataron en aquellos años de tu infancia, ellos no decidieron, fue el destino quien decidió por ellos.

   La historia de los pueblos, de las gentes así se escribe, a veces se es esclavo del destino; un momento, un instante, una causa puede cambiar el sino de las personas. A veces tan solo una mirada cruzada en el momento justo, tal vez la llegada tarde a la estación quedando en el andén la ilusión de un beso, o la pena de un   adiós, quien sabe…

    Ceuta, 29 de Octubre 2010    
                    
                                                            Fini Castillo Sempere

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                    MI MOCHILA
                              “A todos aquellos que tuvieron su talega de tela en undía tan   especial"                                                            
   

    Clic, clic, clic, solo necesito cerrar los ojos y trasladarme al comedor de mi casa, y ver a mi madre delante de la máquina de coser confeccionándome una talega de tela; ella ha rebuscado en la caja de cartón donde hay retales de telas sobrantes de las prendas de vestir que se realizaban artesanalmente en aquellos días. Un trozo de tela de vichí de cuadritos blancos y rojos ha sido la elegida para ser mi talega  el día de la “Mochila.”
    La noche anterior al día señalado estaba muy nerviosa, sería un día especial porque me iría con mis amigas a disfrutar de la libertad del campo, iríamos a San Amaro y desde allí subiríamos al Monte Hacho, allí nos comeríamos la mochila, que consistía en: nueces, castañas, pan de higos, higos, almendras, almendras americanas, una naranja de cañadú, un menbrillo, una manzana y un plátano, como no podía ser de otra manera el plátano nunca era comido, porque quedaba aplastado en el fondo de la talega.
    Después de buscar una piedra apropiada para partir todos esos manjares, me ponía a partir las almendras,  sus cascaras eran muy duras; antaño las mochilas de tela de los niños y niñas se presentaban  de esa guisa. No había zumitos, tampoco las bolsas de chucherías de mil colores, y tantos caprichos que consumen los niños del siglo 21. La tradición de este día era comer frutos secos, pero en su estado primitivo, es decir sin “pelar” ello era parte del encanto de ese día, que más de un chiquillo aparecía en su casa con el dedo espachurrado por la piedra rompe almendras y nueces. Eran otros tiempos, tiempos de vivir cada pulso que nuestros corazones lanzaban con ilusión e inocencia; realmente eramos niños inocentes y muy felices, desconocíamos los programas  de televisión a veces perversos de estos días, donde la descalificación, el insulto, y otras joyas prevalencen en contra de otros valores ya perdidos y tan importantes para el desarrollo de la personalidad de los niños. Si, son otros tiempos.
    El campo estaba repleto de niños y niñas que desde muy temprano buscaban el divertimento, a veces contábamos historias de miedo, era lo propio en días donde los cementerios se adornaban de flores en recuerdos de los seres queridos que partieron un día a algún lugar del cielo. Estas fechas propiciaban las historias de fantasmas y aparecidos; a mí me daban terror cualquier historia que hablara del más allá, aunque me encantaba oírlas, aún sabiendo que en la noche las recordaría y el miedo se haría presente en mí.
    “Mi mochila, mi mochila, no se la come el gallo ni la gallina, y si mi barriga” esa cancioncilla la canturreábamos los chiquillos, disfrutábamos tanto de tan poca cosa, al revés que ahora; hoy hay tanto y se disfruta tan poco; nosotros nunca nos aburríamos y bien poco teníamos, ahora escucho en muchas ocasiones: “estoy aburrida” y la casa repleta de cosas: juguetes, videos-consolas, ordenadores… cuantas diferencias en tan pocos años, quizás a cada uno le toque vivir un momento, una situación social, quizás sea demasiado negativa y vea el mundo distorsionado, y éste, sea el mejor momento para los jóvenes de hoy,  porque yo, me quedo con el mío.
    El campo está repleto de familias, la moda se ha extendido a los padres, madres, abuelos; todos quieren participar de este día y me parece bien; solo que no veo las talegas de tela confeccionadas por  las madres, tampoco escucho a los chiquillos cantar: “mi mochila...” y sobre todo ya no se siente la sensación de libertad, la sensación de ir en pandilla sin miedo, de considerarnos responsables de nuestros actos, de andar el camino a pie hasta llegar al objetivo con la ilusión de sentirnos los mejores, también teníamos la sonrisa de nuestra madre cuando nos veía llegar, todos y cada uno de nosotros llenos de suciedad, con la ropa desvencijada, y con la mochila al hombro con apenas alguna castaña y el plátano machucado en el fondo de la bolsa de tela; esa ya no valdría, el año que viene las madres volverían a hacer el ritual de prepararle a sus hijos la talega para ¡el día de la Mochila! Si, eran otros tiempos…


     Ceuta, 29 de Octubre 2010     

                                                     Fini Castillo Sempere

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                                  NAVIDAD

                                                “Siempre serás parte de nuestras Navidades estés donde estés”

 

    Ya ha comenzado el mes de diciembre, mes que siempre se relaciona con la llegada de las Navidades.  Cada vez las ciudades se alumbran y adornan antes, tal vez el motivo esencial de ello  es el elevado consumismo que actualmente impregnan  a los ciudadanos. Este año se aprecia la crisis, las ciudades siguen estando alumbradas, pero ya no es el derroche de años atrás. La crisis es una realidad, y aún así nos arañaremos los bolsillos para depositar junto al árbol de Navidad algún que otro regalo, o esperar que los tres Magos de Oriente nos sorprendan.
    Mis Navidades siempre fueron muy felices, mi casa olía a azúcar y canela, en un rincón del comedor se preparaba el nacimiento, y en los últimos años también se colocaba  el abeto adornado con bolas de muchos colores. En aquellos días ni única preocupación era vivir la ilusión del momento, esperar la llegada de los Reyes Magos y poco más. Ahora es tan distinto, estás fechas me traen sentimientos encontrados, siento la nostalgia de aquellos días, siento la ausencia de mi padre, él era parte de mis Navidades, y ahora su sitio está vacío. Siento la ausencia de mis hijos, por aquello que hay que compartir, siento alegría, tristeza, nostalgia, e incluso miedo a una realidad agobiante que nos ahoga cada vez más;  me pregunto ¿Cómo estaremos el año que viene? ¿Habrá cambiado la situación económica del país? Quizás estas fechas son días de reflexionar sobre muchas cosas, es conveniente de vez en cuando hacer un parón y mirar alrededor y ver qué pasa con los que menos tienen, con aquellos que esta festividad la viven sin abetos navideños, sin luces porque en sus corazones albergan la desesperación del paro, la desesperación de no poder darle un techo ni mantener a sus hijos.
    Volviendo a mis sueños de niña, siento la alegría de aquel hogar donde fui tan feliz, siento el espíritu navideño que me inculcaron mis padres; aquellos días llenos de amor y alegría, recuerdos los villancicos que mi madre cantaba con su bonita voz, y todos nosotros la seguíamos con panderetas, almirez y bombo en mano. Mi padre con su mal oído, desatinaba , pero él seguía cantando con su vozarrón, y al final siempre cantaba en solitario «La Cirila» una canción que aprendió de pequeño y siempre la llevaba en su repertorio, y decía así: «La Cirila es una dama de postín y tronío…»  y al final alzaba aún más la voz para terminar con una gran carcajada;  todos reíamos y él se sentía feliz, año tras años se repetía la misma escena, y al paso de los años, sus nietos tuvieron la suerte de disfrutar por años estas vivencias.
    Hoy siento la tristeza de la ausencia, las Navidades nunca serán como aquellas; serán diferentes, están tan lejos aquellos días, pero a la vez tan cerca, en lo más profundo de mi alma; el día a día amortigua tantas cosas, tanto dolor; pero ahora me encuentro en un mes especial para mí, es el mes del nacimiento del niño Dios y ello es motivo de alegría, pero también es el mes más triste de mi vida, él se marcho un día, el último día de un mes de diciembre, en el último suspiro de un año que se agotaba. Sentimientos encontrados, de alegría y tristeza,  los sentimientos nacen de lo más profundo del corazón y es imposible luchar contra ellos. Hoy adorno mi hogar, diciembre me trae la Navidad y el recuerdo de mi casa, de aquel comedor adornado de alegría, sonrisas, villancicos, rosquillos, polvorones, pero sobre todo me trae el amor de mis padres  a lo largo de toda mi existencia.

    Ceuta, 5 de Diciembre 2010-12-04

                                                                     Fini Castillo Sempere

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                                    LA MODISTILLA
                                             “A todas aquellas niñas que cambiaron el rumbo de sus vidas; a                                                ellas por su esfuerzo en cambiar un modelo tan arraigado en una                                                sociedad machista”         


    Mi madre me guardaba con todo el cariño que ella sabía, todos los recortes de las telas que le sobraban   de la confección de mis vestiditos.  En aquellos días era habitual que las madres o las modistas hicieran la ropa  a las mujeres de la casa, mayores y pequeñas, o los sastres en caso de los hombres. Las tiendas de confección se dedicaban especialmente a vender telas, telas de mil colores y formas. Con aquellos recortes montaba mi propio taller de costura, que lo ubicaba según el día, en casa de mi amiga Afri, en la escalera del portón, o en mi cuarto. La ropita iba destinada a una muñeca de pequeñas dimensiones que vendían en las tiendas de los indios; la mía era rubia  y con una larga melena, que yo peinaba continuamente, con un cepillito que venía incluido al comprar el juguete. Nuestras madres fomentaban estas tareas,  pensaban que las mujeres debían ser muy hacendosas para después  trasladar esta sabiduría a nuestro propio hogar, cuando llegara la hora de casarnos. No sospechaban que el mundo iba a cambiar tanto, que las confecciones de ropa, con el paso del tiempo,  se institucionalizarían  en grandes almacenes, o en pequeños comercios especializados en ropa confeccionadas; que las modistas clásicas perderían su papel social, y que las mujeres irían saliendo del hogar para trabajar y  las tareas domésticas poco a poco se irían repartiendo entre hombres y mujeres, que la corresponsabilidad en el hogar se iría incorporando en las nuevas generaciones; en definitiva que de aquellos días a la actualidad  la sociedad ha cambiado notablemente, dejando atrás una sociedad patriarcal.
    Primero hacía un pequeño patrón en unos papelillos blancos que también usábamos para calcar dibujos en los cristales de las ventanas, los recortaba y los ponía sobre el trozo de tela, y con unas pequeñas tijeras que me había proporcionado mi madre, recortaba el minúsculo vestidito, una vez realizada esta tarea, ensartaba la aguja y puntada tras puntada terminaba mi obra. Una caja de zapatos de cartón hacía las funciones de armario, allí guardaba todos los trajecitos; ¡que orgullosa me sentía de toda mi obra!, la cajita de cartón era uno de mis mayores tesoros,  de vez en cuando, sacaba de la cajita todo el vestuario para volver a colocarlos  uno a uno,  como hacía mi madre cuando arreglaba el armario de mi cuarto. Cuando la miraba haciendo las tareas del hogar con tanta devoción, pensaba con el intelecto de unos pocos años, que cuando fuera mayor quería ser como ella, querría tener una casa como aquella, y dedicarme solo y exclusivamente a cuidarla; el paso del tiempo se encargó que esa idea solo era de una niña de ocho años, por lo alejada de la realidad que tenía esa idea, porque pasada la adolescencia ya proclamaba mi derecho a tener una profesión fuera del ámbito familiar. Ahora pienso que era muy difícil superar a mi madre, ella, madre ejemplar donde las haya, aunque le tocó vivir otros tiempos, donde las madres eran  «amas de casa» papel que exclusivamente les tocaba a ellas, si, realmente eran otros tiempos…
    Me consideraba una verdadera modistilla,  me sentía tan orgullosa cada vez que terminaba uno de aquellos vestidos, y con el ímpetu de la niñez, corría a enseñárselos a mi madre y a mi yaya, y ellas con gestos de cariño me decían: «¡Qué bonito, como sigas así, serás una buena modista!» y mi yaya en su valenciano me apuntaba: «Filla meua, a veure  que et donarà la vida.» En aquellos momentos no entendía lo que quería decir, pero ahora con el paso de los años, comprendí su preocupación por mi futuro y especialmente por mi felicidad: yo era la niña de  sus ojos.
    A veces, cuando mis nietas vienen a casa, me dicen que quieren aprender a coser, y con paciencia les saco la caja de la costura; les doy un trocito de tela, les ensarto una aguja y con sumo cuidado les enseño a dar puntadas; ellas se siente feliz con la nueva tarea que está aprendiendo, ¡cosas de niñas!  Y a mí, los recuerdos me envuelven y me trasladan a aquellos rincones improvisados, donde unas niñas jugaban a ser madres… ¡Qué tiempos para el recuerdo!  Ahora  todo es tan distinto, las madres de hoy sueñan, sueñan un sueño diferente para sus hijas…

    Ceuta, 6 de Diciembre 2010

                                                Fini Castillo Sempere

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                                              EL INSTITUTO


   Aquel día me sentía feliz, especialmente feliz, había aprobado el examen de ingreso y el próximo curso iría al instituto, me daba cuenta la importancia que tenía aquel hecho, porque era como si dejara a un lado la niñez, ahora era el momento de sentirme casi una jovencita, dejaría atrás mi querido colegio, no quería pensarlo para no entristecerme en un día tan importante para mí.
    El verano trascurrió como cualquier verano, en mi barrio y con mis amigas disfrutaba de cada minuto;  hacía al medio día nos dirigíamos a nuestra pequeña playita y allí en los días de levante, bailábamos las olas, era una de nuestras distracciones favoritas, yo creo que éramos casi especialistas en saltar aquella masa de agua que nos revolcaban, a veces, si nos engullía alguna ola, salíamos casi sin aliento, pero eso no importaba porque al instante volvíamos dispuesta a seguir con la diversión.
    Después de comer, a mi me tocaba descansar y dormir la siesta, mi madre era inflexible, nunca me dejaba salir a jugar o volver a la playa, a mi ello me disgustaba, porque oía por mi ventana como otras niñas corrían a darse el baño de la tarde, en esto sabía que tenía la batalla pérdida, así que no me quedaba otra que obedecer a mi madre. Una vez finalizado el tiempo de descanso, merendaba sentada en la mesa de la cocina; un gran vaso de Cola Cao y un bocadillo, a mi especialmente me gustaba de chorizo Revilla. Cuando terminaba el último bocado, salía corriendo en busca de mis amigas para jugar a lo largo de la tarde.
    A primeros de Septiembre mi madre empezaba a preparar los uniformes, iríamos a comprar los zapatos Gorilas, a mi me encantaba la salida de ese día a la zapatería “Cutillas” porque siempre después de esa compra me regalaban una pequeña pelota de color verde y maciza, que me duraba casi todo el año, era como un apéndice mío. En aquellos días cualquier juguete se mimaba, y sobre todo se disfrutaba porque no habían tanto como ahora, y si por cualquier motivo ese pequeño tesoro verde se perdía o embarcaba, era motivo de tristeza; había que esperar al próximo año, al comienzo del nuevo curso tendría una nueva pelota verde.
    Por fin llegó el día tan esperado, iría al instituto, aquella noche me di cuenta que ya no cogería el camino de siempre, que mi vida tendría un cambio; noté como de pronto el estomago se me arrugó, sentía  una sensación muy rara, como si me revolotearan mariposas. No sé que sería aquello tan extraño que me producía dolor de tripa. Cuando se lo dije a mi madre, ella con una sonrisa me dijo – no es nada, son los nervios- ¡Ah, bueno! Dije, aunque aquello me duró casi toda la noche, porque me costó trabajo conciliar el sueño, y muy temprano ya estaba en la cama con los ojos como platos. Tenía ganas de llegar al instituto y ver que sería aquello, pero a la vez me entristecía no volver al colegio donde había pasado los últimos años de mi vida y dejar atrás también a mis compañeras, porque muchas de ellas no irían al instituto;  estos pensamientos me produjeron una sensación de tristeza y miedo a lo desconocido.
    Cuando oí dirigirse a mi madre a mi cuarto, de un salto salí de la cama, dispuesta a enfrentarme con las emociones que me depararía el nuevo día.
               

    Ceuta, 12 de Diciembre 2010

                                                 Fini Castillo Sempere

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                                       EL ANIVERSARIO 
                                                            “aquellos fines de años serán irrepetibles”

 
   Hace días que no escribo, quizás por falta de tiempo o porque mi mente no ha estado centrada en este menester, pero hoy desde que el alba acaricia el nuevo día he tenido la necesidad de sentarme delante de esta hoja de papel blanca y  plasmar en ella mis sentimientos.
    Hoy es el cumpleaños de mi madre, con sus 87 años recién estrenados está bella, su pelo blanco adorna  su cara y sus arrugas ya muy profundas trasmiten la historia de su larga vida. Cuando la miro, a veces no la reconozco, ella que siempre ha sido una mujer valiente, luchadora, trabajadora donde las haya, y ahora la envuelve un halo de serenidad, complacencia y resignación, especialmente en este día tan señalado para ella, porque se conmemora el día de su nacimiento y a la vez la retirada de este mundo del hombre de su vida, de su único amor…
    Este día siempre ha sido muy alegre en mi casa, mi madre preparaba una gran mesa donde nos sentábamos toda la familia a celebrar la venida del nuevo año; ¡era un día tan especial! La cena se celebraba en gran armonía, mi padre preparaba el aparato gravador para recoger cada año nuestras misivas, y uno a uno de nosotros hablábamos delante de aquel aparato el cual dejaba nuestras voces año tras año gravadas en aquellas cintas que seguro andarán en algún cajón del viejo aparador de la casa. A la hora de tener preparadas las doce  uvas, mi padre se ponía muy nervioso y todos delante del televisor estábamos atentos al momento justo del comienzo de las campanadas, a pesar de ello alguna que otra vez nos confundíamos con los cuartos, y las primeras uvas que introducíamos en la boca nos atragantaban a consecuencia de las risas al ver que algunos de nosotros nos habíamos equivocados con las campanadas. Una vez finalizada la ardua tarea de acompasar campanadas con uvas, la casa se llenaba de abrazos y besos de toda la familia y de llamadas telefónicas a los familiares ausentes.
    Cuantos recuerdos y añoranzas de tiempos, días y momentos que ya nunca volverán; la vida, nuestro caminar nos ha envejecido y ha dejado atrás tantas vivencias. El presente nos va colocando a cada uno en espacios y escenas diferente;, cada uno de nosotros ha ido tejiendo su propia familia, con sus hijos, y como una tela de araña la familia primitiva ha ido creciendo cada una con sus peculiaridades, pero con un nexo de unión tan importante como la vida misma, y sin duda ese nexo no es otra cosa que el amor a nuestros padres y las enseñanzas que día a día nos inculcaron con el máximo amor que unos padres pueden ofrecer a sus hijos, y esa es nuestra familia, una familia unida más allá de sus ausencias.


    Ceuta, 31 de Diciembre 2010
                                                           Fini Castillo Sempere.

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                                               NOCHE DE REYES
                                                                 “No importa la edad, el corazón siempre es infante”


    Noche mágica de Reyes, noche de sueños e ilusiones de niños; de esperanzas de mayores y de fe en la vida de los pueblos, que creen en la estrella que guió desde oriente a los Magos para ofrecer regalos a aquel niño nacido de las entrañas pura de una mujer elegida, de una Virgen.
    Yo era una niña que soñaba, me convertí en una adolescente que descubrí la verdad de la ilusión, crecí y encontré que los sueños se pueden soñar en el deseo de querer a veces lo imposible; más tarde me encontré con la madurez  y volví a creer en aquellos sueños de niña, quería aferrarme a las ilusiones vividas en etapas pretéritas, y lo conseguí a través de la ilusión de mis hijos, y ahora a través de la inocencia de mis nietos.
    Me siento intranquila, diría que muy nerviosa, es la noche de Reyes, noche mágica en que los niños sueñan sueños de colores, dulces y juguetes, sueños de hombres y mujeres enamorados del amor, del sentir los pálpitos del deseo; noches de promesas enmarcados en regalos y envueltos con el papel de la ilusión; noche llena de fantasía, de incienso y mirra, noche de insomnios ante el deseo del regalo más esperado.
    Esta noche quiero soñar mi sueño más preciado, quiero sentir la inocencia de la niñez, quiero sentir la ilusión de aquellas noches de Reyes, cuando mis padres con el mayor de los esfuerzos hacían que nuestros deseos, los de mis hermanos y el mío se culminaran con la llegada de los tres Reyes de Oriente, y nos dejaran en el comedor de mi casa los  juguetes deseados con todas nuestras fuerzas. Bien es verdad que no eran tantos como tienen los niños y niñas ahora, pero si de algo estoy segura  es que,  aquellas noches de Reyes eran verdaderamente mágicas, apreciábamos tanto las chocolatinas disfrazadas de cigarrillos, paragüitas, monedas y otras figuras, ¡uf, que ricas! Solo al recordarlas se me hace la boca agua, ahora todo es tan diferente; las moneditas saben distinta, o quizás sea mi apreciación al recordarlo, ha pasado ya tanto tiempo que la niña que soñaba con su muñeco de goma, creció y se hizo mayor; ¡cómo pasa el tiempo!, o quizás no sea el tiempo el que pasa deprisa, sino que pasamos  nosotros rozando tan suavemente la vida, que casi no nos damos cuenta que la niñez y la vejez son etapas que están íntimamente ligadas entre sí, y pasamos de niños a la madurez en un pis paz.  
    Hoy quiero sentir el beso de mi padre en la mejilla al irme a la cama, y el arrumaco de mi madre al taparme, quiero sentir su voz cuando me decía: “Hija, reza un poquito, y después cierra los ojos y duérmete pronto, así podrán venir los Reyes Magos a dejarte los regalitos” Mi madre sabía que en breves minutos pasaría al reino de Morfeo, y ellos ya podrían preparar el escenario propio de una noche de Reyes.
    Hoy quiero sentir la inquietud, el nerviosismo de aquellas noches de Reyes, porque hoy me siento una niña, quiero sentir la magia de este día, quiero al alba levantarme de puntillas y mirar en el comedor de mi casa mientras los demás duermen y descubrir si han venido a visitarme los  Magos de Oriente, especialmente Baltasar que era el que me traía año tras año mi juguete preferido. 

    Ceuta, 5 de Enero 2011            
                                            
                                               Fini Castillo Sempere

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                                         LOS GALLINEROS

  
  Mi barrio, lo conformaban tres grandes pabellones de  color vainilla,  estaba la planta baja que daban directamente las casas  a unas grandes terrazas  ubicadas en la misma calle.  De sus enfrentadas  salían unos pasillos, unos a la derecha y otros a la izquierda, en cada pasillo había dos casas y la tercera y cuarta quedaban ancladas en el portón.  Había un gran llano adornado con varias palmeras, y un poco más allá de nuestros ojos estaban los gallineros; a cada casa le pertenecía uno -eso creo-.     Algunas familias todavía lo utilizaban y criaban aves,  pero eran los menos.  Mi gallinero no se utilizaba para ese menester, en él había un pequeño cuartillo donde antaño se recogían las gallinas y los pollos para su descanso; también había un terreno al aire libre donde aquellas aves podían disfrutar del sol, todo enmarcado con una alambrada  que evitaba la fuga de las pequeñas aves. Aquel lugar lo utilizábamos mis amigas y yo para nuestras correrías, allí pasábamos ratos muy agradables y divertidos. Aquel rincón nos servía para organizar juegos y entretenimientos, especialmente hacíamos teatro y allí confeccionábamos los vestidos de papel de colores que comprábamos en la papelería Alcántara. Mi hermano también lo utilizaba para sus hazañas.
    Aquellos días me traen a la memoria tantas cosas agradables de mi infancia, donde mi mundo era aquel barrio maravilloso y sus buenas gentes, allí nos sentíamos niñas felices, corríamos en la libertad de nuestra inocencia, no sabíamos de opresión, ni siquiera de quién nos gobernaban en aquellos días de dictadura; solo entendíamos de juegos, canciones y poco más; realmente era feliz, tenía todo lo que deseaba, y mi mundo eran aquellos pabellones de color vainilla.
    Cuando se es niña  todo es tan diferente, la realidad se ve con los ojos de la inocencia; no hay maldades ni traiciones, ¡qué etapa tan bonita de la vida!, donde la ilusión existe permanentemente, el juego es el mejor aliado, y las noches traen los sueños más bonitos; no existen las vigilias ni las preocupaciones, solo el mañana del día siguiente para seguir soñando  con las fantasías de los cuentos de hadas, de piratas, y en el peor de los casos con algún que otro fantasma.
    El teatro comienza, mi vestido de papel de color rojo, mi color preferido, mis amigas y yo estamos nerviosas, vamos a interpretar un cuento de princesas, todas engalanadas con flores también hechas de papel, ¡silencio empieza la función! Cada una de nosotras queríamos ser princesa, deseábamos aquel beso del príncipe que por sus venas corría sangre azul, ¡que inocencia Dios mío! Y ahora con el tiempo y la lucidez de los años me pregunto: ¿qué habrá sido de los sueños de todas nosotras?

    Ceuta, 22 de Enero 2011       

                                                  Fini Castillo Sempere

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                               LOS YOGURES "VAYA VACA"

  
  Mi barrio trascurría tranquilo como de costumbre, mis amigas y yo inmersas en nuestros juegos; ahora tocaba jugar a las tiendas, que consistía en organizar una pequeña estructura  hecha con palos, cartones y cualquier otra cosa que nos sirviera, lo colocábamos todo de manera ordenada simulando un mostrador , allí colocábamos los productos que imaginábamos para vender: el pescado eran hojas del trasparente( un arbusto grande que estaba entre los gallineros) las patatas, las medianas piedrecillas que encontrábamos en la calle, así sucesivamente imitábamos los producto de la tienda con las pequeñas cosas que encontrábamos. También teníamos que conformas las familias: los hijos, la madre el padre; a todas nos gustaba ser la ama de casa, porque era la que tenía que ir a la compra, también era atractivo el oficio de tendera.
    Un día escuchamos un alboroto, y como era natural nos acercamos enseguida a ver qué pasaba, y entre un grupo de mujeres había un hombre, al lado de un carromato, era el repartidor de la leche “Vaya Vaca” éste les explicaba el nuevo producto que habían sacado, manifestaba que era muy beneficioso para los niños, mostraba una pequeña tarrina;  a nosotras la curiosidad nos mataba, queríamos saber que era, y el hombre mirándonos muy atenta nos dijo: esto es un producto nuevo, sacado de la leche, llamar a vuestras madres para que lo vean. Sin pensarlo dos veces fuimos corriendo a llamar a las mamás, para ver si conseguíamos que nos compraran uno- creo recordar que costaba una  peseta la unidad – Mi madre salió a ver que era aquello que yo le explicaba con entusiasmo, y quedó convencida con la explicación del vendedor, por tanto me compro  uno de esos envases. El vendedor nos dijo que el nuevo producto que se llamaba” yogur”, y que a partir de aquel día iban a venderlo junto con la leche.
    Aún recuerdo el sabor de aquel misterioso líquido, sabía a limón y su sabor característico, me gustaba, si me gustaba mucho, a partir de aquel día esperaba al vendedor del carromato con mi peseta en la mano, deseándolo ver aparecer para conseguir aquel líquido meloso, siempre era del mismo sabor ¡de limón! Tardarían en llegar aún los de distintos sabores: fresa, melocotón, naranja, etc.
    Como no podía ser de otra manera, nuestra pequeña tienda desde aquel día  disponía de un nuevo producto llamado yogur. Hoy cuando voy al supermercado y veo las estanterías repletas de yogures de todo tipo y característica, esbozo una sonrisa y pienso, nosotras las niñas de nuestro querido barrio, fuimos las pioneras, junto al hombre del carromato en la venta de este producto mágico, y siento en mi interior una cierta nostalgia de aquellos días, de aquellas horas  junto a mis amigas de la infancia.

   Ceuta, 22 de Enero 2011
                                                    Fini Castillo Sempere

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                                 MAYO FLORIDO Y HERMOSO
                                                                             “Cualquier flor, cualquier mes”

    
     Mayo florido y hermoso, mes de romería y romeros haciendo el camino con la devoción propia e inherente en el corazón de cada uno; mes de María Madre, de fiestas y jolgorio a la vez que se reza el rosario en  esta querida tierra, como   pincelada de devoción a las Vírgenes y patrones de los pueblos anclados en el la Península Ibérica.
    Yo nací un día de mayo, casi  cuando el calendario de ese mes estaba dando el último suspiro, no sé porque, me ha parecido la fecha de mi nacimiento envuelta en un embrujo especial, quizás porque mi padre me decía: “mi niña ha sido la última flor del mes de Mayo”  cuando esas palabras salían de sus labios, yo me sentía como una verdadera flor, llena de hermosura y fragancia; con el tiempo, me dí cuenta que solo se trataba de una metáfora en boca de un padre amante de su hija, sin más connotaciones de hermosura o fragancia, puesto que para los padres sus hijas siempre son flores hermosas, independientemente del mes del calendario en que hayan nacido.
    Cuando me embarga la nostalgia, la tristeza  entra en mí ser como una ráfaga de viento  helado y se alberga en mi alma; no sé porque siempre evoco mi infancia, a aquellos días, a la protección de los brazos fuertes de mi padre, a los arrumacos de mi madre y a la complicidad de mi yaya. Cuanto daría por volver aunque fuera un ratito a aquella realidad, mimetizarme con aquellos recuerdos tan reales como mi existencia. Quisiera sentarme a la puerta de mi casa, vivir de nuevo mi patio, a sus gentes; oler aquel aroma, embriagarme de las cosas bonitas de una época ya lejana. Cuanto daría por tener la inocencia de una niña que abre los ojos al mundo, con sus cosas buenas y otras no tan buenas, a las ilusiones y desilusiones, al frio y al calor, a lo blanco y a lo negro. Cuanto daría por sentir, oír, tocar, saborear mis años pretéritos, ahora solo me conformo con la llama del recuerdo alumbrado mi alma. Cuanto daría por ser yo quien  ahora, protegiera a mi padre.
   Hoy, y con los recuerdos bullendo en mi cabeza, derramándose agitadamente y llegando a mi corazón como la lava de un volcán que acabara de entrar en explosión, quiero agradecer tantas cosa; quiero devolver mi amor en estas líneas a todas aquellas personas que han hecho posible que hoy con mi cabellera cana, anhele mi infancia; el cariño incondicional que me regalaron mis padres; las riñas con mis hermanos y sus desvelos protectores. Mayo del 2011 está dando sus últimas bocanadas, se muere irremediablemente hasta dentro de un nuevo nacimiento en el año próximo. Hoy quiero recordar los brazos protectores de mi padre, los arrumacos de mi madre y la complicidad de una abuela traída a mi vida desde tierras alicantinas, hoy quiero recordar tantas, tantas cosas…

    Ceuta,30 de Mayo 2011        

                                          Fini Castillo Sempere.

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                                         MI PLAYA
                                                           “Los recuerdos buenos de la infancia son
                                                             pequeños  tesoros  que  nos  pertenecen”



    Aquel Día el sol irradiaba con fuerza todo su calor. Desde la ventana de mi clase y a través de los cristales podía adivinar que el día era espléndido, el cielo azul indicaba que sería un buen día de playa. Era sábado y en aquellos días los niños y niñas solo disfrutábamos del descaso de la tarde, porque los sábados eran días laborables, y los escolares tenían que acudir como cualquier otro día a las clases matutinas, y dábamos gracias a Dios de poder disfrutar del ocio de la tarde.
   Mi mente  solo pensaba en el modo o la astucia que tenía que utilizar para convencer a mi madre que me dejara ir a la pequeña playita que había detrás de los pabellones. Mis amigas irían a darse un chapuzón a la hora de la siesta, pero mi madre no era partidaria que después de comer me zambullera en el mar; ella prefería que en  la hora de la siesta descansara,  por supuesto a mi esa decisión unilateral me sacaba de mis casillas y lo único que podía hacer era derramar algunas lagrimas para ver si se conmovía y me dejaba ir. Alguna que otra vez mi astucia me llevó a conseguir el objetivo, pero desafortunadamente en otras ocasiones no conseguía ablandarla  y lloraba desconsoladamente.  
   De pequeña, con siete años, padecí una enfermedad propia de niños que se complicó y ello me llevó a guardar reposo casi un  año, aquello preocupó mucho a mi madre y de ahí venía el interés por mi descanso;  cosa que yo no entendía demasiado, a mí solo me interesaba participar de los bailes alocados entre olas y olas de aquella pequeña  playa, de mi playa, playa de todas las niñas y niños de la J.O.P y del barrio de las Latas. Ahora cierro los ojos, y siento en mi cara, en mi mente,  el agua cristalina y fría que me deleitó en aquellos años maravillosos de mi infancia, pero sobre todo siento como una punzada hiriente el no haber entendido la preocupación de mi madre al negarme aún contra su voluntad, lo que más deseaba: “sumergirme entre las olas de mi pequeña playa, minimizarme con los cantos negruzcos que conformaban el paisaje; reír y encarar   a los vientos de levante y de poniente. Solo quería ser una niña feliz con las pequeñas cosas de la vida en un día de sol.
    A veces al hablarle en estos tiempos del tema ella me dice:
    -“Hija mía, el médico me dijo que no era conveniente en ese año tu exposición al   sol  y que era necesario el descanso de la siesta para tu total recuperación, a mí me dolían más que a ti aquellas lágrimas”
     ¿Cuántas veces los padres tenemos que hacer cosas que nos duelen, pero que son necesarias  para el bien de los hijos? Así es, el ser padres responsables requiere mucho esfuerzo, y en muchos casos nos encontramos con  la incomprensión de los hijos.

    Ceuta, 3 de Julio 2011    

                                     Fini Castillo Sempere. 
                

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                                          ADIOS A LA NIÑEZ

              
    Que verdad es que los años van modelando las conductas humanas, cuantas veces  en los últimos años he querido reencontrarme con aquella  niña que en tiempos pretéritos fui;  sentir su inocencia, reír sus risas, hablar con la melodía propia de la inocencia, jugar sus juegos infantiles con la complicidad de la ilusión, de la magia que envuelve los primeros años de vida. La  he buscado con insistencias en los rincones más inhóspitos de mí ser y comprobar si en sus juegos infantiles, se había escondido allí, ¡pero no!, en ese lugar tampoco la encontré, desesperé e introduje mi anhelo   en los recuerdos almacenados en mi menoría; y allí, como una niña traviesa la encontré esbozando   una leve sonrisa, ella me miraba, yo la miré, en sus ojos descubrir la nostalgia de una niñez ya perdida; solo le quedaba el tatuaje leve de una etapa ya vivida en lo más profundo de su alma. Ella se despidió de mí hace mucho tiempo, y hoy en la insistencia de mi yo infantil, la he vuelto a encontrar por unos instantes. A veces, he creído encontrarla en mi inocencia momentánea, pero solo eso, un instante; ahora solo me queda el recuerdo de aquellos días, donde las preocupaciones no existían, donde la vida era simple, porque para preocuparse de cosas de mayores ya estaban mis padres. Ahora mi padre no está, se marchó un día, dejándome huérfana, vacía por un momento, porque enseguida sentí su presencia en lo más profundo de mi alma. Se fue dejándonos como herencia el recuerdo de su vida, su empeño en que fuéramos buenas personas, su dedicación y sobre todo su amor. Mi madre, en su senectud me acompaña, pero en la lejanía de aquellos días maravillosos donde ella era junto a mi padre, el motor de mi existencia, de nuestra vida queridos hermanos ¡Qué días aquellos  Dios mío!  Ahora cuando vuelvo la cabeza al pasado y quiero agarrarlo con fuerzas, se me escapa, lo que fue, fue, ya es pasado, el pasado no vuelve. La niña un buen día también se marchó, alzó su pequeña manita y en la lejanía dijo adiós, adiós para siempre, o quizás nos encontraremos  en algún momento, allá en el país de los recuerdos, o quizás en aquella estrella que de pequeña dibuje para conmemorar el nacimiento del niño Dios.
      La madurez sin remedio, viene a galope y se introduce en el cuerpo de golpe, sin preguntar;  sin compasión ha desterrado la inocencia de la niñez, ahora toca la sensatez, y me pregunto-¿porqué dejaremos de ser niños? Ahora cuando observo a mis nietos, siempre pienso: ¿qué les deparará la vida?, que sufrimientos embargarán sus almas, ahora tan inocentes. Es un sentimiento de tristeza y miedo, porque ahora si sé,  que es la realidad de la vida: ambiciones, envidias, malas artes etc.… Una sociedad donde prevalece el tener, donde se ha olvidado valores tan importante como el respeto.
    De nuevo vuelvo a pensar en ni niñez y me veo en la noche de Reyes, siento el nerviosismo, miles de alfileres me penetran desde mis pequeños piececitos hasta lo más alto de mi cabeza, el corazón suena fuerte, tic, tic,  solo en pensar en la caja de cartón llenita de platos, cucharitas y tenedores de latón pintadas de colores; ¡ah y mi pequeño bebé de goma, encargado directamente al Rey Baltasar por mi entrañable y querida tita Tere, ella que daba su vida por mí. También me dejaban  bajo el árbol de Navidad un par de cajetillas de cigarrillos de chocolates, moneditas de varios tamaños  y unos  paragüitas del mismo manjar. Eran sus majestades Los  Magos de Oriente  los que me hacían la niña más feliz del mundo, especialmente Baltasar que era mi  Rey preferido. Ahora vuelvo a la realidad y veo que los salones de las casas se han convertido en tiendas de juguetes, a cual más caro y sofisticado. Eso me hace pensar  <Serán los niños ahora más felices que los de antaño> me encojo de hombro cierro los ojos y me traslado a mi patio, a mi casa, a nuestro cálido y humilde salón, donde en un lugar preferente está la representación  del Belén, que mis hermanos y yo hemos hecho con tanta ilusión;  en lo más alto  está mi estrella dibujada; cuantos recuerdos evoco en un solo instante, me visualizo allí sentada en un rincón con mi bebé en brazos y un cigarrillo de chocolate entre mis pequeños deditos y  soy la niña más feliz del mundo.

                                                                                                         
    Ceuta, 8 de  Enero 2012                                                     
                                                                        Fini Castillo Sempere

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         MUELLE COMERCIO Y VIRGEN DEL CARMEN               
                                              “Al recuerdo de aquellos 16 de Julio de antaño”

  
  Todavía recuerdo aquel olor característico a barcos, olor a marineros, redes, gasoil, petróleo, recuerdo aquellos atardeceres desde lo más alto del Muelle Comercio mirando a “la Mujer Muerta”. Aún dibujan mis recuerdos aquellos días, cuando mi padre desde la calle “La Muralla” me bajaba, junto  al muro-balaustrada de la rambla de acceso,  hasta el mismo cantil del muelle donde se sujetaban las barcas a los norais. Y allí, atracada sobre los espejos azules de la dársena, se encontraba, engalanada con pequeñas banderitas de colores, “El Lobito”-la pequeña “traíña” que  mi padre adquirió con muchos esfuerzos-. Eran años duros, y había que buscar recursos más allá de un sueldo que no daba para muchos menesteres…
    El Muelle Comercio, ese muelle ha marcado   mis sentimientos por muchos motivos y razones, hoy está distinto; ha cambiado la fisonomía. Ya no existe el muro-balaustrada  donde los pescadores se apoyaban y  a golpes de recuerdos,  narraban  historias y hablaban de todo lo que querían y deseaban; aquel muro era un mundo de hombres, hombres con la cara morena de tanto sol, mar y viento; lobos de mar que hablaban de sus hazañas, unas ciertas, otras exageradas; sus roncas voces  las oigo en mis recuerdos como las mejores melodías, cánticos de sueños y esperanza. Hoy cuando miro hacía aquel lugar, extraño aquellos días,  aquellos hombre rudos por la fuerza del mar, extraño a mi padre en aquel lugar, extraño tantas cosas… 
    Esa noche no dormí, el nerviosismo me podía, mi casa respiraba distinta, se celebraba la festividad de la Virgen del Carmen, y la pequeña “traíña” saldría adornada como el resto de los barquitos para acompañar a la Virgen.  Como no podría ser de otra manera mi padre me llevaría en la procesión marinera a bordo del “Lobito” -así se llamaba nuestro barco-, que ese día lo engalanaban precioso para el esperado paseo. Multitud de barquitos acompañaban a la Virgen, las sirenas de los barcos mercantes atracados en el puerto no dejaban de sonar; era un momento mágico, sobre todo para una niña que siempre le dimensionan las emociones.  Los fuegos artificiales casi rozaban nuestras cabezas; ¡qué emoción sentía! Hoy ha cambiado todo tanto…, ahora sería impensable que aquellos pesqueros salieran como lo hacían antaño, quizás sin medidas de seguridad. Yo sigo pensando en aquellos días, donde las tradiciones primaban sobre otras cosas, donde los niños disfrutábamos en aquellos días del paseo por mar acompañando a la Virgen, a una Virgen que nos protegió porque nunca pasó una desgracia en aquel alboroto marinero.
    Hoy, irremediablemente, cuando llego a la plaza de la Constitución me paro, dirijo mi mirada hacía el antiguo muelle de pescadores y mi imaginación vuela por unos instantes a aquellos días cuando era niña, y huelo de nuevo la sal que desprendían los vientos, daba igual cual fuera, si levante o poniente. Mi olfato se impregna de olor a redes y gasoil; mis oídos nuevamente oye aquellas rudas voces de hombres curtidos por el salitre de nuestros mares, oigo sus risas, y siento sus ilusiones; siento el sudor del trabajo duro de aquellos días, y siento el amor que le profesaba mi padre a aquellos muelles que por años recorrió palmo a palmo. Cuando miro al Muelle Comercio, siento tantas cosas…
                       
                                  Fini Castillo Sempere-Ceuta en el corazón.

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                                       MIS RECUERDOS
                                               “Mi historia no existiría sin vosotros


   Los años nos hacen ver  la vida bajo un prisma muy distinto, cada edad tiene sus propios cristales, en los cuales cada uno de nosotros nos asomamos; aunque es verdad que  esa materia fría  se nos puede ofrecer con distintos coloridos, según sea nuestras propias experiencias... No es lo mismo la niñez que la adolescencia, y para que decir la edad adulta seguida de la edad de la experiencia, o sea la gran edad; esa edad que todos queremos llegar, pero cuando estamos en ese camino nos duele mirar hacia atrás y ver la historia de nuestra vida casi finalizada. Quizás porque seamos consciente que la meta está muy cerca, y al contrario de lo que puede ser una competición y ver el triunfo al final,  en la edad más que adulta  se ve solo el final del camino. No sé porque razón se me viene a la mente en esta reflexión a Joan Manuel Serrat, cantando "caminante no hay camino se hace camino al andar" bellos versos de el mejor de los poetas: Antonio Machado.
  Ahora mis ojos miran a través de los cristales blanquecinos de la nostalgia, y allí me encuentro perdida en unos días tan lejanos y a la vez tan presentes, ¿qué es, en la historia, un puñado de años? En la historia del universo no es nada, pero en la historia de una vida, lo es todo. Hoy me siento pequeña, como una niña perdida entre tres grandes bloques amarillos, anclados en el puerto y amarrados en el noray de la vecindad, cuyas ventanas me observaban, al menos eso creía ¡Me sentía tan insignificante! solo me faltaban unos días para cumplir siete años, y no tenía amigas en aquel lugar, todo mi mundo se había quedado dormido en un patio, aquel que me vio nacer, ¿Y sus gentes? Ellas también se quedaron entremezcladas en mis añoranzas de niña y en su realidad que ya no era la mía. Ahora me tocaba vivir un nuevo mundo, descubrir una nueva etapa de mi vida y lo más curioso  es que nadie me había pedido opinión, supongo que esos menesteres no eran cosas de niñas.
  Aquella tarde, me asome a la ventana y sin pensarlo salí de mi recién estrenada casa; de  pasada vi a dos chiquillas que se quedaron mirando mi puerta, observe que entre ellas cuchichearon algo, no podía distinguir lo que hablaban, pero me sentí incomoda, quizás avergonzada, me sentí fuera de aquel lugar, me sentí extraña en un lugar que no me reconocía como parte integrante, ya que hacia sólo dos días que habíamos llegado a aquel barrio de la Puntilla. De inmediato entre en la casa, allí estaba mi madre, me paré a mirarla y observe como se movía, desembalando los cacharros que con gracia iba colocando en un mueble blanco que colgaba en la cocina.  ¡Que bella es ¡ -pensé-, me sentía tan orgullosa de ella.
    -Mama, mama, cuando voy a tener amigas –pregunté.
    -Todo se andará, dentro de nada conocerás a las niñas de aquí, y podrás jugar con ellas
    Me encogí de hombros y como si no me importara, entre en mi dormitorio y me senté en la cama abrazando a mi querido muñeco de goma; pero no era verdad, me importaba mucho sentirme perdida en un mundo de mayores, echaba tanto de menos a mi tía Tere, y mi amiga africoli, la hija pequeña de los Vallejos. Allí, en su comedor me vi sentada y Juan su padre, me ofreció un trozo de pan embuchado con una tajada de tocino que a mí me sabía a gloría, que buen hombre era el Sr. Vallejo; como no eran pocos, yo siempre estaba de agregada, así éramos en aquellos días, puertas abiertas, todos formábamos un todo: nuestro patio.   
    Ahora iniciaba una nueva etapa, iría a la conquista de nuevas amistades, nuevos vecinos. Me daba miedo, me sentía indefensa ante aquellos bloques amarillos, donde solo vivían extraños para mí; era otro mundo, donde los espacios eran muy grandes, mi antigua casa era tan distinta y el entorno tan diferente. No importa, y recordé: “mama me ha dicho que haré otras amigas…” Así que  me tumbe en la cama, cerré fuerte los ojos sin dejar de abrazar a mi pequeño muñeco y me dije:  “Mañana será otro día…” El sueño irremediablemente me venció como cada noche.
    El nuevo día avanzó sin novedad, eso creía yo, cuando mi padre llegó a media tarde me dijo:
    -Finita, el lunes iras al nuevo colegio, te han admitido en las Adoratrices, es un colegio de monjas, así que mañana mama te comprara el uniforme, ¡y al “cole”!, allí conocerás a otras niñas y harás muchas amiguitas. Mi corazón galopó desbocado al recibir la noticia, y pensé: si, el lunes será otro día...

           

           COMO JAZMíN…

   
    Añoranzas, de una niña que vive su sueño
Vuela al cielo de la esperanza,
Un vuelo alegre, sonrisa de infanta
Melodías de colores e ilusiones
De una niña, sumida en el recuerdo
De una flor blanca, de un jazminero

Amalgama de colores, prendidas en su cabello negro
Arco iris de  añoranzas y esperanzas
nuevos juegos infantiles, nuevas hazañas
La niña duerme su sueño, la niña descansa
Y su anhelo, encontrar un mundo nuevo,
Y prenderlo, como jazmín en su pelo.

 

      Ceuta, 21 de noviembre 2012
                                                                 Fini Castillo Sempere

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                        AQUELLA NIÑEZ
                                                           "A tod@s los que pertenecéis a mis recuerdos de infancia" 

     Cuantas veces han venido a mis recuerdos aquellos días de mi infancia, una infancia llena de momentos inolvidables y llenos de amor por parte de mi familia. Yo era una niña feliz, alegre, vivaracha y muy fantasiosa. Mi imaginación a veces me jugaba una mala pasada, y sentía miedo, mucho miedo en las noches especialmente  de invierno, imaginando que los árboles alargaban sus largos troncos hasta llegar a mi ventana, o que algún fantasma viniera a buscarme para llevarme al mundo de las tinieblas. Me acurrucaba en mi cama y con la sábana me tapaba la cabeza, a veces era tal el miedo que sentía que no dudaba en dar un salto y encaramarme a  la cama de al lado que ocupaba mi yaya. Sin embargo me encantaban las historias de miedo y buscaba cualquier oportunidad para escuchar alguna, aunque después pagara con creces el miedo que sentía.
      Un día me desperté sobresaltada, mi frente humedecida por el sudor, cuando miré hacia la puerta del cuarto, descubrí una sombra, parecía un hombre con una gorra, sentí tanto miedo que no pude articular palabra, ni siquiera pedir auxilio a mi abuela que dormía plácidamente. La noche se me hizo interminable y el miedo acabó  cuando Morfeo decidió venir en mi ayuda y rescatarme de las manos del insomnio. Cuando me despertó mi madre por la mañana, la claridad del día penetraba a través de la ventana y pude observar que detrás de la puerta estaba colgada la gorra de mi padre, entonces comprendí que ella fue la causa de mi miedo, había confundido la sombra de la gorra que daba como imagen un espectro o un ser malvado que venía a asustarme. Desde aquel día mi madre le busco otro lugar a la temible gorra que me asusto tanto.
      Cuantas cosas puedo contar de mi infancia, de mis amigas, de los vecinos, de las costumbres de la época, que no tienen nada que ver con los días actuales, ¿cómo en tan poco tiempo la sociedad ha cambiado tanto?  no tiene nada que ver con aquellos años 60 que viví, a veces miro a mis hijos y creo que he pertenecido a dos mundos completamente distintos, donde las costumbres, los valores, el respeto y demás cosas han cambiado tanto, casi diría yo que tienen otras señas de identidad, tan válidas como los de antaño.
    Llegue a mi nuevo   barrio a los siete años, enseguida me acogieron, no me sentí extraña en el tiempo, sólo al principio me sentía triste recordando mi patio y las gentes que habían quedado atrás. Era un entorno familiar, donde las familias se conocían, donde los cabezas de familias trabajaban en el puerto, cada uno con sus respectivas profesiones, pero dentro del mismo entorno y los salarios salían del mismo presupuesto Las mujeres tenían sus tertulias a las puertas de sus viviendas, y los niños teníamos un gran espacio alrededor de los  pabellones amarillos, allí jugábamos  en la libertad de la calle, una calle sin miedos, sin peligros; en cambio ahora, ¿qué padres dejan a sus hijos con escasos años traspasar la puerta de la vivienda en busca de los juegos infantiles?
      Cuanto ha cambiado todo, que cielo tan azul viene a mis retina, mirando al cielo y con los brazos en cruz, giraba y giraba alrededor de mi cuerpo hasta que algunas nubes blancas se difuminaban en el azul cielo, el mareo hacia tambalearme y a veces no paraba hasta caer al suelo y dejar que el mareo pasara, lo sentía como un juego de libertad.
      No  teníamos  móvil, tampoco ordenador personal, ni siquiera televisión; había uno  en casa de la familia Bermúdez, y allí nos reuníamos los chiquillos del barrio, sentados en el suelo del comedor para ver algún wester de la época. Poco a poco fueron llegando las televisiones en blanco y negro a nuestras casas. Ahora, los  pequeños tienen muchas cosas que en realidad no se sí son tan necesarias, yo sin dudarlo, cambiaría todos esos aparatejos por mi libertad de la calle y sobre todo por mis juegos infantiles con mis amigas del barrio.
      Dicen que las comparaciones son odiosas, y quizás tengan razón, pero es inevitable bucear en los recuerdos pretéritos, y sin darnos cuentan entramos en las comparaciones, y al fin y al cabo pienso, que cada uno tiene que vivir su propia experiencia, vivir con los tiempos presentes, y ¿quiénes somos para decir si esto o aquello es mejor o peor? cada momento viene unido al calendario, a una época, a una etapa de la vida, a una edad y a un momento histórico, y no decir de movimientos sociales, que hacen posible los cambios en la sociedad.
      Los chiquillos de la puntilla, vosotros y yo sólo estaremos presente en una hoja del libro de la historia, y si lo pretendemos también podemos encontrarnos si revolvemos en nuestra memoria, ir  al almanaque si queréis revivir aquellos días y buscar esas fechas, aquellos recuerdos maravillosos, y allí estaremos nosotras, subidas al arbusto de trasparentes -como lo denominábamos- simulado un corcel en plena carrera. También recuerdo como en pleno galopar caí para atrás abriéndome una brecha en la nuca, terminando el día en la casa de Socorro y mi cabeza con varios puntos de suturas.
      Irremediablemente el tiempo pasa, y nosotros también vamos envejeciendo y de vez en cuando abrimos el baúl de nuestra historia, y nos dejamos llevar por el sopor de la nostalgia, y pienso: ¡Qué tiempos aquellos! Y, ¡ay,  que rápido pasa la vida!...

 

     Ceuta,  a 6 de abril  de 2013.          

                                                                 Fini Castillo Sempere

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