VICENTE JIMÉNEZ CUBELLS
- Carta a un amigo - Juegos en la niñez... - Mi niñez en el patio Antioco -


                                     CARTA A UN AMIGO
   
   Ante todo amigo Castillo eres muy persuasivo y persistente. Desde luego me has hecho pensar y mucho. Estos días atrás, al poner las fotos de los pabellones militares, los jardines, el simulacro de incendio en el Instituto, en fin, he sentido tanta ilusión en mis tertulianos del FB, los hermanos Rojas en los Montoro, los Mariñas, los hermanos Caballero… Mis hermanos…
    Sí,  Manuel, mis hermanos, mis padres… que lejos y que cerca,  cuantos desgarros en el corazón, primero fue mi hermano Javier -Javierito-;  después fuimos quedándonos  huérfanos, primero papá y luego mamá…;  pero los zarpazos que recibe el corazón cuando es pequeñito apenas empezando a caminar por la vida, esos marcan el resto de las vivencias.
    Siempre he bromeado con el hecho de que los niños, antes, en la postguerra, nacíamos con los ojos cerrados y no los abríamos hasta a veces pasadas varias semanas. Se intentaba que estuvieran en un ambiente de silencio y luz tenue. Pues en fin, bromeaba en que yo no abrí los ojos hasta que hice la comunión con siete años ya en las Puertas del Campo, allá por 1959.
    Pero no es verdad, amigo Castillo, para entender mi forma de ser, para entender y disfrutar escribiendo mis vivencias en las Puertas del Campo, primero tengo que recordar aquel tiempo en el que estaba con los ojos cerrados…muy cerrados.
    Nací en la calle Daoíz nº6, por lo que soy un niño de la plaza de Ruiz, de aquí hay mucho que contar. Recuerdo el patio de la cal, la tienda de Fidel, otro acceso muy tenebroso, o a mi me parecía que iba a dar a la calle Real, donde ahora está el hotel Ulises. En su lugar había un cine de verano, cuya pantalla, se veía perfectamente desde nuestra azotea. Venían vecinos y familiares cada uno con su silla y ver la película desde allí era algo muy especial. Pero todo esto te lo contaré mas despacio y detallado, con nombres y situaciones.
    Era también un niño de la" plazoleta "pues mis abuelos, por parte de madre vivían en la calle Antioco, justo enfrente de mis abuelos paternos en la calle Daoíz. Todos los niños de ambos sitios jugábamos en la plaza Ruiz y así fue siempre que pude porque a mi padre, teniente de Sanidad Militar, Pepe Jiménez, que todos lo conocían por el practicante, le dieron una casa frente al cuartel de artillería detrás del Llano de las Balsas, en las Heras. Así que allí fui al colegio de Don José Maria Volksgeschafen, e hice amigos. Pero pronto tuvimos un piso en los pabellones militares de la Avenida de África y eso marcó mi vida para siempre, más de una década que coincide con el ingreso al Instituto y verme las caras con mi amigo Castillo durante todo esos años.
    Sabes amigo, hace unos días alguien me dio un consejo, que si quería vivir satisfecho de la vida , lo hiciera creando en los demás unas necesidades y por supuesto también satisfacerlas. Me has creado una gran necesidad de escribir y se me amontonan las historias, teniendo que hacer hasta un índice. Según charlo con mi familia y mis amigos de la época, crece mi ilusión y compruebo la necesidad de ellos de recordar. Así que me pongo a ello espero no aburrirte con mis historias.

   Un abrazo, el que estaba con los ojos cerrados, muy cerrados…

    Lleida, a 12 de marzo de 2013

                                                          Vicente Jiménez Cubells 

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                                   JUEGOS EN LA NIÑEZ


     Bueno llegó el momento
de rizar el rizo, de empezar a recoger el hilo que hemos empezado a hilar. Me recuerda este hecho a los pescadores remendando las redes en la parte de la avenida de África de subida hacia el morro. Los árboles frondosos refrescaban el ambiente y el trabajo se hacía más soportable. Recogíamos los trocitos de red que iban sobrando y realizando un verdadero nudo de pescador, íbamos enrollando el hilo en un trozo de madera y nos servirían para montar nuestra cometa y después lanzarla  en el llano de las Damas, hacia el sur hacia restinga.
    El primer contacto con los jardines de Rosende fue con los  bancos de enfrente de casa el número 5 de la Avenida de África, eran bancos de piedra de lado a lado del jardín, con una mesa, también de piedra en el medio. Nuestro tío Vicente Cubells, con su cámara de 8 mm inmortalizó ese momento de pisotear los bancos y subir y bajar sin cesar por encima de ellos.
    Nuestros juegos en estos jardines fueron innumerables, pero cuantos más niños se sumaban a ellos más divertidos se hacían. Con el tiempo, la rutina de esperarnos para empezar a jugar y el llamarnos unos a los otros, fue signo de la identidad de este barrio.
    De estos jardines  lo que más llamaba la atención por supuesto era la estatua que había en el centro, una mujer desnuda que causó muchos problemas con la educación que querían imponernos y muchas regañinas cada vez que intentábamos subirnos sobre ella.
    Lo que más nos gustaba era el fruto de las palmeras, muchas palmeras y muy altas, que nos obligaba a tirar piedras para coger las palmichas y que nos comíamos hasta verdes. Con el tiempo confeccionamos tirachinas con tiras de goma de los neumáticos que pedíamos en los talleres mecánicos. De una u otra forma el problema era que las piedras después de dar en las piñas de palmichas, nunca sabíamos donde iban a parar. Más de una vez tuvimos que salir corriendo ya que caían en el techo de los autobuses que subían hacia el morro y los conductores, paraban e intentaban cogernos.
  Por supuesto nunca tirábamos hacia los pabellones, ni para donde estaba el carrillo de la Sra. Martina, lleno de golosinas y que nos daba un buen paquetón de pipas en papel de estraza por dos reales. El curruco, el algarrobo, los caramelos de colores de septi, los chicles de bazooka, y otros muchos dulces hacían las delicias de todos los niños del barrio.
    El patio interior de los pabellones militares, una gran extensión que le llamábamos “el llano” y que nos servía para miles de juegos, cuando los padres querían “controlar” donde estábamos y que si queríamos jugar con las niñas, teníamos que claudicar a bajar a este gran patio.
    Además del fútbol, que se convertía en un problema cuando los balones se colaban en alguna terraza, y por el alboroto que formábamos, el sitio preferido de nuestros juegos era un monolito con la imagen de la Virgen del Carmen, que tenía un cesto de piedra para las flores y de tamaño adecuado para encestar la pelota desde sus esquinas. Con las niñas los juegos se convertían en el  veo, veo, el escondite, el tula (tu la llevas) y a un juego que no recuerdo el nombre, en el que colocados todos en cada una de las esquinas, el que quedaba preguntaba: ”¿tiene Vd. candela?” y contestábamos “allá enfrente mea” si acertaba con el que tenía la candela, esté quedaba como madre. Allí pasábamos horas y las chicas siempre pedían jugar.  Este monolito realmente era un depósito para el agua, y ésta rebosaba por sus paredes y poniendo la mano, tan fresca saciaba la sed después de tantos juegos.
    El juego que más éxito tenía, además del  fútbol era el churro, o el burro. Se formaban dos grupos, uno de ellos se colocaban apoyados en una pared y en fila, otro grupo metía la cabeza entre las piernas del delantero que es el que hace de madre. El otro grupo salta de uno en uno encima de ellos, intentando no caerse. El que hacía de madre cantaba “churro, manga, media manga o manga entera”, y al tiempo que pronuncia estas palabras, pone la mano derecha sobre la otra mano cerrada si está marcando “churro”, sobre su muñeca si está marcando “manga”, sobre su codo izquierdo si está señalando “media manga”, o sobre el hombro si marca “manga entera”. El primer chico que está debajo, haciendo de “burro” tiene que acertar lo que dice la madre. Y vuelta a empezar.
   Nos gustaba jugar también al balóntiro, formando dos equipos y a otra modalidad que tirando el balón hacia arriba, lo más alto posible, se gritaba el nombre de alguno de los niños o niña y salíamos corriendo, todos, menos la persona nombrada que tenía que coger el balón y gritando, se paralizaba la carrera e intentaba  dar al niño/a  que estuviera más cerca.
    Con mis hermanos, mil y una historias se hicieron realidad en nuestra imaginación, uníamos un par de sillas y se convertía en un coche, un tanque, un barco, un avión, un dirigible y emulando las historias de  Julio Verne, bajábamos al  fondo del mar en un submarino y nos convertíamos en buzos  luchando a brazo partido con un gigantesco pulpo. En algún momento algunos hacían de malo y otros de buenos. Un viaje en globo alrededor del mundo, visitando países y viviendo miles de aventuras. Viajábamos en tren, en barco, rodeados de indios o de peligrosos tiburones  o en un río con enormes cocodrilos a los que teníamos que soltear.
    Mis padres dormían la siesta después de comer y nosotros jugábamos intentando hacer el menor ruido posible. A veces los juegos salían del entorno familiar y en ocasiones se hicieron algo peligrosos. Recuerdo junto a mi hermano José Mari y mi vecino Ricardo Caballero, con antifaces confeccionados con telas, recreando las historias del Zorro. Íbamos armados con espadas de madera y en el lado de la avenida de África donde a veces se ponen las redes de los pescadores para reparar, aprovechamos unas piedras y con un poco de imaginación aquello se convirtió en un baluarte como los fuertes que existían en  Ceuta  que debíamos defender.
    Se acercaron curiosos los niños de las chabolas de la barriada que existía cerca de donde estábamos y por supuesto, les hicimos ver que no queríamos intrusos en nuestros dominios. Al rato oteamos un tropel de niños que bajaban la cuesta desde las barracas, armados con palos, trozos de palmeras y  otros cachivaches. En un principio pensamos que la cosa no iba con nosotros, pero Ricardin, nos recordó que una retirada a tiempo sería una victoria, porque llegar heridos a casa significaría que no podríamos volver a jugar en nuestros jardines. Así lo hicimos y en un santiamén estuvimos de nuevo baja la protección de nuestros pabellones.
   El fútbol se convertiría en nuestro juego favorito, pero ya he mencionado el problema que había si se colaba algún balón en alguna de las terrazas. Un día pasó lo inevitable  justo cayó en la terraza de un matrimonio mayor, al que todos temíamos porque protestaban de que se colaran los balones y más de una vez ,se los quedaron o nos lo entregaban rajados sin más.
    Discutimos para ver quien iba a pedirlo y sin ponernos de acuerdo, recurrimos a la cañita más corta. No se como le tocó a mi hermano José Mari, quién desde un principio queríamos todos que fuera, ya que era el más pequeño y podría dar lastima. Y allá que se fue todo decidido. Pasó diez  minutos, pasó treinta minutos, aquello era un suplicio para todos. Nos mirábamos unos a otros, hasta que alguien dijo ¿Y si lo han matado? Horror,  mi hermano desquartizado…. No, no podía ser… mi madre me mataría por no cuidar de él. Nos dirigimos a la puerta de salida del patio y picamos tímidamente con miedo en la puerta de los abuelillos… tardaban en abrir, seguramente estaban escondiendo todo rastro que delatara que mi hermano había estado allí; pero de pronto, se abrió la puerta y apareció mi hermano José Mari, con el balón bajo el brazo y un bocadillo en la otra… Nos quedamos mirándolo estupefactos, sin saber que decir, él nos miró y sonriendo dijo: son muy amables, hasta me han invitado a merendar…
   Mi hermano José Mari  siempre me metía en problemas con los demás niños, se pegaba con otros y después cuando aparecían los hermanos mayores me los pasaba a mí, que para eso era el mayor. Así conocí a PARODI, mi buen amigo después de los años, pero aquella vez se había peleado con mi hermano y el hermano mayor vino a pedir cuentas. ¡Cómo zurraba¡ Me calentó de lo lindo y con las narices sangrando volví a casa. Pero cosas de niños, empezamos a jugar juntos y conocí el “Llano de las Damas”, que aún había alguna construcción y algunos camiones de automovilismo. La parte trasera del Instituto aún no estaba terminada  y no se utilizaba para nada.
    Fue en el Llano de las Damas, donde Parodi me hizo descubrir la pasión por las cometas. Más que un juego era un arte, ya que al placer de volarlas se unía el placer de construirlas. Había que buscar por los cañaverales de la cuesta del Murube, el campo de fútbol, alguna caña que fuera adecuada, prepararlas limpiándolas bien, cortarlas al grosor suficiente para que sin romperse fueran livianas, hacerles unas muescas en los extremos para que ajustase el cordel, en fin, sujetándolas por el centro formando  una cruz y después otra cruz superpuesta  y una vez montada, con engrudo pegarle papel pinocho de distintos colores, y flecos. Preparando también una gran cola con trapos que serviría para que no cabeceara.
   Y una vez seca… a probarla…. Si, en el llano de las Damas, entre la calle Serrano y los pabellones  de Alférez Provisional. Se veía toda la playa del Chorrillo. Debajo del terraplén  la “Carretera Nueva” y  a la derecha, a lo lejos un túnel antiguo y las vía del tren que en su día iba a Tetuán. El viento sopla fuerte hacia el sur, hacia la Almadraba. La cometa hincha su velamen y los flecos de muchos colores otean al viento. Soltamos un poco de cordel y subió como las flechas, el peso de la cola de trapos  viejos, impide que cabeceé y le obliga a subir recta. Soltamos más cordel y se aleja de nosotros y sube…y  sube…
    Me embeleso viendo la cometa y mis ojos no pueden dejar de mirarla, me vienen a la cabeza muchos sentimientos, pienso en las aves, en la libertad de volar y machaconamente me suenan en mis oídos el ronroneo del aire y de una poesía:

Mi cometa viaja rápido, alto y bella…
Percibo un temblor en mi mano
al sentir  tensarse el cordel,
la veo cabalgar sobre el viento
como un autentico corcel.
Mi cometa viaja rápido, alto y bella…
A menudo me sentía,
como mi cometa en el cielo,
como un pájaro volando
que entre nubes se perdía.
Mi cometa viaja rápido, alto y bella…
Cualquiera que sea el camino
y por donde quiera que vuele
mi pájaro, como mi vida,
vuela hacia su destino
perdiéndose en la lejanía.
Mi cometa viaja rápido, alto y bella…

    
   Lleida, a 12 de marzo de 2013

                                                          Vicente Jiménez Cubells 

 

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                               MI NIÑEZ EN EL PATIO ANTIOCO

    

   No sé como se llamaba aquel patio, muy grande al final de la calle Antioco  a espalda de Millán Astray(Callejón del Obispo, según derrotero de finales del sigloXIX, sobre fondeaderos de Ceuta). Le llamábamos “la plazoleta”, y fue centro de mis recuerdos de la niñez cuando tenía los ojos cerrados…muy cerrados.
    Recuerdo como algo propio, algo que queda en los ojos por su luz y colores, y en el tacto y olfato por sus pliegues y olores, el huerto de mi abuelo Vicente Cubells, por detrás de edificio de la calle Antioco, donde Jesús Guerrero -inmenso él-, se recostaba en un sillón de mimbre a la puerta de su casa, saludando a propios y extraños.
    Ese huerto, bien trazado con sus caminitos para no pisar las hierbas ni las plantas, con un rincón con un banco de piedra, donde se estaba muy fresco en verano. Estaba todo emparrado y los racimos de uvas riquísimas se asomaban a todo lo largo del huerto.
    Mi abuelo, Vicente Cubells Roig, del pueblo del Puig, como buen valenciano tenía en ese huerto patatas, cebollas, pimientos, tomates, lechugas, incluso dos limoneros y un gran árbol de chirimoya, con las ramas tan gruesas y fuertes, que el abuelo de los Quílez, que ayudaba a mi abuelo porque éste no se encontraba bien, nos construyó una plataforma que convertimos en baluarte y atalaya de vigilancia de todo el que pasaba hacia el montecillo o hacia la cuesta del jamón, no me preguntéis como se llama esa calle en cuesta, ni idea, siempre le he dicho del jamón, por el bar que había hacia la mitad del recorrido y sus dueños, padre e hijo, enormes ellos -como montañas-, eran la simpatía personificada.
    En la plazoleta transcurría nuestros juegos y un poco más grandes en la plaza Ruiz, recuerdo con cariño a Emilio de los Idelfonso, vecinos de mis abuelos en Antioco; Paco Sarria, del patio en el número 13; Jesús Guerrero, nieto del gran hombre que vigilaba la calle; Juan Jesús, vecino de la familia de mi tía Erenia González Novelles, casada con mi tío Vicente. Estos vivían en la plazoleta, pero al final un pasillo en forma de “L”, con un pozo al fondo de la estancia y, como era costumbre todo lleno de macetas y plantas que daba gusto verlos... En fin, la puerta siguiente a la familia González, vivía mi amigo Juan Jesús, siempre resfriado o al menos le colgaban los mocos como algo normal .Y, por supuesto, los hermanos de la ahijada de mi madre, Afriquita de la Torre Artamendi, Fernando y Chiqui , el más pequeño, con el que tengo mi primer recuerdo impactante y doloroso, de los que hacen que un bebé, acostumbrado a brazos y caricias que intenta despegarse de las faldas de la madre, vuelva a su protección horrorizado por lo que acababa de ocurrir. Sabéis que en aquellos años, en los 50 no habían calefacciones como ahora que aprietas un botoncito y el hogar se envuelve en calor tropical; se utilizaban los braseros y como había que prepararlos con carbón y expelían muchísimo humo, todos ellos se iban dejando por cada familia en el centro de la plazoleta vigilado por personas mayores que mientras esperaban se contaban todos sus dires y diretes para hacer más llevadera la espera. Los niños jugábamos alrededor y algún grito nos hacía mirar de reojo los braseros y salir huyendo hacia las faldas de la madre que nos requería de aquella manera. Si; amigos, os lo veis venir, Chiqui Artamendi, el más pequeñín, andando hacia atrás quedó sentando en uno de los braseros, sus gritos se unió a los nuestros, su dolor era nuestro, todos llorábamos y los mayores acudieron enseguida en su auxilio. Ese día la casa de los Artamendi se convirtió en un ir y venir de familias, mi madre me llevó en brazos y no me soltó en todo el día. En fin, Chiqui tardó en recuperarse de las heridas  en las piernecitas y las manos, pero pronto, aún con vendas lo veríamos correr por la plazoleta.
    Esta unión tan especial de las familias ante cualquier problema que pudiera acontecer, me recuerda con alegría las Navidades, si las Navidades como las de antes, las mujeres haciendo acopio de todo tipo de viandas y confeccionando ricos dulces como rosquillas, borrachuelos, mantecados, polvorones, alfajores, cortadillos, roscos de vino, pestiños en fin, lo que hacía una lo compartía con la otra, se intercambiaban recetas y a los más desfavorecidos les llegaban las fuentes con comida como el que más. Las puertas se abrían a todos los vecinos y la alegría inundaba los patios y nuestra plazoleta, la plazoleta del alma, se llenaba de luz y olores de Navidad. Mi tío Vicente hizo con piel de conejo un gran bombo, que sonaba fuerte…, muy fuerte…, adornado con papeles de colores y flecos…, y retumbaba y retumbaba…, y sonaba alguna zambomba, zumbazum…, zumbazum…, y las panderetas primorosamente tocadas por las mocitas de la plazoleta, surgían por arte de magia las castañuelas, las guitarras, las botellas de anís, alguna llenas para ir catando su néctar y otras vacías para, raspándolas, tañer ese ruido tan especial y navideño que junto al golpeteo del almirez  invadía todos los rincones del barrio…, y se visitaba a unos, se subía a casa de otro…, la chiquillería detrás, cantando y riendo…Zumbazum…, zumbazum
Y al poco, otro Villancico:

Esta noche nace un niño
blanco rubio y colorado.
Y ha de ser él pastorcito, para cuidar el ganado.

Zumba, zúmbale al pandero,
al pandero y al rabel.
Toca, toca la zambomba. Dale, dale al almirez.

La Virgen se fue a lavar
los pañuelos a la fuente y le dijo a San José
-Cuida el niño no despierte-.

Zumba, zúmbale al pandero,
al pandero y al rabel.
Toca, toca la zambomba. Dale, dale al almirez.

Mas el niño ha despertado
y ha comenzado a llorar.
¡Válgame Dios y su madre!
Cuándo se querrá callar.

Zumba, zúmbale al pandero,
al pandero y al rabel.
Toca, toca la zambomba. Dale, dale al almirez.

La virgen es panadera
y San José carpintero
y el niño recoge astillas para cocer el puchero

Zumba, zúmbale al pandero,
al pandero y al rabel.
Toca,  toca la zambomba. Dale, dale al almirez

Zumba, zúmbale al pandero
al pandero y al rabel
Toca, toca la zambomba. Dale, dale al almirez.

Zumba, zúmbale al pandero
al pandero y al rabel
Toca, toca la zambomba. Dale, dale al almirez.

Zumba, zúmbale al pandero
al pandero y al rabel
Toca, toca la zambomba. Dale, dale al almirez 


Y luego:

Pero mira como beben… los peces en el río….
Arre borriquito… arre burro, arre…
A Belén pastores,  a Belén chiquillos, que ha nacido el Rey de los pastorcillos… Y aquel: Veinticinco de diciembre... fum, fum, fum…


    En fin, canciones para todos los gustos y regiones, pues en Ceuta, existía un crisol, una mezcla de padre y muy señor mío. Se oían sevillanas, bulerías y algunas según dicen típicas de Ceuta… Otra:
Todos los marineritos tienen la cara morena
del salitre , de la sal y del color de la arena

    Y todos cantaban con fuerza:

A las dos… boquerones….  A las tres caballas…
Y a las cuatro…jureles, fresquitos del agua…

    Surgía fuerte, varonil, una voz cuyo intérprete, mirando a alguna jovencita, cantaba:

Si tu madre quiere, yo voy a la plaza…
Tu coges el canasto que yo cojo el asa
Todos los que aquí venimos, somos gentes de la mar
Y al Niño de Dios le traigo de regalo un calamar
Y se terminaba cantando todos a la vez:
A las dos… boquerones…. A las tres caballas…
Y a las cuatro… jureles, fresquitos del agua…

    Después, recuerdo…. La muerte de mi abuelo Vicente, se lo encontraron muerto en el lavabo; no tuve tiempo a decirle lo que le quería, que lo necesitaba…, quizás lo mató el estar detenido en el Hacho… Maldita guerra que no me dejó disfrutar de mi abuelo; cuanta gente sufrió aquella guerra fraticida, cuantas necesidades, pero la luz de la plazoleta sigue encendida y cierro de nuevo los ojos, cerrados, muy cerrados....


    Lleida, a 25 de marzo de 2013

                                                                    Vicente Jiménez Cubells

  


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