LA PUNTILLA, OTRA HISTORIA

 

- Prólogo - 1.Casa Mariquita - 2. Por San Juan - 3. Chari - 4. Miguel y el C.F."El Puerto" - 5. El moro Juan - 6. La foto de Arbona - 7. El Dúo Dinámico -

8. El jardín de la Junta -9. José Luis10. La Isla I - 11. La Isla II - 12.Travesuras - 13. El Guille - 14. Aquellas muchachas - 15. La Quika - 16. El guiso -

17. Loli -18. El cabrero -19. Un globo, dos globos, tres globos...- 20.Diego "El Pescaero" -21. Antoñito --22. Santiago -23.Las Barraquillas -

24.Pepito"Calca" y Muebles Marruecos -25. Pepe Pacheco -26, Santana -27.Tarde de Toros. Antonio "El Pastelero"- 28. Nicolás y José -

29. Magtin y el Circo --30. Los boquetes -31. Olvidé su nombre... -32.- Dicen...- 33. Carta a Amparo -34. La Tata y Amparo -

35. Las BarraquillasII - 36.El Nani - 37. Caía la lluvia - 38. Vinagretas - 39. Te llaman... - 40. La piscina - 41. Aquellascolegialas... -

- 42. ¡Feliz cumpleaños, Ana! - 43. Las latas de mortadela - 44. La biblioteca - 45. Mar azul del Chorrillo - 46. El pequeño inventor -

- 47. "El Narci", un niño diferente - 48. Rencuentro con Miguel Ángel "Milán" - 49. Los primeros caminos... - 50. Las horas de la juventud I-

- 51.En los cielos añiles del Poniente (Elegía a Antonio Bermúdez)...- 52. Las horas de la juventud II-

 

 

 

 «LA PUNTILLA», OTRA HISTORIA (*)


    Llegamos a la nueva casa a finales de mayo, había aprobado el examen de ingreso  y tenía por tanto, todo el verano para hacer lo que quisiera. Los primeros días los dediqué a explorar todos los contornos de mi nuevo barrio; la verdad es que no me disgustaba, porque era sencillamente precioso. Delante de mi casa había un llano de chinos  donde los niños jugaban al fútbol y más atrás, un prado verde poblado de gallineros donde las gallinas con sus polluelos  corrían a sus anchas  completamente  libres. Hacia poniente,  una pequeña playa de aguas azules se arrinconaba  contra la escollera del muelle; lindando con mi nueva casa, empezaba un monte  con palmeras donde aún quedaban los viejos bancos de lo que seguramente fueron unos hermosos jardines; un poco más arriba,  se encontraba la Hípica, una zona ajardinada y la residencia Militar Galera. Finalmente, para rematar aquel entorno, en el extremo, en dirección a las «Puertas del Campo», se hallaba la antigua Estación de Ferrocarril Ceuta -Tetuán.
    Verdaderamente el nuevo lugar donde  me aprestaba a pasar  los próximos años  era hermoso, abierto y la sensación de libertad era indescriptible;  con lo cual,  sin dudarlo un momento «la Puntilla» mi nuevo barrio, me fascinó; y los nuevos vecinos y los chiquillos que más tarde conocería eran inmejorables.
    Pero sin embargo, yo, no había nacido allí, mi corazón estaba en otro sitio, aunque con el tiempo aprendí a amar aquel lugar y hacerlo  también mío. «Pero es claro, que eso, es ya otra historia que quizás cuente en otra ocasión…»
    De momento, empezaba una  nueva vida en un lugar distinto; iniciaba  el bachiller  en el próximo curso, y mi casa y mis amigos también serian diferentes. Todo había cambiado de la noche a la mañana, y como encadenado a su rueda, algo  también en mi interior  había cambiado; no adivinaba  con certeza muy bien qué es lo que  era, pero desde luego, intuía, que la magia de los instantes de soñar tus propios sueños inalcanzables y mágicos se acercaban inexorablemente a su final.
    Mi niñez estaba diciendo su último adiós postrero, y yo, no podía a hacer nada por evitarlo…

 

En Cádiz, 7   Enero de  2007

 

Manuel Castillo  Sempere

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(*) «La Puntilla, otra historia...», así comenzará  la segunda  parte del libro…

 

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CASA MARIQUITA

    Sentado en el poyete del “llano” observaba con envidia como los niños de la Puntilla, del “Barrio de la Latas” y de otros lugares que ya no recuerdo….subían las escaleras,  atravesaban el pasillo voladizo de la fachada y se adentraban de uno en uno, de dos en dos, de tres en tres…en la casa de Mariquita. Pero que tenía aquella casa ¡Dios mío!, que todo el mundo podía subir allí y permanecer todo el tiempo que quisieran sin que los dueños se molestaran  o se enfadaran ante tal ajetreo de chiquillos yendo y viniendo continuamente. La verdad es que hoy es inimaginable que pudiese ocurrir algo parecido, pero en aquellos días el carácter sumamente sencillo y generoso de algunas personas daba lugar a situaciones que se preñaban del espíritu más acogedor y más evangélico que pueda habitar en el alma humana.
    Mariquita, pequeñita casi como un niño, sin embargo era tal su generosidad que el alma no le cabía en su pequeño cuerpo. Era un alma grande, sin límites, sin fronteras, sin negaciones….Mariquita era la ternura personificada, como la Madre Teresa…No negaba nunca; daba; prestaba; ayudaba, acogía…No negaba nunca, ella era el Sí; ella era la palabra amable y el susurro con vocación de consuelo; ella había nacido para ser madre del aquel que necesitase sentir en su interior esta palabra de cinco letras…
   Oh, Mariquita, que puedo yo decir que no sepamos todos en la Puntilla, que puedo yo decir que Paco o tus hijos no supieran. Que puedo yo decir que los niños que te conocieron no te hayan ya dicho desde el recuerdo que guardan de ti en sus corazones…

   Yo, Mariquita, se me viene a la memoria, el primer día que me atreví a subir las escaleras del portón, seguir paso a paso el pasillo hasta encontrarme delante de tu puerta, que causalmente en aquel momento se hallaba increíblemente cerrada; allí permanecí  un rato sin saber que hacer ni que decir; y estaba a punto de golpear la puerta, cuando al punto está se abrió y tu imagen como en un recordatorio de comunión, apareció enmarcada entre sus  quicios. Yo, la miraba y azorado no acertaba a articular palabra; ella comprendiendo mi situación embarazosa, esbozo una sonrisa entre picara y divertida, y me dijo:
   -Bueno, ¿y tú quién eres?, cada día vienen más niños que yo no conozco…
    Yo, bajé los ojos, y sólo miraba los dibujos grisáceos que se adornaban en las losetas al lado de mis pies. Ella, a continuación y sintiendo aliviado su pequeña burla, prounció:
   -Pero bueno, que niño más tonto,  se puede saber que haces ahí parado; anda entra “pa” dentro y siéntate en el suelo donde puedas.
    Abrí la puerta, entré,  y medio en penumbra me senté junto a la pata de la mesa, intentando no pisar a nadie; enfrente simulando una pantalla de cine, se encontraba un antiguo “Silvergood” donde “El Llanero Solitario” con su antifaz ocultándole el rostro, cabalgaba en busca de una nueva aventura….Durante años, aquel salón-comedor, fue mi cine de barrio, donde sin comprar ninguna entrada ni guardar ninguna cola tenia una entrada reservada para cuando yo quisiera. Así que: Rin tin tin, Caravana, Bronco-Ley, El Virginiano,  y otras series que se daban los sábados en “Sesión de Tarde”  fueron haciéndome descubrir el más puro e indómito “Far West”…
    Siempre a la puerta de Mariquita, había algún vendedor de loterías, de cupones, de rifas; o algún verdulero, o frutero, o pescadero exponiendo sus productos. Mariquita, ejercía un cierto magnetismo que propiciaba que todos los pequeños comerciantes deseaba acercarse a ella y exponerle su negocio, como si al comprar ella sus productos, quedasen al momento validados a los ojos de los demás vecinos. Y no quedaba ahí la cosa, sino que para aliviarles un poco el cansancio, ella les guarda en el pasillo de la balconada, las cajas y los sacos de sus mercancías.
     Mariquita, se podrían contar tantas cosas de ti, que podríamos pasarnos   horas y horas y siempre seguramente nos dejaríamos algo en el tintero. Pero, a modo de rasgo que pueda definir tu bondad, puedo contar aquella manguera verde que en llegando el verano pasabas por la ventana de tu cocina y la alargabas hasta abajo, en la calle, donde   las vecinas de las “Barraquillas”(*) esperaban a que abrieras el grifo y le dieras como el mayor regalo el agua tan deseada. Y efectivamente las vecinas de las “Barraquillas”, habían hecho acopio de ollas, garrafas, cacerolas, bidones y todo cacharro que pudiese servir para recoger agua. Y los recipientes se iban llenando entre  la algarabía, las risas y la alegría de aquellas mujeres…Y nunca les falto el agua…
    -¡Mariquita abre el grifo¡ ¡Mariquita  el agua ¡ ¡Mariquita abre…¡ -decían las vecinas a gritos.
    De tal modo, que  cuando llegaba el verano, cuando el caño de agua que bajaba del monte se secaba, Mariquita, atendiendo a la compasión que le causaban aquellas mujeres, abría el grifo de su casa hasta que la última de ellas no acabase de llenar el último de sus cacharros….
    Mariquita, ahora, tu lugar es azul, y los astros están a tu alcance. Dios habitará en ti, y la paz se habrá hecho infinita en tu alma; pero tu recuerdo es nuestro y nos pertenece, y aún, la llama de tu presencia, nos acompañará  por mucho tiempo…
      
   

En Cádiz, a las 1203h. del 13 de abril de 2008

 

 Manuel  Castillo  Sempere

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(*) La Yaya-mi abuela-, vivió en la “Barraquillas” y cosía  las redes  del pesquero de su marido, cuando este pescaba, con otros barcos de Santa Pola,  en aguas de Larache.

 

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                                              POR SAN JUAN

    Por San Juan, cuando el solsticio de verano, cuando en la noche del 23 de junio se encienden fuegos en los campos y playas del viejo Mediterráneo. Cuando las enamoradas piden al Santo ser amadas por sus enamorados. Cuando la magia se apodera de la noche y hasta las brujas saltan los fuegos confundidas, aquí, allá, con la gente que salta, que ríe, que canta: ¡Al trébole, al trébole, la noche de san Juan! ¡Al trébole al trébole…!
    Todos los niños hemos ido, en los días anteriores, acarreando madera y leña desde todos los rincones. Desde los gallineros, desde el “vacie” que da a la playa, desde los muelles; desde los comercios y tiendas… Esos días los niños recogemos muebles viejos y toda clase de utensilios en desusos, y los vamos arrinconando en mitad del llano de chinos de los pabellones de la Junta. Cada día que pasa, la pequeña pira originaria, se va haciendo más grande y más grande… hasta hacerse casi una montaña. Es algo increíble, todos los niños colaboran, y a todas horas, por todas las esquinas, los niños aparecen tirando haces de leña, cartones, ramas, enseres, bártulos, y toda clase de cachivaches  que puedan arder en nuestra hoguera.
    Cuando pienso en esos días, siempre me asalta la misma pregunta, a saber: ¿quién  ordenaba ese ajetreo de cargar cualquier clase de mueble  o leña y sin preguntar ni encomendarnos a nadie, al momento, todos a una, eran llevados, sin ninguna dilación,   junto a la pira, que ya se alzaba por encima de nuestras cabezas unos cuantos metros de altura? Acaso era el Santo, que gustaba alumbrar su  noche con el fuego de estas fogatas… o era nuestro instinto, que en un proceso iniciático, quizás ya olvidado,  adivinaba que el fuego purifica todo lo negativo que habita en nuestros pensamientos, y deja al alma: pura, sosegada, liberada para elevarse de nuevo al lugar donde nacen los sueños azules…
    Y si los niños acarreaban la mayor parte de la leña, ¿qué hacían las niñas? Y  las niñas, más delicadas, más dadas a lo sutil, y a lo sensible, se dedicaba a la confección del San Juan; y para ello, las niñas, en los días previos,  buscaban  ropa vieja: pantalones, camisas, jerséis,  chaquetas, gabardinas, zapatos... para después rellenarlo de paja. Algunas veces, las mujeres más jóvenes, apenas unas adolescentes, ayudaban en esta tarea, y en la parte más alta de las  escaleras  se improvisaba un taller de costura, y se confeccionaba  toda la familia de  Sanjuán, con su mujer  Juana  y su hijo  Juanillo… Y al caer la tarde, Nicolás y José, las mariquitas del Sardinero, bajaban como unas princesas, a poner su color, su folclore, y su dimensión más humana, a esta fiesta, mitad pagana, mitad religiosa; pero en todo caso,  la fiesta de los obreros de la Junta, cuando al punto, con la llegada del sol en el  solsticio,  empezaban a madurar las jugosas frutas del verano…
    ¡Al trébole, al trébole,  la noche de san Juan! ¡Al trébole al trébole…!   
    Sí, es la noche de San Juan, y la última campanada de las doce  aún vibra en la noche. Y ya han metido fuego por los cuatro costado a esta enorme pira, tan grande como una montaña, que los niños, estos días atrás, han ido amontonando. El fuego ya ha prendido  y las llamas se elevan por todas partes. Al cabo, todo arde como una antorcha inmensa, infinita… alumbrando la noche como un sol del mediodía. Todos, niños y vecinos estamos sobrecogidos por la lumbre tan soberbia que estalla ante nuestros ojos. ¡Es como un sol! ¡Es como un sol! - grita alguien-, y es verdad, es tan fuerte su llama roja, que su resplandor hace que por un momento tengamos que cerrar los ojos. ¡Es como un sol! ¡Es como un sol!... siguen gritando otros.
   La noche vestida con sus mejores galas, contesta con su titileo de estrellas a este nuevo sol que ha surgido en medio de nuestras casas… Lo infinito y lo cercano. El fuego y la obscuridad. La pasión y el olvido… El fuego nos transporta al origen de las cosas, al principio, a la primera palabra, a la primera caricia, al primer beso, al primer sueño que tuvimos aún antes de nacer… Y antes de nacer, ¿dónde, dónde se encontraba nuestra alma?… ¿Y en que lugares habitaba?...
   ¡Al trébole, al trébole, la noche de san Juan! ¡Al trébole al trébole…! 
    La hoguera se consume y se agita, y   sus brazos de fuego se arremolinan aquí y allá; ora se inclinan, ora se cimbrean; después se retuercen, para más tarde, expirar en una llamarada roja, amarilla, de oro… como deseando, por unos momentos, ser el faro que nos ilumine en esta noche mágica de San Juan.
    Los niños, nos damos las manos, y en un corro de risas incontenibles, vamos dando vueltas y más vueltas alrededor de la hoguera, soñando unos, extasiados otros, como en un tiovivo de colores que girase sin freno, sin fin, sin horas… ¡Que frenesí! ¡Qué locura!.., Vueltas y más vueltas; risas y más risas; alegrías de chiquillos que comienzan a la vida… En definitiva, rituales, adivinanzas, ilusiones y esperanzas abiertas en la noche más mágica del año, en la noche de las noches, en la noche de San Juan…
    Maruja y las muchachas se han reunido, han cuchicheado no sé que cosas… y en tropel, cantando y tocando las palmas, se han ido a la playa a recitar no sé que sortilegios antiguos. Unas se levantan las faldas y se meten en el agua; otras echan flores, otras cantan; otras ríen… Otras piden, que el Santo, les traiga un novio…  Y a ser posible mañana, antes que pasado, antes que otra se lo lleve… Y nosotros, distraídos en estos  ritos, pensamos: las muchachas, ¡qué tontas!, siempre pidiendo, rogando, casi clamando al Santo, por un novio. ¡Qué tontas, verdad, son las muchachas!...
    La hoguera va consumiéndose, y chisporrotean los últimos leños. Y se van apagando las canciones, las risas, y el tiovivo de colores…Y en cielo continúan titilando más blancas, más azules, las estrellas de plata…Y aún, desde la puerta de mí casa, siento como la  magia de esta noche única,  me atraviesa  el alma de lado a lado, con su misterio  de sueños todavía no soñados… 
    ¡Al trébole, al trébole,  la noche de san Juan! ¡Al trébole al trébole…!


En Cádiz, a las 0025h. de 4 de septiembre de 2.008

Manuel Castillo  Sempere
   
      
                            

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CHARI

 

   Chari, la hija menor de Mariquita, que chiquilla más extraordinario…Ella tenia un don natural para atraer a su alrededor a cuanta niña asomase por su casa. Siempre las menores la acompañaban nada más ir a hacer un recado, una pequeña compra al ultramarino de Francisca, o a cualquier otro asunto que se le encomendara.
    Que suerte tenían las niñas de los “pabellones” de la J.O.P. al tenerte como punto de referencia, nada más que abrir los ojos por la mañana. El pasillo voladizo y la puerta de tu casa, era el lugar señalado y lugar de encuentro de toda la chiquillería con faldas que habitaba aquel barrio.
    En el llano, en los poyetes, en los gallineros…en todas partes, a que nombrar más lugares, pues en todos, tú, Chari, eras la reina infantil de todas las niñas de los tres pabellones del puerto. Si, la reina infantil, sin necesidad de ningún concurso, de la “Puntilla”.
    Siempre tenías el gesto y la palabra adecuada para tus pequeñas niñas-hijas, pues como una madre menor, le encomendabas en los juegos, a cada una, el papel que mejor le convenía de acuerdo a su naturaleza. Y recuerdo, ahora, con una sonrisa, que incluso a los niños que nos acercábamos a participar en aquellos juegos de pasacalles en que se citaba la niña de tus preferencias, tú, adivinando mi querencia, me hacías coincidir, como por arte de magia, con Lolita –aquella niña, que apenas verla, el corazón empezaba a agitarse de tal manera, que pareciera por un momento que fuera a salirse del pecho-. Yo cogía, por fin a Lolita del brazo, y buscando al momento tu mirada tacita, no podía sino con una sonrisa infinita, agradecerte la felicidad de tener a mi amor primero, junto a mis costado izquierdo, de aquí para allá, entre palmas y canciones, suspirando  por que se produjese un milagro, que el tiempo se parase, y que estos minuto se alargasen hasta hacerse eternos… 
    Que espíritu habitaba en la familia Bermúdez, que cada uno de sus hijos estaba poseído por esa gracia natural de atraer y unir a los demás a modo de una piña de sentimientos humanos. Tu madre, tu padre, tus hermanos… todos ellos tenía sus amigos, que convergían, cómo no, en tu casa…en casa Mariquita. Y que charlas, y que discusiones… unos iban, otros venían…otros, volvían a entrar y volvían a salir…Y así, mañana, noche y tarde, todos los días del año. La amistad, la paciencia, la generosidad, como señas de identidad de una familia, en la que tú, quizás fuera el mejor remedo de Mariquita, tu madre, ¡Dios la tenga, llena de gracia, a su lado!  
   ¡Oh, Chari!, que puedo decir más de ti, que los demás no adivinen y me reprendan por no haberlas contado. Y puedo recordarte en muchos lugares, y entre ellos puedo recordarte en el otro llano de pequeñas malvas, junto a los  matorrales de “transparentes”  que se situaban frente a los gallineros. Y puedo recordarte sentada en la yerba, rodeada de tu corte infantil de niñas-ángeles, jugando a los juegos de las madres… Yo me acerque y te dije:
   -¡Chari, yo quiero ser el novio de Loli!
   Tú, me miraste…y comprendiste, en mis pocos años, el sufrimiento de la desesperación…Y a continuación, como una orden sagrada, dijiste:
   -Loli, tu novio será Castillo…
   Yo, sintiendo  la felicidad en lo más profundo del alma, prometí, fundiendo mi mano en la mano de Loli, que de ahora en adelante sería tu mejor caballero…

   
     En Cádiz, a las 1030h. de 20 de agosto de 2008
     

     Manuel  Castillo Sempere
     

        

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MIGUEL Y  El   C. F. PUERTO

 

    Qué niño no le gusta darle patadas a un balón. Y que niño no ha vestido alguna vez la camiseta de su equipo favorito. Y  qué niño, no ha soñado más de una vez, con saltar al campo, entre los aplausos de de los espectadores, con esa misma camiseta, de ese mismo equipo de sus amores. Decidme, que niño no ha soñado alguna vez con estás cosas?...
    Y los niños de la Puntilla no éramos diferentes a los demás. Casi todas las tardes, en el llano de chinos se jugaba un partido de fútbol;  o en el pequeño llano de yerbas que había detrás del anterior, también se jugaba: al dos contra dos y un portero. Tardes para correr detrás del balón; tardes para el driblin; para regatear hasta al portero y apuntarte un tanto con las manos en alto y el corazón henchido de gloria.
    Miguel era el entrenador del equipo del Puerto, y como el flautista de Amelín, atraía hacia él, a todos los chiquillos del barrio. Miguel sabía y entendía de fútbol como el que más, y con su carácter bondadoso y apacible entregaba a manos llenas la ilusión entre  la chiquillería. La elástica del puerto era “Blau grana” como la del Barcelona de Kubala –no hay que decir de que equipo era Miguel, era evidente-, y con esos colores se competía en el 54 y en Pedro Lamata. Y por esos colores, se corría, se luchaba, se sudaba la camiseta hasta la extenuación… Algunas veces se ganaba y otras se perdía, pero cada domingo,  en la esquina del segundo pabellón, junto a la casa de Miguel, los niños le esperaban impacientes para subir al terreno de juego y medirse con el contrincante de turno.
    -¿Qué equipo tocará hoy: el Imperio, el Ceutí, el fundador, el Villa Jovita…? –Dice uno; todos lo miramos asombrado.
     -¿Pero es que no sabes quien nos toca hoy?-decimos todos.
    Y Miguel, sonriendo y comprendiendo su azoramiento, dice:
    -El Villa Jovita –y la cuestión queda zanjada.
    Qué de buenos jugadores han pasado por el C.F el Puerto. Yo recuerdo a Sepúlveda, el “Coco”, un defensa central, alto y espigado y con un saque tan potente que llegaba a la portería contraria; a Nicolás, también un buen jugador;  a Alejandro; a Ramón, que de veloz, a veces se dejaba atrás el balón; a Miguelín; a Cesar, la raza y el ímpetu a flor de piel; a Pedro “Melguizo”, a Perico, un portero para siempre…;   a el “Eslo”;  ¡Ah, el Eslo, fantasía y  fútbol en estado puro! Yo le he oído decir: «Acaso sabéis lo que es vestirse de blanco y salir   al “Bernabeu”, entre los miles de gritos de los “hinchas del Madrid”.»  Yo no creo que él haya estado nunca vistiendo de blanco en el “Bernabeu”; sin embargo, yo sé que él lo ha vivido cientos de veces en sus envidiables  sueños de gloria. Sí, el Eslo, con su arte de la finta y el pase corto, triangulando a la perfección  una jugada de gol, ha vivido como una realidad, una noche de gloria en el escenario más mítico donde los haya…Una noche de gloria en el Estadio   del  Madrid… Una noche de gloria en el  Santiago Bernabeu. 
    Qué de buenos jugadores han pasado por el C.F el Puerto…
    Miguel, que momentos de felicidad nos has regalado a todos nosotros sin pedir nada a cambio; que de ilusiones creadas y compartidas entre nosotros la víspera de cada partido; que esfuerzo y que espíritu de lucha has ido añadiendo a nuestra personalidad apenas comenzada su andadura. Sí, Miguel, esa esquina de tu casa, al filo del segundo pabellón, ha sido una pequeña antorcha, donde todos hemos aprendido a trabajar en equipo. Y tú, sin lugar a dudas, has sido nuestro mejor entrenador…
     Miguel, ya quizás no entrenes, ya quizás estés alejado de aquellos momrntos en que peregrinabas indefectiblemente al 54 o al Pedro Lamata  para ver a tu equipo disputar el encuentro; pero nosotros cuando al borde de un campo de fútbol, veamos correr a unos niños, nos acordaremos, siempre, como si fuese ayer, de aquellos días en que nosotros éramos esos mismos niños, y tu eras nuestro mejor entrenador.
   Este año, en agosto, cuando fui a tu casa a visitarte, aún tenías, en un pequeño paquete  de fichas unidas por unas gomas, la reseña de mi nombre. Corría los años: 1963-1964.

      
En Cádiz, a las 1059 de 28 de septiembre  2008      

 Manuel  Castillo Sempere     

 

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EL MORO JUAN
"Nunca sabremos cuando Dios nos alcanza..."

                 

    ¡Niñaaa, aquí está el moro Juan, niñaaa…! ¡El moro Juan, niñaaa…! ¡Aquí está el moro Juan, niñaaa…!   
    Y el moro Juan aparecía, junto con su pequeña burra -llamada Josefina-, por la esquina del segundo pabellón pregonando sus frutas y verduras, a saber: naranjas, mandarinas, uvas, manzanas, melocotones, melones, sandias, berenjenas, habichuelas verdes, patatas, habas… y brevas, la fruta de los dioses…
    El moro Juan, era un musulmán querido en la Puntilla y en otros barrios a donde iba a vender  sus productos. Era enjuto y ágil en el andar; se cubría la cabeza con un Fez ya descolorido por el uso; unos pantalones  bombachos amplios de color pardo y una camisa y chaleco al gusto marroquí. A los pies calzaba  unas babuchas amarillentas, que también descoloridas por el uso ultimaba su vestimenta. Pero lo que de verdad le daba una aureola de autenticidad y magnificencia, era su barba, que el paso de los años le iba volviendo cana.         
    ¡El moro Juan, niñaaa…! ¡El moro Juan, niña…! ¡El moro Juan, niña…!
    El moro Juan, tenía la sabiduría de aquellas personas que proceden de las más profundas raíces del pueblo, y hablan y sienten como arropados por un conocimiento que yo diría universal  y que siempre nos dejan mudos ante lo absoluto de su evidencia. Si, el moro Juan, entre pesada y pesada de su “romana”, entre llenado y llenado de los platillos de su balanza, buscando las ciruelas, las patatas o las alcachofas, se dejaba ir con una frase intemporal digna del más prestigioso filosofo griego. Este Sócrates bereber, nos decía, por ejemplo:
    Dios, solamente hay uno…
    Yo le contestaba:
    -El nuestro.
    Él, sonriendo, me apuntaba:
    -El de todos…
    Yo, por fin entendí, que no había dos dioses, sino que el suyo y el mío, eran el mismo Dios… ¿cómo podía aquel verdurelo montado en su pequeño burro, darnos lecciones de teología, que hasta entonces estaba sólo reservado para los clérigos de nuestra Santa Madre Iglesia de Roma? ¿De dónde le venía aquel conocimiento? ¿Es que acaso había leído la Biblia y había sacado estas conclusiones? Yo, la verdad, no supe nunca de donde le venía aquel conocimiento; sin embargo, en mi ignorancia, intuía que aquel hombre sencillo y aparentemente inculto, no le había llegado su sabiduría a través de la lectura de los libros sagrados, sino como consecuencia de una percepción innata, casi natural, de la presencia de Dios…
    Yo, desconcertado y a la vez inundado por una extraño sosiego que me llagaba de sus palabras, recogía en el bolso la fruta y las verduras que él me ofrecía, y seguidamente caminaba hasta mi casa, pensando aún, que su Dios y el mío, ya no eran dos Dioses enfrentados y diferentes, sino que era un único Dios verdadero, para él y para mí…
    Al cabo, el recogía las riendas de su pequeño burro, echaba la romana en los serones, y adelantando su paso en dirección al segundo pabellón, gritaba:   
       ¡Niñaaa, aquí está el moro Juan, niñaaa…! ¡El moro Juan, niñaaa…! ¡Aquí está el moro Juan, niñaaa…!   

     
En Cádiz, a las 2305h. del 29 de agosto de 2008

 Manuel Castillo  Sempere

 

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LA FOTO DE ARBONA

“Uno para todos  y….”

 

    Tenía quince años y toda la vida por delante. Era  domingo, y los domingos era un día especial: había baile en el Casinillo de Hadú.   Luis, Paco y Juan, eran mis amigos de aventura, así que sobre las siete ya estábamos, acicalados, enchaquetados, encorbatados, y sobre todo peinados y repeinados… Eran tiempos del pelo largo; la gomina, el peine y la brillantina estaban en retroceso, y el pelo suelto, sin mojar, ocultando las orejas, por el contrario, llegaba como un viento fresco de libertad que nos alcanzaba a todos lo jóvenes. Eran tiempos de cambio  y así habría de ser durante mucho tiempo.
    Acababa de llegar a casa de Luis -que era nuestro lugar de encuentro-, cuando este con los demás estaban comentando de ir a la fotografía de Arbona y hacernos unas fotos. De tal manera, que tomamos la camioneta en la esquina del  primer pabellón, junto a la carretera, que después de recorrer todo el muelle Dato, y la Brecha, nos dejó en el Puente Almina. Subimos la calle real, y antes de llegar a los Remedios, en una calle que se pronunciaba en cuesta, en la acera de izquierda, allí se encontraba el cartel-letrero de Arbona, con escaparate llenos de fotografías de bodas. Entramos, nos ajustamos el nudo de las corbatas,  nos atusamos el pelo, una dos, tres veces…
    -¡Un momento Arbona!,  déjame el  peine, Paco, o tú, Luis -un ultimo retoque, una última mirada al espejo y ya casi estamos…
    Nos colocamos delante de la cámara,  Arbona hizo una señal con la mano levantada para que fijásemos su atención en ella, y al momento se escucho el clik… Y sin más habíamos quedado inmortalizados para la posteridad. ¡Que delicia y que ilusión! era en aquellos días  fotografiarse en  un  viejo estudio de fotografía. Se tenía la sensación de entrar en una estancia mitad sagrada mitad mágica. Una estancia adornada con elegancia en sus muebles y en  su decoración; un lugar para dejar la presencia de nuestra imagen al mundo; una habitación tejida con hilo de sueños e ilusiones;  un recinto para todo aquel que quisiese  afirmar que ha existido.
    Arbona tomo nuestros datos, y nos dijo que volviéramos a recogerla la semana próxima; pero antes de despedirme, yo quiso volver a mirar un momento este espacio mitad sagrado mitad mágico en el que acabábamos  de dejar impresionados nuestras adolescencia. Yo deseaba mirar las paredes,  los cuadros colgados, la mesita, las sillas, los jarrones, las cortinas, las flores de papel… yo deseaba llevarme para mí todo el estudio de Arbona, y sobre todo aquella maquina vetusta y magnifica que sobre el trípode, representaba sin duda, el alma del estudio…
     Nos despedimos de Arbona, que pensaría de nosotros, apenas unos chiquillos, de nuestras risas, de nuestra alegría, y de nuestro cuido exagerado por el pelo… Yo creo que los fotógrafos son ladrones de imágenes –en el buen sentido de la palabra-, y en este  menester, Arbona, se quedó esa tarde, con la mejor de nuestras imágenes, a saber:  con nuestra alegría, y con nuestras risas. Nosotros, ¿verdad, Arbona, éramos apenas unos chiquillo?...
    Nos encaminamos calle Real abajo;   la tarde iba cayendo y las horas litúrgicas para unos, y sin ataduras para otros, acompañaban al crepúsculo en su despedida. Rojos, tintos, morados, se pintaba el celaje… La tarde dice adiós  definitivamente,  y desde algún balcón  se escucha el carraspeo de una guitarra y luego, una  voz potente, rítmica,   que sin miramientos, grita : «¡ Come Back, baby come back!... »           
    Eran tiempos del pelo largo, quizás también de una nueva libertad en ciernes…

 

 En Cádiz, a  1005h. de 27 de septiembre de 2008.

 Manuel  Castillo  Sempere

 

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EL DÚO DINÁMICO

 

 «Quince años tiene mi amor», canta el Dúo Dinámico  en el “piku” de la Kika de 45 r.p.m. Y después suena: Oh, Mari Carmen dijeron todos…Y luego se escucha: Perdóname… Y más tarde: Como Ayer… Y tras una pausa, todo el universo se llena   con los acordes de, Oh, Carol, loco estoy por ti… Y la mañana se agita en pentagramas musicales soñando la hora perfecta. Quietud, anhelos. tránsito… el alma de las cosas al alcance, casi,  de un suspiro, de un ademán, de una mirada… Y canción a canción, como un rosario interminable de melodías, la Kika, apenas terminado de girar el pequeño  microsurco, lo  guarda con mimo en su funda, saca otro del álbum, y lo coloca con extrema suavidad bajo la mágica aguja, que de nuevo, en su recorrido por los surcos de vinilo, hace oír una nueva canción de Manolo y Ramón.
    Las muchachas escuchaban al Dúo Dinámico, y se deshojaban con sus melodías… Pero quién no escuchaba, entonces,  aunque fuera a hurtadillas al Dúo Dinámico?  ¿Quién, al salir de casa, camino del colegio, de la tienda, o del taller…no entonaba cualquier estrofa conocida de estos cantantes de moda? Nadie podía sustraerse a ello, y su cancionero rebotaba de casa en casa, de calle en calle, como un eco que apenas acabado, ya comenzaba de nuevo a oírse…
   Angelín, hermano de la Kika, y José Luis, un amigo de ellos, estaban deslumbrados por la vida y milagros de estos músicos; escuchaban sus canciones con  tal deleite, que al rato los demás participábamos también de su estado de felicidad. Yo les he acompañado en unas navidades a adquirir, en Comercial Africana, la última novedad, con el nerviosismo y la alegría del que ha encontrado un tesoro largamente buscado. Nunca he visto en unos ojos, tanta inocencia y tanto regocijo, como en los de estos muchachos  al contemplar la carátula del disco de sus ídolos.
   Angelín y José Luis, estaban poseídos de una sensibilidad especial  y a modo de un remedo del famoso Dúo, cantaban sus temas cuando la ocasión se propiciaba. Bien en el cuarto de la Kika junto al piku; o bien en la azotea, ellos ensayaban y desgranaban una a una las mejores canciones de los Dinámicos. Yo, más pequeño y sin sus cualidades, me moría por ser como ellos, tanto, que un día, cuando nos pedían   salir de la azotea para empezar sus ensayos; yo, me escondí detrás de una chimenea y cuando comenzó su repertorio, corrí de tras de la puerta y ensimismado, escuche sus voces, como el mejor de los conciertos que jamás haya escuchado….Sí, tras la puerta, yo oí el mejor quisiera ser, que jamás pude volver a   escuchar:
   
    Cada vez que escucho al Dúo Dinámico, no puedo dejar de recordaros y aquel tiempo primero dónde nuestras vidas, aún, estaban por hacer… La distancia teje su hilo de olvido y va guardando en su desván nuestro pretérito, pero quizás, en alguna ocasión  la añoranza os haya  alcanzado, y sin poderlo evitar habéis pronunciado como en un susurro:

 

Cuando el mundo pierda toda magia
Cuando mi enemigo sea yo
Cuando me apuñale la nostalgia
Y no reconozca ni mi voz

Cuando me amenace la locura
Cuando en mi moneda salga cruz
Cuando el diablo pase la factura
O si alguna vez me faltas tú.
Resistiré, erguido frente a todo
Me volveré de hierro para endurecer la piel
Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte
soy como el junco que se dobla
pero siempre sigue en pié.

Resistiré, para seguir viviendo
Soportaré los golpes y jamás me rendiré
Y aunque los sueños se me rompan en pedazos
Resistiré, Resistiré...

Cuando pierda todas las partidas
Cuando duerma con la soledad
Cuando se me cierren las salidas
Y la noche no me deje en paz.

Cuando sienta miedo del silencio
Cuando cueste mantenerse en pié
Cuando se rebelen los recuerdos
Y me pongan contra la pared.

Resistiré, erguido frente a todo
Me volveré de hierro para endurecer la piel
Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte
Soy como el junco que se dobla
pero siempre sigue en pié.

Resistiré para seguir viviendo

Soportaré los golpes y jamás me rendiré
Y aunque los sueños se me rompan en pedazos
Resistiré, Resistiré...

 

En Cádiz,  a las 16 39h. de  4 de octubre de 2008-10-04

Manuel Castillo Sempere

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EL JARDIN DE LA JUNTA

 

    ¡Ciertamente, yo no pude ver el jardín de la Junta, sin embargo los mayores hablaban de ese jardín, como un lugar romántico y lleno de una rara belleza!
     Se hallaba junto a la arboleda y los parterres de la Hípica  y el Chalet abalconado, magnifico,  de Ibarrola. Principiaba a pie de los pabellones amarillos y ascendía en una pronunciada pendiente hasta  el Sardinero. Yo aún pude ver las enormes palmeras doradas donde los gorriones entraban y salían alrededor de sus nidos. Gorriones que ahora aparecían en el borde alto de una palma, cuando al instante saltaban a otra, para después emprender un fugaz vuelo hasta la próxima palmera que se adivinaba un poco más arriba. Gorriones que en verano con la canícula, algunos, se precipitaban de sus nidos aún con las boqueras amarillas adornando sus picos. Nosotros, entonces, los acariciábamos entre los dedos e intentábamos  lanzarlos de nuevo junto a sus padres, que allá arriba, en lo más intrincado, piaban desesperados. Otras veces una mezcla de egoísmo y de inocencia  nos hacía apartarlos de sus progenitores con la esperanza de que unas migas de pan, agua y nuestro amor, fuera suficiente para hacerlos crecer en nuestra compañía. Pero vosotros sabéis como yo, que la naturaleza marca sus pautas y aquellos infelices polluelos difícilmente sobrevivirían a una separación de sus congéneres tan temprana.
    Otra veces no eran gorriones lo que buscábamos, sino los dulces y anaranjados racimos de palmichas que nacían junto a las palmas. Palmichas que había que derribar a golpe de certera pedrada, y luego recoger de esta violenta siembra, las que amarilleaban un color más ocre, más maduro,  más… más dulce, diría yo, en una confusión inevitable de color y sabor…
    De manera absolutamente cíclica, las palmas con el paso del tiempo, se iban curvando y daban paso a la siguiente hilera que ya se dibujaba con su verdor de adolescencia  vertical en lo más alto de las palmeras. Y cuando exhaustas se dejaban caer sobre el tronco; y cuando exhaustas el color se había tornado grisáceo, casi blanquecino; y cuando exhaustas ya sólo significaban un adorno y un refugio para los pájaros: ellas golpeadas por alguna ráfaga de viento, se desprendían de su asiento y caían desmayadas a los pies de su árbol. Y cuando parecía acabado su ciclo, nosotros, escogiábamos las cepas  más abombadas, les cortábamos el varal central, les vaciábamos su interior, les prendíamos unas cuerdas de tranzas improvisadas, y ya habíamos construido la más artesanal de las guitarras. Luego solamente era cuestión de afinar la voz…

    De igual manera a como se entra en un claustro abandonado, en la que la vegetación ha irrumpido por doquier su hojarasca, este antiguo jardín impresionaba de forma parecida nuestros sentidos; y todavía como un símbolo, como una viva estampa de lo que fue, se podía apreciar los viejos  bancos de piedra que, aquí y allá, se disponían  para el descanso de los que gustaban de la quietud de este lugar. Bancos de piedra con abrazaderas redondeadas y aligeradas en vanos para darle un aspecto romántico, de melancolía, de petición del primer beso, de sentir la primera caricia. De soñar…

    En la bajada, tocando el mar, una araucaria con vocación de mástil  y de vigía de ultramar, se abría  con sus ramas horizontales como velas al viento de un viejo velero y señalaba el principio de la entrada. Yo a veces me subía a las primeras ramas y desde allí oteaba la cinta azul, verde, pardusca del Estrecho, y la silueta imponente, terrible, casi de un Dios  mitológico, de Gibraltar…   
    ¡Oh, yo no pude ver el jardín de la Junta, sin embargo, los mayores hablaban de ese jardín…!

En Cádiz, a las 0931h. de 1º octubre de 2008

Manuel Castillo Sempere

 

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JOSÉ  LUIS

 

    José Luis, era un niño diferente a nosotros, la sensibilidad y la inteligencia le caracterizaban. Yo nunca había conocido a un niño como él; era sólo algunos años mayor que yo, y sin embargo para mí significaba la otra orilla del conocimiento. Yo pensaba que todo el saber se encontraba en él, y por tanto estaba en posesión  de la verdad. No era como los otros niños, él estaba dotado de una rara sensibilidad que le hacia distinguirse de los demás. Yo diría que la poesía se adentraba en él de forma natural, de igual manera que los caminos intricados se adentran en el bosque y se pierden entre su maleza. José Luis, tenía alma de poeta y su brillo me aturdía hasta tal punto, que yo  montaraz y arisco por naturaleza, no tenía más remedio que doblegarme a su superior sensatez y cordura. Lo sutil, lo delicado, lo que no tiene nombre, estaba siempre de su parte, y yo, su pequeño aprendiz, no podía, gustoso, sino certificar su veracidad… Sus palabras siempre decían los justo y de la mejor manera posible. Él era un poeta en todo el sentido de la palabra y yo aprendí por primera vez, que los poetas no sólo estaban en los  textos, sino que ahí, en la balaustrada   del segundo pabellón existía un poeta en igual concordancia que los anunciados en las páginas de mis libros.
    Algunas noches de verano hablábamos, junto al rastrillo de mi  puerta, hasta altas horas de la madrugada. Esta costumbre ya siempre nos acompañaría en los siguientes años de la empinada cuesta de la adolescencia; y aún hoy recuerdo aquellas pláticas con un sentimiento a la vez de nostalgia  y de inocencia, que me hace añorarlos y desearlos de tal manera, que inevitablemente me transportan a aquellos instantes donde todo el universo estaba por conocer…
    Palabras, palabras, palabras… La noche estrellada, constelada… donde los astros giran y gira desde tiempo inmemorial en sus orbitas elípticas con la precisión matemática de lo mejores relojes suizos de la época… Y nosotros, junto a mi puerta, junto al rastrillo de madera adornado con esparragueras, geranios y jazmines  de Fina; hablando, soñando, ensimismados en descubrir los secretos que la noche y el cosmos guardan para sí mismos…. ¡Qué insensatez la nuestra, querer arrebatarle  a la hora prima que cantaban los serenos y a los espacios infinitos la verdad de su creación y de existencia!
    José Luis, hablaba dejando que las palabras, como pompas de jabón, se sostuvieran sutiles en el aire y después, al estallar súbitamente, te golpeasen en las sienes anunciando su verdadero significado que hasta ahora de tanto repetirlas había olvidado. Él, después de cada frase, para dar más énfasis, gesticulaba con su dedo índice y pulgar   una especie de acotación, de cálculo, de medida indescifrable… que añadía fortaleza a la argumentación de su pensamiento. Arriba y abajo movía la  pequeña medida de sus dedos, como señalando, igual que una veleta señala los vientos, la incuestionable dirección  que habría de tomar el sentido de sus palabras.    
    José Luis, hace tantos años que no sé de ti, que no hablamos, que no sé ya si aquellas noches en que nuestra inteligencia se moldeaba en el yunque de la «parepateia», a golpes de ideas y de sentimientos fueron realidad, o quizás  sólo sueños de mi mente algo extraviada por el abrazo amable de la nostalgia. Hace tantos años que ya he perdido la memoria, y sólo tu nombre como un cartel luminoso que se enciende y se apaga a intervalos, se me acerca entre un rumor de recuerdos y casi como una ráfaga de un viento susurrante me pronuncia que sólo fueron sueños;  pero que al cabo, sin embargo, entre los sueños, olvidados, perdidos, abandonados a su suerte,   se encontraban aquellas horas nuestras donde cada palabra era una aventura por descubrir…
    Y la noche sigue, estrellada, constelada…donde los astros giran y giran desde tiempo inmemorial…Y tú moviendo tus dedos índice y pulgar con la medida de siempre, dirás:
    -El Universo, el cosmos, siempre permanecen, y en cambio, nosotros vamos cambiando cada segundo, cada minuto, cada hora, hasta olvidarnos, alcanzado el sosiego,  de quienes somos y cual fue nuestro nombre…    

 
 En Cádiz, a  las 1217h. de 7 de octubre de 2008

Manuel Castillo Sempere
  

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LA  ISLA I

 

    Hace unos días leí un relato que escribí de muchacho sobre la Isla. Y en el último párrafo escribí: « Agitación dentro de mí. No sé, pero creo que este jardín helado ha silenciado en el alma una idolatría inmensa, humilde, de hojarasca…»  Y esta pequeña estampa poética de la Isla, ha estado guardada en una carpeta cerca de cuarenta años. Y no puedo, por tanto,  dejar de emocionarme de estos versos escritos en prosa a la manera de Juan Ramón Jiménez, el poeta de la extrema sensibilidad, y al que yo veneraba como un santo del santoral católico. Era tanto mi afinidad con Juan Ramón, que  en la mochila que llevaba en bandolera y que me tejió mi madre, siempre llevaba el libro de “Platero y yo”. Y a ratos, ya fuera en un jardín o en un banco de cualquier plaza, lo sacaba y  la suerte mulana, me hacía abrirlo  por cualquier página y empezar  a leerlo  sin que el mundo agitado de alrededor me impidiese lo más mínimo profundizar en su lectura. Yo he sentido en mi alma el roce extremadamente sensible de los versos de Juan Ramón, y he peregrinado en ellos buscando su palabra y su sentir doliente y a veces triste. Sí, Juan Ramón, es el poeta de la tristeza, de la belleza y de la nostalgia… Y para sentirlo, hay que lanzarse a su mar  y bucear en sus infinitas aguas azules y verdes y dejarse llevar sin voluntad, sin disputa, entregado,  por la corriente de sus alamedas y sus rosas únicas, en  los caminos que ascienden en sus sueños de realidades imposibles… Si, Juan Ramón, es el poeta de la belleza imposible, solamente se encuentra en nosotros mismos, en nuestros sueños, en nuestros deseos, en nuestro propio verso que sale como un dardo de esperanza a clavarse en la belleza terrible de un ocaso que se desangra a cada instante  entre un horizonte  de fuego, de oro… a otro irreal de  tonos rojizos, malvas,  cenicientos…
    Yo he vuelto a leer el relato que escribí de muchacho sobre la Isla. Y en otro párrafo dice: « Bajo y rompo con el pie mi figura reflejada, como una sombra lejana, en estos espejos de rumores huidos. Me tiro, ¡frialdad! Salgo tiritando de frío- de un frío azul-, que remueve el  fondo de mis ideas meditabundas y olvidadas en la maroma de los años sin recuerdos.»  Y vuelvo a sentir, igual que antes, una emoción larga, profunda, que me hace cerrar los ojos, y trasladarme a aquel tiempo donde apenas tenia diecinueve años y  el camino de la vida estaba aún por recorrer. He abierto los ojos, pero no puedo mantenerlos abiertos y definitivamente los he cerrados y me he dejado llevar por los versos que escribí al modo de Juan Ramón, mi poeta, a saber: «Desde la playa, por el camino de la escollera se llega a la Isla. Sus aguas, en la bonanza del Poniente son un palacio de frescura. Rincón donde la mar va a serenar sus ímpetus de temporal embravecido. Al mediodía, cuando el sol nos manda sus rayos, en remansos de destellos verticales: ¡que maravilla!, cual un bosque naciendo en la espesura de una niebla verde oro, parece, de entre esas aguas infinitamente puras, resurgir. Por momentos, diríase que va a cristalizar una leyenda de ensueño, sensaciones extrañas en la quietud de mi soledad arraigada…
    Hasta aquí llega, desde la ribera próxima, una algarabía desnuda; alegrías de niños saltando, brincando entre las olas como chispas de un fuego interminable. ¡Qué paz! Ora zambulléndose, ora derrumbados en los guijarros redondos de la orilla, los mayores dan un descanso a sus cuerpos bronceados por la quema celeste… ¡Qué  sosiego! …
    ¡Qué paz! ¡Qué sosiego!... he pronunciado sin dejar de cerrar los ojos. ¡Qué paz! ¡Que sosiego!... Y ya  no ha hecho falta volver a leer el relato que escribí de muchacho, ahora, mi alma, sin titubeos, sin preguntarme siquiera, me ha abandonado y se ha ido a la Isla, junto a la escollera de la playa de la Puntilla…  

 

    En Cádiz, a las 1105h. de 12 de octubre, de 2008.

Manuel  Castillo  Sempere

 

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LA ISLA II

 

   La  Puntilla era  un saliente que hacía la costa  junto a punta Negra, antes que desde punta  Benítez, se  curvarse en una larga ensenada que tenía su mejor expresión en la aplacerada playa Benítez; para después cerrarse por punta Bermeja -la punta más occidental-, en un abrupto peñascal de brava presencia al Estrecho. Y en este punto, se iniciaba la primera alineación del muelle de Poniente. Toneladas de piedras  traídas de la cantera de Benzú -en un tren construido expresamente para ello-, se habían empleado para levantar la escollera de protección de los muelles. Y allí, junto a esta montaña de rocas se fue haciendo, con la ayuda del reflujo de las mareas,  una playa magnifica, que si no muy grande, en cambio estaba a resguardo de los vientos de levante, que le daban el especto de una piscina natural, al lado mismo de nuestras casas. Y tuvo la causalidad, que la enfrentada norte de esa piscina natural, estuviese ocupada, como por arte de magia, por la Isla, ese peñasco que los tiralíneas en los planos de los ingenieros habían hecho rozar la soberbia escollera por su lado más al este. La Isla conservó siempre su nombre primitivo de antes de construirse el puerto, pero  ya no era tal, y nosotros  invadíamos su virginidad atraídos irremediablemente por  el influjo de  sus silencios  y la belleza de su entorno…
    Ente la playa y la Isla se situaban innumerable cuevas, que los grandes bloques en su caída desordenada al mar  habían ido formando a su antojo. Y en muchas de estas oquedades el mar las había inundado dando lugar   a unas increíbles pozas que los niños de la Junta, como en un dédalo mitológico, habían ido investigando y se conocían al dedillo. Ellos entraban y salían de  en este laberinto de roca viven sin que jamás perdieran la orientación; algunas de ellas, incluso tenían su adjetivo que las calificaba y las situaba  en el tramo del rompeolas. Para mi era una novedad todo aquello, y recuerdo como si fuera ayer,  la primera vez que Perico Masa, su hermano Luis y el Guille, me llevaron   a la escollera a mariscar. Llevaban varios salabares  a los que añadían carnadas de sardinas y jureles amarradas fuertemente con unas cuerdas, para a continuación ir introduciéndolos   en las cuevas; al poco, pasado un tiempo, iban apareciendo  camarones, cangrejos, peces, y alguna que otra centolla…Cómo era posible que en aquellas cuevas apareciera toda aquella fauna marina; no podía creerlo y me quedaba asombrado de la maestría y la destreza con que Perico y Luis, manejaban los salabares y los desplazaban de una cueva a otra. Después de varias horas, la cosecha del marisco tocaba a su fin, recogimos todo y en la playa encendimos un fuego y cocimos en una lata grande todo lo que los salabares habían capturado; pero antes de cocerlos, Perico, cogió un puñado de camarones trasparentes, a modo de trocitos de hielos, les quito la cabeza, y como Pantacruel, los devoré en un santiamén… yo quedé con los ojos más grande que un búho, sin embargo él, después de saborearlos dijo:
    -«Crudo están mejor, y saben más a mar…»
    La Isla y su camino de rocas era un paraíso para nosotros, los niños, y era tan grande que incluso tenía una pequeña laguna interior llena de algas donde los más pequeños se zambullían sin sobresaltos de perder pie. En unos de sus extremos existía una poza que se canalizaba unos metros por debajo, completamente inundada, hasta dar por fin con la boca de la salida. Algunas veces, los más audaces, con los arañazos  del coral en los hombros  y en los brazos, tuvimos la audacia  de sumergirnos  y pasados unos segundos interminables alcanzar la superficie. El paraíso también era compartido por los pescadores, que con sus cañas largas, se apostaban  aquí y allá, esperando que entrara el mejor de los peces. Luis y Antonio, los hermanos del Nani, siempre estaban apostados con sus cañas del país en los diferentes pesqueros que su habilidad con el anzuelo habían ido aprendiendo; y no había día que a la vuelta, en sus cubos, no sobresaliesen las colas de unas magnificas capturas.
    Desde la orilla, a veces,  yo miraba a la Isla como un reto… Deseaba tirarme al agua y nadar hasta ella, sin embargo el temor me impedía realizar mi deseo. No me atrevía, mas el deseo quedó ahí, aguardando su momento, y tanto va el cántaro a la fuente, que un día, sin que yo me lo propusiera, surgió la ocasión. Y quiso la ocasión, que aquella mañana llegue tarde a la playa y los chiquillos ya habían tomado, junto al muro de piedra, el camino de la Isla. Yo aún podía escuchar entre los bloques sus lejanas voces… Así, que sin pensarlo, me quite la ropa y me lance al agua nadando de manera frenética hasta la Isla. Mientras nadaba observaba como saltaban a la roca y señalaban mi presencia entre las olas… Nada más llegar experimente la satisfacción de haber cumplido mi deseo, y sobre todo que aquellas voces, las voces de aquellos niños me habían llevado a superar el miedo atávico de vencer lo nuevo, lo desconocido. Las aguas puras, vírgenes, transparentes de la  escollera, camino de Isla, ya nunca me fueron prohibidas, y a cada brazada mis ojos se fueron colmando  de la vida  fascinante, de color,  de silencios, de  aquellos fondos…      
    ¡Oh la Isla, desde nuestra playa de guijarros grises y blancos, una avanzada  en el mar que se sentía, como una aventura pendiente en nuestros corazones deseosos y deseantes… Desde tu roca, al pie de la escollera, copiábamos tu  mirada al Estrecho, como una señal de que la vida era nuestra y que estaba ahí mismo, junto a las olas azules y de espumas, y unida a la brisa de salitre que se llegaba desde Tarifa, desde Poniente…

 

En Cádiz, a las 0848h. de 15 de octubre de 2008   Corregido1101h. 17/10/08

Manuel  Castillo  Sempere

            

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TRAVESURAS

 

    Manolo, sobre mi niñez, te contaría muchas cosas, pero soy muy mala redactora…
    Me acuerdo de dormir la siesta, pues eso era sagrado después de comer, aunque a mi me sentaba fatal, pero mi madre no lo entendía, y para ella era muy importante ya que los niños tenían que reposar la comida unas horitas, como ella decía.
    Bueno, pues después de eso mi madre me aseaba un poquito y me ponía la ropita de la tarde, si te acuerdas yo iba a las adoratrices y debía de llevar uniforme, que para mi era una autentica pesadilla, bueno pues a lo que iba,  subía a por mi amiga Espe, hija del compañero de mi padre Reina, ya que era un pingo nos íbamos por detrás de los pabellones donde estaba el famoso chorrillo. Y me subía al monte con un cartón para tirarme con el por el monte, como si fuera hoy en día un tobogán, pues a lo ultimo del trayecto bajaba  sin el cartón y la ropa llena de boquetes y fango. Yo al ver lo que me había echo me descomponía pues había que decírselo a la carmelina que era verme y liarse a tortas conmigo, así que me iba muy limpia después de la famosa siesta y llegaba toda llena de barro y con la ropa rota y lo peor de todo es que esperanza, nunca se tiraba por el monte y siempre mi madre terminaba dándome cachetadas en el culo y diciéndome mira tu amiga como va y tu en cambio tienes un aspecto lamentable.
   En fin, manolo, hay lo tienes unas de mis travesuras, pero al  día siguiente volvía a tirarme otra vez por el monte y a romperme la ropa, luego al verme me acordaba de lo que venia a continuación, pero yo me lo pasaba muy bien y merecía la pena los cachetes.

 

En Ceuta, noviembre 2008

         Paqui Castro

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EL GUILLE

 

    El Guille era el Benjamín de la familia Bermúdez; y quizás esta circunstancia le hizo ocupar un lugar donde los otros hermanos no podían asomarse… Guillermo creció libre en el seno de su familia como crecen sin límites las malvas en el campo. La prisa nunca estuvo en su diccionario; así como el enfado o la pelea con algún otro chiquillo. Guillermo siempre me recordó al pan caliente, crujiente y tierno recién sacado de los hornos de las tahonas. Sí, Guillermo esta hecho como su madre Mariquita,  para la bondad y la ternura. En su alma no habitó nunca la maldad, ni siquiera en los desencuentros de algún “rebote”que pudiera ocasionarle algún juego. No sé si alguna vez tuvo alguna riña, pero yo he de confesaros que jamás la presencié ni tengo conocimiento de ello.
    Guillermo, son esa clase de niños que han nacido para ser niños toda la vida… Yo siempre me he preguntado que misterio esconde en su alma, que hace que la inocencia aparezca en su rostro como una seña de identidad indeleble al paso de los años. Siempre que hablo con él, es el mismo Guille de hace cinco, diez, quince, veinte o treinta años… Es un ser inmutable, no tiene cambios ni se muda; todo en el fluye como un arroyo fresco y claro que bajara de alguna montaña mágica allende la niñez…
    ¡Oh, Guillermo!. Yo te he visto en los días de lluvia correr con tus botas de agua y meterte por todos los charcos sin olvidarte de ninguno. Uno tras otros los charcos que se hacían tras la lluvia eran pisados y vueltos a pisar hasta que tu madre te llamaba al orden desde la esquina del corredor de tu casa, a saber:
    -¡Guillermo, Guillermo….ya está bien, ya esta bien…que te estás poniendo choreando…!
    Sin embargo, tú no atendías, absorto en salpicar y hacer levantar el agua hasta las aceras de los poyetes. Y los vecinos se reían,  y tu hacías con tus pisadas más acentuadas, que el agua se levantara aún más…Quizás no lo sepas, pero yo te envidiaba esas carreras por encima de los charcos… ¡Dios mío, como envidiaba esas carreras entre salpicadura y salpicadura; entre risas y risas; entere felicidad y felicidad…
    También puedo contar que en los días de fuerte temporal nos íbamos a la escollera; y allí oteábamos la llegada de aquellas olas montañosas que rompían contra las piedras del rompeolas, inundando todo de espuma, salitre y agua. Tú te alzaba en una roca y cuando veías venir la ola gritabas:
   -¡Ahí viene! Ahí viene!...
   -Y nosotros, corriendo como centellas, intentábamos escapar de aquel golpe de  mar y algas que sin remisión se nos venia encima. Al final, chorreando de los pies a la cabeza, nos íbamos para los pabellones, intentando en el calor de tu casa que se secara la ropa. Tu  madre siempre nos miraba con resignación, y me decía:
   -Anda, Castillo, vete al cuarto de baño y sécate, antes que te vea así tu madre y para qué queremos más…
    Guillermo, yo nunca he sido tan libre como tú, ni he estado poseído de tu bondad, ni he rozado la paz que tu espirito roza todas la mañanas. Yo siempre he deseado ser tu amigo y copiar las cualidades que en ti están innatas desde tu nacimiento. Pero es difícil y yo estoy desposeído de la sencillez que en ti están a granel. Cada año cuando regreso a Ceuta,  paso a verte a tu casa, y apoyados en la baranda junto a tu puerta, como si los años no pasaran, recordamos todas aquellas pequeñas historias que de niños nos pasaron; y como en un tiovivo de imágenes pretéritas, vamos dando vueltas y más vueltas   a cada una de aquellas viñetas que componen la película de nuestros recuerdos, y que a veces, sólo a veces,  nos atrevemos a abrir de los baúles del tiempo… 

    En Cádiz, a las 1042h. del 10 de enero de 2009

        Manuel  Castillo Sempere
      

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AQUELLAS MUCHACHAS…

 

    En aquellos días, al atardecer, las muchachas solían dar un paseo a lo largo del puerto. Desde siempre, los veleros, los vapores, los paquebotes, los correos…han atraído nuestra imaginación con un hálito romántico que ha despertado nuestras más profundas fantasías. Aquellas muchachas de la  Junta no podían sustraerse a esta cita atávica con la tradición;  así que impregnadas del romanticismo de la juventud y del ambiente que dan los puertos, encaminaban sus pasos junto a los muelles, donde  aún en el aire se conservaba la nostalgia de las despedidas…

    Pablo Neruda, en su canción desesperada apunta:

 

Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy.
El río anuda al mar su lamento obstinado.

Abandonado como los muelles en el alba.
¡Es la hora de partir, oh, abandonado!
………………………………………………
Todo te lo tragaste, como la lejanía.
Como el mar, como el tiempo. Todo en ti
fue naufragio!

Era alegre hora del asalto y el beso.
La hora del estupor que ardía como un faro.
………………………………………………
En la infancia de niebla mi alma alada y herida.
Descubridor perdido, todo en ti fue naufragio ¡
………………………………………………..
Oh la boca mordida, oh los besados miembros.
Oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados.
…………………………………………………….
Es la hora de partir, la dura y fría hora
que la noche sujeta a todo horario.

El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa.
Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros.

Abandonado como los muelles en el alba.
Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos.

Ah más allá de todo. Ah más allá de todo.

Es la hora de partir. Oh abandonado ¡

 

    Esta canción de Neruda, refleja la soledad de los muelles en el alba, la soledad de las despedidas…Sin embargo, a la tarde, las muchachas aún sintiendo esa soledad, buscaban la alegría que los muelles también, a veces, entrega a los viajeros…
    Sí, las muchachas buscaban una ilusión, una mirada, un piropo, un saludo, un ademán elegante, un asombro… Las muchachas soñaban despiertas  con la sonrisa de un marinero apoyado en la regala de la barandilla de su barco. Las muchachas jugaban al juego verdadero de la vida…Unas veces reían, otras cantaban, otras contaban sus secretos, otras, quizás dejaban que su imaginación viajara en algunos de aquellos buques a otros países donde de manera ingenua situábamos la felicidad…
    Aquellas tardes, ahora, desde el tiempo trascurrido y la distancia,  las recuerdo  como una bendición, como algo irreal difícil de describir. Yo he visitado otros puertos, he sido ese marinero apoyado en la regala del costado de una motonave, allá en Braila, aguas arriba del delta del Danubio, donde las muchachas rumanas,  se reían  y nos contestaban a nuestros saludo, cuando pasaban cerca del cantil del muelle donde atracaba nuestro mercante. Oh, sí, yo he visitado otros puertos y en todos he visto el mismo juego de la vida: miradas, saludos, canciones, despedidas, deseos, ilusiones, sentimientos, y sueños…
    Aquellas muchachas de la Junta llevaban dentro la impronta de los puertos, de los andenes, de los muelles…El romanticismo asomaba a sus ojos como asoman los tonos rojos y violetas en el crepúsculo vespertino de las montañas del Atlas. Nadie puede detener el tiempo, ni siquiera los versos de Neruda; sin embargo aquellas muchachas de la Puntilla, dejaron el juego anhelante de la vida, impreso para siempre en  algún corazón  de algún marinero, que como ellas, también soñaban a la caída de la tarde con la aventura de algún amor imposible…   
 

   En Cádiz a las 23-32h. de 8 de febrero de 2009

Manuel  Castillo Sempere

 

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LA KIKA

 

    La mañana, como  aquellas mañanas de colores claros y transparentes de Poniente, se dejaba sentir por toda la subida de la Hípica, por los pabellones amarillos, por las barraquillas, por la estación, por la escollera, por los muelles…Las palmeras se mostraban altas, agigantadas, imponentes, como queriendo con su altivez señalarnos el  predominio de la naturaleza…Verdes, doradas, abiertas sus palmas al mundo, todos los días, al clarear,  se orquestaba con su complicidad un increscendo   griterío de gorriones,   que anunciaban  la llegada del alba…
   Según avanzaba la mañana, los microsurcos empezaban a girar y girar en el “piku” de la Quika. Y Doménico Moduño, Adriano Chelentano, Mina, Gelu, El Dúo Dinámico, Los Tres Sudamericanos, Luis Agilé, Alberto Cortes… iban desgranando sus canciones. Parado el giro de los discos, comenzaba desde la radio la emisión, en las diferentes emisoras, de los populares  programas de “discos dedicados”. Y otra vez, con los consabidos saludos de los radio oyentes a los familiares, comenzaban de nuevo a oírse  la voz de los cantantes más en boga.
    La Quika, era una muchacha alegre y atractiva, representaba la juventud, la modernidad…El Mundo se abría a sus pies y ella necesitaba adentrarse en esa aventura. Aquella generación de muchachas, estaban a caballo entre una época que daba ya sus últimos pasos y otra nueva que apenas comenzaba sus andadura. El comienzo de los años sesenta traía otro aire, otra música, otro estilo… La juventud empezaba a acuñar ideas propias y dejaba atrás los grises años cuarenta y cincuenta. La posguerra era ya sólo un recuerdo y la nueva década comenzó con un deseo incontenible de libertad que se escuchó como un trueno por todas las esquinas del país…Más tarde llegaría el “Pop”y la explosión de la música inglesa, sin embargo, todavía la música italiana, la francesa, y  nuestro folclore alegraría durante un tiempo nuestros corazones…
    La Quika se caso con un francés –Antonio, un excelente muchacho que de pequeño había emigrado a Francia con sus padres, al que tuve la oportunidad de conocer y platicar  con el en innumerables ocasiones, en las calidas noches de nuestras vacaciones de agosto-, no podía ser de otra manera, era su destino, la Quika, llevaba dentro el espíritu de la aventura y la impronta de lo inesperado, de lo nuevo, de lo que está un poco más allá de lo cotidiano y necesita conocerse. Las cosas no ocurren por causalidad, sino que tiene un devenir propio de una situación originaria y que luego se ha ido gestando para llegar a un desenlace final. Y es claro que la Quika, como muchos jóvenes de la época, fue llenando su alma de un romanticismo casi mágico, que la predispuso y la preparó para navegar a un mundo nuevo alejada de sus ancestrales raíces.
   Sin embargo, como no podía ser de otro modo, la Quika, nunca pudo olvidar su primigenia  tierra, y como una cigüeña que todos los años alza el vuelo abandonando  su campanario y  viaja al sur; ella también viajo todos los años con su prole desde Francia hacia el Sur en busca de los lugares que la vieron nacer. Es algo irrenunciable,  la impronta de nuestra niñez nos persigue toda la vida y  no nos abandona jamás. Siempre en nuestro interior pervive el deseo de volver e identificarse, de diluirse –diría yo- con los objetos, el paisaje, la música, las costumbres… las gentes de tu pretérito. Sí, no hay lugar a dudas, la Quika, y todos los que abandonamos, como unos emigrantes, nuestra tierra, somos verdaderamente  pedazos de nostalgias al sol…Ya hemos perdido la tranquilidad de saber quiénes somos, y añoramos encontrarnos de nuevo para pronunciar nuestros nombres de pila.
    Quika, cada vez, que tomes el “Correo “ y vuelvas a Ceuta, nuestra ciudad, recorre cada calle y cada esquina como si el tiempo no hubiese transcurrido; después, deja volar la imaginación…al rato, comprobaras que el tiempo ya no existe, y que los recuerdos no son sólo recuerdos de un tiempo ya lejano, sino que los recuerdos son parte de ti misma, y que los puedes vivir de nuevo a poco que te lo propongas…

 

    En Cádiz, a las 09-32h. del 14 de febrero de 2009

Manuel Castillo Sempere

 

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 EL GUISO        

 

    Paqui, mi pequeña vecina del primer pabellón, me relató -un día que fuimos a su casa a merendar y a probar las deliciosas torrijas que Carmen, su madre, nos preparaba -la siguiente historia:
   Fina, estaba preparando un guiso en el fogón debajo de aquellas amplias y magnificas campanas que tenían las cocinas de las casa de los pabellones amarillos de la Junta, y que comunicaban en un tiro despejado y ascendente hasta las chimeneas que se situaban en las azoteas de los últimos pisos.
    Y en aquella tranquilidad al filo del mediodía, cuando el guiso ya desprendía sus mejores esencias, incluso allende la calle, se produjo la catástrofe: un estruendo tremebundo sacudió toda la casa, Fina, atareada en el rastrillo en el arreglo de las macetas, quedó tan asustada que no se atrevía a entrar en la casa a comprobar lo ocurrido. Carmen, Paqui y la Yaya, que en esto llegaba de la compra, acompañaron a Fina a comprobar lo ocurrido. Una vez llegaron a la cocina, el escenario era desolador: todo el guiso estaba esparcido  por  las paredes y el suelo; sin embargo, no se acertaba a comprender cual era la causa que había propiciado tal desastre. Pasados unos minutos de desconcierto, retiraron la olla del fuego y comprobaron que en el fondo de está se adivinaba un objeto; volcaron la olla en el fregadero y asombradas, no daban crédito a lo que sus asustados ojos estaban viendo; mas ahí, ante sus ojos, un tren metálico, inerme, sin apenas un rasguño, quizás el juguete de algún niño travieso, había provocado  tal hecatombe.
    Todas se miraron y comprendieron al momento que la causa primera de este suceso debía de encontrase en la azotea junto a las chimeneas. Y así fue, que raudas, sin apenas hablarse, se encaminaron escaleras arriba   para dar con el culpable de tamaño desatino. Una vez llegado al rellano del ultimo tramo de la escalera, abrieron la puerta  del «lavadero1», lo traspasaron, y al extremo de la azotea, junto a las chimenea, con una piedra en la mano -que lo delataba-  dispuesta para ser arrojada de nuevo en el salidero de  la chimenea, ahí se encontraba impertérrito el actor material de este suceso.
    Y para perplejidad de las mujeres, el insensato causante de esta tropelía, no era ni más ni menos que Antoñito, el pequeño ángel de Carmen… A aquel pequeño le cayó de inmediato todo el peso de la justicia de forma inmediata, en un juicio sumarísimo que no tardó ni un minuto en pronunciarse. Fue condenado y ajusticiado allí mismo. Su madre, Carmen, con el respaldo que le daba el veredicto, la costumbre, y por tanto  la interpretación consuetudinaria de entonces, lo asió de la mano y lo bajó de inmediato, con algún que otro coscorrón, por los sesenta escalones de la escalera hasta que llegaron a la puerta de su casa. La Yaya, siempre tan dura en estos menesteres de las travesuras, se le ablandó el corazón, y le apuntaba  a Carmen:
    -¡Carmen, Carmen, no te hagas mala sangre, son cosas de chiquillos! ¡No te preocupes, que ya hacemos otro guiso…!
    Sin embargo, “la suerte estaba  echada” y la travesura para congoja del pequeño transgresor no quedo en saco roto… Al rato, una olla hervía otra vez en el fogón, y un nuevo aroma, ajeno a lo acontecido, se desprendía por la ventana de la cocina de Fina…
    Así me lo contó Paqui, y así yo os lo he contado…Antoñito, naturalmente, desde entonces perdió la afición por los trenes, y hoy, ha cambiado esa antigua afición por los camiones; de tal suerte, que en cualquier carretera que vosotros os crucéis  con un camión, el conductor que se encuentre al volante,  quizás pueda ser Antoñito, aquel rapaz de aquella travesura…

 

    En Cádiz, a las 08-27h.  de  21 de marzo de 2009

     Manuel  Castillo  Sempere

 

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1 Lavadero o cuarto de “lavá”: Cuarto donde se encontraban  las piletas  de lavar. Las mujeres restregaban la ropa con un trozo de jabón,  con fuerza,  hacia delante y hacía atrás, y  contra  los contornos redondeados de piedra de las piletas; luego la sumergían y chorreando la volvían contra la pileta hasta enjuagarlas, más tarde le  escurrían el agua estrujándola y dándole vueltas sobre sí; finalmente la extendían  y la colgaban en los  tendederos  al sol.   A veces también empleaban  tablas de “lavá” o “lavanderas” en madera dura y acanalada en la cara de labor,  que aplicaban a barreños y lebrillos.

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LOLI

 

    Chari, me había dado el teléfono de Loli, aquella niña que yo nada más verla me moría por su talle. Hacia más de cuarenta años que no tenía noticias suyas y claro, aquella numeración telefónica apuntada en mi cuaderno, me abría la puerta a un viaje de incertidumbre al pasado. Miraba aquella cifra absorto, ausente, como si quisiera encontrar una respuesta en sus fríos e impersonales dígitos. Por momentos cambiaba de opinión: ora cogía el teléfono dispuesto a hacer la llamada; ora lo arrojaba  presa de la desesperación… Más tarde me llenaba de valor y volvía a coger el teléfono,  pero era inútil, al instante me preguntaba si ella, después de tantos años se acordaría de aquel chiquillo, que enamorado   hasta la locura, le dibujaba corazones con sus nombres enlazados…
    Por fin, el número ya estaba en el aire, y a los pocos segundos, una voz dulce, me preguntaba:
    -¿Dígame?; ¿sí?; ¿quién es?...
    Yo no acertaba a articular palabra… Y por fin acerté a pronunciar mi nombre… Pero mi nombre era solamente eso: un nombre perdido en la hojarasca otoñal de los recuerdos de la niñez…
    -No; no me acuerdo -dijo aquella voz.
    Yyo agarrándome como un náufrago a la última tabla de salvación que encontré, le pude apuntar:
    -Mi hermana se llama Fini y por las mañanas iba contigo a las Adoratrices…
    -Y tras un pequeño silencio, ella, titubeando, pronunció:
    -Sí, ya me acuerdo, claro, Fini, la niña de la esquina del primer pabellón…
    Y a continuación, a tropel, sin apenas reposo, una montaña de preguntas cayeron sobre mí sin apenas tiempo para responder: ¿qué quién me había dado el teléfono?, ¿qué dónde vivía?, ¿qué por qué la había llamado? Y qué sé yo cuántas cosas más…
    ¡Qué de recuerdos me trajo aquella conversación con Loli! ¡Qué de momentos, algunos vividos y otros sólo soñados! La vida parece, a veces, un círculo que tuviéramos al cabo que cerrar por donde lo iniciamos al principio de nuestro camino. De tal manera es así, que en ocasiones nos sentimos más cercanos a personas que se encuentran en el pretérito de nuestros  recuerdos que a otras que nos  encontramos  a diario. Ser en lo intangible y no ser en lo alcanzable. Mar desde los cerros y desde  los cerros el mar.  Amor, sentimientos, poesía en la nostalgia; desamor, ausencia, olvido en la realidad de nuestro presente… Así vamos caminado y volviendo a cada paso la mirada atrás… No podemos dejar de ser quienes somos; ni olvidar nuestras raíces por muy alejadas que se hallen en el tiempo. Nosotros somos simples hojas que la ventolera eleva y mantiene en el aire, para más tarde, alcanzada la distancia, caer de nuevo en un lecho sin hollar, virgen, impronunciable, sin nombre…Luego, sin poderlo evitar, como algo ineludible, las ausencias levantarán su anónimo  tránsito y volveremos a soñar, como antaño,  nuestros propios sueños…
    Loli, me has dicho que alguien olvidó venir a la cita con tu corazón… Diríase que tal hecho pudiera significar soledad; sin embargo,  también significa: libertad; búsqueda de una auténtica compañía aún por llegar; soñar sin ataduras; amor al  amor; soñar una llegada, sentir una despedida, llorar una ausencia… Me has hablado de que no pudieron cumplirse algunos de tus  sueños; los sueños que una mujer alberga  en su interior desde que apenas nace y los guarda para ella como el mejor  de los tesoros;  y sin embargo, yo creo que estás equivocada, porque la existencia, a modo de manantial, sin que apenas lo percibas, se renueva en ti a cada instante y en definitiva estás  casada con la vida, con los sentimientos, con los deseos, con la esperanza…
    Loli, quizás las  noches en los inviernos sean largas, pero has de saber que  tu recuerdo, aún nos llega a muchos de aquellos niños que principiamos a la vida en aquellos años… Hoy, a la tarde, he pronunciado tu nombre y al oír tu voz he recordado que hace muchos años  yo amé por primera vez; y a escondidas, sin que nadie lo supiera, yo dibujé corazones unidos tu nombre y el mío… Eran cosas de niños, ilusiones inocentes de los niños de entonces…

  
    En Cádiz, a 10 de marzo de 2009

       Manuel Castillo Sempere

 

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EL CABRERO

 

   ¡Guitaaaá! ¡Guitaaá! ¡Guítaaá!...
   Así llamaba Mohamed,  a Rita, nuestra vecina de arriba, cuando pastoreaba su rebaño a pie mismo de nuestras casas. Pasado “El barrio de las latas” y atravesada la carretera que viene del Sardinero y circunda la Hípica e Ybarrola, nuestro entrañable pastor, ya comenzaba su   llamada de atención con su inconfundible ¡Gítaaá!, que retumbaba como un trueno en todo el entorno de los pabellones de la Junta; y a  esto le acompañaba como una melodía dulce que pareciera sacado de algún verso de Juan Ramón, el tintineo  constante de las esquilas del rebaño.
    ¡Qué emoción, contemplar como un rebaño de cabras inundaba todo el entorno mostrando todo el palpito de la naturaleza a pie de calle! Sí, era una verdadera explosión de la naturaleza que llegaba de pronto, en tropel, y te transportaba de inmediato a otro lugar, a otro ámbito, a otro tiempo…
   ¡Guitaaaá! ¡Guitaaá! ¡Guiítaaá!...
   Y Rita bajaba, junto con otras mujeres, con sus  lecheras y cazoletas  en la mano  para que Mohamed los fuera llenando  a rebozar de aquella leche inmaculada contenida en la ubres de sus cabras. Mohamed cogía a una de ellas, se sentaba en el poyete y comenzaba con una destreza del que conoce su oficio  a ordeñarla. Sus manos se  movían a un ritmo vigoroso pero a la vez pausado, que hacia que dos chorros blancos, como de cal, cruzaran el aire y se estrellaran contra el fondo del recipiente, produciendo ese sonido tan característico que produce un liquido al golpear el metal. Al poco la leche ya se contenía  en la  vasija arremolinándose  con la espuma a cada chorro que las manos de Mohamed proyectaban con  su proverbial  maestría. Como siempre ocurre en estos casos las mujeres peleaban porque les añadiera más leche a sus cacharos, sin embargo, Mohamed, contestaba, riéndose, que la espuma ya rebozaba por los bordes…Y así, entre risas y peleas la tarde iba dando lo mejor de sí…    
    Uno de aquellos días Paqui, la niña de Carmen, que ya se había quitado el uniforme de las monjas Adoratrices y estaba con la ropita de calle, se quedó eclipsada mirando el ordeño de las cabras, y estaba tan abstraida en no perder punta, que aconteció que no presto la debida atención a los pequeños tirones que de vez en cuando recibía en su falda; y como quiera que su falda  estampada se pintaban unas flores con un fondo verde,  las cabras la confundieron -en su glotonería- con un exquisito bocado de alfalfa  que hicieron que insistieran en zamparse toda aquella tela. Cuando Paqui vino a darse cuenta, aquellos rumiantes llevaban en sus bocazas trozos de su florido paño, y de nada le valió su apretada riña con estos, pues solamente consiguió recobrar algún que otro retal deshilachado, que para su asombro y sorpresa, habían desaparecido de este las hermosas flores de colores…
    La tarde continuó dando lo mejor de sí, y al poco, las nubes se encendieron de un rojo fuerte, como una amapola de sangre, tras las cumbres desnudas, de piedra,  dibujadas a Poniente.
    Y Mohamed, el cabrero que adelantado a su tiempo, llevaba el  producto a pie de  puerta, acabada su labor de ordeño  y su regateo con las mujeres en el reboce de la leche,  dio un largo silbido a su rebaño y grito:
       ¡Guitaaaá! ¡Guitaaá! ¡Guítaaá!...
    Y al punto, transcurrido un rato, lo vimos desaparecer hacia el final de los pabellones, justo por la pequeña vereda que sube entre la Estación Ceuta-Tetuán y la Residencia Militar, camino del Sardinero… 

 

En Cádiz,  a las 1322h. de 22 de marzo de 2009

Paqui Castro y Manuel Castillo

 

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UN GLOBO, DOS GLOBOS,  TRES GLOBOS....(1)
 «A Antonio, un hombre cabal»
 

    A Paqui le gusta contar cuentos… los narra despacio, como tomándose un tiempo de reposo entre frase y frase: habla, se para, cierra un poco los ojos, como dando a entender que está visionando el momento de la situación. y continua de nuevo hasta el próximo receso en que hará la misma actuación digna de una cómica. A mí,  sin embargo, lo que más me seduce es contar lo que ella cuenta… Y de su boca yo oí lo que a continuación intentaré relataros:
    Una tarde su hermano Antoñito -él tendría alrededor de unos cinco años y ella siete- entro en la alcoba  de sus padres  y allí encontró en un cajón de la mesita de noche el mejor de los tesoros que un niño de su edad puede encontrar: unos globos casi transparentes, que allí, escondidos en el pequeño cajón, le esperaban para tener el mejor día de juegos que el jamás soñara.
     En aquella época los niños  de vez en cuando  preparaban unos pequeños «piojitos»  en el cual se vendía aquellos juguetes o estampitas que conservábamos repetidas. Así que Antoñito -como un sesudo agente de ventas que andará pensando en sus ganancias comerciales- pensó que  aquellos globos bien les podría recabar un buen rédito en el mercado infantil de la Puntilla. Y pensado y hecho, de tal manera que al momento los fue  inflando para seguidamente exponerlos a la venta. Paqui aceptó de buen grado la excelente idea de su hermano y comenzaron a atarlos con trozos de cañas de alguna escoba en desuso. Una vez concluido la fase de inflado y ensamblamiento  del producto, montaron un tenderete en el escalón de su puerta para venderlos al precio módico de una peseta.
     Y al unísono,  pregonaban a viva voz para que se conociera de inmediato la promoción de su género: «¡Globos a peseta, globos a  peseta!...»Toda la barriada de la Junta, de esquina a esquina de los pabellones, fue conociendo la  excelencia del articulo puesto a la venta. Sin embargo en este menester del comercio hay que estar prevenidos para las eventualidades, y ellos no previeron ni contaron con el juicio de los mayores. Así que a poco de montado el negocio,  a lo lejos vieron  venir a su  padre hacia la casa,  observando que su  cara se le iba descomponiendo y tornándose cada vez más blanca a medida que  se iba acercando. Cuando llego a la puerta y vio lo que de lejos venia observando, muy tranquilamente y sin enojarse lo más mínimo, les preguntó que clase de negocio habíamos instalado sin su consentimiento.   Antoñito, con gran euforia y con aire de   vendedor experimentado, le contestó:
    -Mira, Papa, he encontrado estos globos en tu cuarto y lo estamos vendiendo a una peseta.
    Mi padre sin  llamar la atención, nos dijo:
    -Mirad, yo  os lo voy a comprar todos, ¿cuántos son?,  
    Seguidamente los contaron y con   gran satisfacción  Antoñito  apuntó:
    -Papa, son siete.
    Y al acto quedaron comprados.
    Y según sigue contando Paquí: «Mi padre descolgó los globos y nosotros no cabíamos  en nuestro cuerpo de tanta alegría y gozo,  pues a todos los globos, en un periquete y al por mayor,  le habíamos puesto el cartel de  vendidos…»

   
En Cádiz a las 0636h.  de 23 de marzo de 2009

 Manuel Castillo Sempere

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  1  Esta historia increíble me fue contada tal como está descrita, mas si destaca por la hermosura y la ingenuidad del relato, no es el relato en sí lo más importante, sino que lo verdaderamente destacable es la actitud y el comportamiento del padre, que lejos de regañarles y propinarle algún azote… supo entender y arreglar la situación con una sabiduría y un buen hacer que para sí lo hubiese querido el mismísimo Salomón.
    En aquellos años de “la letra con sangre entra” y el azote fácil, esta pequeña narración, muestra, que entonces también había hombres cabales que como Antonio, llegada la situación, sabían conducirse con sensibilidad y cariño hacia sus hijos…

 

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D I E G O « EL P E SC A E R O »

 

    Al alba, Diego, bajaba la rampa del muelle Comercio y se dirigía a la lonja del “pescao”. Junto con él, precediéndole, siempre le acompañaba su escudero: su carretilla de transportar el producto recién comprado en subasta y dispuesto a pregonarlo por las calles.
    De este menester, debido a sus ochenta  y cinco años, hacia ya años que Diego no había tenido más remedio  que dejarlo en barbecho, sin que nadie, seguramente, viniese a cogerle el testigo. Y quiso la causalidad que bajando la cuesta del “Recinto” me encontrase con Pedro, y esté me invitara a tomar unos churros en el bar que hay subiendo a la derecha de las escaleras del mercado de abastos. Pedro, además me dijo: «Ven y acepta mi invitación, que he quedado con alguien que te alegrará encontrarte.» Y así fue; junto al mostrador, alto, espigado, se encontraba mi amigo Pepe, “El Gigante de Pasadena” -tal como le solíamos decir en aquellos años en que, sorprendentemente, el tenis fue nuestro principal deporte, y  al igual que  a Ian Smit, no había pelota que le enviáramos que no nos la  devolviera.
    Y estando en animada conversación, alternada con algún que otro churro mojado en el café con leche, Pedro me apuntó:
     -A qué no sabes, quién es ese anciano que hay en la esquina.
    Yo miraba y remiraba, pero la verdad, no acertaba a adivinar quién era semejante anciano. Pedro, como sacando la última carta de una jugada maestra, me dijo:
    -Es Diego “El Pescaero”.
    Yo le disputé su reconocimiento, e incluso Pepe; pero él, convencido de su apuesta, no se dejó intimidar y nos llevó junto a él; y allí, junto a la puerta, el desconocido personaje pronunció su incuestionable veredicto:
    -Sí, soy Diego “El Pescaero”.
    Pepe y yo nos mirábamos atónitos, como si hubiésemos  encontrado por mor del destino, un trozo de la historia viva de nuestro viejo barrio de la Junta. A continuación nos presentamos y Diego, a pesar de los años transcurridos, supo sacar enseguida la referencia de quiénes éramos con sólo señalarle la identidad de nuestras familias.
    Diego nos contó algunos recuerdos y sucesos de aquellos años en que todos los días tiraba de su carretilla desde el muelle Comercio hasta los barrios del Sardinero, la Puntilla, el barrio “Las Latas” y Benítez. Y nos contó un relato delicioso en relación con su medio de transportar el producto pesquero, y que a continuación no me queda más remedio que también contaros, con el propósito de que no os quedéis con la curiosidad:
    Se dio la circunstancia de que Diego, andaba a la altura de la playa Benítez, intentando dar  salida a las cajas de "pescao" que había adquirido a la mañana en la lonja, cuando fuera por un  despiste o por la inexperiencia del conductor de un camión militar que pasaba por allí en ese momento, cuando este arremetió contra él y su carretilla, de tal modo que si no se arroja al suelo de seguro que ahora no podría contarlo; pero si a  él afortunadamente no le paso nada, no sucedió lo mismo con la carretilla, que quedó sin la rueda y totalmente desencajada.
    Pasado el susto, y recompuesta  como pudo la carretilla, Diego, con la matricula del camión tomada, se puso en marcha para el cuartel que se situaba en las proximidades de Benzú. El camino, como comprenderéis fue largo y bastante sinuoso, dado la  increíble geometría que había adquirido la circunferencia de la rueda tras el atropello; sin embargo, Diego, acostumbrado a la áspera lucha de cada día, aguantó el desánimo y la largura del camino y llegó a la puerta del cuartel. Preguntó por el oficial  responsable de aquellas instalaciones militares, y al cabo lo llevaron ante el capitán al mando del “Parque”. Enterado éste de las condiciones en precario en que había quedado Diego tras el aparatoso accidente, y de la falta de socorro del conductor de su Unidad, hizo llamar al momento al carpintero y le insto a que empezara a recomponer tan averiada carretilla, que a decir de Diego, el carpintero no empleo el verbo recomponer en su trabajo, sino  que al ser la antigua carretilla de hierro, lo le quedó más remedio que emplear el verbo construir en el diseño y en la fabricación de una  nueva carretilla de madera; que a fuer de ser sincero y atendiendo a  sus propias palabras, no hay color entre el esfuerzo y el músculo que hay que emplear entre lo pesado de una carretilla de hierro y lo liviano de una de madera. Y ahí no acabo la cosa, pues el capitán -siempre hay almas generosas y dispuestas a ayudar a los más débiles y necesitados- le ayudó con dos mil pesetas por la perdida de la venta del día en ciernes…
    Diego, ahora, está enfermo y tiene que ir dos días  en semana al hospital a que le realicen una diálisis, ya que tiene los riñones dañados; él, antes de despedirnos, se remangó las mangas de la camisa y de la chaqueta y nos enseñó los pinchazos que  tiene en los brazos… Finalmente, nos estrechamos las manos, nos despedimos, nos deseamos suerte y nos encartamos para el verano -cuando yo regrese a Ceuta- para que nos narre algún que otro acaecimiento de su  dura, valiente y sufrida vida…
   Si bien, este encuentro con Diego es entrañable y aún  espero tener algunos más, en mi memoria todavía se guarda como una estampa imborrable, aquella imagen de Diego apareciendo por el primer pabellón, carretilla en mano y dispuesto a romper con su pregón vociferante,  el sosegado cristal de la mañana(1):
    ¡¡¡Niñaaa, aquí está Diegooo!!!  ¡¡¡Pescao fresco y barato, Niñaaa!!!  Salmonetes, jureles, sardinas…!!! ¡¡¡Niñaaa, aquí está Diego, niñaaa…!!! 

 

En Cádiz, a las 2312h. de 10 de abril de 2009

 

Manuel  Castillo Sempere

 

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(1) Diego, algunas mañanas, llamaba a mi puerta, y dejaba un puñao de jureles, de sardinas, de boquerones... que el Lobito había copejeao aquella madrugada.

(2) Copejeao: Recoger en el copo del arte, mediante salabares, el pescao capturado,

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ANTOÑITO

 

    Dicen que los pueblos son grandes y dignos de ser mencionados por cómo tratan a los más desvalidos, a los más necesitados, a los más inocentes…Y en la Junta, en nuestro barrio, sus vecinos trataban con sobrado cariño a sus inocentes, y en especial, si es posible distinguirla, a Antoñito. Si en otros lugares, la falta de cordura era manifestación de escarnio y burla, puedo decir que en la Puntilla no era este el caso; y Antoñito, tenía el respeto y la consideración  de todos.
    Bien es verdad, que Antoñito tenía su mundo propio, y sus propias aficiones que en nada había que censurarle, ni menos impedírselas; y de tal manera era así, que su autentica y verdadera ilusión era ser conductor de camión y conducirlo aquí y allá por cualquier esquina de nuestro pabellones y las Barraquillas.  Qué puedo yo decir, que vosotros no conozcáis, incluso, mejor que yo; pero sin embargo, a la duda de narrar los acaecimientos  de algunos personajes que pudiesen dar ocasión a no ser considerados y valorados, yo puedo decir que no está en nuestro ánimo ser irreverentes, ni agregar dolor innecesario al recordarles; sino todo lo contrario, nuestro deseo es darles el  lugar que se merecen y que siempre tuvieron en la consideración de todos sus allegados e incluso de aquellos que solamente  los han conocido de oídas.
    Y como buen conductor de camiones, Antoñito, manejaba la caja de cambios y el volante a la perfección, y llegado el momento, nos hacia subir a cuatro o cinco chichillos a su trasera y nos daba un viaje gratis a todo lo  largo y ancho del perímetro  de nuestro entorno: atravesaba el  inhóspito campo de chinos de punta a punta, giraba a la derecha por el huertecillo de Ramona, y a buena marcha circulaba por la carretera de detrás de los pabellones y frente a las Barraquillas, para luego cerrando el itinerario, parar el camión y dejarnos junto al poyete de Pepa Cesa.
    Quizás parezca atolondrado este pequeño viaje, de cuatro o cinco chiquillos, agarrados unos contra otros y conducidos por Antoñito; sin embargo, puedo decir, que de otros viajes por el mundo en mi condición de marino, no me queden tan grato recuerdo como esté de mi niñez. En los viajes lo importante no es su duración, ni la importancia de los monumentos visitados, ni siquiera contar las vicisitudes ocurridas en su transcurso; lo importante es el recuerdo que queda de él una vez finalizado. Y en este sentido, su recuerdo, a pesar de los años transcurrido, aún perdura en mi, como si el tiempo no hubiese sobrevenido.

    Antoñito, hace ya bastante años que nos dejó; y ahora, ¿dónde podemos decir que se halla Antoñito? ¿Estará  al pie de una carretera, conduciendo un camión en algún lugar inexistente? Podemos decir que se encuentra en el cielo de las religiones. Podemos, acaso, decir que está dormido y que duerme un sueño sin horas, para siempre, eterno… Podemos decir muchas cosas y ante la duda mejor será callarnos;  sin embargo, Antoñito, ya no habita en ninguna estancia, ni un lugar determinado le acoge. No; no existe una jara de barro que limite el alma de Antoñito; él, ya no tiene fronteras ni cercado que le cerque; él es ya libre de la inteligencia prestada que nos dan al nacer… Antoñito vive en nosotros, en ti y en mi…Y yo os digo, así olvide mi nombre, que llegará  el  día en que yo habré de pedirle, que me lleve de nuevo a dar un pequeño viaje a través del campo de chinos de  la Junta, doblar por el huertecillo de Ramona, seguir por la carretera de detrás de los pabellones y las Barraquillas…y continuar sin detenerme,  carretera adelante; continuar hasta que él, en su camión de sueños, tenga a bien, el llevarme a su lado…

 

En Cádiz, a las 1702h. de 11 de abril de 2009

 Manuel  Castillo  Sempere

       

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 SANTIAGO

 

    Las procesiones seguían su paso cansino calle Real arriba; la gente se agolpaba a ambos lados de la calle para verlas pasar; los tambores redoblaban su eco una y otra vez, y las cornetas, al unísono, se elevaban en el aire,  rompiendo, con su lengua de metal, el vidrio de la noche…Sin embargo, el Tí1 y yo, no prestábamos la obligada atención al cortejo sacro de los pazos; nuestros sentidos estaban puestos en correr detrás de dos chiquillas -Blanca y Azul- para declararles nuestros  desbordados y advenedizos amores… Calle a calle, esquina a esquina, nos hacían ir tras ellas y jugar al juego iniciático de sentir una sonrisa, una palabra, un ademán, un beso… No había tregua, la parte deseada alcanzaba siempre sus objetivos y nosotros quedábamos vencidos, sin esperanza, tras la puerta cerrada de algún zaguán inesperado…
   A Santi y a mí, nos llovían algún que otro suspenso cada año,  pero éramos simples, sencillos, como otros tantos niños que huían del estudio y sólo pretendían alcanzar lo que alcanzaban sus juegos, sus distracciones, sus ausencias… Sin embargo, nada es inmutable, y al Tí, algo le ocurrió en sus adentros, algo le hizo cambiar en su alma de niño. Lo cierto es que ya no volvió a ir conmigo tras las chiquillas, ni quiso quedar distraído en algún divertimiento, ni tampoco se le escucho hablar de cosas insustanciales y sin sentido; al , dejaron de lloverle los suspensos, y en cambio una nueva lluvia empezó a llegarle; y principiaron los aprobados, y éstos se tornaron en notables, y a su vez los notables, culminaron en sobresalientes.    Yo estuve con él, y puedo dar fe, que nadie podía rozar su inteligencia. El era la piedra angular del saber y había conquistado la valoración de sí mismo. Para lo que duden de lo que digo, vayan al antiguo Instituto y entre los añejos legajos de expedientes académicos encontrarán  uno que destacará entre los mejores; si se fijan en el nombre, es seguro, sin lugar a dudas, que tiene ocho letras: Santiago.
    Santi, a pesar de escalar la alta  la cumbre de lo soñado, a pesar de conquistar la admiración de profesores, de padres, y de nosotros, sus compañeros, no pudo alcanzar nunca su más intima vocación. Él no pudo seguir los estudios de medicina, y ahí -como un fuego ardiente   que pareciera irresistible, y sin embargo, al dejar de ser alimentado se consumiría a la mañana-, se fue  perdiendo en un laberinto de preguntas sin respuestas que aún hoy siguen sin poder ser contestadas…
    No puede madrugar la madrugada más de lo que principia cada día… Pues, cada día madura un fruto en el momento  e instante que determina la naturaleza; no debemos intentar acelerar el reloj biológico que habita en nosotros; no, no debemos intentar acelerar ese reloj, porque nuestro tiempo fue ya   acotado  en la rueca donde se hilaron los hilos de  nuestra personalidad primigenia; no, no es acertado apresurar nuestra inteligencia,    porque el conocimiento y el sosiego puede abandonarnos para siempre…
    Santiago, el , al final de ese laberinto dónde se ha preguntado cuestiones impronunciable y tal vez imposible de descifrar, ha vuelto al principio dónde sus pasos no dejaron huellas. Y ahora, en una búsqueda del tiempo perdido, en una añoranza  de unos actos que debieron ser otros y por mor del destino no llegaron a ser alcanzados, han dado lugar a una primavera soñada en el aprendizaje del conocimiento de la sanación de sus semejantes.
    Los deseos han traspasado los caminos que divergen y se separan del destino; el hálito  deseado de su compromiso interno, pudo, finalmente, ser correspondido en el ámbito  de su tarea de hacer sanar a los que  necesitan de su consejo…
    Ya, queda lejos, aquellos días que andábamos detrás   de  Blanca y Azul, en una ajetreada carrera hasta la puerta cerrada tras el  zaguán. Ya, queda lejos, sin embargo, aún recuerdo, tras la carrera,  nuestras risas alegres, claras, plenas de vida, calle Real abajo…

 

Cádiz, a 1914h. de 23 de abril de 2009 

Manuel Castillo Sempere

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1    :  De Santiago se apocopaba en Santi, y de esté quedaba reducido a Tí.

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LAS BARRAQUILLAS

 

    Debajo del monte y de las palmeras altas y verdes que coronaban toda la cuesta desde el cruce del Sardinero, se recostaba como un animal dormido “Las Barraquillas”. La primera barraca pertenecía a la familia Paredes y la última al ultramarino de “Casa Francisca”, y en medio un pequeño barrio de viviendas construidas a golpe sudor, de entrega y yo diría a golpe de corazón… Si bien, aquellas viviendas eran precarias y tenían pocas comodidades, las familias que allí se ubicaban las mantenían limpias y aseadas, y continuamente las arreglaban y les daban una mano de cal para que resplandecieran su blancor al estallar sobre ellas los rayos oblicuos del sol una vez pasado, camino del cenit,  nuestros pabellones amarillos.
   “El chorrillo”, una fuente que manaba de las entrañas del monte, era el centro del pequeño barrio; allí llevaba las mujeres su cacharos de cocinas, garrafas, cantaros  y demás recipientes donde pudiera contenerse el agua fresca que manaba sin  ninguna contención de la boca del caño… En verano, el caudal de agua disminuía sobremanera, y sólo fluía un delgado hilo de agua que apenas daba abasto a llenar tanto recipiente; pero para entonces, la manguera verde que bajaba de la ventana de Mariquita, hacia las veces de alternativa al agua fresca y transparente del“chorrillo”.
     Junto al gorgoteo continuo del agua al caer en el agua de la pila del “chorrillo”, se arrellanaba una hondonada que hacía de lugar de convivencia de los vecinos. En este espacio, a pie de un repecho,  se situaba una poza rellenas de piedras con el fin de evitar que con la lluvias se anegara; más lejos, bordeando un recodo que pasaba cerca de la puerta de la Kiki, se hallaba otra poza donde desaguaba los amplios charcos que en este otro rincón se formaban tras los chubascos que algún vendaval, sin misericordia, dejaba caer. En esta caída  del terreno, sujetada con un pequeño  muro y a modo de circo, se situaba la  barbería de Antonio, el carrillo del padre del “Eslo”, la verdulería del abuelo de Pepito “Carca” y la casa de Alejandro. Los domingos la barbería de Antonio era el lugar de reunión de los hombres, donde con la excusa de cortarse el pelo, hablaban y discutían  de todo lo que en aquellos tiempos de  falta, pongamos por caso, de la palabra libertad, podían hablar y discutir… Sin embargo, si bien la libertad se hallaba prisionera en alguna mazmorra olvidada, siempre el ingenio es capaz de encontrar algún resquicio donde la palabra como una golondrina que ha vuelto a su nido primitivo, gira y gira en el espacio del entendimiento, hasta que en una última pasada toca con las  alas extendidas la inteligencia y haga salir   el más sutil y esperado de los pensamientos…
    En el extremo, junto al último pabellón y frente al cuartel de Automovilismo, se situaba Casa Francisca; allí acudían  las mujeres a comprar lo necesario para hacer el guiso del mediodía, la cena  o cualquier artículo que hiciera falta para adecentar las tareas que el hogar conllevaba cada día.. Casa Francisca era un ultramarino de uso y costumbre antigua, y su romana, su vieja y usada romana pesaba, una vez puesto el papel de estraza en el plateado platillo, los productos de primera necesidad y de boca : lentejas, alubias, garbanzos, arroz, sal, azúcar, harina, tocino, verduras…; y todo aquello que las pesas del otro platillo pudiesen alcanzar el nivel justo de la  balanza. Y como ultramarino de época,  también servía  sus pequeños chatos de vino para aquellos que no buscaban el recado de cocina, sino disfrutar  un rato de plática regado  con un buen trago de vino… En verano, al atardecer, pasada la cancela de la  entrada, una balconada de transparentes verdes techado con una parra de hojas grandes y amplias, que a veces dejaban adivinar algún apretado racimo de deseadas  uvas, algunos  muchachos del próximo recinto militar, acudían a degustar  una ensalada de tomates y pepinos junto con alguna botella de vino tinto, que alzaban y luego en un arco perfecto, caía a rebozar en el hueco carnoso de sus bocas… Rojo el vino y rojo las bocas. Muchachos que yo veía como hombres… Y sin embargo, ahora, pasado el tiempo, se me viene al entendimiento, que apenas eran unos niños…
    ¡Barraquillas! ¡Barraquillas! ¡Barraquillas!... Ladrillo, chapa, madera, uralita, piedra, cemento… Gallinas ocultando sus huevos aquí y allá, y  algún gallo altivo rompiendo la mañana, e incluso aquel pavo triste de Tomas, esperando impasible la culminación de su destino en la llegada de la  fiesta de turno… Personas honestas, sencillas, humildes…Y yo os puedo decir, que camino de Francisca, al ir y venir de hacer los “mandaos”, yo sentía en mis sienes y en mis parpados, el olor inconfundible, terriblemente blanco, que   alguna mujer con un cubode cal sus pies, daba, ausente, despreocupada, esa misma cal,  a la entrada de su casa…
       ¡Barraquillas! ¡Barraquillas! ¡Barraquillas!... Camino que subía serpenteando por toda la ladera del “Monte” hasta llegar a las palmeras de oro del antiguo jardín de la Junta. Cuántas carreras y cuántos juegos en aquella espesura de arbustos de  recino, cardos y ortigas picantes, follaje de eucaliptos y transparentes verdes de hojas tersas, brillantes, enceradas… hasta llegar a la misma alambrada  del dominio militar de la Residencia Galera. A veces, desafiando a las púas de metal, alcanzábamos la cima de estás instalaciones; y allí, junto a la pista de baile y la piscina,  y aún con la respiración entrecortada por el esfuerzo de la empinada subida, se divisaba a lo lejos la mancha azul del Estrecho; más cerca,  la amplitud   quebrada de los muelles y los barcos mercantes allí atracados, anunciando, con  el sonido grave de su tifón, su partida a los Prácticos. Toda la ciudad copia este sonido ronco, afónico, en lo profundo de su alma. Ceuta se queda quieta, ausente, como si no tuviese pulso. Y este pueblo de las siete colinas, en este momento único, se ensueña en otro instante más pretérito, quizás en otro  tiempo donde sus silencios se rompieran con la marejada  de los acantilados de Benzú, de los isleros de Santa Catalina o la rompiente de la peña del Pinneo. Más lejos, enfrente, el verdor exultante del Monte Hacho, coronado brevemente por un cirrocúmulo malva, blanco, de lana,  antes que se deshilachara en el azul…
       ¡Barraquillas! ¡Barraquillas! ¡Barraquillas!... No ha quedado nada. Ni la barbería de Antonio;   ni  Casa Francisca; ni la hondonada  donde se adelantaban las  puertas de sus hogares; ni el canto del gallo en el alba;   ni la ropa al sol; ni la cal para  encalar… No; no ha quedado nada; ni siquiera el camino que serpenteaba  la ladera y llegaban a las palmeras… Tampoco el hilo de agua, que como un alma húmeda, llenaba los cantaros hasta anegarlos…
     Ahora, acaso desde el recuerdo borroso  de la memoria, cuando a poniente el sol se ocultaba entre el horizonte quebrado de piedra gris, desnuda… y los últimos  rayos trasformaban   doradas  las palmeras del “Monte”, pueda que se sienta, al modo de  antes, de siempre, aquel susurro antiguo, aquel   leve murmullo  del “chorrillo” al caer ensimismado, con su son,  en la  pila de su misma agua…

 

   En Cádiz, a 7 de mayo de 2009

Manuel  Castillo  Sempere

 

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PEPITO "CALCA" Y MUEBLES MARRUECOS

 

    Hay algunos niños que desde que nacen ya tienen la impronta de la inocencia y la bondad prendido de sus sienes. Al igual que el “Guille”, Pepito "Calca"* era un niño en que los dos adjetivos anteriores parecían cobijarse en él como un nido cobija a los polluelos recién alumbrados. Inocencia y bondad…Qué sueños teje una madre para que estas dos cualidades del alma nazcan ya en la primera sonrisa que un niño otorga  desde su cuna. Qué misterio nos trae la vida en su rueda de infinitas posibilidades para que al final se pose en una criatura determinada y le manifieste estas cualidades…
    Nunca sabremos el porqué nos toco al nacer ésta o aquella  forma de ser, de sentir, de soñar…Nunca lo sabremos, sin embargo  hay niños que cuando abren los ojos ya llevan en sus pupilas el recuerdo de la imagen de Dios…
    Y Pepe era de esos niños que en su mirada sólo es posible que habite la transparencia más absoluta y a la vez más sencilla, tanto diría yo, como el transparentar del agua en un vaso de cristal del que no sabemos que es agua y que es cristal.
    Pepe, vivía con su madre y su abuelo en “Las Barraquillas”, y acompañaba  a éste en los menesteres de una pequeña verdulería que ayudaba a socorrer las necesidades de la familia. Y las necesidades determinan muchos comportamientos y también algunos destinos; y en esta ocasión, efectivamente, determino  que la niñez había llegado a su término, y otro tiempo, sin apenas preámbulo, comenzaba…
    Una mañana dejó la escuela y entró de aprendiz en Muebles Marruecos**, una carpintería de instalación de muebles de recia reigambre en la ciudad. Algún domingo que otro gustaba de contarme su aprendizaje en el montaje y ensamblaje de muebles. Yo observaba  que sus ojos se le iluminaban cuando aquí y allá, girando y elevando sus manos, daba a entender como se componía un mueble. Pareciera que los muebles habían estado esperando que él llegara para darle al carpintero-montador el realce que la profesión requería.
    Pepe, cuántas mesas, roperos, coquetas, aparadores, sillas, butacas, mecedoras, tresillos, armarios, roperos, repisas, bibliotecas…y no sé cuantos muebles más habrás transportado e instalados en las casas de los clientes. Cuántas  familias habrán esperado a su puerta tu llegada con los muebles solicitados. Sí; cuantos ojos ilusionados habrán visto como con la destreza de tus manos, aquellas maderas amontonadas iban, por momentos, tomando cuerpo hasta alzarse erguidos en medio de las habitaciones… Cuantos sueños habrás hecho realidad al colocar el último tornillo del último mueble de la última casa… ¡Listo  señora, hemos terminado!, quizás alguna propina por el trabajo realizado y mañana, mañana será otro día…
    Algunos días, cuando camino de La Marina me llegaba a las clases de Matemáticas y Física  de don Manuel Morales, yo procuraba verte en la exposición de Muebles Marruecos; algunas veces cuando te percatabas de mi presencia tras los escaparates, me saludabas; otras, andabas atareado en tus quehaceres y no lo advertías, sin embargo yo a cada paso que daba pensaba en ti, y pensaba en un amigo que había conseguido traspasar la niñez y se encontraba, ahora, ya un muchacho, acariciando un poco la felicidad de aquellos que saben encontrar en la laboriosidad de su trabajo diario el mejor bálsamo para adentrarse en la horas. Horas sonoras, con alma, como si fuese el sonido de bronce de  las campanadas de una vieja iglesia…

 

    En Cádiz, a 28 de mayo de 2009

   Manuel  Castillo  Sempere

 

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(*) Pepito tenía tal anhelo de copiar exactamente los dibujos que el maestro mandaba, que arrastrado por esta necesidad, copiaba los dibujos de tal manera y pulcritud, que al entregarlos, el calco, se adivinaba con mayor originalidad que el mismísimo dibujo primigenio.

(**)   El diario  el Faro de Ceuta, el día 3 de febrero de 2008, publicó   «Adiós a Muebles Marruecos», un artículo  muy entrañable escrito por  Ricardo Lacasa (Galería Abylense), en el que se narra que esta casa de muebles  cerrará para siempre   después de más de setenta años de actividad comercial, y después de una trayectoria empresarial llevada a efecto por dos generaciones de la familia Guerrero.  
    El artículo de Ricardo Lacasa, está lleno de referencias a diferentes calles de Ceuta en donde la carpintería y el  establecimiento de muebles se instalaba. Todo el artículo de Ricardo se copia de una cierta tristeza, de una nostalgia que sólo la pueden dar las despedidas…
     Nosotros, como Ricardo, también despedimos a la familia Guerrero Marruecos, y a mi amigo Pepe, después de 52 años de trabajo y fidelidad a  esta empresa.

    Aquellos que deseen leer este delicioso artículo, lo pueden encontrar en Internet,  entrando en la Web digital  del diario el Faro de Ceuta, y concretamente con la reseña siguiente:    www.elfaroceutamelilla.es/content/view/7184/62/

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PEPE PACHECO

 

    Andaba  en el Campo Santo buscando  a mi Yaya para rezarle unas oraciones, cuando cerca de ella me encontré con la lapida de Pepe; no pude dejar de emocionarme y las lagrimas empezaron, sin saberse por qué,  a rodar desnudas, sin trabas, libres… Aquel muchacho se nos fue demasiado joven a otra estancia donde el azul predomina sobre los demás colores. Aquel muchacho era mi amigo Pepe, amigo entrañable que siempre gustaba de visitarlo en la estación marítima donde tenía su trabajo.
    Cuando hicimos el campo de tenis, detrás de los nuevos pabellones blancos, Pepe,  fue uno de aquellos pequeños que se compró una raqueta y aprendió la técnica de los golpes al uso: “drive, passing shot, smash, lob, volea, reves”, en la tierra batida con los abundantes chinos y guijarros del lugar. Quizás no fuera de los mejores en el arte de devolver la pelota al otro lado de la red, pero la ilusión y el empeño que prestaba en cada ejercicio sobresalía a cualquier otra consideración. Así, cada sábado, a la tarde, cargábamos la red desde el gallinero-club  junto con las cuerdas blancas que señalaban el campo, y a continuación empezábamos aquellos interminables “set”, que se sabía cuando empezaban pero nunca cuando acababan.
    Pepe, siempre había gustado de la música, tenía una rara sensibilidad para sentirla y expresarla. Tocaba la guitarra y a la par con   Domingo y otros amigos, formó algún que otro grupo musical. Algunas veces fui a su casa y los escuchaba componer su música; realmente disfrutaba colocando los dedos en los trastes adecuados y haciendo sonar a la guitarra sus mejores sonidos… Otras veces se llegaba al garaje donde andábamos reunidos los chavales de los pabellones de la Junta, y nos daba algunos apuntes magistrales de sus canciones. Recuerdo que en una ocasión te dije que tocaras “Mediterráneo” de Joan Manuel  Serrat; y tú, moviendo la cabeza, me  insinuabas  que no era fácil tocar  los acordes de esta canción -la más famosa canción de Joan Manuel-, sin embargo, al rato tu guitarra lloró Mediterráneo hasta conmovernos el alma transida de sentimientos… ¡Oh!, Pepe, que gusto verte tocar la guitarra y que sensación de libertad experimentábamos al ver tu sonrisa exultante cuando desgranabas una a una tus canciones…Yo sé que ahora, aún sigues abrazando, como a una mujer, a las curvas de tu instrumento allá en la estancia donde el azul predomina sobre otros colores…Y que  también sigues componiendo a la libertad y a los trances del amor. Y posiblemente, con una raqueta nueva que algún  ángel te haya prestado, practicaras los saques para que cuando yo llegue, acostumbrado a los puntos de aces*,  no pueda devolverte ninguno de ellos…
    Andaba  en el Campo Santo buscando  a mi Yaya….Y sin embargo las lagrimas comenzaron a caer, sin saberse por qué, desnudas, sin trabas, libres…

 

En Cádiz, a las 1303 de 21 de junio de 2009
                                                             

Manuel Castillo Sempere

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*    Aces(eis): Punto de saque directo. 

 

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SANTANA

 

    Santana era un perro pequeño, agreste, de color canela, que lo habíamos criado desde pequeño  en el club de tenis que hicimos en un gallinero. Su madre había hecho la camada en el lavadero y, nosotros, para que nos dejara verla, le buscábamos comida y con mucha prudencia se la acercábamos  a su lado. Este trajín de traerle todos los días, después de salir del colegio, su comida, hizo que ella fuese considerándonos en cierta manera sus protectores, y por consiguiente nos dejara jugar con sus cachorros.
    Dada nuestra afición al tenis, no hubo más remedio que ponerle Santana -el de color canela- y Gisbert –el del pelo negro-  a los dos cachorros que quedaron de los cinco que inicialmente nacieron. Aquellos dos perritos eran nuestras vidas, jugaban y venían detrás de nosotros  a donde quiera que fuésemos. Ora saltaban, luego se revolcaban en la yerba, más tarde corrían sin ninguna dirección hasta  que se paraban de pronto y volvían a desandar lo andado. Ladraban, ladraban para que los persiguieras  y no parase nunca el tiovivo de idas y venidas en un sin fin de vueltas y más vueltas…
    Un día al preguntar por aquel perrillo negro, me dijeron que alguien se lo llevó para que cuidara de su casa…Yo sentí su perdida y desde entonces cuidé a Santana con mas celo si cabe que lo había hecho hasta entonces.
    Los niños se sienten cerca de los perros y se comunican con ellos como  si entendieran su lenguaje. Es algo natural, casi mágico, pero efectivamente los niños entienden, yo diría  que sienten sin mediar palabras y ladridos el lenguaje de los perros. Para un niño un perro es su prolongación, su audacia, su atrevimiento, su otro yo…Sí, para un niño, un perro es su otro yo que puede hacer cosas que quisiera y no puede hacer. Sí, verdaderamente, para un niño un perro es su otro yo…
    Santana, como un amigo,  se fue acercando poco a poco  a mi casa. Y al punto ya dormía en el rastrillo, y su gratitud se volvía agresiva cada vez que algún intruso osaba traspasar la puerta. Quizás está defensa a ultranza de su territorio pudo ser la causa  de su perdición… Y era tal la cercanía a nosotros, que una vez salió en defensa de Paqui, y puso con sus ladridos en fuga a Carmen, evitando con su determinación que continuara regañando a su hija. Y el lechero, el panadero, el vecino o cualquier atrevido que portara algún recado  y no estuviese suficientemente  identificado, corría irremediablemente la misma suerte  de Carmen, y por consiguiente puesto al momento en fuga…
    Una mañana mi padre, casi sin mediar palabra,  me apuntó:
    -Hay un barco de pesca que está buscando un perro  para que vigile en puerto la cubierta. Llévale a Santana, allí estará mejor
   Yo comprendí que la suerte estaba echada… A continuación llamé a Santana, y el delante yo detrás, nos encaminamos hacia el muelle España. Todo el camino fui  pensando  cosas que ni puedo ni debo decir, y tal vez fue un camino excesivamente largo que dio tiempo a pensar   demasiado cosas…
    Una vez llegado al costado de la barca entregué Santana al patrón y me fui sin mirar atrás; al rato volví la mirada, y mi perro, mi otro yo, seguía erguido en una tapa de la cubierta mirando fijamente, ausente, hacia donde yo me iba…
    Ya nunca volví a ver a Santana, sin embargo la cobardía de mi actitud aún la llevo presente como una cruz, a pesar de los años transcurridos. Hay circunstancias que dejan alguna huella en tus recuerdos, pero hay otras que se convierten en una quemadura a poco que la toques. La vida siempre trae como la marea recuerdos tristes que hubieses deseado que no volvieran; sin embargo, también es verdad, que más de una vez, de dos, de tres… yo he de confesar, que he soñado con volver al mismo lugar y al mismo momento,  y allí, junto a  la barca de pesca, yo os juro, ¡así me quiten la vida!, que jamás volvería  a abandonar a mi perro…
    Nunca podremos calcular el alcance que una circunstancia que roza el alma de un niño, puede tener en su comportamiento posterior y en su propia valoración. Un acontecimiento sucede y parece que una vez superado quedará aparcado allá en la frontera donde la desmemoria habita en su reino. Sin embargo, a veces, la memoria, como en una noria, gira y gira, hasta que el canjilón donde dormita el  recuerdo  vuelve al lugar de origen. Todo fluye, todo transcurre, y la corriente baja con tu alma  hasta el último recodo donde has acordado la cita pendiente desde hace años… Sin embargo, mientras  el recuerdo es un hecho pasado que incluso ya sólo puede golpear a tu mente; la cobardía, no se siente como un golpe, sino como un sentimiento que se agarra a nosotros como una enredadera y fuera  asfixiando lentamente la libertad de nuestros actos
    Nosotros deseamos volver al pretérito y retomar  la palabra donde no alcanzamos a ponerla aquella mañana. Y esta quimera la hemos soñado tantas veces, que ya no podemos discernir  si la realidad fue un mal sueño o nuestros sueños por fin han abandonado el ámbito del alma y se han posado como unos pájaros en el horizonte de nuestra  realidad. Al final todo se confunde y es posible que a ciencia cierta desconozcamos: ¿quién mueve los hilos que hace que las acaecimientos sucedan de esta o aquella manera?, ¿quién le aconseja, quien acuerda con él, el destino de las cosas…? Y sobretodo, ¿por qué los mueve?  Sí, ¿por qué mueve los hilos y el destino de las cosas…?
   Todo fluye, todo transcurre, y la corriente baja con tu alma  hasta el último recodo donde has acordado la cita…

 

   
    En Cádiz, de 27 de marzo de 2009

                                                                                         
  Manuel Castillo Sempere

 

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TARDE DE TOROS. ANTONIO «EL PASTELERO»

 

    ¡Se le veía llegar  por la carretera del «Barrio de las Latas» hasta principiar por la esquinas del primer y segundo pabellón. Su ayudante llevaba una bandeja de pasteles que se sujetaba con una tira que pasaba por el pecho y por detrás de la cabeza. Antonio «El Pastelero», cargaba con los arreos de matar y con el traje de luces. Llegados a «Los Chinos» hacía sonar un cornetín a modo de aviso de que la fiesta taurina estaba a punto de comenzar.
    Sí, efectivamente, allí, en la Puntilla, en nuestro barrio, iba a darse una tarde de toros, y como no podía ser de otro modo, a las cinco de la tarde, como manda la mejor tradición de la tauromaquia.
    Los vecinos se fueron congregando en los poyetes que a modos de tendidos simulaban el mejor de los graderíos. Desde las balaustradas de los corredores, a la sombra, otros vecinos presenciaban los prolegónomos de la fiesta con la suficiencia del que sabe que ha adquirido entradas de postín, entradas de palco de autoridades. Nadie puede adivinar el  revuelo y el jolgorio que en apenas unos momentos,  en modo increscendo, iba armándose alrededor del matador y su mozo de espada. De todas las esquinas del barrio corrían familias enteras para no perderse ninguna suerte que luego no pudiese ser recordada. Unos iban y volvían a tropel para avisar; algunos reían,  otros gritaban y  brincaban moviéndose arriba y abajo; más allá un grupo daba ¡oles, oles, oles…¡, sin saberse muy bien por qué. La agitación y la algarabía se habían adueñado de nuestros  corazones, y ya la plaza ardía en deseos  de que comenzase el festejo. Y al punto, colaborando esos deseos, el mozo  toco otra vez el cornetín para dar comienzo el paseíllo.
    Sin embargo, aquella tarde estaba predestinada a ser la que  diera más brillo y esplendor entre todas las tardes en que su cartel  anunciara su nombre y su apodo; pues, diera la casualidad  que a la misma hora, las cinco de la tarde, aparecieron Nicolás y José –las más afamadas folclóricas pasada las Puertas del Campo- que desde el Sardinero bajaban la cuesta entre el Monte y la Vieja Estación de Ferrocarril; y nada más asomaron por el huertecillo de Ramona, se produjo un ¡Ole! general, sin haber empezado  aún la faena taurina. Y naturalmente, ocuparon los asientos de barrera entre las aclamaciones del público que ellos respondían con el desparpajo y la gracia que siempre hacen gala. Como también es imaginable, saludaron y entregaron sus besos al torero y a su mozo de estoque, llegando el tendío con esta acción al delirio más enfervorizado que pudiera darse…La fiesta se hallaba plena en su colorido, como unos geranios de sangre, de tan rojos…
    Antonio saludó a la grada, y como buen torero dedico su faena a las Presidentas-Madrinas de aquella corrida: ¡Copla y valor! ¡Arena y cante!¡Vino y alegría! Antonio arrojó  la  montera,  desdoblo el capote y sin  más dilación se dirigió a los medios donde le esperaba  su ayudante a la par con la cornamenta abierta, acerada, del carretón1.Antonio dio al capote unas verónicas espléndidas, clásicas, dando todo el vuelo que la geometría le permitía; después se echa el capote atrás, lo mueve  a un lado y a otro,  y da dos chicuelinas de categoría, con valor, de quitar el sentio; finalmente, en el último giro, dibuja en el aire el mejor de los faroles.   El primer tercio se celebró sin picaores, el coso no se prestaba a este menester; con lo cual las banderillas salieron al ruedo a toque de cornetín avisando el segundo tercio Y Antonio, colocado de puntillas, partió  para el toro, dio un giro rozando los pitones y clavo en el corcho -que hacia las veces de piel y carne- un par de inmejorables banderillas. La suerte se repitió hasta tres veces, aplaudiéndose la sobriedad y la valentía de su ejecución.
    De nuevo toque de cornetín avisando el tercer tercio: tercio de la verdad; tercio donde toro y torero se juegan cada uno su estampa; tercio donde la muerte se hace presente a borbotones de sangra, y, como en un juego de azar, echa sus dados… El maestro, con el perfil serio,  recoge su muleta dispuesto a consagrarse. Se sienta en el poyete, a modo de pretil, y allí sin salida, da, uno, dos, tres, cuatro, cinco…interminables pases que el público corea con unos  ¡oles! que no acaban nunca. Luego camina a los medios y allí, destapa todo el arte que lleva dentro; cita a la res y  hace un natural, dos, tres, y luego un pase cambiado, de pecho…Y más tarde, sin moverse un milímetro,  hace pasar al toro tres vueltas en redondo y sigue  con un  molinete, para finalmente, abanicando la testuz armada  del morlaco2 dar  media vuelta y, mirando con autoridad a los aficionados en un desplante al  cornalón3, alejarse con la muleta recogida bajo el brazo…  Ovaciones y ¡oles! por doquier…Y es el preciso instante donde las notas de un pasodoble castizo siempre hace vibrar, en el redondel, a afición, toro y torero... Momento mágico donde los haya; momento único donde la plaza transpirada en una sola voz, quiebra el aire en la calentura de la tarde... Cambia al zaino4 de lugar y después de unos buenos muletazos se arrodilla ante el astado, tira a la arena los arreos, se abre la camisa y le ofrece el pecho al animal… Silencio y luego explosión de gargantas… Y ante la insistencia de la grada, toma un pitón y lo besa; luego, ante el vocerío de que haga el teléfono,  lo lleva al oído y complace de nuevo al respetable. Sin embargo, a pesar de las ovaciones, falta, se echa de menos, los acordes, pongamos, de Manolete, el más clásico de los pasodobles, que ponga música a la garra y la raza de esta tierra…
    Antonio, sabe que ha llegado la suerte suprema; y  con el rictus aún más grave, toma el estoque de matar y se dirige al enmorrillado5. Da unos pases, lo cuadra, echa el trapo adelante, levanta la espada, fija el punto en lo alto, en la cruz  del lomo, y entra a matar con decisión, con valentía, entregado… La espada  encontró su agujero en el corcho, y Antonio entre vítores y aclamaciones de ¡torero, torero, torero…!, es llevado a hombros  dando  tres vueltas al ruedo.
    Sin embargo, a los triunfos, a veces, acompañan algún que otro contratiempo; y en este sentido he de contar, que los pasteles, los pasteles que su mozo llevaba en una bandeja con unas tiras al cuello, y que dejó junto a una palmera a resguardo de unos niños, hace tiempo que la chiquillería  dio  buena cuenta de ellos… Alguien -Fernando de Mariquita, siempre tan solidario-   sintiendo la ingratitud en sus carnes, gritó: ¡Una colecta! Y Antonio, agradeciendo su gesto, pasa la montera por los asistentes. Y como un milagro, la montera se va llenado hasta rebozar de monedas; e incluso desde los barandales de los corredores llaman a Antonio para ofrecerles su ayuda; y Antonio a pie de los corredores levanta su montera en señal de agradecimiento, mientras aquí y allá, le van lloviendo las monedas.
    Tarde majestuosa de estío, donde en  aquellos años, el milagro del cartel de una corrida, podía ocurrir en la plazoleta de cualquier barrio. Tarde majestuosa de estío, donde un hombre, Antonio, podía cumplir sus sueños imposibles  de ser torero… Y tarde majestuosa de estío, donde unos vecinos, sin proponérselo, podían alcanzar a ver, a pie de sus casas, una tarde de toros…
    ¿Dónde estarán ahora los sueños de Antonio? Si existiese otro lugar, continuaría allí toreando… Si fuese cierto, ¿acaso tendría una cuadrilla de ángeles?… A veces, en la lejanía del pretérito, los sueños se confunden con la realidad, y ya no se tiene el suficiente discernimiento para adivinar que suceso es sueño y que es realidad. En la lejanía del pretérito esta frontera se ha roto como un vidrio al golpearse; y ya,  sueño y realidad se han diluido en el tiempo, como se diluye  el azúcar en el café. Así, que entre los toreros de entonces, a saber: Antonio Ordóñez, Dominguín, Antonio Bienvenida, Chamaco, El  Litri, Paco Camino, El Viti,  Diego Puertas, Miguelín,  El Cordobés… Antonio, Antonio «El Pastelero» tiene para mí, un lugar entre ellos…

 

      En Cádiz, a 4 de julio de 2009
                          

 Manuel Castillo Sempere 

 

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1 A la cornamenta se le había añadido unos listones y  una plancha de corcho con un agujero para introducir el estoque y se pudiesen clavar las banderillas. Si bien el artilugio no llegaba del todo a ser un “carretón”, de los usados en el toreo de salón, porque no usaba ruedas, hacia las veces de esté.

2 Morlaco: Cuando se habla de un toro grande y poderoso.

3 Cornalón: Se conoce al que tiene los cuernos  muy desarrollados.

4 Zaino: De color negro.

5 Enmorrillado: El toro que tiene  la parte posterior de la cerviz muy acusada.

 

 

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NICOLÁS Y JOSÉ

 

     Nunca ha habido agravios tan desmesurados como los cometidos sobre aquellas personas que de forma graciosa llamábamos mariquitas. Han sido siglos  sobre siglos, luna tras luna, lo que estas personas de vida alegre han sufrido en sus carnes: persecución, intolerancia, marginación y la más absoluta prohibición  a dejarse llevar por sus instintos naturales. Nada de lo que pueda ser contado puede llegar a paliar, ni de lejos, el sufrimiento innecesario infringido sobre este colectivo. Todo adjetivo, por muy denigrante que fuese,  podía ser empleado en su contra sin que nadie levantara la voz en su defensa. Así, qué, desde: enfermo, desviado, invertido,  a  pervertido, corrompido, afeminado…y algunos calificativos más que ya no quiero ni deseo recordar. Quizás de todos ellos el de afeminado fuera el único que realmente fuese el apropiado, porque no hay nada en lo femenino que pueda tomarse en sentido peyorativo.
    De siempre los mariquitas han servido en fiestas y banquetes alegrando a los asistentes con sus chanzas y chistes, y dando la nota de color allí donde no la hubiese. De siempre los mariquitas han hecho reír, alejando las preocupaciones, al menos por unos momentos, allá donde fuesen requeridos; y de siempre los mariquitas han sido la sal en esta tierra tan falta, a veces, de sabor…
    Sin embargo yo he visto llorar a algunos de ellos, porque no se sentían nada... Sí; yo he visto llorar a algunos de ellos, porque su condición diferente, a pesar de ser conocida, no podía ser vivida con los sentimientos que albergaban en sus corazones. Nadie podrá alcanzar a conocer nunca el sufrimiento tan profundo de estas persona… ¡Qué sabe nadie...!
    Nicolás y José vivían en el Sardinero, el barrio que les acogía y en donde eran queridos, y yo diría que comprendidos en su diferente orientación sexual. Si bien el Sardinero, era su barrio,  la Puntilla, era su barrio de adopción. Y era tal la admiración que se sentía por ellos,  que en cuanto aparecían por los transparentes de Ramona, los chiquillos nos arremolinábamos a su alrededor, hasta que algunas vecinas salían a su encuentro y departían, entre risas, pequeñas historias y cotilleos. No había convite, boda, o celebración, ya fuese en la hoguera de San Juan, por Navidad o en cualquier festejo, en que ellos no estuviesen. Con su presencia, cualquier reunión se llenaba de una alegría, que la gente agradecía con sus risas…
    Nicolás, nos visitaba más a menudo y gustaba de distraerse con las muchachas; quizás fuera más gracioso y siempre tenía la frase ocurrente en los labios; José, era más parco en palabras, pero también si era menester, daba un pespunte  a lo dicho  por Nicolás. José era un portento físico, y algún que otro día se llegaba  a la escollera y, con el bañador remangado, se echaba sobre una roca a tomar el sol. Desde luego su feminidad, desde la pequeña playa de la Junta,  era evidente. Se abandonaba con el cuerpo embadurnado de aceite  al calor de los rayos durante largos ratos. Después,  abrazado por el sol; aspirada toda su energía, se lanzaba al mar con un salto  perfecto del ángel, y nadaba de manera vertiginosa con  la gracia de un delfín.  Siempre, José, nos dejaba asombrados con esa manera de nadar tan perfecta que pareciera que hubiese nacido en el mar; que pareciera, que su cuerpo se transfiguraba, como en una leyenda, en una sirena…
    Años más tardes, José, solía pasar por las tardes por la puerta de nuestro Garaje-club, junto al cuartel de Automovilismo, camino de los pabellones; y cuando le acompañaba Nicolas, los soldados que se encontraban en la barrera del control de la entrada, les piropeaban a su paso; ellos les contestaban con gracia a sus piropos, entablandose a continuacion una sucesión de dimes y diretes a cual más picante, y en la que ellos -verdaderos maestros del juego de palabras y doble sentido- salian vencedores y dejando en el aire la última palabra... José siempre tenía la atención de pararse un rato con nosotros y comentarnos algunas de sus ocurrencias,  de las cuales era imposible no acabar riendo a carcajadas.  Y si bien aquellas  ocurrencias y las consiguientes carcajadas era lo preceptivo, aconteció que un día que estábamos él y yo,  enfrascados en una conversación algo más personal, tuve el atrevimiento en mi ignorancia de apuntarle: «José, todo lo que dices la gente lo toma a broma y se ríe, pero y si cambiaras y fueras como nosotros y te enamoras de una mujer» José, mirándome fijamente y con una amplia sonrisa, me dijo de una manera rotunda que no admitía discusión:  «Yo, mi niño, soy una mujer» Y naturalmente, estaba claro, José -como  él había afirmado-, verdaderamente era toda una mujer… 
    Aquella respuesta, todavía resuena en mis oídos. Entendí, de golpe, que si bien José tenia el  cuerpo de un atleta, en su interior Dios le había puesto el alma de una mujer… Jamás volví a decir alguna palabra que ofendiera o dañara a los mariquitas. La palabra, como dijo el poeta: «Es una arma cargada de futuro»; y la palabra  Mariquita, fue la palabra que dulcifico Andalucía y también Ceuta, para designar esta forma de ser mujer…

 

    En Cádiz, a las 1919h. de 6 de  de julio de 2009

 

 Manuel Cstillo Sempere
 

 

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MAGTIN Y El CIRCO

 

    «CIRCO AMAR, el mayor espectáculo del mundo». Así rezaba el cartel en el que se anunciaba su actuación en la ciudad, y continuaba: acróbatas, payasos, malabaristas, trapecistas, domadores y animales salvajes. En el cartel se dibujaba el rostro pintado de un clown, el salto de un trapecista, las fauces abiertas de un león y el corpachón enorme de un elefante elevándose sobre  las patas traseras. No hay nada mejor para avivar la imaginación de un niño que la exposición de estos carteles en las calles. Los chiquillos se arremolinaban junto a  ellos y soñaban despiertos, sintiéndose ya bajo la carpa, con los ojos abiertos, atónitos,  contemplando las diferentes actuaciones.
    Y aquel circo, el mayor espectáculo del mundo, vino a caer, por diferentes vicisitudes en desgracia, que le impidieron una vez terminado los  días anunciados de actuaciones, el embarcar para la península.  Y pasaron los días, y el circo con sus carromatos y sus fieras continuaban sin moverse en la explanada del muelle Dato, sin ningún indicio que hiciese presagiar su marcha a plantar su techo de  lona en otro lugar.. Y la situación llegó a ser lamentable; y a tanto llegó, que Dumbo, como llamaban al elefante, lo hacían  pasear por el muelle  hasta principiar por los pabellones de la Puntilla; y allí los vecinos le llevaban el pan duro que había sobrado del día anterior. Verdaderamente la situación que se creaba era algo insólita, pues como comprenderéis,   Dumbo, de inmediato, era rodeado por toda la chiquillería de nuestro barrio, hasta que el cuidador  llenaba dos o tres sacos de pan. Era tal la expectación, que incluso Francisco, aquel portuario ya mayor y redondo de músculos, forcejeaba y se abrazaba  a la trompa de Dumbo, como queriendo en un alarde de fuerza, apuntarle que como  él, también se sentía solo, en un mundo extraño en el que ya no tenían cabida… Francisco y Dumbo,  pongamos que hablamos de  dos corazones ya fuera de su tiempo; dos sentimientos sin cabida en el presente, donde de manera inexorable las horas crepusculares de su existencia se alargaban a su extinción. Yo con apenas unos años, sentía que la agonía de aquella  tarde de rojo, luego un manchón de sangre, más tarde un borrón violeta, se asemejaba a sus vidas en el último tránsito por recorrer…
    Y entre la farándula, como la amapola crece entre el trigo, Margtín -la hija del patrón de aquel mundo circense- también crecía única, delicada,  distinguida, entre ellos. Tenía el pelo rubio, de oro, casi blanco; el mirar azul; la cara de porcelana y el cuerpo delgado como los maniquís. Apenas hablaba, y sólo alguna palabra en francés, más bien un soplo, pronunciaba de vez en cuando. No parecía real; lo etéreo y lo sutil le eran tan naturales, que a veces  semejaba la  figura coloreada de un cromo o el tenue dibujo sacado de un libro de cuentos. Y quien puede sustraerse a una niña nacida en un circo, Y quién puede evitar que la magia te toque y te impida soñar con ella. No, no hay forma de evitar que el corazón una vez alcanzado,  no quede a merced  de los sentimientos. Y yo, tampoco pude evitarlo, y quedé prendido de la magia del circo y de la magia de aquella  niña de ojos azules y pelo de oro…
    El circo pasado un tiempo abandono Ceuta, y yo a pie de muelle lo despedí con lagrimas en los ojos…Aquel día no fui al colegio y me aleje  de mi sueño con un beso de despedida. De nuevo las lagrimas volvieron a mis ojos…Yo comprendí, con tristeza,  que jamás volvería ver a Magtín. Con los años, como otras veces, la realidad se enturbia y se confunde con los sueños, y ya, al cabo, no acierto a discernir si  lo que he acabado de narrar  ocurrió realmente o quizás sea producto de las fantasías que se asoman a los sueños…

 

En Cádiz, a 14 de julio de 2009

Manuel Castillo Sempere

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LOS BOQUETES

 

    Desde casi el mismo instante que nace un juego, no deja, a su vez, de expandirse nuevas formas diferentes a aquella primitiva que se creara. Y esto ocurrió con los boquetes, una manera menor de interpretar el fútbol. Este situaba su cancha en el espacio de terraza que limitaba los zócalos de los ventanajes de los pabellones amarillos y los poyetes que daban a las aceras. Las porterías  se encontraban a cada lado, pero  no como es habitual enfrente una de otra, sino en la misma dirección debajo de los poyetes; no debían de tener más de 10 cm. de ancho por alto, y en algunas ocasiones se le pintaba una pequeña área  que no podía ser pisada. Y en canto al  balón, éste  era de goma o de caucho; al principio el ordinario era la pelota de color verde que se regalaba con la adquisición de los famosos zapatos “Gorilas”; después, al decaer estos zapatos  lo reglamentario fueron las pelotas forradas de pelo que se usan en el  tenis. Finalmente, para situarnos,  existían seis pistas, dos por cada pabellón, en realidad la más concurrida era la cuarta, la que se situaba debajo de la ventana de Pepa de Teodoro. Pepa, era una mujer con mucho carácter, y a veces cansada de nuestro continuo trote nos señalaba el campo de los Chinos.  
El juego consistía básicamente en introducir una pequeña pelota en el agujero de la portería contraria; que bien se acordaba una cantidad que lo habitual era diez, o bien como en el deporte rey se estipulaba un tiempo determinado. Al principio se jugaba de una manera improvisada y sin apenas reglas, pero con el paso del tiempo, este pasatiempo se fue sofisticando y se fueron creando unas normas que definían cada situación. Los partidos  se jugaban uno contra uno, dos contra dos, e incluso tres contra tres; sin embargo, lo habitual, lo más exacto con arreglo a las medidas y al desarrollo de los movimientos tácticos, era dos contra dos.
    Este deporte, yo diría, el deporte rey de la Puntilla, tuvo su momento de esplendor en los últimos años de la década de los sesenta. Hubo jugadores de verdadera calidad que tenían buen toque de balón, y que dieron a los boquetes su época dorada, entre ellos podemos citar: Pedro Melgiso, Pepito de Solís, Angelín, José Luis, Alejandro, El Nene(el de  Ferrer), Manolín Mesa, Nico, Cesa, Baro, Roberto… Había algunos más, pero ahora no recuerdo bien sus nombres, otro día lo pondremos. Cada jugador  era diferente y cada uno desarrollaba sus cualidades de manera natural. Podía decirse que había dos formas o maneras de interpretar los boquetes,  a saber: los de una exigencia física y los técnicos. Entre los primeros podemos nombrar a Pedro Melgiso,  correoso e infatigable, que desarrollaba su tremenda fuerza física hasta la extenuación; si bien, como experimentado centrocampista defensivo, cometía  alguna faltilla de más de vez en cuando. Y entre los segundos podían encontrarse a Manolín Mesa, a Pepito de Solís y a Alejandro. La técnica  en sentido general era su característica más acusada, pero el tiro a larga distancia era, quizás,  la cualidad más sobresaliente de éstos. Tiraban desde cualquier esquina, y acertaban en la mayoría de las veces. Manolín Mesa, menos dotado físicamente, en cambio estaba dotado de tal técnica, que cada vez que con el empeine exterior golpeaba la bola, ésta describía primero una parábola ascendente, para luego después de atravesar toda la cancha, caer en la oquedad del boquete y rebotar arriba y abajo y a derecha e izquierda, haciendo con este rebote  aquel sonido tan característico,  que hacia imposible no exclamar: ¡Oh, dabute!  
    Fue tanta su afición que construyeron unas porterías con las mismas  dimensiones que los boquetes originales, y se iban a las calles de las naves industriales del muelle Dato, para disputar en sosiego sus competiciones. Sin embargo, aquellas canchas no tenían la tradición y el ambiente único de nuestros pabellones. Era como jugar sin público, y ya sabemos  que sin la presencia de la afición los espectáculos pierden casi su razón de ser, su esencia… Así, que se volvió de nuevo a la cancha central  del pabellón segundo, junto a la puerta de Pepa de Teodoro, como siempre, como toda la vida, desde que alguien golpeó una bola contra aquellos  desagües de agua de lluvia… Bien es verdad, que siempre se jugaba con una calculada incertidumbre de que Pepa, harta de tanta carrera de y tanto griterío, cansada de que no se dejara dormir al bueno de Teodoro, sacara un par cubos de agua e inundara el campo. Pero eran inclemencias del tiempo, causa de fuerza mayor que interrumpían  el encuentro y no había más remedio que suspenderlo hasta  que a Pepa se le ablandara el corazón; porque la paciencia tiene un límite, y a veces el vaso se rebosaba. Siempre habrá que estar agradecida a Pepa  la condescendencia que tuvo con nosotros, pues a pesar de que nos indicaba que nos marchásemos un rato a otra terraza, pocas veces la obedecimos…
    Ahora cuando vuelvo  a la Puntilla y me asomo desde el corredor, ya no veo a los niños, ni a los jóvenes correr detrás de la pequeña pelota de marras. Ya los niños y los jóvenes de la Puntilla no sueñan como antaño, con golpear la bola con el empeine exterior y describir una parábola ascendente primero, para luego después de atravesar toda la cancha, caer en la oquedad del boquete y rebotar arriba y abajo y a derecha e izquierda, haciendo con este rebote  aquel sonido tan característico,  que hacia imposible no exclamar: ¡Oh, dabute!... 

 

Cádiz, a 18 de julio de 2009

Manuel Castillo Sempere

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OLVIDÉ SU NOMBRE…

 

    Del olvido nada se llega…Y de aquella muchacha ya no me acordaba de su nombre de pila, podía ser: Concepción, Alejandra, Asunción, Carmen, Natividad, Esperanza, Leticia, Mercedes, Susana… Podía ser cualquiera de ellos e incluso algunos que no he escrito, pero su nombre, su verdadero nombre ya no se encontraba en mi recuerdo, el paso de los años había dejado su huella y ya no podía recordarlo…
    Sin embargo,  a pesar del olvido de su nombre, su presencia, aún algunas noches, en la soledad que dan los astros, se me viene a la memoria con la misma levedad que las hojas caen en el otoño. Qué cosa más extraordinaria son los sentimientos… Cuando creemos saberlo todo acerca de ellos, de pronto, sin saberse por qué, se descuelga alguno desde la lejanía de las horas pretéritas  e irrumpe   en el presente sin apenas anunciarse. El pasado siempre nos pertenece a pesar del paso del tiempo, y aquella muchacha venía de nuevo a mí, a pesar de lo borroso de su recuerdo.
    Aquella niña, recién vestida de mujer, había compartido los días de mi adolescencia, y había compartido los mismos sueños que unos jóvenes se atreven a soñar. Habíamos compartido la misma palabra,  algunas caricias y algunos besos… Aquella muchacha era la misma que, como a Neruda en su famoso poema de amor,  me hallaba: tirando  mis tristes redes a sus ojos oceánicos… y azules. Sí, sus ojos eran azules; pero otras veces, con la lluvia, se tornaban grises; y en otras ocasiones, frente al mar, yo diría  que también verdes…
    Podríamos hablar de amor, del primero… Pero sería volver a un tiempo que dicen que  ya no nos pertenece, que dicen que ya no existe…Quizás ya no podamos apuntar la palabra amor, pero aquel tiempo es nuestro, nos pertenece, y existe en algún lugar que desconocemos y aún no hemos descubierto. Yo, citando de nuevo a Neruda, puedo afirmar que algunas noches la tuve entre mis brazos; y que la quise, pero ya, con el tiempo,  la deje de querer…Y sin embargo, tal vez, aún, la quiera…
    Cuando pienso en ella, sin saber la causa, me llega a mi pensamiento la vieja canción de Joan Manuel, Penélope. Y me llega la imagen de Penélope sentada en un banco del andén esperando a su aventurero amor. Y cuando éste llega después  de los años, ella le dice que no es él, a quien espera… Sí, siempre me llega la imagen de Penélope cuando pienso en ella… Yo ya no la espero y ella tampoco me aguarda… Todo se consumió… Y se apagó el último leño en el fuego… Pero en la soledad de algún paseo, cuando el horizonte se torna borroso, casi una línea violeta,  su ausencia  es posible que se acerque como un rumor…
    De aquella muchacha ya nunca más  me acordé de su nombre; ni siquiera sé dónde está su calle, ni la casa donde habita…Y su imagen, tras los años, se me ha ido emborronando como los cristales de las ventanas cuando los golpea la lluvia. Sin embargo, algunas veces, cuando el crepúsculo arde en la distancia y el momento se copia de irrealidad,  yo he intentado, prisionero de la Arcadía, aclarar su imagen sin conseguirlo…


En Cádiz, a 19 de julio de 2009

Manuel Castillo Sempere
   

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CARTA A AMPARO
                                           

Estimada Amparo:
                                ¡Hola! ¡Hola! ¡Hola!... Hola, Amparo, que alegría me ha dado poder hablar ayer  contigo…. Ha sido algo verdaderamente inesperado, sin esperarlo, sin preverlo… Y toda la niñez, de golpe, se me ha venido y se ha instalado junto a mí… Si; no lo puedo negar, me he emocionado al hablar contigo, toda la niñez –como te he dicho- se me ha entrado, sin poderlo evitar, por la cordillera de los sentimientos; y yo,   por un rato, he quedado prisionero de su magia…
    He de decirte, que ahora tenemos  muchas más comodidades que en aquellos años, pero en el camino hemos dejado algo de la alegría que entonces nos albergaba. Había, es verdad, muchas necesidades, sin embargo estábamos tan acostumbrados a ellas, que casi no nos importaba…
    Hay algunas personas que cuando leen mis escritos, dicen que solamente cuento las cosas más bonitas de aquellos tiempos y oculto parte de la realidad… Y yo les digo: «Si, es cierto,  no cuento los padecimiento y los sufrimientos que en aquellos  días nos alcanzaban; pero no los oculto, sino que los dejo para que sean sentidos en los recuerdos personales que cada uno tiene en su alma». Cada uno, ¿verdad, Amparo?, tiene sus recuerdos, que a veces, nos causan dolor, y que preferimos, por ser personalísimos, guardarlos en nuestro interior.
    Cuando yo pienso en una fuente, en un chorro de agua, siempre se me viene a la memoria aquel “Chorrillo” de agua que venia del “Monte”. Y me viene su rumor constante que el agua hacia al caer en su poza transparente y llena de verdín… Y alguien me puede decir que había necesidades y que “Las barraquillas” no reunían las mejores condiciones de habitabilidad; pero yo también les puedo decir que los niños, los niños que allí vivían, tenían todo un monte para jugar, unas palmeras doradas, una playa, una escollera, una isla  y un cielo azul, azul, azul… ¿Qué niño de ahora, dime Amparo, tiene para él, un monte,  unas palmeras doradas y un cielo azul  para jugar? ¿Qué niño, revélame Amparo, tiene ahora, como nosotros, una playa, una escollera y una isla donde perder el tiempo jugando con las olas; o quizás olvidarlo, pescando, caña en mano…; o tal vez, con los salabares  prendidos, saltar de roca en roca, hasta buscar entre la oquedad de las piedras, la mejor cueva de cangrejos y camarones… Sí, dime, Amparo, acaso los niños de ahora, anhelan, sienten, buscan la libertad de nuestras huellas… Ahora, Amparo, los niños, definitivamente, apenas tienen tiempo para jugar…
    Tus raíces, mis raíces, eran las “Barraquillas y los Pabellones”: La Puntilla.  Tú y yo, nosotros, aprendimos a vivir allí…; y aprendimos a valorar las cosas, y a luchar y abrirnos un camino en la vida; pero nada seremos sino valoramos nuestro pretérito, nuestros recuerdos imborrables de nuestro amado barrio de la Puntilla. Si en nuestra infancia pudimos sentir la tristeza de no poseer aquellas cosas que deseábamos tener, ahora podemos valorarlas en su verdadera dimensión. Y esas carencias nos hicieron  fuertes y no temerle a la vida. Nuestra niñez fue el autentico yunque donde se fundió y luego se templó nuestra personalidad.
    Con los nuevos tiempos se ha mejorado en las condiciones de vida; sin embargo no siempre ha ido acompañando de alcanzar una mayor felicidad; más bien al contrario, la infelicidad parece, a veces, habitar en nosotros. La cercanía a  la familia, a los vecinos, a los amigos…ha ido paulatinamente desapareciendo de tal manera, que en muchas ocasiones podemos palpar nuestra soledad… En aquellos días había mas necesidades, pero no es menos cierto, que podías contar con  la ayuda de los vecinos, aunque sólo fuera para contarle tus problemas; que ya es bastante, a la luz de lo que acontece hoy en día, que puedes morirte de tristeza en la hitación de tu casa sin que nadie repare en ello, ¿no es vedad?…
     Amparo, nuestra niñez, fue una niñez feliz…y siempre podemos ir a ella cuando deseemos recuperar nuestro tiempo perdido… Y he de decirte, de nuevo, que los niños, los niños que allí vivían, tenían todo un monte para jugar, unas palmeras doradas, una playa, una escollera, una isla y un cielo azul, azul, azul…

              Nos vemos…

 

          En Cádiz, a 19 de septiembre de 2009               

Manuel,   o,  Castillo, como siempre me habéis dicho…

 

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LA TATA Y AMPARO

 

    La Tata y Amparo, dos niñas, dos hermanas de la familia paredes. Una tenía el pelo rubio como el trigo y la otra negro como el café. Su familia era amplia, larga, tanto como once* hermanos. Yo he conocido otras familias como los Gaonas, del Callejón del Asilo, también tan amplia y larga como los Paredes…Y he conocido la lucha y los desvelos por sacar adelante a la prole. Y no ha sido una lucha cualquiera, ha sido una lucha sin cuartel, día a día, para alimentar, vestir y cuidar a todos los hijos. Y estás familias, como otras, han salido adelante, y nunca han dado un paso atrás, y ahí están para demostrarlo, no sólo sus  hijos sino sus nietos y los hijos de estos…
    Cuando alguien me habla ahora de dificultades para vivir el día a día; yo les respondo: «Qué sabréis vosotros de dificultades; que sabréis vosotros del empeño, el sacrificio y el esfuerzo que hay que realizar para hacer hervir una olla para once, doce, trece o catorce criaturas…» Aquellas mujeres, que con el dinero justo, escaso, dedicaban su tiempo a estos menesteres,  y lograban el milagro de sacar a sus hijos adelante, merecen nuestro mayor respeto y por supuesto un lugar en nuestra memoria colectiva… Qué sabremos nosotros de dificultades…
    La Tata y Amparo se guardaban; iban y venían juntas; se miraban y ya me manera intuitiva comprendían   lo que la otra pensaba. La complicidad y la argucia las acompañaban siempre en sus actos y en sus juegos. La Tata, como Ulises, aprendía de la astucia sus argumentos; y Amparo, más soñadora,  colaboraba en su cobertura. La Tata  tenía una gracia especial para los juegos de trabalenguas, y siempre nos metía en unos enredos de decir frases añadiéndoles una “Chi” o una “ti”  para que no se supiera su significado y así poder hablar sin conocer el otro de lo que se estaba hablando. La Tata era una verdadera experta en estas cuestiones del lenguaje y siempre quedaba por encima de cualquiera que quisiese disputarle la supremacía. Otras veces aparecía con un acertijo antiguo que decía le había enseñado un mago, y ahí andábamos todos intentando descifrarlo, mientras ella, con una sonrisa de oreja a oreja,  movía la cabeza negando la respuesta. Luego, cansada de reírse, se iba dejándonos en un mar de dudas…Será esto, será aquello… Sólo la Tata y  su mago imaginario, supongamos, deberían de saber la respuesta… Todavía hoy, muy lejana ya la niñez, aún no he podido encontrar la respuesta.

    Tata, Amparo, a veces nos gustaría dar marcha atrás a nuestro reloj, ¿verdad? E ir al “Monte” y como en un bosque encantado perdernos  entre el verdor de sus matorrales; o cantar los villancicos de la Nochebuena y la Navidad; o ir a la “Isla” y nadar en su pequeña laguna interior; o ir al carrillo del padre del “Leslo” y “El Corruco” y comprarle pipas y caramelos de menta; o  escuchar en el corredor de los Bermúdez  las canciones del Dúo Dinámico, que la Quika tenía todo el día puesto en su tocadiscos; o yo que sé cuantas cusas más que ahora me vienen a la memoria…
    Tata, Amparo, cuantos años hace que ya no nos vemos…Cuantos años hace que ya dejamos de ser niños, y nuestra infancia quedó atrás en algún recodo de nuestras existencias…La vida tiene su ritmo inexorable, marca sus pautas, y nos aleja a cada uno en caminos diferentes,  que incluso haga que no se crucen jamás… Solamente un milagro puede hacer que esos caminos se crucen de nuevo, y durante unos momentos, tengamos la fortuna de reencontrarnos  al cabo de tantos años de ausencias.
     Algunas veces, en esas tardes  de invierno, cuando la lluvia golpea los cristales de mi ventana; en esas tardes donde la nostalgia te duele como una herida; en la hora precisa en que la melancolía te lleva de la mano a tus recuerdos; yo saco mis viejas fotografías, las extiendo sobre el paño, y voy dejando que mis sentimientos  extiendan las alas y  vuelen libres, atemporales:    a los “Pabellones”,  a las “Barraquillas”, al “Llano”, a la “Estación”,  a la playita de la Junta , a la escollera, a la “Isla”, a vosotras…

 

 En Cádiz, a l 20 de septiembre de 2009

Manuel Castillo Sempere

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(*)    Paco, Antonio, María, Luis, Ana, Lali, Nani, Tata, Amparo, Fernando y  Juanito.
 

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LAS BARRAQUILLAS II

 

    Cuando ya nada quede, cuando nosotros ya no estemos y acaso vivan los hijos de nuestros hijos, quien sabrá que entre los pabellones amarillos  de la Junta y el monte que daba a la Hípica, existió,  recostado a sus pies, un pequeño grupo de casas que llamábamos las “Barraquillas”. Todo es apariencia  y queda poco espacio para lo autentico, para lo que verdaderamente es primigenio y originario; todo se muda y  en el intercambio de cartas que nos ha tocado jugar, el reflejo de las cosas irreales, como en un espejo, pareciera que gana la partida.
    Las “Barraquillas” estaban construidas con la humildad y la fortaleza de aquellos que se agarran a la tierra y la defienden con las uñas si es necesario. Madera, cemento, ladrillo y chapa…Una vivienda, una casa, una barraca…de aquellos que han perdido el miedo de no tener nada y sueñan, por tanto, con poseer aquello que necesitan… Nada nos diferencia a los seres humanos; todos nacemos y luego al cabo morimos, sin ni siquiera saber para que hemos nacido… Nada nos diferencia, por tanto, a los hombres, salvo en el instinto de sobrevivir. Y allí en “Las Barraquillas” ese instinto se sentía a flor de piel…
    Las referencias más universales nacen a veces en los lugares más reconditos y humildes. Nadie pensó que en Moguer, un pueblo perdido en las marismas de Huelva, y   un burro de carga, Platero, conquistaran la Literatura Universal, por un pequeño libro escrito a principio del siglo XX. Y sin embargo la humildad del relato llegó sin trabas a todos los corazones sensibles. Las “Barraquillas”, sin duda, era un lugar más humilde si cabe que Moguer, sin embargo, el caño que agua que bajaba del “Monte” por las noches, con la tenue luz dorada de la luna se transformaba en un hilo de plata, y  el sonido de su rumor llegaba incluso hasta los poyetes que se alzaban  delante de la casa de Mariquita, donde nos sentábamos los niños a escuchar las interminables historias llenas de fantasías que el Nani nos relataba sin darnos apenas respiro. Yo he visto como se elevan y caen los surtidores en los  jardines de la Alambra allá en Granada,  en Sevilla y en Córdoba… Pero nunca he oído en la noche, cuando callan hasta los astros en el cosmos y los silencios se agrandan como mariposas violetas, sonar el retumbe de un caño de agua como lo hiciera  el caño del “Chorrillo” contra la poza verdinegra que recogía el frescor de su espuma blanquecina. Desde la distancia, cuando miraba hacia el “Chorrillo” agigantado por la maleza, siempre adiviné que allí, junto al monte cárdeno que lo amparaba, debían de vivir ausentes de la realidad, los duendes  de las fuentes puras… Yo nunca tuve la fortuna de verlos, pero cuando temeroso al filo de la medianoche descendía a tomar un sorbo de cristal de sus aguas, yo os puedo decir, sin mentiros, que aunque leve, casi en un susurro, oía sus voces  pronunciar mi nombre. Ya sé que no me creéis, pero id a las fuentes, y cuando en la obscuridad de la noche las estrellas titilen hasta parecer percibir su titileo, poned atención, porque he de deciros que es el único instante donde podéis  oír sus misteriosas risas entrehiladas con el transido susurro de vuestros nombres…    
    En mi correspondencia  con Amparo, aquella niña sensible de mi infancia, le sugerí que me relatara  algún recuerdo que aún guardara de “Las Barraquillas”, y ella me contó lo siguiente:
     «Te diré, amigo Manuel,  que a  mi, personalmente, me gustaba ir mucho al monte a jugar, a  hacerme cabañas con cartones y palmeras, pero cuando se ponía a llover fuerte... tenia que salir corriendo porque entraba el agua por todas partes.
   Me acuerdo también de aquellos inviernos, cuando a la llegada del relente  de la tarde, los vecinos de las “Barraquillas” encendían  las candelas para hacer los braseros; y como puestos de acuerdo por una llamada interior, todos  nos agrupábamos  alrededor del fuego hasta que  quedaban sólo las ascuas;  enseguida, el vecino que había avivado aquella hoguera, nos decía: ¡Venga, chiquillos, a vuestras casas, que ya se acabó la lumbre!  Y nosotros en esas noches de invierno buscábamos, como polluelos  de gorriones que han perdido el calor de sus nidos, otra candela donde calentarnos. Y Así, de candela en candela, como en el juego de la oca, tiznados  y  rojos los ojos por el escozor que  nos producía el humo  caliente de las fogatas, disfrutábamos de aquellas noches tan frías, recorriendo de punta a punta toda la extensión que abarcaba las “Barraquillas…    
   Tengo muchos recuerdos de la “Puntilla, de los juegos al escondite, al piso, a los pinchos, a las bolas, a los cromos, a las comiditas, a las muñecas,  y a un sin fin de historias que otro día, sin duda, he de contaros…»

 

En Cádiz, a 21 de septiembre de 2009

Manuel Castillo Sempere  

 

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EL NANI* **

 

    En la península Ibérica, la tradición juglaresca y narradores de historias y de cuentos viene desde  muy antiguo, probablemente desde  el nacimiento de las lenguas romances en los originarios  reinos que iban formándose en  nuestra inquieta y siempre convulsa«piel de toro». Y asi, de pueblo en pueblo, los romances, dichos, canciones, gestas, juegos e historias de amores, de enamorados y al punto también de desamores desdichados, iban saltando hasta impresionar como una placa fotográfica el alma de sus gentes; y aquí en esta vieja ciudad de Ceuta, en la Puntilla, en su rinconada bajo “El Monte” donde se situaba “Las Barraquillas”, transcurrió su niñez y adolescencia uno de esos juglares y cuenta-cuentos  anónimos, que yo, imprudentemente, voy a rescatar de ese anonimato.
    El Nani, así le llamábamos -nunca supe su nombre-, estaba poseído de un raro don para la versificación y la narración oral, al modo de aquella tradición tan antigua de épocas pretéritas. Este muchacho-niño estaba poseído de una imaginación fuera de lo común, de tal manera, que las primigenias   fantasías que nacían llenas de luz -como un parto- en lo más recóndito de su ser, a continuación, a través de sus palabras, entraban en nuestro interior  con la misma suavidad con que   la hoja cae de la  rama al pie de su árbol. Nada se resistía a sus palabras, todo fluía, sin trabas, sin que principiara alguna oposición al ritmo, lento, pausado,  de su narración. Todo en él era brillantez, romanticismo, lejanía…Todo en el era ausencia, como si aquí, sólo estuviese una imagen terrena, tangible, de su personalidad;  y acullá, donde  sólo pueden residir  los iluminados, estuviese de verdad habitando el alma liberada de este soñador de sueños imposibles…
    Al anochecer, cuando el último resplandor se apagaba en las copas, altas, verdes de las palmeras del jardín de la Junta,  y los chiquillos de aquel barrio nos arremolinábamos  junto a los poyetes de traviesas de hierros verticales, el Nani, sabiéndose poseedor de la mejor tradición  popular, comenzaba sin apenas alzar la voz, a derramar, ante nuestros asombrados ojos, la última aventura que apenas acababa de comenzar… Y hoy bien pudiera ser el capitán de un bajel pirata; mañana el caballero del rey Arturo, y al otro el impasible pistolero de un duelo, un solitario trampero de las Rocosas o  un orgullosos guerrero indio. Y aquí, acostumbrado a correr libre por  las praderas verdes de las lomas del “Monte” y  las altas yerbas de la estación de ferrocarril  Ceuta –Tetuan, al  Nani se le encendían los ojos  al identificarse con los jefes de la nación Sioux, Apaches, Comanches, Navajos, o Pies Negros…Sí, el Nani, tenia debilidad, adelantándose a su época, a reivindicar la forma de sentir y de entender la existencia del “piel roja” americano.
    Hay personas que  a pesar de los años nunca  dejan de ser niños…Y no dejan de serlo a pesar de que la vida transcurra inexorable y su infancia haya quedado perdida tras el horizonte de los años… Hay persona que no pueden dejar de ser niños… Y el Nani, un niño donde los  haya, no dejará de serlo nunca;  incluso, cuando llegue  el día que olvide pronunciar las letras de su nombre…
    Si acaso el Nani, como los antiguos juglares podía contar la más bella de las historias; sin embargo, no era capaz de contarnos la mejor de sus leyendas, a saber: el amor que guardaba en lo más profundo de su corazón a una de aquellas niñas-princesas que noche sí, noche no, en sus sueños le  esperaba  deshojando  una pasión… Nadie pudo saber    el nombre de la princesa a quien el Nani amó; nunca nadie lo adivinó…; mas, yo, en unos de aquellos días, al citarse un nombre, vi como en sus   ojos un pequeño destello, un tenue   brillo descubrió la rosa de su amor…
    Y si él guardó como un tesoro el secreto de esta pasión, yo no podré ser menos y guardaré tambien lo que él, como buen caballero,  supo guardar para siempre  jamas en el fondo de su corazón…

 

En Cádiz, el 24 de septiembre de 2009

 Manuel Castillo Sempere.       

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*    El Nani, era el séptimo  de los once hermanos de la familia Paredes. Era un niño, alegre,  listo y un poco pillo al modo de Tom Sawyer. Su entorno de espacios abiertos y libres, a saber: "Las Barraquillas", las pequeñas praderas del “Monte”, la escollera, la "Isla", los muelles y la estación de ferrocarril Ceuta-Tetuán, no hicieron sino aumentarle su predisposición natural por la fantasía y la narración  de la épica y  la aventura. Le costó como es natural, ceñirse a las normas que nos marca, a veces, banalmente esta sociedad; y a modo de testimonio  diré:  que el Nani, lloró amargamente la pérdida de su larga cabellera de cabellos lisos y de oro,  por mor de la exigencia normativa del pelo corto que el Café Colón imponía a sus camareros. Ya nada fue igual, su sello de criatura libre, de hombre de la frontera, quedó, como su relumbrante pelo dorado, para siempre olvidado en algún recodo de la niñez... 

** El Nani, se aclaraba su hermosos pelo dorado, con aquellas pequeñas bolsitas de plastico de diferentes colores -que todos hemos conocido de pequeños-, que se encontraban en los mostradores de todos los ultramarinos dentro de unos recipientes de cristal en forma de pecera, y que había que cortar en sus extremos para que saliese el preciado champú. En este caso, una pequeña reseña decia: "Champú al huevo". Y como habreis podido adivinar, el liquido de la bolsita de champú era dorado, precisamente como la soberbía cabellera del Naní...

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CAíA LA LLUVIA…

 

    Aquella tarde  había acompañado al Guille y  al “Calca” al “Monte” a construir   una choza; la lluvia  nos había acompañado  a ratos empapando generosamente nuestras ropas. Con el frío en el cuerpo nos encaminamos  a la casa del Nani para refugiarnos y secarnos  a la lumbre nuestras indumentarias. Nada más llegar preguntamos por él, a lo que las hermanas nos señalaron su cama. Sin embargo del Nani sólo se vislumbraba una silueta abultada por unas mantas. Nos miramos un momento, sin saber que hacer y que decir… Pasaban los segundos y continuábamos sin decir nada…hasta que de pronto, la manta se abrió a un lado y apareció la cara del Nani  sonriendo de oreja a oreja. Que descanso sentimos al contemplar su  sonrisa burlona, picara, indiferente a nuestro azoramiento; el mundo se nos antojó de nuevo un lugar seguro donde poder correr nuestras aventuras…
    El Nani, nos dijo que nos quitáramos las  prendas empapadas por la lluvia y las pusiéramos junto  a los rescoldos del brasero. ¡Qué dulzura aquel fuego! ¡Qué sensación de bienestar sentir el roce ardiente de las pequeñas llamas que aún, atrevidas,  pretendían elevarse en el aire! Seguimos con la manos al fuego, frotándonos y refrotándonos  todavía durante un buen  un rato… El Nani, desde la cama, con su dibujada sonrisa,  nos azuzaba a que avivásemos  la candela de aquella copa…
    -Menearla, menearla…y sentiréis   como el fuego se recobra –decía.
    Y era verdad, al remover los negros y rojos rescoldos  del carbón y la madera  quemada, el fuego se avivaba  otra vez como si de nuevo quisiese recobrar la pujanza de sus llamas al iniciarse la fogata.
    -Menearla, menearla –continuaba diciendo.
    Y nosotros, sonámbulos, hipnotizados por el rojo desesperante de las ascuas, removíamos aquellos carbones para adueñarnos, como avaros, como ladrones, del calor infinito que ellas nos proporcionaban. Si; verdaderamente, la lumbre,  las ascuas, las brasas…  nos quemaba la cara y las manos; pero también aquel fuego nos traía  un incendio más allá de nuestros pequeños cuerpos; aquel fuego nos incendiaba, sin apenas adivinarlo, los lugares aún por recorrer de nuestras almas…
    Y en esta quietud, en esta reconciliación… empezó a escucharse un fuerte sonido que se adivinaba de la techumbre. El Naní, con la misma sonrisa de siempre, nos llamó para que nos sentáramos junto a él en el borde de su cama. Y seguidamente apuntó:
    -No es nada, no os asustéis… No es nada…
    - Nani, no estamos asustados; pero, ¿quién golpea ahí arriba? –respondimos.
    El Nani, se incorporó en la cama, nos atrajo hacía él, y a continuación, con voz queda, alargando las palabras, nos relató:
    -Escuchad, es la lluvia que amable golpea  sobre nuestro tejado de uralita y de zinc… 
    -Oíd, es el agua de las nubes, que a veces cuando están tristes necesitan llorar…
    -Atenderme, es Dios que se baña en su mar infinito, azul, sin horizontes… Y sus aguas, a manos llenas, las deja caer entre sus dedos para que se haga la lluvia…

    Más tarde, el Nani, anudando nuestra voluntad, nos fue recitando otro de aquellos interminables relatos que solía contarnos…Sin embargo, he de deciros, a fuer de ser sincero, que a pesar del tiempo transcurrido, yo no he podido  olvidar el golpeteo amable de la lluvia sobre aquel tejado de uralita y de zinc…

En Cádiz, a 19  de octubre de 2009

Manuel Castillo Sempere

 

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LA PISCINA DE GALERA

 

    «…Y más arriba en la cima de un pequeño montículo se encontraba la residencia militar  “Galera”. Allí estaba ella, con su agua tan clara; era una piscina, para el disfrute de aquellas personas, me refiero a los socios, todos eran militares y familiares.    Nosotras, cuando llegábamos arriba, asomábamos a hurtadillas, nuestras pequeñas cabecitas; aquella imagen, era poco menos que el paraíso. ¡Una piscina! Aquello no estaba a nuestro alcance, por tanto aquel cuadrado lleno de agua azul, lo teníamos idolatrado, y cada vez que podíamos, subíamos a hurtadilla a contemplar aquella maravillosa belleza.
             Si me hubieran propuesto votar en aquellos días, cual era para mi, una de las maravillas de mundo, de seguro que hubiera dicho: “La piscina de la Residencia Galera…»

Fini, ya no nos sorprende con sus escritos  llenos de sensibilidad y de delicada  belleza; sin embargo, a veces, va más allá, y pinta los sentimientos como si de un cuadro se tratara; y en este caso que nos ocupa, ha sabido describir  los sentimientos  tal como habitaban en nuestro interior cuando, apenas unos críos, observábamos la piscina de la residencia militar Galera.
    Para los niños de la Puntilla, niños de los obreros de la Junta (J.O.P.), aquella residencia y su piscina, era el culmen  de la vanagloria del poder. Allí, pensábamos –en nuestra inocencia- que vivían personas adineradas que ostentaban la responsabilidad de ejercer la autoridad de la ciudad. El cine, traspasado por las imágenes de Hollywood, siempre asemejaba el vaso azul de las piscinas con las mansiones de acaudalados y famosos; por consiguiente, era a todas luces irremediable, que nuestras pequeñas mentes incipientes, asignaran a los chapuzones de los residentes de Galera la ostentación   y  el boato de la alta sociedad.
    Ese trocito de cielo embalsado  era para nosotros un sueño hecho realidad… Era como tocar con los dedos algo que se encontrara  fuera de nuestras posibilidades. Cada mañana, o cada tarde, al asalto, como poseídos por una fuerza extraña, ascendíamos por    las laderas hasta llegar a la cumbre donde se ubicaba la zona recreativa de la mencionada residencia. Luego, adelantando nuestros cuerpos entre los setos de cipreses, que trataban con sus arañazos de  impedir nuestra llegada, se  adivinaba el paraíso perdido que todo niño ansía  alguna vez encontrar… Efectivamente, tras esta primera barrera vegetal,  se principiaba el  espacio alegre, bullanguero, de una pista de baile  y la cautiva, sosegada soledad  de un emparrado para sombrear uno de los rincones;  y al pie de ellos, la geometría azul que todavía los niños de la Puntilla llevamos en el corazón: la piscina.
    Esta piscina no sólo estaba construida de piedras y  cemento como pudieran estarlo algunas  otras;  y  luego, abierto los grifos,  anegada de agua para el disfrute de su frescor. No, no; esta piscina estaba construida de algo más… Y ese plus, ese sentimiento atávico,  significaba para nosotros el mundo perdido de nuestra niñez; significaba lo imposible, lo inalcanzable, lo que no puede cogerse ni medirse, lo que vive en nuestros sueños y está más allá de la realidad de cada día.  
    Sólo los niños pueden entender estás cosas… sólo los niños pueden entender la magia de un escaparate  y la magia de poder alcanzar, aunque sea por unos instantes, aquello que no te permiten  que rocen tus dedos…
    Pasados los años, aún recuerdo aquel cuenco de agua azul, y aún recuerdo el brillo en los ojos de aquellos niños, cuando tras la ascensión, jadeantes, intrépidos, arrebatados de orgullo por habernos atrevido a hollar aquel primer paraíso de nuestra ya alejada infancia, tocábamos la superficie de la piscina, que como el mejor de los  espejos,  se copiaba del paso de  las nubes en un  cielo transido de añil……
   

En Cádiz, a 8 de noviembre de 2009

Manuel Castillo  Sempere

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VINAGRETAS(1)

 

    Campanillas amarillas de los campos transidos en el agua de alguna nube pasajera… Campanillas gualdas guardadas en el recuerdo de mi niñez… Campanillas bebidas en rocío  de los terraplenes que llegaban hasta la verja de la “Hipica”… Si, toda la bajada de la Hípica, desde la encrucijada del Sardinero hasta el chalet de Ybarrola,  se llenaba de estas delicadas flores del tinte de la reseda(2)… Aquí y allá, su color se mezclaba con el verde de la yerba formando un entorno vegetal difícil de describir por su belleza, y yo diría por el áurea mágica  que su contemplación dejaba sentir.
    Casi por intuición, como aconsejado por un rumor que se abría en el aire, los niños cortábamos los tallos y los aproximábamos a los labios para degustar su sabor fuerte, agrio…Cerrábamos los ojos de la acidez, pero masticado uno, enseguida buscábamos otro tallo para masticarlo de nuevo y sentir otra vez más el amargor de su sabor…
    Las vinagretas son flores sencillas y sus pétalos, de tan frágiles, dirianse pestañas; no tienen pretensiones de estar entre las más bellas, sin embargo, para nosotros se encontraban, sin duda, entre las elegidas; para nosotros significaban aventura, naturaleza, libertad, sabor, amistada, e incluso belleza. Para nosotros no existía una flor que expresara con mayor naturalidad, el anhelo de recorrer los días de nuestra infancia.
    Verdaderamente las vinagretas nacían al antojo de lo dispuesto por la naturaleza; no tenían cuido ni nadie ocupaba su tiempo en atender su crecimiento; sin embargo, cada año abrían sus pétalos, si cabe con mayor intensidad, inundándolo todo con el terciopelo amarillo de sus corolas….
    Desde la distancia, desde la lejanía en el tiempo, recordamos estos brotes con la melancolía de lo pretérito,  de lo que aún continúa amarrado a los muelles del pasado; mas también he de deciros que estos pequeños cálices copiados de sol, representan lo más agreste y lo más puro del alma que habita en nuestro interior. Todo lo que crece y palpita más allá del horizonte de lo que no tiene nombre, puede encontrase, aún virgen, con sólo saborear los tallos de estas bocas abiertas, desnudas, a los primeros rayos del alba…
   ¡Vinagretas¡ ¡Flores amarillas de mi niñez! ¡Campanillas doradas! Sólo estáis en mi alma, y en los campos donde aún titilan, temblorosos, los astros reflejados. Algún niño, en otro día, de otro momentos distinto, quizás se pare en la maleza y sienta, como nosotros,  el mismo deseo   de sentir en sus bocas el sabor agrio de sus tallos…

 En Cádiz, a 14 de noviembre de 2009

 
Manuel  Castillo Sempere

 

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1    Familia: Oxalidáceas. Nombre científico: Oxalis pes-caprae. Nombre común: Vinagreta
Hábitat: Lugares húmedos y umbríos, en bordes de caminos, zonas boscosas, cerca de acequias y ríos e incluso en terraplenes de escaso suelo y escasa humedad. Es muy sensible a la luz y las flores solo se abren con una cantidad de intensidad umbral mínima. Procede del  sur de África.
Descripción: Geófito bulboso de 10-30 cm. Varios bulbos pequeños. Hojas trifoliadas, los folíolos escotados. Tallo glabro, cilíndrico, simple, sin hojas. Inflorescencia en umbela de 4-8 flores. Flores actinomorfas con 5 piezas, los pétalos soldados en la base de color amarillo limón. Androceo compuesto por 10 estambres con anteras amarillas. Gineceo formado  por un ovario  pentalocular y 5 estilos. Fruto en cápsula. Tamaño máximo 30 cm
Propagación: Siempre vegetativa por los bulbos. No parece producir semillas viables fuera de su territorio de origen. Los bulbos se dispersan por los movimientos de tierras, los cursos de agua o los animales.

  Del latín resedo, curar. Es un género de plantas con flor de la familia Resedaceae  de color amarillo, de las que existen hasta 70 especies como la gualda, el gualdón y la gualdilla, y que están distribuidas en áreas templadas del hemisferio norte que abarcan desde las Islas Canarias y la región del Mediterráneo, hasta el subcontinente indio.

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  DÍA DE LLUVIA

 

      Había  quedado por la mañana con  Pepe Sevilla,  junto a la puerta del Ayuntamiento, para tomar un  café y hablar de algunas fotos antiguas de nuestro barrio que había prometido entregarme. Llegué con Teli temprano y nos sentamos bajo los soportales en una cafetería para guarecernos de la lluvia, que comenzaba a  caer de manera intensa. Viento de poniente, del océano, de detrás de la Mujer Muerta. Viento fresco, que empujan las borrascas que se forman en el Atlántico y barren la Península de Oeste a Este sin apenas tregua. Cada invierno es diferente, y el que ahora nos recorre, después de un otoño extremadamente seco, ha tenido a bien abrir las compuertas del cielo y anegar las secas tierras de España. La Naturaleza, a veces, como el amor de los enamorados, se desborda y no se aviene a medida alguna…Y el agua, tan deseada y deseante por los hombres, cae a cantaros, como si los millones de gotas almacenadas en las nubes, vencieran sus muros de algodón, y cayesen apresuradas, en tropel, sobre nuestros campos y ciudades… ¡Se ha abierto el cielo! -dice alguien-, efectivamente, se ha abierto el cielo, y no hay nadie que pueda venir a cerrarlo…
    Pepe, ha llegado, medio oculto por un paraguas enorme de color verde obscuro, que a pesar de su amplitud no ha evitado que venga  chorreando.
    -¡Buenos días! –le digo, y el me mira un poco incrédulo a mi deseo.
    -¡Buenos días de lluvia, dirás! -me dice.
    -Bueno, claro, ¡Buenos días de lluvia! –le digo, sonriendo-
    No lo puedo ocultar, estos días de lluvia me gustan. Me gusta la novedad del agua corriendo por las calles; la atmósfera limpia; la gente corriendo a resguardarse de la lluvia; el goteo constante de las palmeras y los árboles en las alamedas; las nubes  plomizas, cambiantes del gris al blanco, que a veces dejan un claro entre el que se cuela un rayo de sol y el paño añil del cielo. No, no lo puedo ocultar, aprecio sobremanera, estos días de lluvia…
    Pepe ha pedido un café, y placidamente, tomando  con sus manos el calor que desprende la taza, va saboreándolo alejada su mirada en las altas  araucarias y   palmeras de la plaza de África… Me gusta apreciar esos pequeños instantes de la persona que está contigo, que ausente un momento, se deja ir hacia no sabemos dónde…Yo nunca les interrumpo con alguna palabra a destiempo, sino que  callo y dejo que su mente vuele libre al lugar donde ha elegido posarse… Estos pequeños instantes, que sólo duran un momento, son mágicos, tanto, que yo os pediría, que si alguna vez notáis mi ausencia, no hagáis nada por acercarme al momento, sino que me dejéis abandonado en el lugar a donde elegí llegar…
    Hemos andado la calle donde antaño estaba el “Callejón del Asilo”; hemos caminado por la Calle de la Muralla; hemos alcanzado la bajada del  Muelle España; y allí, mirando una viejas fotografías, hemos sentido de nuevo la niñez como si una cabalgata de recuerdos nos atropellara con su nostalgia. El tiempo trascurre y nos va dejando su huella, una huella indeleble y duradera…Sin embargo, el tiempo no existe, todo está escrito en las estrellas, en las horas, en la historia. Sí, el tiempo no existe; por el contrario dormita en nosotros lo atemporal de nuestros sueños; lo intangible de nuestros sentimientos que principian en nuestras almas desde antes de nacer. Todo se muda, se transforma  y pule como los cantos rodados, pero nosotros, permanecemos, como permanece, en cada renovación  la nueva primavera…
    Pepe, ha alzado la vista de las fotografías, y sin saberse por qué, ha vuelto la mirada hacia las cimas altas y grises del Atlas… La tristeza nos ha tocado con sus dedos delicados. Ya no ha hecho falta que pronunciáramos  palabra alguna, de pequeños, en los días de poniente,  en días como el de hoy, también alzábamos la mirada hasta rozar las cimas altas y grises del Atlas…

En Cádiz, a las 1012h. del 8 de enero de 2010

Manuel Castillo Sempere

 

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TE LLAMAN…

 

            Hace unos días, alguien llamó a mi casa preguntando por mí, cuando cogí el teléfono, al principio, no reconocí aquella voz, luego, pasada la sorpresa, aquella voz anónima,   desde la profundidad de los recuerdos, pronuncio tres palabras: «Soy Pepe Parodi». Efectivamente, al otro lado del hilo telefónico se encontraba mi amigo Pepe Parodi, al que hacía ya algunos años que desafortunadamente no nos habíamos encontrado y apenas conservábamos referencias de nuestras respectivas andaduras de nuestras vidas.
    La verdad, que aquella llamada inesperada de Pepe, fue un motivo  de alegría que por unos momentos me transportó a otros lugares y a otro tiempo donde nuestra convivencia se daba prácticamente  a diario. Es curioso como una simple llamada de teléfono puede tener el alcance y la fuerza de tomarte en sus manos y retrotraerte a una época pretérita que ya se encontraba alejada del horizonte de tus recuerdos.
    Y así, de pronto, como el estallido luminoso de un relámpago, Pepe, me hizo recordar todo el mundo perdido de la adolescencia. De aquella adolescencia que se fue y quedó olvidada en algún recodo de algunos de los caminos de nuestras vidas… Apenas le había preguntado las preguntas de rigor que solemos hacernos  en estos menesteres, a saber: ¿Cómo estás, cómo está tu familia, como te va el trabajo…? Cuando él, para mi sorpresa me dijo:
    -He puesto tu nombre en Internet, a ver si andabas por ahí…y efectivamente, apareció“, Ceuta en el corazón”, la página que tiene algunas cosas escritas por ti.
    -¿Y las has leído? –le pregunté, curioso-
            -Si, he leído algunas cosas –respondió-. Por eso he decidido llamarte, para comunicártelo y charlar un ratito contigo.
            Verdaderamente, el mundo de Internet es sorprendente, y cada día me sorprende más, porque han sido diferentes amigos los que a través  esta vía de comunicación, han tenido conocimiento de mí, y han decidido dar ese paso, a veces tan difícil, de descolgar el auricular y hacer una llamada a una persona, que representa la pequeña aventura  de tender un puente a un lugar  y a un tiempo del que ya sólo tiene cabida en el pasado. Y así que Pepe dio ese paso, y como no puede ser de otra forma, nos sumergimos durante unos minutos que duró nuestra conversación, en aquella Ceuta tan entrañable y tan nuestra.
    Con Pepe he coincidido en el bachiller, en aquel año de Preu,  e incluso en nuestros estudios de Náutica en Cádiz. Sin embargo, el recuerdo que tengo más entrañable de él, es aquel día, cursando quinto de bachiller, camino de  las clases de don Manuel Morales, me lo encontré en el jardín de San Sebastián, rodeado de cinco o seis muchachitas inglesas que acababan de desembarcar del Trasatlántico “Nevasa”en viaje de estudios, y recorrían las calles de Ceuta. La verdad, no sé si fue por la necesidad a todas luces evidente,  de que algún otro muchacho le ayudara en aquel menester, o por que realmente apreciaba mi compañía, pero el caso es que de inmediato olvidé mis clases de matemáticas y químicas con don Manuel Morales, y aposté por la agradable compañía de las jovencitas amigas de mi compañero de curso.
    Pepe, en estas cuestiones era un experto, y tenía información detallada de la escala de los trasatlánticos en el puerto de Ceuta. Y muchos de nosotros, acudíamos a él, para tener noticias de la llegada de las colegialas británicas, en parecida actitud como acudían los helenos a consultar el futuro al oráculo de Delfos. He de decir que Parodi, en los asuntos reseñados se encontraba  un escalón por encima nuestra;  así como también en el gusto musical, que en este caso, la distancia aún era mayor. Siempre me he preguntado, como podía tener tanto conocimiento de música. Se sabía absolutamente todo. No había nada, de los diferentes grupos y de los diferentes estilos musicales que el no estuviese al tanto. Todo, absolutamente todo, en el ámbito de la música, se hallaba al alcance de su conocimiento.  Era verdaderamente un misterio, que en aquella pequeña alcoba suya, dotada de un  tocadiscos al uso, se respirase la misma música pop, folk, rock, jazz, soul o blues, en sus diferentes variantes y matices, que en Londres, en Liverpool, o en Los Ángeles… De tal manera que algunos grupos y cantantes, llámense:  The Who, The Animals,  The Cream- Eric Clapton-,  Jimi Hendrix, The Doors  The Beatles, The Byrds, Janis Joplin, The Beach Boys, Otis Redding, Bob Dylan, The  Rolling Stones, Joan Baez,  Joe Cocker, Chicago, Aretha Franklín, Santana, Donovan, The Equals, Led Zepellin, Simon and Garfunkel “Crosby-Still-Nash and Young”, James Brown,  The Pink Fluid,  Creedence Clearwater Revival, Stevie Wonder y algunos más que  ahora no recuerdo -de seguro que en su prodigiosa memoria los  recordará-, sonaban una y otra vez, transportándolo a él, y a algunos que alcanzábamos a tener la fortuna de  traspasar aquella mágica alcoba,  a los   mismísimos estudios de grabación de EMI de la  calle de Abeys  Road, y al mismísimo paso de cebra donde están retratados Jhon Lennon,  George Harrisosn, Paul McCartney y Ringo Star…
    No parece creíble que sólo una llamada pueda provocar tal grado de evocación, que haga que el tiempo transcurrido retorne de nuevo, como si fuese un tiovivo girando y girando y a cada vuelta soltase a la memoria una estampa de antaño, preñada de sentimientos de aquella a primera juventud tan amada. No parece creíble, ¿verdad?, sin embargo, Pepe, tu llamada, a abierto  las puertas de mi casa,  a un tiempo tuyo y mío, que nos pertenece, y aunque ya no existe una estancia donde aprehenderlo, aún continua, en silencio, en el fondo de nuestras almas…
    Ciertamente, durante un rato nos sumergimos en aquella Ceuta tan entrañable y tan nuestra, sin embargo nuestras opiniones no coincidieron; tú decías que Ceuta  había mejorado en la estética de su paisaje urbano y había tomado el tren de la modernidad; yo, ojalá me equivoque, te apuntaba, que Ceuta había errado en el necesario trueque que la modernidad trae consigo; mas es claro, que a cada nueva época que la historia irremediablemente  nos trae, hemos de evolucionar  y adaptarnos a esos cambios, pero en esta tarea, no cabe, ni hemos de consentir impasibles, indolentes, a que se cambie el alma de las cosas, y la identidad y el nombre de lo que siempre hemos sido, y al cabo, deseamos seguir siendo…  


En Cádiz, a las 1430 de 16 de enero de 2010

Manuel Castillo Sempere

    

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                            AQUELLAS COLEGIALAS INGLESAS

    Corría el año 1968, el año mágico por excelencia del siglo XX. Habían matado ya al “Che”. La “Primavera de Praga”, todavía alcanzaba todo su esplendor, soñando con un comunismo de rostro humano que pudiese alternarse con las libertades que hoy albergan las constituciones de los países democráticos. La minifalda se imponía como una norma liberadora que rompía viejos conceptos en la moda de la mujer, y unos centímetros  por encima de las rodillas  pasaría a ser la nueva frontera que hubiera de permitirse dejarse ver. La  Matanza de Tlatelolco en la Plaza de las Tres Culturas de Méjico. Massiel ganaba  en Eurovisión con el “La, la, la”,   y como contrapunto, Joan Manuel,   acallaba su voz, camino del destierro. Arreciaban las protestas contra la guerra de Vietnam y el movimiento Hippie con sus alforjas de idealismo cubría de flores el mundo… ¡Flower Power! Los estudiantes comienzan a hacer oír  sus protestas y Raimon canta en Madrid, Al Vent, en la Facultad de Económicas. El tiempo hacia la conquista de las libertades ha comenzado y la dictadura tiene los días contados…Y Janis Joplin, a medio camino entre la fragilidad y lo etéreo, susurra  un blues, que más que una canción pareciera que son los acordes tristes, tristes,  de un lamento…
            Y al hilo de estos acontecimientos, en el verano del 68, pasado el “Mayo Francés - aquel episodio que hizo cambiar al mundo-, atracó en los muelles de poniente de nuestro puerto, el trasatlántico «Nevasa(1)». Y en el interior de este buque, llevando la carga más valiosa que pudiese transportarse, se encontraban colegios enteros de jóvenes ingleses que aprovechaban sus escalas  para visitar y conocer las ciudades a las que arribaban.
            Siempre que llegaba el «Nevasa», el «Uganda(2)», o algún otro barco  con adolescentes británicos, el número de asistentes de  las clases superiores  del Instituto disminuían  de manera alarmante, sin poderse hacer nada para refrenar aquel intempestivo absentismo estudiantil.  La noticia de la escala  de estos grandes buques de pasaje, corría como la pólvora(3), y a media mañana, después del recreo, a la hora del bocadillo, la rabona de innumerables alumnos era incontestable. Así, que en pequeños grupos, alegres, abandonado la empinada escalinata de la entrada,  atravesando los jardines de “Las Puertas del Campo”, nos encaminábamos, como atraídos por la música de un nuevo mago Merlín, a los muelles del puerto, donde ya, en una formación multicolor se adivinaba el desembarque por la escala real de aquellos esperados turistas.
            Resultaba curioso observar que muchos de aquellos adolescentes llevaban chaquetas(4)  de color burdeos, azul,  verde, rojo, celeste, amarillo… según el colegio al que pertenecieran. Los profesores iban al frente de los grupos, consultando las indicaciones que llevaban apuntadas, y nosotros en esos momentos que andaban distraídos, aprovechábamos  para comenzar nuestras clases particulares de aprender ingles en unas horas… Para nosotros, acostumbrados a las rigideces  de las normas establecidas en aquellos años para con las nativas, las colegialas inglesas representaban un sueño casi al alcance de la mano…   Algunos,  conseguían, gracias a su desparpajo y atrevimiento, lograr sus objetivos, y  aquí, en la plaza de África; allí, en el jardín de San Sebastián, o acullá, en alguna esquina de cualquier plaza, la caricia y el beso tan deseado a tan larga espera… No muchas, porque mi atrevimiento no daba para más, pero en alguna ocasión puedo dar fe, después de desgastar los zapatos,  de  que alcancé algún  que otro beso… Sin embargo, ahora desde el recuerdo tremendamente inocente  de aquellos besos robados, puedo agradecer a aquellas muchachas, apenas unas niñas, que la felicidad, por unos momentos, tal vez sólo un soplo,  tal vez nada,  estuvo cerca de nosotros, rondándonos con sus dedos  de ternura…
            El tiempo ha jugado su partida(5), y las fichas e incluso el tablero donde jugar son ya otros… No se puede atrapar el tiempo con los recuerdos, ni siquiera con la nostalgia… Sin embargo, yo os digo, que os recordaré siempre, con vuestra sonrisas, con vuestro pelo de tonos claros, con vuestros rostros suaves y rosados, con aquellas minifaldas a cuadros escocesas;  y al cabo, con aquel sempiterno  “I´m sorry”(6), a mis interminables y de seguro torpes preguntas...

_______

1    NEVASA-1956.
    20.527 toneladas de arqueo bruto, la longitud de 609ft x haz 78.1ft, de doble tornillo, velocidad de servicio 17 nudos. Alojamiento para 220-de 1 ª clase, 100-2 ª, 180-3 de 1.000 soldados. Crew 409. Creado por Barclay Curle & Co, de Londres y puesto en marcha para la La India británica Steam Navigation Co en Nov.1955 30. Jul.1956 emitido el 12 como transporte de tropas para el servicio entre el Reino Unido y sus posesiones de ultramar. El Ministerio de Transporte llevaba una parte del costo. Establecido en el Fal River en Oct.1962, el ITV, concluido el contrato de fletamento 15 años en 1963 y entregó el barco de vuelta a BISNCo utilizar a su antojo. Restaurado en 1964 / 5 a 20.746 toneladas de arqueo bruto con alojamiento para 307 pasajeros de cabina de pasajeros y 783 escolares en los dormitorios, que se utilizó como buque de cruceros educativos. Transferido a P & O Line en 1972 y desguazado en Taiwán en 1975.

2    UGANDA 1952-86.
    Año de construcción, 1952; Empresa amadora, British India Line; País de construcción., Escocia; Constructor, Barclay, Curle & Co; Hull #, 720; GT, 14.430; Eslora, 539; Manga, 71; Velocidad, 19,3; Psgrs., 300; Estado, desguazado; Año fin de servicio, 1986

3 Ya se encargaba PepeParodi - Embajador y verdadero estratega del "Intercambio Cultural" con las estudiantes británicas, de hacerle comunicar hasta al último alumno, "el tiempo estimado de llegada" de los buques ingleses al puerto de Ceuta.

4    En el Instituto,  a falta de chaquetas, nuestro uniforme era pantalón y jersey  gris;  y cada curso del bachiller, para su distinción,  tenia asignado una corbata de diferente color, a saber: primero, amarillo; segundo, naranja; tercero, rojo; cuarto, verde; quinto, azul; sexto, burdeos

5 LA PRENSA PUBLICÓ EN DIFERENTES MEDIOS ESCRITOS,  LAS ESCALAS DEL TRASATLÁNTICO “NEVASA” EN SU PERIPLO POR DIFERENTES PUERTOS, LLEVANDO A BORDO COLEGIALES INGLESES.

 EL DESFILE DE LA VICTORIA.- Ceuta, martes30 de  mayo de 1967.
    En Ceuta, el desfile de “La Victoria”, fue presidido  por el teniente general don José Muslera, Jefe del Ejercito del Norte de África y Gobernador General de los Territorios de Soberanía. Un millar de turistas que a bordo de trasatlántico “Nevasa”, de bandera inglesa se hallaban en el puerto, se sumaron a la población ceutí para presenciar la parada.

LLEGO A SANTA CRUZ DE TENERIFE UNA UNIVERSIDAD FLOTANTE   Con 1.204 PASAJEROS. Domingo, 27 agosto de 1972. La Vanguardia Española.
     Santa  Cruz  de  Tenerife, 26.   —  Ha llegado al    puerto  de   Santa   Cruz   de  Tenerife  el trasatlántico inglés «Nevasa»  que,  con 1.204 pasajeros, en su mayoría alumnos de enseñanza media  y   profesores   de   colegios   ingleses,  realiza   un     crucero   especial   de    turismo. Esta   universidad   flotante  llegó   a  Tenerife procedente d e  Casablanca   y  Arrecife, y  continuará   viaje  hacia   Madeira, una  vez que profesores y estudiantes  hayan  concluido sus visitas a la isla. — Agencia Europa Press.

 MIL CUARENTA NIÑOS INGLESES LLEGAN A MENORCA  Viernes, 19 de abril de 1968.
    Ciudadela, (Menorca)-18- Mil cuarenta niños, escolares de todas la regiones de Gran Bretaña, llegaron a Mahón a bordo del trasatlántico “Nevasa”, procedente de Lisboa.  Luego, viajaron por toda la isla en unos autobuses que lo esperaban en los muelles. Agencia Cifra

ESCALA DE YATES Y CRUCEROS   EN EL PUERTO CORUÑES. - Jueves, 15 agosto 1986
    La estrategia situación del puerto de la Coruña, en el chaflán noroeste de Iberia, derrotero obligado de navegaciones, y los encantos naturales y artísticos, que la provincia atesora, son motivos obligados de escalas de  muy variada índole, El espigón, el Real Club Náutico, verbigracia, es constate  amarradero de todas las banderas. Día hubo, y bien reciente, en que fueron nueve los que hicieron escala…
    En la misma línea de atraque, pero lo que es el muelle de Méndez Núñez, amarran también, además de los cuatro correos marianos… los paquebotes extranjeros en cruceros de turismo. Así en lo que va de estación, el Estate Dam, el “Nevasa”, el “Stella Maris”, el “Oriana”, el “Carmania”, el “Avalon”, el “Uganda” algunos en dos escalas. Todos,  con sus abigarradas y despreocupadas columnas de desembarco, invasoras de terrazas, comercios y autocares.

6    Perdón, lo siento, excúseme.

     Cádiz, 1902h. 20 enero de 2010

                                                        Manuel  Castillo  Sempere 

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                      FELIZ CUMPLEAÑOS, ANA.
    

 
    Me encontraba hablando con Amparo, cuando de pronto, ella me dijo:
    -Espera un momento que llaman a la puerta.
Al rato volvió de nuevo con su hermana Ana, que le había visitado par desayunar; y como la cosa más natural del mundo, me dijo:
    -Dice Ana que escribas algo sobre ella.
    Me quedé estupefacto, ¡escribir algo sobre Ana!
    -Pero, Amparo estás loca…Yo nunca escribo nada por encargo, y además que podría escribir sobre Ana, después de los años que hace que no nos vemos…
    -Nada, nada, que dice que le escribas algo, que es su cumpleaños…
    Así de inverosímil y de contundente fue el dialogo. Yo protesté, pero la suerte estaba echada, tendría que escribir irremediablemente algo sobre Ana…
    Y me acordé de Vicentina, que un día en la calle Real, también me dijo algo parecido, y salí al paso imitando al soneto de «Violante», escrito por el más insigne y  fénix de la lengua castellana, Lope de Vega. Sin embargo, si en aquella ocasión, mal que bien,  pude salir al paso, en esta ocasión, aún no sé como podré hacerlo…
    Bien, podría empezar diciendo  que Ana era el quinto hijo de los once de la familia Paredes y la segunda de las cinco niñas… Bueno, al menos ya hemos anotado  su afiliación familiar; ahora apuntaremos algo sobre los lugares donde transcurrió su infancia y adolescencia; y aquí hemos de decir que trascurrió  en Marruecos, en los diferentes pueblos que su padre, como militar, iba destinado. Y así conoció, Tetuán, Larache, Alcazarquivir, Chahuen… hasta llegar a  Ceuta. De Chauen, al igual que Amparo, son sus mejores recuerdos… Son recuerdos que se pierden en el tiempo, y vuelven de nuevo filtrados por la melancolía de aquellos paisajes y aquella tierra exótica. Son quizás lo mejores recuerdos, porque la añoranza de la infancia  queda para siempre prendido en nuestra alma, mi querida Ana. Nadie puede huir de ellos, más bien al contrario, esos recuerdos son pedazos de nuestro corazón, que como rescoldos ardientes, alumbran y calientan nuestros sueños más primitivos, más originarios, más nuestros…
    Ana, yo empecé a conocer Chauen, a través vuestra, a través de la idealización de ese nombre propio, que como en un relato de “Las mil y una noches”, se me iba adentrando en mi fantasía de niño… Así que chauen ya no era para mí un pueblo blanco y azul subido en la ladera de una montaña, sino la fantasía más pura que yo pudiese alcanzar y que se acostumbró para siempre a vivir en mi interior. ¡Oh, Ana, yo empecé a saber de  la fantasía, he de decírtelo, cuando vosotros, como ausentes, pronunciabais, ¡Chauen, Chauen, Chauen!...
    Todos tenemos una “Arcadía”, un lugar mítico donde guarecernos y ocultarnos durante un tiempo hasta que pase las dificultades que nos salen al paso en la vida. De tal manera, que los Paredes, sueñan en su mitología, en su espacio de leyenda con Chauen… Y bien es verdad, que esa vinculación no la entendí, cuando en vuestros ojos se encendía un brillo especial al pronunciar esa palabra; sin embargo, ahora, al contemplar una añeja fotografía amarillenta de tu madre, he podido por fin entender este misterio.  Sí, en esa vieja fotografía se encuentra el “alter ego” de los Paredes, en esa antigua fotografía se contempla el jardín con las ranas de la Plaza de España de Chauen, y junto a ellas, con unas amigas, vuestra madre, con el frescor y la belleza que la juventud, en todo su esplendor puede entregar…
    Feliz cumpleaños Ana, que cumplas muchos más, que yo, aunque torpemente, creo haber cumplido tu deseo, a saber: que escribiese algo sobre ti, en tu cumpleaños. Ya nada más me resta que despedirme, y decirte que nunca te he olvidado, y no he podido olvidarte, porque a pesar de que era un niño agreste y áspero,  tú siempre tuviste alguna frase amable y cercana… Mas, como podría yo, entonces, olvidarte…

    En Cádiz, 1152h. 24 enero 2010

                                                       Manuel  Castillo  Sempere

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                                 LAS LATAS DE MORTADELAS

 

    Una, dos, tres…hasta 18 latas de mortadelas saco Luis del mar que circunda  la playita de la Junta y las repartió entre los allí congregados. No parece que el mar sea el lugar más adecuado para almacenar las latas de mortadelas; y a fe cierta que no lo es, sin embargo, todo tiene su contrapunto y su razón de ser, y en este acaecimiento que nos ocupa las cosas sucedieron, a pesar de lo inverosímil, de la siguiente manera:
   Alejandro,  que trabajaba de conductor de un nombrado ultramarino,    fue llamado por el dueño del establecimiento para que retirara una partida de  latas de mortadelas que se habían deformado sus envases y daban la impresión de estar en mal estado. El comerciante le había recomendado que para evitar que alguien pudiese recuperarlas y sufrir una intoxicación, las arrojara en algún “vacie” del extrarradio de la ciudad, bien alejado de los vagabundos que andan  rebuscando  alimentos entre las diferentes basuras.
    Ocupado en su celo, Alejandro, no se le ocurrió  otra cosa que tirar la partida de latas de mortadelas a los pies de la escollera del muelle de poniente, cercana al remanso de  la Isla. De vuelta a casa, quiso la causalidad, que una de las latas quedó olvidada entre los diferentes arreos y la pacotilla que transportaba la furgoneta; y quiso también la casualidad, que el bueno de Alejandro, tomase la chacina y la dejase en su casa. Más tarde, azuzado por la curiosidad y sin poderlo evitar, cogió un abrelatas y seccionó la tapa de arriba del envase, lo retiró y allí, para su asombro,  dando la sensación de estar esperándole, se encontraba la mejor mortadela que hubiese esperado encontrar. Como siempre se hace en estos menesteres, agujereó la tapa contraria para soplar por ella y hacer salir su carne;  y a continuación, corto un pedazo, y con un cierto temor, la introdujo en su boca para saborearla. ¡Albricias!, he  aquí, que no sólo el sabor era sumamente agradable, sino que sorprendentemente,  era la mejor mortadela -según él decía, con la cara desencajada y mirando a un lado y a otro-, que había probado nunca.
    Raudo, sin tiempo que perder, aviso a los hermanos Paredes, y organizaron un rescate de la partida de las chacinas que se encontraban fondeadas junto a la Isla. Los rescatadotes, ataviados con gafas, tubos y aletas, al modo de buscadores de tesoros de algún bajel hundido, se lanzaron al agua en busca del preciado pecio. Una inmersión aquí, una inmersión allá, y por fin al filo del medio día un grito emergió desde la profundidad: ¡Aquí está!, ¡aquí esta!... Efectivamente, ahí, cercana a las últimas rocas semisumergidas y cubiertas de verdín, y a una batimetría  de unos pocos metros de la superficie,  se hallaban esparcidos por el fondo de rocas y algas  toda la partida.
    Cada vez que Luis se sumergía y sacaba una nueva lata, la chiquillería allí congregada cantaba su numero como si se tratase del primer premio del sorteo de Navidad:…diez, once, doce…y por fin dieciocho. Luis, alzó la mano y la giró a un lado y a otro, dando a entender que el rescate había concluido. Todas los recipientes fueron conducidos en una espuertas de esparto -al uso de la de los albañiles-, hasta la orilla, y desde allí,  en procesión -en una carretilla que le dejaron a Paco, el mayor de los Paredes- , entre júbilos y alabanzas,   hasta las”Barraquillas”.
    Nada de lo que aconteció después, debe de contarse ni yo he de revelarlo, pero he de decir, a fuer de ser sincero, y para tranquilidad de la autoridad competente en este menester, que nadie se intoxico,  ni tuvo alergia, ni cayó enfermo de ninguna extraña enfermedad; sin embargo,  si lo noto, a saber,  la tienda de comestibles de Francisca, que durante un tiempo, la venta de mortadela descendió de tal manera, que ni los más viejos del lugar lo recordaban. Así, pues,  quedó  la  existencia de este producto tan popular tiempo ha  en las estanterías, en espera, suponemos, que al disfrute y el deguste de esa  otra mortadela, que como el mana fue caída del cielo, en este caso, contrariamente, emergida del mar…

   
     En Cádiz, a  las 1256h del 9 de enero de 2010

                                                                                     Manuel Castillo Sempere
 

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                                                    LA BILIOTECA

 

   La biblioteca del Instituto se situaba en la última planta del edificio, junto a los ventanales que daban a la subida del “Morro”. Nuestra aula se encontraba unos metros más adelante, así que de ordinario,   al terminar las lecciones,  formábamos de dos en dos en el pasillo, para a continuación buscar la escalera de bajada al portalón de entrada al centro. A esta hora de la tarde   sol  se anunciaba vencido y a punto de caer tras los picos  de Sierra Bullones. La Mujer Muerta se pintaba como una brochazo morado, y los rayos, antes verticales, áureos, casi de fuego, ahora  se dejaban caer oblicuos, tristes, como despidiéndose  en una agonía que no acabara nunca…
   Yo contaba los pasos hasta la puerta de la biblioteca, y al llegar al paso que marcaba el numero exacto, el numero esotérico que debiera alumbrar el conocimiento, giraba la cabeza a la derecha, y allí, como en un sortilegio mágico, enmarcado en una de las hojas de la puerta,  aparecía  en un letrero dorado, la palabra BIBLIOTECA.
   Nuestra profesora de Lengua y Literatura, la Srta. Valderrama, siempre nos aconsejaba que visitásemos la biblioteca. Ella, bibliotecaria oficial,  se ocupaba de todos los menesteres que se relacionasen con la lectura, y un día si y otro también, nos empujaba a que alguna tarde, acabada las clases, la visitásemos   para aconsejarnos que libros deberíamos- irremediablemente- leer antes de acabar el curso.
    No sé si fue consejo de ella, o deseo  mío, pero lo que si puedo contaros, es que en uno se aquellos días que tuve el atrevimiento de golpear la puerta y entrar en esa estancia repletas de estanterías de libros hasta el techo, no fui capaz de apenas articular palabra; y así, sin apenas darme cuenta de nada, me encontré sentado en una de aquellas mesas extraordinariamente largas, dos libros sobre ella, y la sonrisa de la Srta. Valderrama, que se alejaba para su acomodado rincón, mirándome  por encima de sus gafas de cerca.
    No me lo podía creer; me encontraba sentado en una larga mesa de la biblioteca, asustado, yo diría terriblemente asustado -como quien equivoca lugar y fecha de reunión y queda aturdido por el desconocimiento- en medio de aquellos sesudos lectores. Ausente, sin apenas mirar, cogí uno de aquellos libros y fui lentamente pasando las hojas. Una dos, tres… de tal suerte, que podía oír el susurro de las hojas al pasarlas unas sobre las otras.
   Por fin, pasado este primer momento de sobrecogimiento, y después de ojear  muchas páginas, quise poner atención a los titulo de los libros que me había proporcionado mi persuasiva profesora de Lengua.  Y sorprendentemente, tenía ante mí, la Iliada y la Odisea*.  La Srta. Valderrama, de manera generosa, pensó, que aquel atrevimiento, que aquel primer gesto con la cultura, bien valía el bálsamo de la guerra de Troya, y las aventuras de Odiseo por alcanzar Ítaca -la isla-patria-,  donde le esperaba, tejiendo y destejiendo su labor, su amada y fiel Penélope…
     En el cine, en el Teatro Apolo, acompañado de Juan Antonio,  había visto Helena de Troya. Este film narra la guerra entre griegos y troyanos hasta la destrucción de la cuidad de Troya. Siempre, no sé por qué  razón, me puse de manera incondicional de parte de los troyanos;  así como también del rapto de Helena por parte de Paris. Yo en su lugar hubiese hecho lo mismo -me decía; porque el amor, es la ruptura de la razón y la salida a borbotones del sentido primigenio de la vida. El amor es la sangre de la vida que riega el corazón de los amantes hasta enloquecerlos de pasión, de deseos, de abandono… El amor, es casi olvidar tu nombre pronunciando su nombre… Juan Antonio, más pragmático, se burlaba colocándose  de parte de los vencedores. Sin embargo, nadie, a pesar de las burlas, conseguían convencerme; yo moriría por Troya, y naturalmente, también por Helena….
    Pasado el tiempo, quizás haya comprendido mi empecinamiento en situarme del lado de Troya y de Helena. Siempre he tenido predilección por los perdedores, por las causas perdidas, como me apunta Juan -el  cura  de mi parroquia-; y tal vez no sea  por altruismo o  por compasión, sino, simplemente, y será lo más probable,  porque yo también sea un perdedor…     
    He de añadir, que después hubieron de venir otras tardes, y otros libros…Sin embargo, el recuerdo de la Iliada y la Odisea, y naturalmente, el de la Srta. Valderrama, han quedado para siempre en el origen de mi afición  por lo libros, y el posterior gusto por describir los sentimientos, que como en una colmena, se van elaborando en las celdas del alma…


    Cádiz, a 1 de octubre de 2010
                                                             
                                                                               Manuel Castillo Sempere

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                                      MAR AZUL DEL CHORRILLO

  
    Pepe Parodi,  vivía en los pabellones del Llano de las Damas, prácticamente colgado del mar azul de la playa del Chorrillo. Alguna que otra vez habíamos  coincidido  en el Instituto, pero mi amistad con él comenzó en el verano del 68, cuando coincidimos  en las clases de Matemática y Química con don Manuel Morales. Y naturalmente en aquellas giras al Nevasa y posterior acompañamiento de las colegiales inglesas que hacían escala en nuestro puerto.
    Algún sábado que otro me dirigí a su barrio para acompañarle a la playa del Chorrillo, en el claro, de  aguas transparentes, que se abre junto  al  túnel donde se desaguan las torrenteras que bajan desde las altas pendientes del Morro   Antes que yo llegara, incluso antes de desayunar, Pepe, apenas despertado, se dirigía a la ventanita que daba al sur de la bahía y perdía la mirada a todo lo ancho del mar, hasta que se perfilaba la lejana silueta de cabo Negro.  Yo sé bien lo que es columbrar el mar desde las alturas del Llano de las Damas. El mar, si bien es azul, y sus aguas se rizan con el Poniente, también se tiñen de tonos verdes en las proximidades del horizonte; y principiando bajo la Carretera Nueva, su color se vuelve turquesa, a veces   verde esmeralda, y a veces  se torna tan translucido, que pareciera de cristal.
    Sí, Pepe y yo, sabemos bien lo que es sentir el mar desde las alturas del Llano de las Damas. Y lo hemos sentido tanto, que alguna que otra vez, cerrando los ojos, hemos sentido la necesidad de abrir los brazos  y dejarnos caer  hasta precipitarnos  y sumergirnos en él como un pájaro herido. Puedo deciros que esos espejos azules del Chorrillo, lo hemos necesitado tanto o más que el aire que respiramos… Es verdad, hemos necesitado el salitre del mar, los tonos  azules y verdes, la arena gris, los guijarros labrados, el susurro de la marea, el aire frío y delicado del poniente, para sentirnos desarmados, prisioneros,    criaturas evanescentes, sin almas, del Chorrillo.
    Hemos bajado por la rocha, entre las piedras del monte hasta playa, y el mar, ahora, es como un labio azul que copia al otro labio azul, sin límites, del  cielo. Y nos hemos sumergido en el mar, y ya nos hemos sentido mar. Y hemos tocado el fondo, las rocas, las algas, los peces, hasta perder el sentido de las cosas… Y nos hemos sentido fondo, roca, alga, pez, por unos momentos, por unos instantes, por… Yo qué sé por cuanto tiempo nos hemos sentido el alma de las cosas…
    Estamos sentados en la orilla y el mar nos roza… Y hablamos de lo que serán nuestras vidas cuando el tiempo haga girar la rueda de las horas. ¿Saldrá la vida a buscarnos? ¿Recordaremos estos momentos o quedaran en la memoria   bordados para siempre en el paño del olvido? ¿Qué será de nosotros, cuando en los caminos de la noche se reciten nuestros nombres?  ¿Quién nos ayudara a caminar en la soledad de nuestros sentimientos?  ¿Quién, por fin, tras la revuelta del último camino, se hallará a la espera, y tras acogernos, nos extenderá la mano, y nos apuntará que,  a pesar de los años,  algo de nosotros aún queda, como  pájaros, sobrevolando, la línea  inalcanzable del horizonte y el mar azul, translucido, a veces verde, del Chorrillo.

 
    En Cádiz, a 12 de diciembre de 2010

                                                             Manuel Castillo Sempere

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                                         EL PEQUEÑO INVENTOR                                     

   
     En el curso del año 62-63, yo asistía a la escuela de don Francisco Canto, en Villa Jovita; y allí, fue a sentarse, un día, junto a mí,  un niño extraordinario, un niño diferente, uno de aquellos niños a los que es difícil catalogarlos y ponerle una etiqueta.      Y paso a apuntarles, por qué era diferente a mis ojos y a los ojos de los demás, a saber:
    Aquel chiquillo, tenía un encanto especial, era suave en las formas de decir las cosas y en las maneras de contarlas. Al momento, uno se daba cuenta que estaba poseído del don de la inteligencia, y que está era la cualidad que le distinguía por encima de cualquier otra. No hablaba de fútbol, ni de juegos, ni le alcanzaba las riñas de los otros colegiales, ni siquiera los enfados de don Francisco le rozaban; él, se situaba, de manera natural, como un espectador, algo por encima de nosotros…Sí; así era, como un espectador, es claro…
   Algunas veces, cuando coincidía con él, en el pupitre, sentía que me conectaba a otra realidad diferente y algo menos  pueril de la que normalmente cada tarde acontecía allí. Y me hablaba de conceptos científicos y de inventos, que yo, un niño de la calle, no alcanzaba a entender. Y me apuntaba a la construcción de un cohete simulando a los spuknik que los rusos habían lanzado a la atmósfera para que dieran  vueltas  a la tierra… Y me hablaba de mezclar productos químicos para que luego estallaran y provocaran aquellos truenos que asustaban tanto a tirios y a troyanos… Y me hablaba, me hablaba de tantas cosas…
    Y quiera, que impresionado por sus conocimientos científicos, pretendí apuntarme a su causa, y ensayar algunos de esos spuknik, que con tanto éxito había  proyectado y culminado, con buen fin,  en Cabo Cañaveral de Villa Jovita. Y me puse manos a la obra y construí –siguiendo sus indicaciones- un artefacto con un tubo de caña, a la que le introduje el material combustible que él debió de proporcionarme,  algo de azufre, pólvora, o yo que sé, él sabrá… Y terminada la fase de preparación balística, puse el “ingenio” en el poyete del rastrillo de mi puerta, acto seguido  encendí la mecha… Y esperé unos segundos con el corazón encogido, hasta que después de elevarse un pequeño trecho, aquello pegó tal  estruendo, ¡booom!, que los vecinos hubieron de salir ¡asustados!, pensando que el mundo se les venia abajo.   Desde luego, que mi reputación como científico quedó deteriorada para siempre, amén de pasarme varias horas debajo de mi cama, esperando que pasara la tormenta y quedara en olvido el suceso. Menos mal que mi padre, no estaba presente, y sólo supo del hecho por referencias…
    Pero he de contarles que ahí no quedó la cosa, pues el “pequeño científico” de VillaJovita,  hubo de pasarme, como su última novedad creadora, el invento de un submarino, que podría sumergirse y emerger a nuestra voluntad. Después de cerciorarme de que aquello no entrañaba ningún peligro, y de que no llamaría la atención en caso de error, me puse manos a la obra, con el propósito de reivindicarme y recuperar el prestigio perdido de resultas del primer proyecto fallido.
    Y de nuevo, corté –ya empezaba mal- un trozo de caña de una de las escobas de la casa- la distancia entre dos nudos-, le hice unos agujeros, y le introduje unos tubitos de aquellos que utilizábamos para hacernos  llaveros, y luego debía de aspirar para que entrara el agua por los agujeros y, el artilugio inundado  de agua, se fuera al fondo de la bañera  -recinto hidráulico o canal de experiencias donde se debían de efectuar las pruebas de mar-. Luego, una vez conseguido la inundación, para que volviera a la superficie, se debía de efectuar la introducción del aire a través de los mismos tubitos que anteriormente habían conseguido la inundación de los tanques de lastre del supuesto submarino.
   Y como quiera que ya llevaba un buen rato en el cuarto de baño, con el cerrojo echado; mi madre -siempre atenta a mis travesuras- debió de pensar que algo extraordinario, fuera de lo común debería estar tramando; de tal manera que al insistir en que abriera la puerta, no tuve más remedio que abrirla y quedar expuesto a su reconocimiento. Mi madre, como es natural, al no ver claro aquello del submarino, enseguida llamó a mi padre. Si bien, mi padre, no me canceló las  pruebas de mar, su cara lo decía todo; y en ella se traducía una inmensa compasión a mi actividad,  algo así como si pensara: ¡Pobre hijo mío! ¡Este muchacho acabara mal,  antes el spuknik y ahora el submarino…! ¡Pobre muchacho…!
   Y no iba mal descaminado mi padre, porque aquello, por mucho que aspirara y expirara, ni subía ni bajaba… Es claro,  que yo no estaba dotado para culminar con éxito una tarea científica.  Este menester y el de inventor, debía de dejárselo para aquel chiquillo que  tenía un encanto especial, era suave en las formas de decir las cosas y en las maneras de contarlas…

    En Cádiz, a 12 de marzo de 2011

                                                              Manuel Castillo Sempere

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                                   “EL NARCI” UN NIÑO DIFERENTE…


   
     Narciso Domínguez Polonio, “El Narci” era un niño único y sus ideas, a la hora de concebir el juego, siempre estaban un poco más allá de lo que para el resto de los niños del barrio suponía no traspasar la barrera de lo normal. Tenía espíritu de líder travieso y siempre se le estaban ocurriendo cosas que se salían de lo normal, siempre estaba inventado, ideando fechorías.
    Aquella tarde de primavera estábamos jugando por la zona de los gallineros; mi hermano Antonio, Él, un servidor y no recuerdo quién más.  Nos entreteníamos con nuestras “lastiqueras” (tirachinas)  dedicándonos a dar chinazos, a diestro y siniestro, a todo aquello que se movía, y también a lo que no se movía. Pero se conoce que el juego al Narci no le divertía mucho porque, de repente se dirigió a todos y nos dijo: «A que no tenéis “güevos”» de subir a la piscina a pegarle una pedrada a los cristales de la Residencia”.
    Pues nada, allá que fuimos todos los niños detrás del Narci. Subimos al monte por la pequeña vereda que partía junto a la tienda de Francisca, cruzamos la alambrada de espinos que separaba la zona prohibida de la permitida e iniciamos el ascenso trepando por la pendiente del monte hasta el mismo borde del muro de la piscina. Allí, escondidos  entre los cipreses que formaban la línea de separación entre el monte y la Residencia y, justo cuando comenzaba a oscurecer, Él, El Narci, nos dijo: ¿”Veis aquella ventana, la segunda de la derecha que está iluminada”? (Eran una bonitas ventanas, altas, esbeltas, compuestas a base de un mosaico  de pequeños cristales y rematadas en un arco de medio punto). Todos asentimos. “A esa es a la que tenemos que darle”, nos dijo, y sin más, se dirigió a mí y me ordenó: “Pepe, tu eres el primero”. Sin tiempo para pensarlo, saqué uno de las chinas que llevaba en el bolsillo del pantalón corto, armé la “lastiquera”, tensé las gomas, apunté a la ventana y disparé con el corazón en un puño. Agazapados todos y protegidos por la oscuridad de la noche, dirigimos las miradas a la ventana iluminada esperando el resultado. Tras un rato de tensa espera, ¡nada, no pasó nada!, por lo que al instante volvió a ordenar: “Tu, Antonio”, le dijo a mi hermano, “te toca a ti”. Antonio realizó la misma operación que yo con el mismo éxito. Entonces, Él, El Narci, adoptando esa mirada de niño travieso que le caracterizaba,  armó su “lastiquera” con una enorme, redonda y reluciente china blanca y, dirigiendo esa pérfida mirada hacia la ventana, disparó su arma. Esta vez sí, el impacto fue terrorífico; la ventana saltó hecha añicos y fue tan estruendoso el ruido producido por el estallido de los cristales que, presas del pánico, salimos todos corriendo pendiente abajo, rodando y dando vueltas con nuestros cuerpos hasta casi quedar atrapados al final  entre la alambrada de espinos. Traspasada esta, continuamos nuestra huída en tropel, cada uno por un lado, amparados por la oscuridad de la noche. Cuando llegué al portar de mi casa, subí los escalones que me separaban de la segunda planta de dos en dos,  entré en la misma, me encerré en mi cuarto, me metí debajo de la cama y ahí me quedé asustado como nunca antes lo había estado.
    Ni que decir tiene que la repercusión de la gamberrada fue tremenda y trascendió más allá de nuestro barrio. Una vez pasado el susto y, cuando volví a salir a la calle (estuve dos días sin salir de casa), me contaron que hasta la guardia civil había estado en el barrio practicando indagaciones. Por lo visto, la ventana contra la que impactó la china del Narci, correspondía al comedor de la Residencia y, en el momento del incidente, se encontraba repleto de comensales. Por lo que contaron, se llevaron un susto de muerte.
     Afortunadamente aquello quedó entre nosotros y nuestros padres jamás llegaron a enterarse de la gamberrada, sino, ¡uf!, sólo de pensarlo me pongo a temblar…
     Pues eso fue lo que aconteció aquel día con el Narci y sus diabluras. Todavía hoy en día, cuando rememoro aquella escena y  me acuerdo de lo que podía haber ocurrido si se hubiese enterado mi padre, me dan auténticos escalofríos, jajaja…


    Ceuta, primavera de 2011
 
                                                    Pepe Sevilla Gómez


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                        RECUENTRO CON MIGUEL ÁNGEL“MILÁN”



    Ayer,  vino a visitarme a mi casa, Miguel Ángel “Milan”, aquel muchacho de Villa Jovita con el que compartí  algunas veces pupitre en la escuela de don Francisco Canto. Y vino a verme porque yo le llamé, aunque a primera vista, pareciera que la llamada fuera fruto de la causalidad. No; no fue fruto de la causalidad, fue fruto de la necesidad  de sentir la presencia de Miguel después  de casi 50 años de no coincidir en ningún cruce de nuestras vidas.
    Las cosas de la vida, son así: inesperadas, asombrosas, extraordinarias, y yo diría, casi milagrosas en algunos momentos.  Pues como hemos de calificar  a este “encuentro” después de cinco décadas  de no encontrarnos nunca en ningún lugar de los muchos, que sin duda, en algún momento debimos de estar cerca el uno del otro. Y efectivamente, nunca nos encontramos…
    De tal manera, que a mi llamada, Miguel, prisionero de esa ausencia, acudió a la cita que habíamos concertado.  A las cuatro de la tarde subí a la estación de la “Segunda Aguada”, y me senté en un banco aguardando su llegada. El sol, esa bendición del sol de invierno, me golpeaba en la cara disfrutando de su golpe, como si fuera la caricia ardiente de una mujer… Cerré un rato los ojos y los pensamientos me llevaban  a la calle Góngora,  a  una huerta, a una escalera, y a una escuela llena de pájaros…
    Apareció un muchacho, cambie la mirada, y al volverla  allí estaba Miguel con apariencia de distraído y, un cierto aire de melancolía… Dejé que cruzara la calle para comprobar si era capaz de reconocerme; pero al ver que pasaba de largo, me incorporé y le grité: ¡Miguel Ángel!  Y tras un segundo de confusión nos abrazamos y le invité a mi casa…
    Pasamos unas horas juntos, hasta las ocho y medía de la tarde, pero para mí fueron sólo unos minutos. Yo le hubiera preguntado mil cosas, y os juro que lo intenté, pero ya sabéis que es imposible preguntar mil preguntas en sólo unas horas… Así que hicimos lo que el tiempo nos permitió. Y hablamos de Villa Jovita,  de don Francisco Canto  y su método pedagógico de la disciplina, tan en boga en aquellos años, pero hoy, afortunadamente, abandonado por la dureza de su práctica. De Maribel, una chiquilla alegre y bonita, que creo que nos llegó a gustar a los dos, y del que su recuerdo si hubiera de compararla  lo haría  con la rosa, incluyendo las espinas…. De Tobalo y su primo, que  fueron golpeados “inmisericorde”más  de una vez por su falta de atención en los estudios; pero que a ellos no debió culparse de este incumplimiento, sino al alma propia de los niños, que hace que el objeto de su deseo sea jugar, jugar hasta que no le alcancen las horas…
    Y tan bien hablamos de Ceuta  -de qué podíamos hablar si no-, de aquella Ceuta tan entrañable, que ya quedó atrapada en un tiempo y en lugar y, que ya no existe, y si acaso existiera, lo haría solamente en nuestros corazones… Yo le apunté que Ceuta es la ciudad de la nostalgia, porque siempre intentas recordar algo que “había”  y que ya ha desaparecido. Como ya he dicho en otro momento: «aquí había…; ahí estaba…; allá se columbraba un barrio…; más lejos principiaba unos jardines…» En fin, en Ceuta, la palabra “restauración” la han borrado del Diccionario de la  Real Academia de la Lengua… y permanecemos a la espera, como aquellos “volantones” de boqueras amarillas, que nos traigan las migajas, ellos a sus nidos, nosotros, de la palabra que nos había sido borrada…
    Y hablamos un poco de su libro y de mi libro, y coincidimos que fueron escritos para recuperar nuestra niñez y un tiempo en que aún, a nuestro parecer, todavía se podía ser feliz… Feliz, por pedir menos, o necesitar menos… Feliz,  por tener la gracia de ser aún niños, y eso ayuda algo… Feliz, por amar y sentir las cosas sencillas, como las castañas que nos traía de su huerto nuestro compañero Tobalo… Feliz, por sentir en su esplendor en la yerba*, una mirada de Maribel, tan pura como una gota de rocío en la mañana… Feliz, porque en definitiva, yo, tu mejor discípulo en el arte de inventar, había encontrado a su maestro, después, de casi cincuenta años de ausencia…

 

   En Cádiz, a  17 de marzo de 2011

                                                                                   Manuel Castillo Sempere

_________

*
Esplendor en la Yerba.
Wordsworth


William Wordsworth (Gran Bretaña, 1770-1850)

 Poeta inglés, uno de los más consumados e influyentes escritores del romanticismo inglés. 
"What though the radiance with was once so
bright
Be now for ever taken from my sight,
Though nothing can bring back the hour
Of splendour in the grass, of glory in the flower;
We will grieve not, rather find
Strengh in what remains behind"

Sobre estos versos de la Oda: "Intimations of Inmortality ", de William Wordsworth, Elia Kazan construye una gran obra maestra: Esplendor en la hierba. Deanie (Natalie Wood) y Bud( Warren Beaty) son dos adolescentes norteamericanos que se enamoran en 1928.
ODA nº X: LOS SIGNOS DE LA INMORTALIDAD
Verso 179: "Pues aunque el resplandor que en otro tiempo fue tan brillante
hoy esté por siempre oculto a mis miradas,
aunque nada pueda hacer volver la hora
del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores,
no debemos afligirnos, pues encontraremos
fuerza en  el recuerdo,
en aquella primera simpatía
que habiendo sido una vez, habrá de ser por siempre,
en los consoladores pensamientos que brotaron
del humano sufrimiento
y en la fe que mira a través de la muerte,
y en los años, que traen consigo las ideas filosóficas 190
................................
Y termina así el poema:
"Gracias al corazón humano, por el cual vivimos,
gracias a su ternuras, a sus alegrías, y a sus temores ................205
la flor más humilde, al florecer, puede inspirarme
ideas que, a menudo, se muestran demasiado profundas para las lágrimas.


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                                      LOS  PRIMEROS CAMINOS… 



    Cuando apenas era un muchacho sentía la necesidad de conocer el mundo, sentía la necesidad de conocer otros límites más allá de donde abarcaban mis ojos, más allá del Estrecho. Así que como una llamada, en la mañana de  los sábados o los domingos, mi madre me llenaba la mochila de frutas y de inmediato me lanzaba como un peregrino a andar el camino que se llegaba hasta las elevaciones que se encumbran en la frontera con Marruecos.
   Atravesaba  el barrio de las “Latas”, alcanzaba “Benítez”, y desde allí subía por la carretera del “Pantano”, hasta una pista militar que me dejaba cerca del  fuerte de Anyera, para  luego enlazar con la carretera y llegar hasta el  “El Mirador”. Desde este lugar privilegiado, podía columbrarse como Ceuta, a modo de un temerario bajel, se sumergía en las aguas del Mediterráneo hasta que las olas  besaban su roda más allá del Hacho, al pie de los acantilados del faro de Pta. Almina.
   Algunas veces el camino elegido era otro, más corto, menos pretencioso; y desde la carretera del “Pantano”, por un atajo de tierra polvorienta, subía la larga cuesta que se llegaba por  debajo del “Mirador”, hasta caer exhausto, sin aliento,   en la menuda yerba que cubría la ladera  colindante. Al poco abría los ojos y me dejaba llevar  por las nubes que cruzaban el cielo. Ora se configuraban en un rostro, ora en un animal; a veces  en un conocido objeto, más tarde en una imagen o en un  juguete…; luego se deshilachaban y se tornaban primitivas, formando torres de algodón que pareciera que, de un momento a otro,  iban a derrumbarse sobre el valle para advertir de su imperceptible presencia.
   Cuando el tiempo de la contemplación llegaba  a su término, descendía junto al cuartel de la Legión para a continuación encaminarme al monte del “Renegado”. Llegado a este punto la orientación  del paisaje cambiaba en sus cuadrantes cardinales, de tal manera que ya no nos arrumbábamos a levante, sino al norte; y ya no era la ciudad el objetivo del encuadre, sino las barranqueras que descendían hasta las playas de Benzú y Calamocarro y, naturalmente, al azul marino y al verde intenso del Estrecho.
   Gustaba de bajar por los cauces de las torrenteras, donde el agua serpenteaba con su lengua de plata lamiendo las raíces de los árboles que se adivinaban en los tajos desnudos de la tierra. Gustaba de perderme en la arboleda, donde el sol, presuroso,  se enredaba  entre los pinos sin apenas dejarse entrever.
    Cada semana, como un rito litúrgico, yo volvía a descender por esas barranqueras como si buscara en sus entrañas un misterio que yo no acertara a  adivinar; como si en lo más intrincado de su espesura fuese a hallar el primigenio  enigma que   los hombres, desde la noche de los tiempos, nos  emplazamos a encontrar.
    En verdad era una búsqueda despiadada por encontrar las razones del “Ser” y de uno mismo. Sin embargo, no hallé ninguna respuesta, ni el “Grial” que yo ansiaba encontrar. Tengo que apuntar, que la respuesta vendría con los años… Pero, en aquellas torrenteras, en aquellos pinares, entre sus troncos, sus ramas  y sus hojas, yo dejé parte de mi  alma  como  albacea de mi búsqueda. Todavía no ha  concluido la búsqueda, mas mi presencia, como algo natural, como algo inevitable que nada ni nadie pudiera sustraer,  aún vagará por tiempo en este  lugar…
    Pensativo, quizás con la tristeza rozándome, con la amargura en la boca, comenzaba el regreso al pie de los guijarros grisáceos de Calamocarro hasta la playita de la “Puntilla”. Caminaba por toda la ribera, ora entre rocas, ora entre las arenas de la orilla; y observaba el mar como un sentimiento, casi como un amigo al que pudiera contarle mis deseos. Recogía piedras y las arrojaba con todas mis fuerzas pretendiendo que cayeran lo más lejos en el mar. Y en cada piedra lanzada,  iba con ella un pensamiento hurtado a mi inteligencia. Era una manera de aliviar el estanque a rebosar del alma. Con cada piedra se marchaba también una tristeza, y el agua agolpada como una esponja en nuestra conciencia, volvía a fluir renovada, transparente, pura,  por las fuentes donde nacen los sentimientos.
    Antes de llegar, revolvía en la mochila, y sentado en una roca, saboreaba el jugo agridulce de alguna naranja. Hacía poniente,  el monte del Renegado, el Mirador y la silueta soñolienta de la Mujer Muerta, emergían cárdenos, ingrávidos, invictos, ausentes de nosotros…

    En Ceuta, a 21 de noviembre de 2010

                                                                       Manuel Castillo Sempere
  

 

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                                        LAS HORAS DE LA JUVENTUD I



     Ayer, un grupo de  muchachos de los años cincuenta, a la caída de la tarde nos reunimos junto a las “Murallas Reales del Angulo”, para cenar  en uno de los mesones que allí han abierto sus puertas para ofrecernos su gastronomía, en medio de un entorno perfecto, donde lo antiguo, a caballo de los siglos, se anuncia apenas se alza la mirada…
 
     Hacía tiempo que las circunstancias personales de cada uno había imposibilitado el podernos reunir y charlar largo y tendido, como antaño lo hiciéramos en las noches del estío, sobre todo en las cálidas noches de agosto: interminables y a veces, sumergidas en la húmeda neblina del taró
 
     La nostalgia, todo lo preña de un halo mágico y, yo diría, de un cierto misterio, que hace que los sucesos del pretérito parezcan ensalzados  y únicos, como si realmente hubiésemos vivido una época épica e irrepetible y que nosotros –sus protagonistas más cercanos- tuvimos la suerte de estar allí y vivir esos momentos…
 
      Paquito Mancilla, Paco Prieto “Potra”, Pepe Sevilla, “Guille” Bermúdez y el que suscribe, fuimos desgranando diferentes sucesos y acaecimientos que nos fueron viniendo, en tropel, a nuestra  memoria. Como siempre sucede en estos encuentros en los que sus protagonista hace tiempo que no se visitan, las palabras ruedan y ruedan de una boca a otra, sin darse un respiro y  una licencia para una tregua…Todos los discursos salen a borbotones, sin casi tiempo para replicar, y sin casi tiempo para argumentar alguna reflexión que nos ate a la conversación. Todo es atropello, urgencia, tumulto, en una espontaneidad de frases que no acaban  nunca; y entre un mar de   risas de algunos  recuerdos y de algunas anécdotas graciosas; y  por qué no,  de algunos dichos de entonces y  alguna imitación de algún personaje singular…;  en  definitiva, de alguna referencia que haga de nexo de unión  a un tiempo pasado y aun lugar que,  ya en las cartas náutica y portulanos  de Ceuta, en su característica caligrafía, se denominaba “La Puntilla”…
     
   Una, dos, tres…fueron cayendo las horas y algunas cervezas. Y un sinfín de sentimientos que iban saliendo desde la profundidad donde se esconde la nostalgia, y en donde echa sus raíces los códigos secretos de nuestros nombres y nuestra personalidad.
Cuando se traspasa una cierta edad, y el pulso se hace más sosegado, convenimos en hacernos eco de la cita del Eclesiastés en que  nos hace referencia a: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad". Y comprendemos que ha concluido, que ha terminado el tiempo del asalto a la fortaleza de nuestras ambiciones personales.  Y alcanzamos a comprender –en nuestras horas más sabias-, que la lucha por conseguir un estatus, una posición social, o  un bien material, esta tocando a su fin….

    Fueron cayendo las horas, una, dos tres…Sin embargo, el tiempo, para nosotros, hacia ya largo rato que había detenido sus manecillas del reloj… Era otro tiempo. Un tiempo que de nuevo abría sus alas, y nos daba otra oportunidad   de viajar a las horas de la juventud soñada; a las horas donde todo está por hacer y principia el camino;  a las horas de la juventud: “Juventud, divino tesoro”, como dijera el poeta, en su canto inalcanzable de las cosas que se aman y,  salen sin anunciarse del alma…
  
 En Ceuta, a 19 de agosto de 2011

                                                              
                                                             Manuel Castillo Sempere

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                      EN LOS CIELOS AÑILES DEL PONIENTE…
                                            “En el alba, los ángeles vinieron a buscarte… Luego,
                                              tu  alma vagará  liberada en  el jardín celeste, entre
                                              rosas magníficas blancas y rojas…”

 

     Fue en este último verano, mediaba agosto, y  a la mañana llamé a la Quika para ir a visitar a su hermano Antonio, que andaba convaleciente de la última intervención quirúrgica que le habían practicado. Dejamos “La Puntilla” y  llegamos a la barriada donde se ubicaba su domicilio, que en su originalidad son casas  diseñadas en sentido vertical, llenas de ingravidez y luminosidad, donde  las  habitaciones se van alineando  a derecha e izquierda desde una escalera central.
 
   Y Antonio, el bueno de Antonio, se alojaba en la habitación superior, como si quisiera estar cerca de los cielos añiles y transparentes  que los Ponientes de Ceuta nos tienen acostumbrados; como si quisiera con la mirada seguir el vuelo ingrávido de los pájaros… Antonio tenía las dos piernas amputadas debido a que el azúcar había hecho estrago en su organismo y, para salvarle la vida, no hubo más remedio que dejarlo mutilado. La impresión de verlo sobre la cama fue un golpe duro y seco. En su rostro se reflejaba la  tristeza resignada del que lo ha perdido todo y no le queda más remedio que esperar lo que la desesperanza quiera otorgarle.

    Almohadas, sabanas blancas, ventana a la mañana, a la tarde, a las horas que se cuentan en un reloj; y horas que no pueden ya contarse porque no existe ya artilugio capaz de contarlas…Son horas para la soledad, para el alma del amigo que siente su soledad en la suya…Son horas que se pintan una a una en la pared de la habitación, como proyectadas en cinemascope por una cámara que recogiera nuestros  mejores recuerdos y los devolviera a estos instantes de transito… Son horas, las mejores horas para el enfermo, para el samaritano…

   Hablamos y recordamos otros momentos que incluso  desconocía; yo deseaba desde tiempo atrás,  que me apuntara datos y nombres  de la peña el “Bichito”. De aquella peña que los muchachos de  la Puntilla de finales de los años cincuenta habían fundado para divertirse los domingos al son de la música de aquellos años. Y el decía un nombre tras otro: Domenico Modugno, Nat King Cole, Antonio Machín, Elvis Presley, o Los Cinco Latinos;  y luego cantaba  una estrofa de una canción: “Volare””, Ansiedad”, “Dos gardenias”, El rock de la cárcel, o los boleros “Quiéreme siempre” y “Recordándote”; y más tarde me narraba, lleno de emoción, como acudía la gente nada más oírse las primeras notas que salían por el altavoz del picú,          que sacaban a la ventana que daba a la terraza, para que amenizara los primeros bailes en esta improvisada pista donde cada vecino colaboraba de manera generosa con un trocito de su puerta… ¡Qué de cosas hablamos!, cosas que estaban perdidas en la memoria  y, quizás, por última vez, tomaron la palabra para después volver al olvido.

   La vida, en su transcurrir continuo, nos aleja y nos acerca de las personas que tienen alguna página escrita en el libro de nuestra  pequeña historia. La vida, en este ajetreo continuo, apenas nos deja tiempo para contemplar el dolor y el sufrimiento de nuestros amigos, que están, ahí mismo, a sólo unos minutos de tus ocupaciones, de tus  horas...Vas continuamente apresurado, atropellado, a la carrera,   por resolver los contratiempos y las adversidades diarias, que no disponemos  del tiempo necesario para atender lo accesorio; que en este caso, lo accesorio es lo  más terrible, lo que no puede dejarse para después, lo que no tiene consuelo si  no coges la mano del amigo  y te enfrentas al horror, a la atroz realidad de agonía que la enfermedad, como un zarpazo  brutal,   va  dejando  en su rostro…¡Qué lejos se siente la vida en estos momentos de incertidumbre y de zozobra y; sin embargo, qué cercano nos golpea el padecimiento y la fragilidad de nuestra  naturaleza humana! Todo se aviene a la fugacidad y a la intrascendencia de nuestros actos, pues todo pasa y todas nuestra horas se consumen y se borran en el tiempo, como se borran, a saber: las huellas en las arenas cambiantes de una playa… 

   Continuamos por un tiempo la conversación y,  en un silencio, él me susurro casi sin voz, lo que me susurro mi padre, lo que me han susurrado todas  las personas a las que tristemente  he tenido necesariamente que visitar en sus últimos días: “Para que quiero vivir de esta manera”… Y  yo no he podido   contestar nunca  palabra alguna que desdijera y aliviase el  contenido dolor de esa frase… No, no he podido aliviarles, solamente les he acompañado un rato, en su descenso hasta el mar  por el río de la vida…  Y me fui apegado a la tristeza, como llagado por el dolor de una  herida… Y ya camino de vuelta, bajando la cuesta, le apunté a Quika: “Ahí, tras los cristales de la ventana de su habitación, casi tocando con la mirada  los cielos añiles del Poniente,  se ira apagando como una vela…”

    Hoy, diciembre  entrante, me han dado la noticia de tu definitiva partida. Quede mi adiós a tu ausencia, y la paz, una paz inmensa de sosiego infinito te acompañe en tu nueva morada…

   
     Cádiz, a 3 de enero de 2012
                                                              Manuel Castillo Sempere
 
   

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                               LAS HORAS DE LA JUVENTUD II

 

     Por segundo año consecutivo, nos hemos reunido un grupo de niños-muchachos de los años sesenta del castizo barrio de la “Puntilla”. Pareciera que al cumplir años, algún mecanismo interior pusiera en marcha alguna ruedecilla dentada que comunicara con el alma de la cosas, y la nostalgia se liberara del corsé que el quehacer diario nos impone con extrema severidad…
    En estos encuentros cada uno de nosotros desciende a sus orígenes, a la sencillez primigenia donde nuestra alma, virgen aún de oropeles y de vanidad, se muestra  cercana a la pureza de los primeros años de su concepción…
   La vida, con su martilleo constante, va tallando nuestro carácter, nuestro perfil, nuestra personalidad, al punto que algunos de nosotros apenas si nos parecemos a aquel chiquillo que un día fuimos, y hoy apenas si lo reconocemos en nosotros…
   “Todo cambia, todo fluye”, como afirmaba Heráclito, pero es bueno, también, que algo permanezca inmutable, que no se mude, que no cambie al dictado caprichoso de la última moda que la Sociedad impone. Pareciera que ahora el tiempo lleva su carga de horas llenas de ansiedad… De una ansiedad que no nos deja descansar ni reposar lo que aprendemos, ni gozar de las cosas que vamos haciendo nuestras y van conformando nuestro modo de sentirlas…
   Y qué podemos decirnos aquellos niños, que a día de hoy estamos próximos o ya hemos pasado la frontera de los sesenta… ¿Qué podemos decirnos?...
    Y bien, deseamos decirnos muchas cosas, tantas cosas en tan poco tiempo: dos tres horas…Que, indudablemente, no hay tiempo para decirlas, ni siquiera para apuntarlas; y ahí se quedan en el tintero del olvido, prestas para ser recordadas en el próximo encuentro que, de seguro, volverán a quedar en el tintero…
      Y caída ya la tarde,  el taro, como un manto tenue, incorporal,  blanquecino, sube desde el Chorillo y, al asalto, va escalando las  “Murallas Reales del Ángulo”. Todo se encuentra algo desfigurado, como cuando se mira a través de los cristales golpeados por la lluvia. Nada parece real, ni siquiera la tosquedad y la dureza de las piedras de las Murallas, que al roce de la niebla del taro, pareciera que sólo estuviesen pintadas con los pinceles de algún mágico pintor. Definitivamente, las piedras de estas Murallas Reales, se señalan ingrávidas, sin peso, ausente de lo cotidiano, y rendida como una mujer enamorada a los pasados siglos…
   Y en este entorno único, cargado de esos siglos, colmados por la blancura transparente de la niebla: Pedro Melgizo, Pepe Sevilla, Chari Bermúdez, Kico Pacheco, Paco Prietro(Potra), J.Antonio Ferrer, Guillemo Bermúdez, Maricarmen  Melgizo, y el que suscribe, nos dispusimos a cenar en uno de los mesones donde nos ofrecen una sabrosa gastronomía…
    Todos nos atropellamos con las palabras, con los ademanes, con el deseo de contar aquella pequeña historia recurrente; aquella anécdota graciosa que viene al pelo para ser contada cuantas veces se quiera; o, también de aquel personaje peculiar; o de aquel amigo que ya no se encuentra entre nosotros…Todos nos atropellamos, es cierto, porque queremos  afirmar quiénes somos… Porque deseamos dejar nuestra pequeña huella en esta cita que el tiempo ha pactado con nosotros…Porque en esta encrucijada de diferentes caminos que el destino ha tenido  a bien -avanzada ya la andadura-, entregarnos, nosotros, anhelamos desandar lo andado y soñar con aquellos juegos infantiles donde  las horas transcurrían sin tiempo…
       Y al cabo, pasan las horas  que nos hemos dado… De madrugada vamos retirándonos y despidiéndonos con una cierta tristeza… ¡El año que viene, por estas fechas o por la Virgen de África, nos vemos de nuevo! ¡Si, naturalmente,  nos veremos de nuevo…! Sin embargo, ¿qué nos deparará el año que viene? ¿Qué tormentas caerán sobre nuestras cabezas y qué sueños vendrán a reposar sobre nuestros corazones? ¡No lo sabemos, nadie lo sabe! La vida lleva su curso y va marcando nuestro camino. Es el  verdadero milagro de la vida: “nunca sabemos la estación donde hemos de bajarnos”. La vida se  antoja llena de incertidumbre; sin embargo, también se contempla, por esta misma incertidumbre, llena de una vitalidad indescriptible que nos hace que cada día, al despertar, renazca una esperanza nueva que nos hace desear y amar la vida como el mayor bien que podamos poseer. Bien que no podemos comprar ni vender; bien que iguala al rico y al pobre; al soberbio y al humilde; al gozoso y al que sufre; al liberto y al encadenado; al que ama y al amado…
   Adiós, Pedro y Chari,…Hasta pronto, Paco, Pepe y Maricarmen…  Hasta el próximo encuentro, Antonio, kico y Guille, conmigo vais, compañeros y amigos de la infancia… Hasta el próximo año… Conmigo vais, porque siempre os llevo en mi recuerdo… Siempre estáis  unidos a Ceuta, la ciudad donde nací, la ciudad donde en la lejanía de la distancia, mi alma desea sentir la ausencia de sus calles…

    Ceuta, 23 de agosto de 2012

                                                     Manuel Castillo Sempere-Ceuta en el  corazón.
  
   

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