REVELLÍN-CABALLA


- Estampas familiares: Agustin - Charo - Accidente de bicicleta. - Versos a mis padres y a mi hermano. - Estampas de Ceuta: Mi infancia. -  Fotografías: Algunas fotos entrañables -

- De cómo llegué a estas tierras Costasoleñas1ºParte -  De cómo llegué a estas tierras Costasoleñas 2da. Parte - Mis patios de Ceuta - Retazos de mi niñez I - Retazos de mi niñez II -

- Mi adolescencia en Ceuta - Grandes efectos colaterales - Esas personas allegadas a nosotros llamadas amigos - 2 años investigando los patios ceutíes -

 

MI PADRE,  AGUSTIN RIVERA

 

    Recién casado en Málaga, en el año 1.939    se desplazó, junto con mi madre a Ceuta, donde residieron en la C/José A. Primo de Rivera nº 1, hoy, Avda. del Revellín, en el 5º piso de la Casa de Trujillo, en el “palomar” como solía decir. La fachada de este edificio orientada al Puente Almina, la torreta de la izquierda era una gran habitación, que fue unos años dormitorio principal, otros salón comedor; la terraza entre las 2 torretas, era nuestra “azotea”.

    Agente Comercial, Visitador Médico y otras tantas profesiones, allí donde pudiera sacar unas pesetas, para mantener a la tropa que llegaría en años venideros. Ocho hijos, seis de los cuales nacidos en casa, las 2 más pequeñas en la Cruz Roja.
Mi madre, ama de casa y sus labores -ya explicaré esto en el capítulo que le dedico a ella- tenía que hacer malabarismos para llevar adelante sus 8 hijos.

    Tuvo una librería, en la C/Real, que hubo que desalojar de forma inmediata por ruina de la casa, es por eso que recuerdo haber visto muchísimos libros de pequeño.

    Posteriormente, abrió una oficina en C/Falange Española, nº 42 -hoy C/Real-, era una Gestoría Administrativa, »Plus Ultra», así como agente de seguros, La Sud América, oficina a la que nos veíamos obligado a ayudar en los veranos. Recuerdo, coger una bicicleta y hacer lo que  se llamaba “la calle”: es decir, Ayuntamiento, Policía, Hacienda, etc. en definitiva eran todos centros oficiales para hacer gestiones relativas a la Gestoría. Así mismo, recuerdo haber hecho de visitador médico -con pantalones cortos-, dejando muestras y “literatura” a los médicos, que eran previamente puesto por orden, según itinerario. Es decir, había que empujar el carro, ayudando en lo que fuera necesario.

    Camino  desde casa a la oficina, contábamos las veces que mi padre saludaba,  bien haciendo el gesto de quitarse el sombrero, o bien “Adiós fulano” o “Vaya Vd. con Dios mengano”, nosotros tras él, con paso largo, pues era bien alto y de complexión atlética -aficionado a la bici, boxeo y natación-.

    Compró una barca a remos, que le puso el nombre de “los tres machotes” -por los tres varones- que disfrutamos bien poco tiempo -ignoro el motivo-.

    Nuestra casa era como un baluarte, donde divisábamos cualquier acontecimiento desde el Puente Almina hacia el puerto,  oteando el horizonte veíamos Gibraltar y las costas andaluzas. Una criada que tuvimos por aquel entonces, decía que le gustaría llegar hasta “la raya  que se veía a lo lejos” Era ni más ni menos que el horizonte. Las fiestas del Carmen eran un acontecimiento digno de ver, con los fuegos artificiales. Recuerdo un gran incendio en el muelle de la Puntilla. Grandes petroleros entrando o saliendo del puerto. Cuando mi padre tenía que viajar a la península, desde la terraza les decíamos adiós con un pañuelo, antes de que el barco saliera por la bocana. Disponíamos casi en exclusividad de la larga terraza que daba a la marina y una vez en sobre estas terrazas, estaba la del total del edificio, teniendo vistas a los cuatro puntos cardinales, Hacho, Benzú, Costas andaluzas o costas atlánticas.

    Debido a la Gestoría, y a sus múltiples negocios, mi padre era muy conocido  y querido en Ceuta, ciudad que amó, después de su Málaga natal, a la que se vio obligado a retornar, debido a una enfermedad crónica de mi madre, y donde se instalaron en la Costa del Sol, allá por sus comienzos, donde enviudó y se resistió a casarse nuevamente. Falleció a la edad de 86 años, Dios lo tenga en su gloria.

 

    En Malaga, a 1 de marzo de 2010

José J. Rivera Ballesteros 

elrevellin5@hotmail.com

 

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MI MADRE ROSARIO BALLESTEROS -CHARO-

 

    Nacida en la Sartén de Andalucía, la 3ª de 4 hermanos, de joven se desplazó a Málaga, teniendo un estrecho contacto con la que sería su suegra, mi abuela Rosario Moreno. Se casaron en el Iglesia de la Victoria en Málaga, un 23/9/39 desde donde partieron para Ceuta a residir. Después del 4º embarazo empezó a tener problemas asmáticos y su salud era muy delicada.
A pesar de todo eso, era alegre y gustaba de fiestas como los Carnavales que trabajaba noche y día para que cada uno de nosotros sacara sus mejores galas. Gustaba de la costura y en cierta ocasión se dedicó a hacer sombreros para niñas o pamelas para más adultas.
Con idea de colaborar en los ingresos de la casa y dado que ella era muy “negocianta” se dedicó a la venta de mantelerías de La Gartera (Toledo), hechas a mano de buen hilo, que vendía a conocidas y Sras. con más poder adquisitivos para el “aguar” de sus hijas. En ocasiones, se servía de algún que otro morito que le llevara un gran y pesado maletón, otras me tocaba a mí ser su porteador. A veces, también,  pasábamos rachas donde había que apretarse el cinturón, pero se salía de los baches. Solía decir mi padre, que “Dios aprieta pero no ahoga”
Dada la precaria salud de mi madre, yo bajaba al Mercado Central de Abasto, lista en mano a comprar los ingredientes para posteriormente, prepararlo en la olla expréss (una de las primeras) y hacer prácticamente lo  principal de la comida. En la plaza, me conocía a todos los tenderos, tanto los moros como los cristianos, y otras tiendas de ultramarinos, como Casa Zapico, etc.
Pasaron los años y debido a su delicada salud, debimos de cambiar de aires. Mi madre junto con mis tres hermanas mayores adelantaron la llegada a Málaga, donde también se pasaron tiempos difíciles, pues había que volver a empezar de nuevo.
Mi madre, por desgracia no mejoró y fue debilitándose cada vez más, hasta que su corazón no resistió. Murió en casa de mi abuela, sin darnos cuenta. A su madre de edad avanzada, se le ocultó, pero ella percibía “algo raro” pues empezaron a llegar familiares y eso no podía esconderse.
Hoy, pasado el tiempo, mientras escribo estas líneas, es precisamente aniversario de su fallecimiento.

    Hace unos años, le compuse una poesía que dediqué a ella y que se expone más abajo

                
      En Málaga a 6 de marzo de 2010

José J. Rivera Ballesteros 

elrevellin5@hotmail.com

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ACCIDENTE DE BICICLETA

 

    Sólo era trece  meses mayor que yo; su nombre: Jesús Miguel, aunque desde pequeño le llamábamos “Tuti”, era el sexto  de los ocho hermanos que somos. Llevándole esos meses de ventaja, parece ser que fui tardío en el hablar y lo que decía no se me entendía, por lo que me llamaron “el mudito” como el enanito de Blancanieves, entonces él era quien “traducía” lo que yo pretendía decir sin que se me entendiera.
    Pueden imaginarse a esta banda que formábamos los hermanos, desde luego no nos aburríamos. Alguna que otra travesura formaban parte de nuestros juegos. Los años felices de nuestra infancia jugando en los jardines de San Sebastián, a los que sólo era atravesar La Marina y acceder a ellos. Era nuestro territorio hasta bien entrada la noche, sobre todo en verano.
    Recuerdo en una ocasión al ir de vuelta a casa, había un gran revuelo y nos fue negada la entrada por el portal principal por la policía. Motivo: una chica se había quitado la vida, tirándose por la amplia y luminosa escalera de caracol, yendo a caer sobre  la estrella dibujada en el suelo, que servía de claraboya a un piso inferior. Luego, años más tarde, recuerdo al menos otra victima que escogió la misma forma de quitarse la vida.
    Fue en el año 1.961 que el destino le deparó un dura prueba; circulando en bicicleta por la calle Real, tomó los Remedios a la izquierda, calle Tte. Arrabal para tomar la calle Fernández, aún sin pavimentar, cuando se dio cuenta que no le funcionaban los frenos de la bicicleta, En esos momentos habían chiquillos jugando un partido de fútbol en esa calle por lo que no se atrevió a entrar, por temor a atropellar a alguno de ellos. Pronto la bicicleta tomó gran velocidad, pendiente abajo y él, falto de experiencia, sólo acertó a gritar “me mato, me mato”.
    Llegó hasta el final de la calle, que era atravesada, creo por la calle Galea -hoy tiene salida directa a la Marina, donde están los baños árabes-, pues vino a dar contra la pared. Consecuencias: doble fractura de la base de cráneo, 3 roturas en un antebrazo y 4 en otro. Un golpe brutal. Un taxista que por allí andaba, se apercibió de la gravedad y sin titubear, lo metió en el coche, dirección a la entonces Casa de Socorro, en el Paseo de las Palmeras.  A todo esto, mis padres ausentes en Málaga; estábamos sólo los tres varones. Ya al anochecer llegaron en el último barco, les fui a buscar y nos dirigimos a la Cruz Roja y fue cuando tuve arrojo de verlo después del accidente.
    Gracias a Dios se recuperó y ya en Málaga, se dedicó a estudiar peluquería, profesión que ha ejercido hasta que una rápida enfermedad, cáncer de pulmón, se lo llevó, no sin antes luchar con todas sus fuerzas.
    Dejó mujer y dos hijos de corta edad. Descansa en paz, querido hermano.

 

     Málaga, 12 de Marzo de 2.010

                                                                           José Javier Rivera Ballesteros
                                                                               elrevellin5@hotmail.con
 

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                                                   VERSOS A MI PADRE
                                                             "En el Iº Centenario de su nacimiento"

 

    Nace en el seno de familia modesta                           Pasaron tiempos de apuros y privaciones
en la primavera de 1.907, un 24 de Abril                  la familia Rivera seguía palpitante.
año de “la riá” que Málaga recuerda                         No se perdían carnavales, fiestas ni procesiones
y de nombre le pusieron Agustín                               alegría sobraba para tirar “pa delante”.

    Su padre José, Rosario era su madre,                         Duro trabajo cotidiano le costó,
Evaristo el primogénito, Elisa su hermana                  eran ocho hijos que mantener
Carmelina llegaría  algo después  y…                       a cada cual estudios le dio
Agustín Alejandro el último en nacer.                        más de lo que  cabía suponer

    Ya de adolescente al deporte se aficionó,                   Éramos motivo de atracción
la natación también le apasionó                                vernos a todos escalonadamente
más el sentido común le apremiaba                           y así esta prole era exactamente
y pronto rumbo Ceuta se embarcaba.                       felicidad, alegría y admiración.

    De la mano de Evaristo, su hermano,                       El destino quiso la felicidad arrebatarnos
los dos juntos codo a codo trabajaron.                    en forma de fatal y larga enfermedad,
En multitud de negocios se enfrascaron                    sin nuestra madre se propuso dejarnos
pero la fortuna a ambos se la negaron.                     ¡Qué cruel empezar a ver la realidad!

    Con una sevillana relaciones mantenía                     Qué sólo se quedó sin su amada,
de nombre Charo, de la sartén de Andalucía             la familia pronto se desmoronaba
al corriente estaban con cartas cada día                    cada cual tomó rumbos diferentes,
pero él nunca olvidaba a su madre                            unos de forma torpe, otros diligentes.
que era lo que más en el mundo quería.

    Un mes de Septiembre con su dama se casó,              Pasó años de verdadera soledad
en Málaga, Ntra. Sra. de la Victoria                          pretendientas nunca le faltó
serían  como las 10.30 de la mañana                         él siempre su amor quiso guardar
cuando la sencilla ceremonia se celebró.                    y ser leal a la que tanto amó.

    Pronto los hijos empezaron a venir                            La primavera le vio al mundo venir,
Maria del Rosario, a quien llamamos Charin             En el otoño se desposó,
Maria Victoria, por la Patrona Malagueña                El invierno le vio fallecer,
y la tercera, sería Maria de la Luz.                          ¿Habrá sido su vida un verano feliz?

    Agustín Alejandro, primogénito varón                     Este es mi humilde homenaje
José Javier, por “Pepin” que no conoció                   a quien me dio la existencia
Jesús Miguel fue el último eslabón                            que sin tener ningún linaje
y tras un breve y merecido parón                             me aportó toda su experiencia.
fueron Nieves y Alicia su feliz compensación    
Es de bien nacido ser agradecido
y no puedo pasar por alto,
que este Abril primaveral
100 años cumpliría de edad.

 

     Málaga, Abril 2007

José J. Rivera Ballesteros 

elrevellin5@hotmail.com

 

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                                                                                                                             VERSOS A MI MADRE

        

                                                                                   

 

José J. Rivera Ballesteros 

elrevellin5@hotmail.com

 

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                                  I N  M E M O R I A N    

                        Jesús M. Rivera Ballesteros 
  


    Cariñosamente “Tuti” o “Tutu”, posteriormente más conocido por su segundo  nombre  “Miguel”.
    Buen hijo, fiel esposo y ejemplar padre. Sociable, incansable trabajador, emprendedor, generoso, extrovertido, dicharachero, amigo de  sus amigos y con gran sentido del humor.  Más que hermano, compañero.     Gran polifacético. Magnifico profesional de la Peluquería,”Tocador de Señoras”como se autodefinía. Gran aficionado y entusiasta a las Plantas de Interior.
    A los 15 años burlaste a la muerte; muchos años después y tras una lucha ejemplar, perdiste esa cruel batalla. Tu vida fue una gran aventura; tu muerte, un largo desconsuelo. Seguro  que habrás  hecho nuevos amigos  allá arriba; resérvame un lugar  para volvernos a reunir.
    Desde este mundo que dejaste, te envío un gran abrazo.

          Tu hermano que no te olvida.

                                                       
    Málaga, 31 -V -2.008

                                           José Javier Rivera Ballesteros


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MI  INFANCIA EN CEUTA

 

     “Soñé que era una paloma que sobrevolando desde las costas malagueñas y atravesando el estrecho de Gibraltar, gracias a la capacidad que la Naturaleza me ha dado, me posé  en una de las torretas de la manzana que forma la casa de Trujillo”

     En el momento de “tomar tierra” esa fantástica  e incansable ave voladora, desperté de  mi sueño y me vi transportado al que llamábamos cariñosamente desde pequeños “el palomar”.

     Nací en la mitad del año y en la mitad del mes, por esa razón, debo ser “géminis”; poseer dos partes, dos mitades, o dos personalidades. Hacía el número cinco  de los hermanos y como suele decirse: “no hay quinto malo”. Así pues me he autoconvencido de que no soy mala persona.

     Hay personas que dicen recordar cuando tenían 2-3 añitos; yo francamente pienso que a esa edad, aún no estamos suficientemente desarrollados para eso. De cualquier forma, mis recuerdos empiezan a fluir a mi mente años más tarde.

     Nuestra “zona de juegos” era nuestra propia casa: tanto el piso que habitábamos, un 5º, cuya altura podría ser comparada con un 8º ó 9º de las edificaciones actuales, como además toda la casa en general.  Era “nuestra” sin olvidar las grandes azoteas. Nuestra propia azotea, en realidad la más pequeña, pero la “azotea de arriba” por la cual se podía divisar toda Ceuta en sus cuatro puntos cardinales, disponía al mismo tiempo de una especie de “miradores”, uno orientado a la Marina, el otro al Reveían que eran nuestra delicia, aunque algo peligroso por estar desprovisto de protección alguna.

     Eran más de 5.000 m2 de zona de juego, lujosamente creada por el arquitecto Andrés Galmés, las que disponíamos prácticamente a nuestro capricho, sólo amonestados por el portero Félix, hombre bonachón que lucía un gran mostacho o por la portera, Lola, mujer menuda pero muy atenta a su quehacer. Su hija Antoñita, era medio ciega, también se turnaba en las labores de esta portería. Aún puedo ver cómo “espurgaba” las lentejas, allí en ese pequeño habitáculo que además de un pequeño escritorio, tenía al fondo una pequeña cocina.

    Allí en la planta baja, jugábamos donde está esa gran estrella en el suelo que sirve de tragaluz a un sótano. El ascensor con los huecos y puertas de herraje muy trabajado, estaba casi siempre averiado. Teníamos ciento y pico de escalones que subir hasta nuestro “palomar”

     Tanto las escaleras principales como las de servicio, eran de “nuestra propiedad”, el único problema es que éramos durante mucho tiempo, los únicos niños que vivían allí, así que no había posibilidad de muchos desmadres.

    En las azoteas, hacíamos las Cruces de Mayo, levantando pequeños altares y usando las muñecas “Mariquitas” a modo de niñas haciendo la 1ª comunión. También hacíamos pequeñas representaciones de teatro, sobre todo por San Agustín, en conmemoración del santo de mi padre, que era siempre muy festejado.

    Mi padre fue una persona que buscaba la originalidad en las cosas sencillas. Los Reyes Magos, siempre ponían los regalos en sitios impensables que incluso nos costaba trabajo de encontrar, creando así más expectativas en nuestros infantiles comportamientos. No sé de donde se sacó uno de los mejores juguetes que tuvimos y que era la admiración de propios y extraños. Le pusimos de nombre “el coche gordo”. No era más que un triciclo, cuyas ruedas traseras iban sobre una especie de cajón, que tenía un asiento, de forma que podíamos usarlo tres niños. Ese coche, a veces lo bajábamos a los jardines de San Sebastián y disfrutábamos como loco. Cómo se las arreglaba mi padre para que este desapareciera después de algún tiempo y volviera a aparecer como por arte de magia, repintado y arreglado de los desperfectos propios de su uso, al año siguiente. De verdad, pienso que la imaginación que antes se poseía, hoy escasi nula.

    Un recuerdo imborrable que tengo de estos jardines, es que en una ocasión y haciendo caso omiso a ese archiconocido consejo de padres de “niño, no hables con desconocidos”, entablé, más con mímica que con palabras una corta conversación con un marinero de un gran barco que estaba atracado en puerto, quien me dio una caja de cerillas totalmente diferente a las de  la época, y de ahí me dio por coleccionar cajetillas de cerillas, colección que hasta hace poco he mantenido, aunque la sigo viendo, pues se las regalé a un amigo, que la expuso en un  lugar preferente para deleite de propios y extraños.

    Eran tiempos en que corríamos a la ventana orientada al Puente Almina, cada vez que oíamos una ambulancia que en sentido contrario circulaba a la máxima velocidad de aquellos años, hacia la Casa de Socorro, que se encontraba en la mediación del Paseo de las Palmeras. Hoy los niños, tan habituados a estos sonidos, quizás salten de sus asientos para ver un coche  de caballo.

    Justo en este paseo que acabo de mencionar, vivía  otra gran familia, en este caso todas chicas; Mercedes, Pepita, Juanita, Loli, Julia ( de mi edad) y Margarita. Para nosotros, eran “las Llansones”

    Eran amigas de mis hermanas, que solían venir a casa a jugar. Otras dos hermanas las recuerdo perfectamente, hijas de militar; Pili y María Amor, nombre que nunca más he conocido en una mujer. Solíamos jugar a las tinieblas, dejando una gran habitación completamente a oscuras, sin que entrara un haz de luz. Lo más interesante del juego, es que para reconocer a la chica que acabas de encontrar, tenías que palparla, cosa que hacíamos de gran agrado. ¡Qué ingenuidad!

    Los periodos vacacionales, estábamos obligados a ayudar en la gestoría, que mi padre poseía en la calle Real, haciendo trabajos propios de oficina u ordenarme   llenar un maletín con muestras,  hacer lista de médicos y visitarles, dejando muestra y “literatura”. En realidad era su forma de enseñarnos para ir por la vida. Si tuviera que definir a mi padre con una sola frase, sería “lo hizo lo mejor que pudo”

   Mi padre era muy riguroso en cuanto a las normas de educación,  urbanidad (hoy palabra desconocida, y la podrían confundir con “urbanizable”), e  higiene. Los domingos, antes de salir, nos pasaba revista, todos en fila, estilo militar; más de una vez he tenido que ir a cortarme urgentemente las uñas o lustrarme los zapatos antes de salir. Teníamos una lista de quehaceres domésticos que había que cumplir. Así mismo nos hacía ensayar en casa como saludar a una dama, besar la mano y sobre todo no olvidar eso de “para servir a Dios y a Vd.”

   Llegada la adolescencia, encontré mi “primer amor” como cualquier chico. Fueron unos nuevos vecinos que vinieron a vivir al edificio, matrimonio con una parejita. La chica, con unos preciosos ojos y muy espabilada para su edad, fue realmente un flechazo a primera vista pronto me volvió loco.
Ese primer amor, nunca se olvida, pase los años que pase.

   Naturalmente, fui uno más en  gastar esas medias suelas por el paseo de las Palmeras, arriba y abajo, día tras día. Para entonces ya estaba prácticamente todo la familia en la península y desde ella, mi padre no perdía oportunidad para aconsejarme, cosa que incluso lo hacía por medio de largos escritos. Poco tiempo después llegó mi hora de zarpar y poner rumbo a tierras andaluzas, perdiendo todo contacto y dejando atrás los mejores años de mi vida,    incorporándome antes de lo previsto a la vida laboral.

 

    En Málaga a 18 de marzo de 2010   

        José J.Rivera Ballesteros 

 elrevellin5@hotmail.com

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  Foto familiar, hay un primo mío, y falta mi hermano pequeño. -->       

Foto de carnavales en Ceuta (mi madre, mi hermano vestido de Napoleón, y yo tras él. --->

     

<---El cenachero soy yo-.

<---Los muchachos de la Escuela de Comercio; con una cruz, Antonio Cabello, aquel nuchacho que, tragicamente en la playa de Sarchal, se ahogó, en plena juventud, practicando pesca submarina...

     

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DE COMO LLEGUÉ A ESTAS TIERRAS COSTASOLEÑAS

1ª Parte

 

    Soy el quinto de ocho hermanos, todos nacidos al otro lado del “charco” como suelen decir los de la península. Nacido en tierras africanas, justo frente a las amplias costas del Al-Ándalus, en ese cachito de tierra donde se vive y respira con aire andaluz, que cientos de años atrás fue poblándose de habitantes, tanto de Cádiz como de Málaga, amén de la ya población nativa, que junto con la presidiaria, componían un reducido censo, allí donde existe una de las columnas de Hércules y que se le conoce como “Perla del Mediterráneo”, ciudad cosmopolita donde conviven en perfecta armonía cuatro culturas muy diferentes entre ellas con sus respectivas religiones, donde sus costas están bañadas por aguas cristalinas que nos proporcionan esos deliciosos “volaores” o ese pecado azul como es “la caballa”, vigiladas desde hace millones de años por esas rocosas montañas que figura lo que llamamos cariñosamente “la Mujer muerta”, allí en esa singular ciudad, llamada Ceuta, fue mi cuna, donde viví mi feliz niñez y adolescencia.
    Mi padre originario de Málaga y mi madre Sevillana, de la sartén de Andalucía, contrajeron matrimonio en el otoño de 1.939, fijando como residencia esta minúscula ciudad del bello continente africano. Nacimos y crecimos en un ambiente normal para esa época, aunque con mucho trabajo por parte de mis padres para sacarnos adelante. Años más tarde y debido a la delicada salud que mi madre padecía, mi padre decidió un cambio de residencia,  en un ambiente y clima más en consonancia a las necesidades de su crítica enfermedad. Poco a poco, a modo de avanzadilla mis hermanas mayores vinieron a instalarse en esta bendita tierra, donde, con mucho esfuerzo y pocos recursos, se les proporcionó la posibilidad de tener un trabajo propio, abriendo una peluquería de señoras en el vecino municipio de Torremolinos.
    Mi hermano mayor y yo mismo permanecimos algún tiempo solo en nuestra ciudad, con la expresa dedicación de ultimar todo lo necesario para abandonar definitivamente una casa, que fue nuestro feliz hogar durante casi 20 años. Al final, me quedé el último en abandonar la nave.
    La noche antes de partir definitivamente para la península, tuve un sueño: Soñé que era una paloma que emprendía su vuelo desde el “palomar” (así llamábamos a nuestra terraza en la casa donde vivíamos) situada en el Puente Almina, centro estratégico de la ciudad, y que atravesaba en vuelo rasante, con la resistencia natural de estas aves. Las azules aguas del vasto estrecho de Gibraltar, se juntaban con un cielo celeste, radiante y limpio, sólo moteado por algunas nubles blancas que parecían algodones flotando en el espacio.
    Aleteando mis alas a mediana altura, podía distinguir los magníficos y simpáticos cetáceos, comúnmente llamados delfines, saltando a través de aros imaginarios, manipulados por hermosas sirenas, haciendo blanquecer el azul del mar, con la espuma resultantes de sus juegos acuáticos, ausentes aún a los no muy lejanos problemas de contaminación y de cambio climático que años después padecerían. Tras este largo vuelo, y ya divisando las costas andaluzas, donde el resplandor del sol, cegaba mis pequeños ojos, llegué a posarme en estas tierras sureñas dando por finalizado mi viaje. Desperté del sueño y me encontré en una nueva tierra llena de bondades, de luz, de sol radiante y de gente alegre y de buen carácter. Acababa de recalar en Málaga.
    Poco duraría esa felicidad y las perspectivas puestas en un futuro más prometedor, pues mi madre aún joven nos dejó, sin apenas quejarse. Su débil corazón no soportó las duras embestidas a las que se le expuso y una mañana, días antes de la llegada de la primavera, simplemente se dejó llevar, cansada ya de luchar, sin fuerzas para despedirse de quienes cerca de ella estábamos.
    A la sazón, vivíamos apenas unos kilómetros de distancia del pequeño pueblo de Arroyo de la Miel. “Los Palomares” eran unos apartamentos situados frente al mar, por la zona de El Saltillo, que se convertiría en residencia momentánea. Años antes, en un nuevo complejo de apartamentos, muy cerquita de lo que se conoce como “Cantarranas”, ocupábamos un pequeño apartamento en planta baja, orientado al sur, que nos serviría como punto de partida para encauzar nuestros pasos a una nueva vida, pues mi padre fue nombrado administrador y debía ocuparse del alquiler y administración de estos apartamentos, tarea que llevó a cabo, incluso ocupándolos aún con carencias, tales como falta de mobiliario y otros enseres, pero debido a la fuerte demanda existente, a los turistas de aquella época, no les preocupaba tales deficiencias, necesitaban un apartamento para sus vacaciones y lo querían como estuviera, el caso era disfrutar de este benigno clima que tenemos las suerte de tener.
Recuerdo lo distante que se nos hacía llegar al centro del pueblo, por el arcén de la carretera de Benalmádena, cuando apenas circulaban coches, paraje aún casi desierto. Las chumberas y las higueras eran nuestras compañeras en este caminar, donde sólo existía a lo largo de ese trayecto el Cortijo “La Comba”, edificación aún hoy existente, que se resiste a ser reestructurada urbanísticamente y convertida en una nueva mole de hormigón. Había necesidad de ir a comprar las viandas para el sustento diario y la única forma, era desplazarse a pié, hasta el pueblo, tarea que llevaban a cabo mis dos hermanas más pequeñas, por aquel entonces de 8 y 10 años.
    Aún retengo en mis pupilas, esas mujeres vestidas de negro, que en pleno verano, caminaban carretera adelante, protegiéndose del sol abrasador del verano, con el mismo paraguas negro que posiblemente usaran para cubrirse de la lluvia en el invierno.
    Aunque todo era nuevo para mí, no dejaban de ser “cuatro casas atravesadas por un arroyuelo, a las faldas del monte Calamorro, llegando su término municipal a ser bañado por las cálidas aguas del Mediterráneo.
    Conocí a las mujeres lavando la ropa, restregándolas con esa gran pastilla de jabón verde, posiblemente hechas artesanalmente en la propia casa y golpeando sobre las grandes piedras, las diferentes prendas que tomaban su prestancia y blancura, al ser expuestas al radiante sol durante un buen rato, sobre el suelo, encima de las mismas piedras o sobre cualquier arbusto que se prestara a ser utilizado para tal fin. Las mujeres aprovechaban estos momentos para hablar de “sus cosas” o intercambiar algún que otro chismorreo propio de la vecindad. Las casas, casi todas de planta baja y gruesos muros franqueados sólo por la puerta de acceso y alguna ventana, eran afanosa y alegremente cuidadas, tanto el aspecto exterior con “sus manos de cal “a las que periódicamente eran sometidas, como la simpleza y sobriedad del interior. Sus techos de tejas árabes, daban la suficiente frescura a estas casas, en el largo periodo estival.
    La vía férrea que se desplazaba desafiante y paralelamente, a lo largo de la entrada del pueblo, transportaba hasta esta la villa, a los pocos viajeros que por aquel entonces empezaban a trabajar por los alrededores en lo que más tarde llamarían la “industria turística”.
    Las calles adyacentes a la de San Juan, eran de las pocas que componían el centro del pueblo. Pocas  personas podían predecir al auge turístico que vendría en años venideros. El boom inmobiliario no había hecho su aparición, si bien poco a poco empezaron a proliferar pequeños negocios. El campo iba perdiendo su natural aspecto y el cemento ganaba terreno.
    Recuerdo que un hermano mío, menor que yo, que había estudiado la profesión de Peluquería, al igual que mis hermanas, con la ayuda de mis padres, montó la que sería la primera peluquería de Señoras. En el mismo centro del pueblo, justo al lado del estanco existente en la vía principal, hoy Blas Infante, había una pequeña casita, muy modesta, compuesta por un pequeño porche, planta baja y una pequeña planta superior, que él acondicionó para tal menester. Era un 19 de Marzo, fiesta de San José, ante la tardanza en llegar para el almuerzo, me desplacé hasta la “peluquería”, pudiendo comprobar que estaba totalmente abarrotada de mujeres del pueblo para ser atendidas. Quise echarle una mano, lavándole la cabeza a una mujer (yo sin la más mínima idea de como se hacía), la mujer se apercibió de mi inexperiencia y ella misma terminó la lavado de cabeza. Poco tiempo estuvo abierta esta peluquería, ahora no recuerdo porqué motivos fue cerrada.
    Corría el año 1.964, cuando tuve la posibilidad de trabajar en el hotel más emblemático de la Costa del Sol, hotel con solera que recientemente ha cumplido los 50 años de edad. Como el puesto a ocupar no era de mi agrado (oficinas), renuncié al mismo, pero fue ocupado por mi hermano mayor, quien permaneció varios años en él.

    Yo por mi parte, encontré el trabajo que deseaba. Era en una oficina de información y venta de apartamentos que funcionaría en régimen de Aparthotel, situado justo al lado de una de las torres-vigías emblemáticas a lo largo de nuestras costas; la de Torrebermeja. La atención y contacto directo con el cliente, era lo que yo más deseaba Se inauguró con una plantilla de “novatos” entre los que me cuento; esa fue mi primera escuela de hostelería. Allí estuve algo más de dos años, hasta que mi padre me requirió, pues íbamos a emprender un negocio.

    En Málaga a 15 de mayo de 2010   

        José J.Rivera Ballesteros 

 elrevellin5@hotmail.com



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“DE COMO LLEGUE A ESTAS TIERRAS COSTASOLEÑAS”
                                
2ª Parte

 

    El negocio, estaba situado en la céntrica calle de Las Flores, justo a la mediación y a la izquierda, pues frente a las viviendas, sólo existían terrenos sin edificar. Estas casas de la calle Las Flores, eran propiedad de un conocido industrial malagueño, propietario fundador de una empresa dedicada a la construcción; los pisos eran en su mayoría en alquiler. Fue un local, a ras de calle, taller de reparación de electrodomésticos, disponiendo de una pequeña oficina, que mi hermano mayor aprovechó para dedicarse a ejercer de Graduado Social. El taller que fue abierto a mi nombre, allá por el año 1.969, no dio los frutos esperados, pues teníamos dos empleados a quienes había que pagar el jornal semanalmente, haciendo muchas piruetas se cumplía con esa obligación, pero yo sin sueldo no cobraba ni a la semana, ni siquiera al mes. Las reparaciones se hacían, pero costaba trabajo cobrar por los servicios, que en su mayoría eran efectuados fuera del propio taller. Así pues, decidimos cortar por lo sano y cerrarlo. Como dice el refrán español: muerto el perro se acabó la rabia.
Allí, sufrió mi padre un leve ataque cerebral; durante unos minutos se quedo completamente anulado, estaba sentado, pero no podía mover un solo dedo ni pronunciar palabra. Cuando se le pasó este lapsus, no nos pudo explicar que le paso. Algún tiempo después sufrió otro, algo más grave, pero gracias a Dios se recuperó en pocos días, si bien, ya no podría trabajar más en su vida, al tener una pequeña merma de sus facultades.
Mientras tanto, el pueblo iba creciendo poco a poco. Se construyó el Mercado y fueron proliferando pequeños negocios a lo largo de la calle, continuando ésta hacia arriba y edificándose en los solares que estaban desiertos. Se iniciaba con esto lo que más tarde denominaría “el boon inmobiliario”
Poco duró el Mercado y como ya muchos de la época conocen, fue reformado y habilitado como Ambulatorio de la Seguridad Social, hasta hace unos años, que le fue nuevamente dado otro uso: las dependencias de la Policía Nacional.
Tras la mala experiencia de ser”autónomo” sin sueldo, recurrí a lo primero que se me presentó en hostelería. En las afueras, se habían construido, mientras tanto nuevos edificios de apartamentos; estos, situados frente al paraje denominado ”Huerta Peralta”, Eran pisos modestos que se explotaban como apartamentos turísticos, pues la demanda seguía en alza. Allí permanecí unos meses, que me sirvieron como trampolín para esperar mi oportunidad que tanto ansiaba: trabajar en un hotel de mejor categoría, como sucedió un 20 de Diciembre, en que me incorporé a mi nuevo y flamante empleo.
Trabajé casi treinta y cinco años de Conserje en un cuatro estrellas, ocupación que me ha servido para conocer infinidad de personas de todas las nacionalidades, a las cuales he intentado darme al 100 %, aconsejándoles y resolviendo cuantos problemas pudieran aparecer en sus vacaciones, con el objetivo de que al final, lo que cuenta es el buen nombre del lugar donde ha disfrutado de esos días de vacaciones.
Ya afianzado y consolidado en mi puesto de trabajo, “casi” se me obligó a meterme en una nueva aventura. Entre mi hermano y yo, nos embarcamos en un nuevo negocio; yo como socio industrial, sólo aporté mi trabajo, que no era poco. Se trataba de un pequeño taller de fabricación de velas artesanales, que llevaba algún tiempo funcionando, pero que su propietario traspasaba por tener que ausentarse. Este estaba situado en la parte alta, donde ya acababa el pueblo; en la calle Pino, local que anteriormente estaba ocupado por un taller de carpintería, que llevaban dos socios, uno de ellos amante del acordeón. Al poco tiempo me vi enfrascado en algo que desconocía por completo. No puedo olvidar en los meses de verano, lo difícil que se hacía el enfriamiento de la cera líquida debido al calor reinante. En varias ocasiones, al terminar mi jornada a la media noche, después de un turno de 8 horas de en mi trabajo habitual en la hostelería, tuve que trabajar en la tranquilidad de la madrugada, calentando la parafina y rellenando los moldes posteriormente para que a la mañana siguiente, tener listo una nueva producción. Otro negocio que se fue al traste.
No todos hemos nacido para triunfar en la vida. A veces no siempre el trabajo trae éxito. La Diosa Fortuna, también es necesaria en muchas ocasiones.
Años más tarde, a base de trabajo y mucho sacrificio, pude comprar una pequeña parcela donde construir mi modesta casa. Era la ilusión de mi vida, disponer de un pedacito de tierra donde cuidar de las plantas que tanto me han gustado y disponer de un lugar de esparcimiento para dedicarme a aquellas cosas que se aman. Como se suele decir: tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. Pues, al menos estas tres cosas he conseguido hacerlas.
Esta ha sido mi modesta aportación, a este querido pueblo de Arroyo de la Miel, que al igual que muchas otras familias venidas desde todos los puntos de España, así como desde el extranjero, han encontrado su lugar para vivir, trabajar, ser feliz y morir. Aquí me siento muy confortable, muy a gusto entre las personas con la que convivo y sobre todo, al igual que yo hacía con mi padre, cuando era un niño, mi hijo encuentra “desesperante “ y bromea cuando me paro constantemente por la calle a saludar a unos y otros. ¿Hay algo más bonito que contar con tantos amigos y conocidos? La mejor herencia que uno puede dejar, es que se le recuerde una vez se haya ido de este mundo.
Creo que me merezco el título de “cichilindri adoptivo” (con este apelativo tan singular, se les llaman a los nacidos en Arroyo de la Miel), pues llevo ya 45 años en esta maravillosa tierra y en estos días que empieza a despertar la primavera, haciendo brotar la flor de azahar de los naranjos o la de los almendros y donde toda la naturaleza parece estar en plena ebullición, este que escribe estas nostálgicas líneas , en el otoño de su vida, ha escogido este lugar para vivir hasta el fin de sus días, con el único deseo de que llegado el momento, mis cenizas sean esparcidas entre mi Ceuta natal y mi pueblo de adopción: Arroyo de la Miel.

    En Málaga a 18 de mayo de 2010   

        José J.Rivera Ballesteros 

 elrevellin5@hotmail.com

 

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                                        MIS PATIOS DE CEUTA   

 

    Estuve por el puente del Pilar del año 2.009 en Ceuta. Saludé a viejos amigos y conocidos y recuerdo que le pregunté a uno: ¿cómo que nadie había escrito sobre los ya casi extintos patios de Ceuta? Pues no sería un tema digno de ser mencionado.

    Tiempo después, en el foro donde suelo entrar a diario, se me ocurrió hacer esta misma pregunta, pues pensaba que todos tenemos derecho a ser dignos protagonistas de nuestras propias vivencias, haya sido en una casa de lujo o en un modesto patio vecinal. Inmediatamente hubo un reto personal en forma de: «Hazlo tú mismo» y como últimamente me dio la vena de escribir, recogí el guante. La sorpresa fue que de inmediato me facilitaron una lista con algo más de 25 patios con su ubicación.

    Seis meses después de este estreno, hay censado más de 115 patios, gran parte de ellos aún carecen de localización. He tenido más de un centenar de entrevistas, localización de paisanos caballas, cartas, cientos de horas navegando por Internet y sobre todo, mucho “boca a boca” sistema quizás de los más antiguos en comunicación, que aún hoy con técnicas tan extraordinarios en nuestras manos, es bastante eficaz.

    En principio era totalmente inconsciente de la repercusión de este tema, pero poco a poco he podido comprobar como la mayoría de la gente lo ha aceptado con sorpresa, preguntándome muchos de ellos: ¿cómo se me había ocurrido tal tema? Esto ha provocado en mí una gran ola de excitación personal como demuestra el reencontrar viejos compañeros de escuela, antiguos vecinos o simples conocidos. Otro efecto colateral de este trabajo es conocimiento que estoy adquiriendo de mi propia tierra y sobre todo de sus gentes. He tenido de adentrarme en cientos de páginas de libros, y navegar por la red durante horas, además de la búsqueda de “caballas” desperdigados por toda la geografía nacional y resto del mundo. La palabra mágica, llave de entrada de todas esas puertas antes infranqueables, es CEUTA.

    Son los propios caballas los que me están facilitando todo tipo de información, datos, anécdotas, vivencias e incluso aporte de fotografías que guardaban en el baúl de los recuerdos, de aquella época de la que muy pocos prefieren no recordar, para que no se sepa sus humildes orígenes.
Podría decir que casi al 100% las personas han colaborado de una forma u otra. Unos con unos simples comentarios de donde vivió/nació, otros con más estudios y mejor preparados, han aportado cuartillas repletas de nombres de vecinos, formando una pequeña historia de cada patio, en definitiva una comunidad con las venturas y desventuras de sus gentes.

    Hoy, tras 2 meses de casi inactividad debido a las vacaciones estivales, espero que, una vez cada uno en su lugar habitual y ya de vuelta al trabajo retome su tiempo de ocio y se ponga al día de todo lo acontecido en este tiempo en nuestra querida Ceuta.

    En este tiempo he fundado: el «Club de Amigos Patios de Ceuta», con la intención de aglutinar a todos los vecinos moradores de estos patios ceutíes y que con el tiempo seamos todos como un sólo y único patio o familia, que compartamos nuestras vivencias para que las generaciones venideras no olviden los orígenes de sus antecesores y puedan disfrutar de una pequeña historia reciente, dentro de la natural historia de Ceuta.

    Debo dar las gracias a todos los que han participado hasta ahora en estas investigaciones  sin cuyos relatos no existiría este manuscrito que hoy va tomando forma gracias a todos vosotros.

    Un cordial saludo para todos los foreros en general y a todos los “caballas” en particular.

    Benalmádena, 29 de Agosto de 2.010

                                                                                             José Javier Rivera


NOTA

José Javier Rivera

Muchos cotilleos de "patios de vecinos" en: http://clubamigospatiosceuta.blogspot.com/

 

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                                        RETAZOS DE MI NIÑEZ

  
    A medida que nos vamos haciendo más mayores, nuestros recuerdos de la niñez afloran con más frecuencia a nuestra mente, quizás como premonición de que se van acabando nuestros días y queremos retener en el tiempo que nos queda, esos retazos de nuestra niñez y una forma de hacer lo posible, creo que es narrándolos y que otras personas más o menos allegadas sepan de nosotros, pues son temas tan íntimos que raras veces uno cuenta estos recuerdos guardados tanto en nuestra mente, como en nuestro corazón.
    Mi padre, al igual que yo, era el quinto hijo; le antecedía un hermano llamado Pepín que murió acorta edad, motivo por el cual a mí me pusieron ese nombre. Fue un gran deportista, como él solía decir muchas veces, más por necesidad que por vocación. Cuando sus amigos podían disponer de una paga semanal por parte de sus padres, él argumentando su deportividad, se dedicaba a montaren bicicleta, por ejemplo. Solía ir de Málaga a Torremolinos, al Castillo del Ingles, en domingo sólo a bañarse, eludiendo con ello, la compañía de sus colegas. Gustaba también de la natación y del boxeo. En lo familiar, era hombre de recursos que no tenía más remedio que buscarse “las habichuelas” como fuera, para mantener a mi madre, ocho hermanos y algún sobrino/a, que siempre “adoptaba” por tiempo indefinido.
    Nuestra zona de juegos, era la azotea (el palomar como solía decir mi padre). Allí construíamos una casa o una fortaleza a base de una escalera, unas sillas, sabanas, lo que tuviéramos a mano. La azotea frontal del edificio, era nuestra. La que daba a la Marina, era de todos los vecinos, pero nosotros podíamos atrancar la puerta desde dentro y después saltar a mi casa por la ventana, deforma tal que era prácticamente nuestra.
    Era original en muchos aspectos, como por ejemplo como Rey Mago; cada año, los regalos aparecían en los lugares más inverosímiles, quizás poniéndole más énfasis a ser encontrados, que al valor de los propios regalos. El más original fue lo que nosotros dimos por llamar “el coche gordo” (Petete era el del libro). Era una mezcla de triciclo, cuyas ruedas traseras ajustaban en un eje que al mismo tiempo contenía una especia de cajón, con su asiento forrado de plástico. El conductor, era mi hermano el mayor, Agustín, atrás sentados, mi hermano más pequeño, Jesús (a quien llamábamos “Tuti”), sentado sobre mi regazo. Era la admiración de los jardines de San Sebastián, prácticamente el único lugar donde jugar con él, debido a sus grandes dimensiones y peso. Original también era que dicho juguete desaparecía al final del verano, para volver a reaparecer en los siguientes Reyes. Otro original regalo, donde tanto él como mi madre tuvieron participación en su construcción, fue una casa de muñecas, hecha de cristal, por lo que se podía ver perfectamente cada una de las cuatro habitaciones. Estaba al mínimo detalle, incluso con luz en sus lámparas, usando una pila. Creo que mis hermanas se sentían más que orgullosas ante sus amigas.
    Recuerdo un incidente que ocurrió y que pudo ser trágico. Unos vecinos tenían una criada y el único hijo, se “encaprichó” de ella. Cuando se dieron cuenta de dicha relación, la pusieron de patita en la calle. Mi madre, desconociendo el motivo y necesitando una criada, la metió en casa, ajena a la relación que mantenían. Una noche, este chico ebrio como una cuba subió a buscar a su chica, golpeando la puerta de mi casa. Eran ya de madrugada, mi padre se levantó a ver que sucedía y se encontró con el espectáculo; éste incluso intentó agredir a mi padre nada menos que con una barra de hierro que encontró. En el forcejeo, la barra cayó al suelo y mi abuela, de 70 años, que se había levantado al escuchar el griterío, tomo la barra de hierro y la quitó de en medio, diciendo: “Ea, ni pa uno, ni pa otro”. Como recuerdo de tal incidente, al lado de la placa que había en la puerta del piso con el nombre de mi padre, había una hendidura producida por la barra de hierro, que afortunadamente mi padre pudo esquivar.
    Este singular edificio, tiene en el 5º piso (donde vivíamos) lo que nosotros y todos los vecinos, llamábamos almacenillos, lo que hoy se conoce por trasteros. En el nuestro, y con la ayuda de mi primo Paco, que por aquel entonces vivía con nosotros, además de otro primo, mayor que todos nosotros, Martinín, arreglamos esta habitación, haciendo un falso techo, donde metimos todos los cachivaches propios de un trastero y “fundamos” un club: el “Music Hall”. De un fantástico cajón de buena madera, hicimos una especia de mueble que nada tenía que envidiar a otro comprado entienda. Llegamos a formar un pequeño grupo musical, cuyos instrumentos eran de juguetes, pero para nosotros era más que suficiente.
    Volviendo a la originalidad de mi padre. Mandó hacer unos anillos, en oro, uno con su nombre otro con el nombre de mi madre que se intercambiaron entre ellos cuando se casaron. Posteriormente a medida que íbamos naciendo, nos encargaba uno para cada uno de nosotros. Yo desde que tengo uso de razón lo llevo en mi dedo anular. Recuerdo que lo encargué al joyero de las Palmeras, Mayorga, posteriormente he tenido que encargar otros por perdidas. El que llevo desde hace años, más fuerte y consistente, es un muchísimas ocasiones ha sido motivo de atención por lo original y no precisamente por ostentoso.
    Mi madre era de las que guardaba el dinero escondiéndolo en diferentes sitios como entre la ropa de cama, en el armario, entre las páginas de un libro, etc. En momentos difíciles, se ponía a buscar y siempre había algún billete de 100 pesetas que aparecía y se solucionaba el problema del momento.
(Continuará.....)

   15 de Marzo de 2.011

                                      José J. Rivera Ballesteros

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                                         RETAZOS DE MI NIÑEZ II

                                        
    Mi querida madre que tenía la salud muy delicada por ser asmática, sacaba fuerzas de donde fuera necesario para no perdernos ningún carnaval. Años tras años, nos preparaba y confeccionaba, a veces con la ayuda de una modista que venía a casa, Isabelita, era sorda pero hablaba por los codos. Había mucho trabajo por hacer para vestir a 6 hijos, amen de la época de Carnavales, cuando se celebraban en la Residencia Militar y posteriormente en el Centro de Hijos de Ceuta. Era muy ingeniosa y se las arreglaba con cualquier cosa. Ya de joven confeccionaba unas sombreros para señoras y chicas hechos de encajes que eran dignos de admiración. Era su forma de hacer entrar unas pesetas, “rubías” como solía decir, extra en casa.

    Mi padre, estricto como si hubiera recibido instrucción militar (ni siquiera hizo la mili por ser hijo de viuda), nos ponía, sobre todo a los varones en fila al unísono, nos pedía mostrarle las manos: las palmas, después las uñas, peinado, y los zapatos; aquellos que no estuvieran bien limpios, había que darle lustre. Una vez pasada la revista, ya podíamos irnos a la calle. Había que temerle cuando por la mañana pedía una camisa limpia y esta no estaba planchada. Era de las pocas veces que mi padre gritaba en casa y debía de dar resultado pues la camisa era rápidamente planchada o sustituida por otra de su gusto. Tenía la facultad de que sólo con la mirada, ya sabíamos lo que quería decir.

    Los varones teníamos turnos rotativos para algunos de los quehaceres domésticos: poner o quitar la mesa, sacar la basura, etc. Si había incumplimiento, la sanción era una semana más de servicio.No había predilección por ninguno de nosotros. Curiosamente recuerdo que cuando había de postre uvas, u otra fruta similar hacía pequeños gajos y luego montoncitos completando el número de comensales; una vez terminado, preguntaba: ¿ cual creéis que tiene más ? Entonces señalábamos el que, a nuestro juicio tenía más y rectificaba quitando uvas y poniéndolas en otro. Finalmente, pedía a uno de nosotros volverse de espalda, entonces señalaba un montoncito y decía: ¿ este para quien es ? Tenía que decir el nombre y así quedaban todos adjudicados y listos para dar cuentas de ellos.
    Solía decir a sus amistades cuando querían tomar unas copas antes del almuerzo, que él prefería comprarse una botella y tomarse sus vinitos en casa. Todos conocemos lo que ocurre en estos casos; una copa lleva a la segunda y esta a la tercera; total que cuando te das cuenta llevas más de tres copas en el cuerpo y además llegas tarde a casa.
                                            
    Hace unos días que alguien me ha reencontrado a través de Internet y que desde hace tiempo esta ausente Ceuta, me decía que cada vez que veía esta casa de Trujillo, se acordaba de la familia Rivera. Según esta amiga, dice haber estado en mi    casa, junto con un hermano suyo, pues éramos compañeros de Colegio y recuerda unas literas que teníamos en casa. Efectivamente, mi padre que siempre fue un hombre de recursos “ideó” un sistema de literas, abatibles que quedaban, una vez alzadas, cerradas por puertas de 4 hojas abatibles, dejando durante el día suficiente espacio en los dormitorios. Al no existir tal tipo de camas, tuvo que encargarlas a un carpintero; dieron muy buen resultado a decir verdad.

    Debo confesar con cierto rubor, que mi madre tenía preferencia por mí: solía llamarme “rubio” (y es que era el único rubio de todos nosotros),yo era el bueno, el que estaba siempre predispuesto a hacer cualquier encargo, iba a la plaza y hacía la compra casi a diario, era el manitas. Si se estropeaba la plancha, cuando entonces tenía unas placas creo que era de amianto, yo la arreglaba. Los plomillos de la casa cuando se fundían, los reemplaza yo, subiéndome primero a la mesa de la cocina y después a una banqueta o silla. Desde pequeño he observado a las personas trabajando en sus diferentes profesiones, tratando de no molestar, ni preguntar constantemente, así por ejemplo, si venía un fontanero a casa, no le apartaba la vista, de esa guisa me he formado en estos menesteres, llegando a ser lo que hoy llaman un manitas. Le cogía jazmines aún sin abrir y con una aguja e hilo, lo ensartaba uno a uno, de forma que cuando se abrían, era un perfecto collar, o bien los ensartaba en un imperdible y ella lo lucía toda orgullosa prendido en su pecho.

    El ser muchos hermanos tiene sus ventajas e inconvenientes: Una breve descripción de cada uno de ellos, empezando por orden cronológico: La primogénita, Maria del Rosario, siempre la llamamos “Charin”, nacida en el solsticio de verano y por ende, alegre como las fogatas de San Juan, donde las hadas y demás deidades de la naturaleza, influyeron en su personalidad como bonachona e inocente. Maria Victoria, Mariví para nosotros, la intelectual, devoraba los libros, magnifica narradora; nos contaba las cuentos o novelas que leía con tal maestría que nos quedábamos extasiados. Un año, por carnaval, mi madre la vistió de Eugenia de Montijo, confeccionando el complicado traje que era de papel (arrugado), incluso la pamela. La tercera, Maria de la Luz, tenía dotes de mando y las dos mayores hacía lo que ella decía, extrovertida. Las tres fueron al Colegio de las Monjas y posteriormente al Instituto. Ya siendo adolescentes frecuentaban la Plaza del Tte. Reinoso como lugar de juegos, donde formaban parte de la pandilla de los Velazquez y otros. Agustín, el cuarto, por ser el primer varón, le pusieron de nombre como mi padre; de pelo negro,es de los que quieren abarcar mucho, poco ordenado y gustaba del liderazgo. José Javier (no hay quinto malo), rubio, tímido, me ruborizaba por nada, ordenado. Ambos estudiamos en Los Agustinos. Jesús Miguel, a quienes llamamos “Tuti”, el benjamín, debido al accidente de bicicleta que sufrió, dejó los estudios y como quiera que ya tenían mis padres un pié en la península, estudio peluquería en una academia ya en Málaga. Mis padres nos “emparejaron” los varones con las hembras, según nuestro carácter. Si nos numeráramos del 1 al 6, esta sería la ecuación: 1>6, 2>4 y 3>5 Y así permaneceremos hasta nuestros días. Las dos pequeñas, 7 y 8, se emparejaron tácitamente entre ellas.

    Tras una pausa de 5 años, llegó María de las Nieves, Africa, la coreana, tenía la cara de una “chinita”, morena, salió su foto en el Faro en un concurso de niños, desnudita con un gran collar de bolas plateadas alrededor de su cuello. Y por último Alicia, la benjamina, muy graciosa, extrovertida y espontánea, algo molesta porque dicen la llamaban “el último mono”. En una fiesta en el C. Hijos de Ceuta, con apenas unos añitos, se fue a la orquesta y pidió que quería cantar; le dijeron que sí, ¿que vas a cantar? “Voy a cantar Maruzella, de Renato Carossone, en francés” La gente quedo boquiabierta y sorprendida, naturalmente no sabía francés. Con los años, las dos últimas fueron modelos de pasarela, trabajando en Barcelona.

    Dado que mis hermanas eran mayores, nosotros los chicos disfrutábamos de los privilegios (si los había) de jugar con chicas más mayores. Recuerdo que había unas hermanas de la familia Romea, que una de ellas se llamaba María Amor (de haber tenido una hija, le hubiera puesto este nombre tan bonito), con las que jugábamos al escondite en la habitación más espaciosa de mi casa, ventanales cerrados, todo a oscura.....ya se pueden imaginar. Otras amigas eran de la familia Blasco,
O´Valle, familia Llansón; de esta última, Pepita, tristemente fallecida junto a su padre y otra hermana en accidente de coche nos compuso una pequeña poesía, que decía así:

“La Familia Rivera”
Doña Charo ¡ que simpática !
Don Agustín ¡ que gracioso !
“Charito” muy resalada
Mari-Vi buena y tranquila
Y Mari Luz muy valiente
Y dispuesta para todo.
Agustín muy formalito
Pepe y Tuti ¡ que hombrecitos !
Mari-Nieves y Alicita
Aprendices de querubín
Y Paquito y Martinin
Dos gamberros de postín

(Estos últimos era primos; el 1º vivió unos años con nosotros, el otro vivía en Ceuta)

    Otras veces hacíamos teatro, disfrazándonos con cualquier ropa de mi madre o bien guerrillas con las gomillas elásticas que si daban en la cara, nos dejaba señal para un par de días. El día de San Agustín era muy celebrado, no así el día del Rosario (¿?) Los regalos que mi padre solicitaba eran trabajos escolares, manualidades o cosas similares; por otro lado tampoco disponíamos de dinero para comprarle algo. El Día del Padre y el de la Madre, no eran celebrado como hoy día, entre otras cosas porque no existía aún el Corte Inglés.

    Las gamberradas en el edificio no eran muchas, pues al ser prácticamente los únicos niños que allí vivían, no podían señalar a nadie más. Centro de nuestras bromas era Jesús Zapico (q.e.p.d.), o cambiar los cubos de basura de un piso a otro, hacer enfadar a la portera (Lola, cuya única hija era casi ciega) o hacer corretear los gatos que deambulaban en busca de la basura. En la 1ª planta que estaba ocupado por oficinas tales como: Pepe Remigio, Club de Fútbol, Peluquería de Caballeros, Modas Lita, la propia portera, tenía su vivienda allí,etc. se podía dar la vuelta rodeando todo el edificio desde el interior, rincones y escondites para delirio de cualquier niño.
                                          
    En el periodo estival, hacíamos la vida en la calle Falange Española, 42, donde mi padre tenía una Gestoria, que además disponía de vivienda. Estábamos a la mano de todo, mientras que en la casa de Trujillo, si no faltaba agua, el ascensor no funcionaba, etc. de esta manera estábamos todo el día allí y por la noche nos íbamos a casa. Justo al lado había un patio; desde una de las ventanas y desde la azotea se veía y se oía aún más a los vecinos. La azotea no le dábamos ningún uso, salvo que mi padre, enamorado de las plantas, la tenía llena de geranios, gitanillas, claveles, todas en recipientes de latas o de pequeños cajones de madera; el barro brillaba por su ausencia. Disponíamos de un pequeño patio interior, que era cubierto por un gran esparraguera que crecía de un diminuto arriate, donde además se daban muy bien las pilistras (ó aspidristas). No había baño; en el mismo patio había un pequeño cubículo donde había un water, con techo de uralita y su correspondiente puerta. Esta era nuestra casa de verano y ya podíamos darnos por satisfecho. Teníamos las terrazas de verano cerca (en realidad todo está cerca en Ceuta) donde íbamos con cierta frecuencia y de allí directamente a la calle Real, núm. 1, donde pasadas las 12 de la noche, cerraban el portal y había que llamar al sereno dando unas palmadas; el hombre aparecía lleno de llaves y amablemente nos abría la pesada puerta de hierro.

    Eran tiempos tan diferente a los actuales, que el sonido por aquel entonces de una campanilla o el toque de la bocina de un coche prolongado, nos hacía saltar a nuestro particular mirador, que no era más que el ventanal de nuestra torreta, desde donde divisábamos todo el paseo de las Palmeras, Puente Almina, puerto, etc. Esos sonidos que acabo de citar, no eran otros que el de una ambulancia o coche particular, llevando algún herido a la entonces Casa de Socorro del Paseo de las Palmeras. Así mismo divisábamos desde lejos los cortejos fúnebres que terminaban en el Puente Almina, comparando el número de asistentes con otros, a fin de dilucidar la categoría social del difunto.

    Benalmádena, Abril de 2.011                                     

                                                            José Javier Rivera

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                                                    MI  ADOLESCENCIA


     Para ir terminando con los recuerdos de mi niñez y dejar paso a la entrada de la adolescencia, me gustaría dejar constancia de algunos recuerdos, esos que perduran de por vida en nuestra mente.                                                  

    Había momentos que se pasaba verdadero miedo, al menos yo, en esa gran casa. Regresando a altas horas de la noche, quizás  después de una película, era un suplicio subir esos cinco pisos por la escalera. Para quien no conozca bien este edificio, he de decir que al iniciarse el tramo de escaleras, había una pequeña entrada en forma de arco, desde donde se accedía a 2 pisos, pero al mismo tiempo, comunicaba con la siempre obscura y tenebrosa escalera de servicio de negros escalones por la que podía aparecer cualquier cosa o persona que tu imaginación pueda  alcanzar. Como todo en la vida, son “traumas” que pasan con el tiempo.

    Ya  estaba llegando la época en que un niño no le gustaba mostrar las piernas, sobre todo si los vellos empezaban a ser “vergüenzas” que había que esconder. El único remedio era solicitar ya la inmediata implantación del viejo pantalón bombacho, que definía a aquel que lo usaba, que no era lo suficiente mayor como para vestir pantalón normal. Era costumbre por esos años el estrenar algún tipo de prenda de vestir en el Domingo de Ramos y mis predecesores cumplían este precepto a rajatabla; si no se podía estrenar una camisa o un jersey o un vestido, se estrenaba un par de calcetines y listo. Mi madre ponía todo su empeño en que todos fuéramos limpios y bien vestido al salir a la calle y en más de una ocasión, nos ordenaba  cambiarnos alguna prenda, por no estar en óptimas condiciones. Y hablando de dinero, del que siempre escaseaba en mi casa, mi padre, tenía la ingenua, pero nada nociva costumbre de cuando había luna llena, mostrarle los bolsillos, uno por uno, tanto de los pantalones como de chaqueta; decía que este gesto  atraía el necesitado dinero.

    En Navidad tratábamos de decorar el salón principal (el único) para que estuviera más bonito de lo habitual. Hacíamos las consabidas “cadenetas” que enlazábamos con grupo hecho a base de agua y harina, algunos globos y alguna que otra luz indirecta para resaltar la decoración. Un año vino un amigo, gran dibujante y nos hizo unos renos tirando de un trineo que recortamos y adosamos a la pared, además de hacer una especie de cenefa con esparragueras fina alrededor de toda la sala. Nos aprendíamos villancicos que cantábamos tanto en casa como a algún vecino. Si en los días normales todo estaba bien repartido, es estas fiestas era necesario controlar más y hacerlo mejor. Turrón, polvorones y dulces guardados en secreto. Mi madre hacía los clásicos rosquillos que aún hoy me gustan. Cada cual hacía con su ración lo que ele apetecía: comérsela de inmediato,  racionarla o incluso intercambiarla, para ello nos  servíamos de grandes calcetines a modo de talega, que custodiábamos con rigurosa inclemencia.

    Mi hermano Agustín de quien “heredaba” yo alguna que otra prenda de vestir, tuvo un pequeño incidente cerca de casa,  pasaje Alferez Pérez Bayton, las escaleras que baja a la Marina, detrás de la casa Trujillo. Estábamos con mis padres, creo que era “Caza y Pesca” cuando a mi hermano se le ocurrió “torear” a un perro de mediana estatura; este enganchó la prenda con sus colmillos y mi hermano echó a correr que se las pelaba. A partir de ahí “pasaría” en adelante de los canes.

    La misa de 12,00 en la Iglesia de Nuestra Señora de África, era preceptiva de asistir en familia. Más adelante y con el paso del tiempo, íbamos solos a la Iglesia de San Francisco, donde hice mi 1ª Comunión y donde los tres varones pertenecimos a la Cofradía del Santísimo Cristo de la Humildad y Paciencia y Nuestra Señora de las Penas, tiempos en que se procesionaban  casi todas las cofradías usando los  carros  militares. Los  primeros  costaleros  aparecieron  en  el año  68, casi  todos  ellos alumnos del Colegio de los Agustinos. Un año, una de mis hermanas pequeñas, Mari Nieves, la penúltima quiso vestirse de nazareno. Por aquella época eso era impensable, pero accedimos a ello, ya que el capirote tapaba su rostro y si no hablaba......nadie lo sabría.

    A esa edad yo era algo introvertido. Si por mal del demonio había bronca general en casa, yo no abría la boca y aguantaba el chaparrón. Mi hermano el mayor protestaba y quizás por eso, el castigo le aumentaba. Más tarde y con las aguas calmadas se aceptaban las explicaciones, pero el “pronto” de mi padre era elevar la voz y ponernos a todos firmes y a temblar.

    Siempre me he tenido por mañoso o manitas; si había que reponer un plomillo (antiguamente eran así los fusibles de hoy), era yo quien lo arreglaba, así como plancha, cables eléctricos,  enchufes o interruptores que dejaban de funcionar, yo era el encargado de “mantenimiento” . Ahora se me viene a la memoria que incluso llegué a construir con cajones de madera, esos garajes tan bonito que se veían en las tiendas de juguetes, con su ascensor y planta superior, etc. Así mismo a falta de espacio material, me hice de una buena caja de madera, le acoplé su tapadera y le puse candado, para guardar además de mis tesoros, alguna ropa interior o calcetines, que otro más espabilado que yo, podría adueñarse de ellos.

Hace pocos días mostré a mi hermana la mayor una foto antigua de Ceuta; correspondía a la calle Millán Astray, viéndose la Marina, la huerta que tenían las Monjas a la derecha y las viejas casas a la izquierda. Pues me hizo rememorar, cuando mi madre me llevó con toda urgencia al Dr. Cruz que allí tenía su consulta, porque me había tragado un trozo de pastilla de jabón.

La Escuela Pericial de Comercio fue donde cursé mis estudios, claro está después de haber pasado por los RR.PP. Agustinos. Mi hermano Agustín, un año mayor, iba lógicamente un curso por delante. Compañeros como Serrán Pagán, Silverio de la Yesa, Hernández, Blasco, Cozar, Biondi, Mari Carmen Sillero (la empollona), Sarita Arroyo, hija de Dña. Sara, magnifica profesora y mejor persona. A colación de los profes, tendría que nombrar a Peñalver,  profesor de matemáticas, siempre tan serio, Don Juan Morejón, a quien le tomábamos el pelo con frecuencia, Don Francisco Bastante (Paco Mucho) profesor de francés que dejaba ver su favoritismo por las chicas, Don Leonardo Vergara, que además de ser Director de Correos, era un magnífico profesor de inglés y que gracias a él pude destacar en esta materia, fuera de la Escuela, hable con él en varias ocasiones, era una persona entrañable y de lo más educado. Antes de Don Leonardo, tuvimos un profesor de francés e inglés, cuyo nombre era Don Enrique Cobos, pero le pusimos el mote de “el chupi”. Era además inspector o no sé que de Policía y podríamos compararlo con aquella famosa serie de TV del teniente Colombo. Al igual que este, también usaba siempre  gabardina, estampada de grandes manchas, pero que se permitía llegar cada día en taxi. En una ocasión le aflojamos los tornillos de las bisagras de la puerta de clase, cayéndosele encima al entrar a la misma. Era excéntrico y hacía ademanes ya de por sí ridículos y dados a ser motivo de risas. Años más tarde, mi hermana se lo encontró en Málaga y llevada por su poca cabeza, pero con su buena memoria, le saludó; él algo perplejo le preguntó: “ ¿Me conoce Vd.? A lo que respondió: “Sí, Vd. es el chupi”.

    Doña. Sara fue igualmente Directora por al menos 2 años consecutivos, de 2 obras de teatro, con motivo de la fiesta de Santo Tomás de Aquino, patrón de los estudiantes, que se celebraron en
el Conservatorio que se encontraba en el Paseo Colon, (donde hoy esta la Policía). En el año 1957, se representó la obra “Papanatas”. En 1.958 fue “La locura de Don Juan”. Ambos fueron presentados por José Ríos Pozo  y en esos 2 años figurábamos mi hermano Agustín y yo mismo, que según el programa rezaba: “Los entreactos, serán amenizados por los caricatos Hermanos Rivera”. Manola Blasco acompañaba al piano durante la función. Como premio un viaje en camiones militares a Xauen; no paró de llover en todo el día y a mí me tuvieron que meter en la cabina con el conductor, pues me puse malísimo, fue llegar al Parador de Xauen, almorzar y volver. El motivo de usar vehículos militares era debido a que por aquel entonces, el Director de la Escuela ostentaba ala mismo tiempo un grado de oficial en  ejercito, creo que Capitán.

    Otra bellísima persona y profesor impecable fue Don Alberto Barbasán, Juez y profesor de Derecho es la escuela. A veces se llevaba a clase a un hijo que tendría 8 o 10 años y que debía que tener algún problema de tipo neurológico, pues el chaval no paraba de hacer tonterías durante la clase, y cuando el padre veía que  prestábamos más atención a los disparates de su hijo que a él mismo, le llamaba al orden y se portaba bien durante un rato, hasta volver a las andadas.

En los recreos se jugaba al fútbol, bien en el pequeño patio de la entrada principal o abajo, cuando la calle Enrique el Navegante aún sin asfaltar, era propia para disputar estos partidos de fútbol. Nunca fui aficionado a este deporte, pero en una ocasión a falta de jugadores, me escogieron. Era tan malo, que enseguida me echaron de terreno de juego, pues no tocaba a tocar siquiera la pelota.
Un compañero de curso adelantado, llamado Blas que usaba muletas por tener un defecto físico en una de sus piernas, jugaba mejor al fútbol que yo.

    No sé como se nos ocurrió o fue mi padre ya afincado en Málaga, nos metimos en un negocio que hoy día sería imposible de llevar a cabo. En Málaga, fabricaban unas tortas mantecadas, que se llamaban “Dora” muy ricas por cierto. Nos la arreglamos para que estas fueran enviadas hasta Algeciras y desde allí a Ceuta, transportadas por “matuteras” que nosotros recogíamos a la llegada del barco. Al mismo tiempo otra artículo alimenticio y este más delicado aún, eran las obleas para empanadillas, que aún hoy día siguen vendiéndose en supermercados. Mi hermano y yo sin reparar en el riesgo, pues es un articulo perecedero y sin ni siquiera frigorífico, al igual que las tortas, las
ofrecíamos a ultramarinos tales como  Casa Marcelino, Los Alpes, Casa Chapela, Zapico y otros buenos establecimientos de la época. Francamente no puedo recordar si nos reportó algo económicamente, pero pienso que no, pues en caso contrario, no lo hubiera olvidado; eso sí,  creo que al menos nos sirvió de experiencia.

Otra ocurrencia de esta difícil edad, fue crear un club, que denominamos “Music Hall”. Su sede era un almacenillo (trastero) que en lugar de estar como ahora en los bajos o garajes de los edificios, estos estaban en nuestra misma planta, la 5ª y última (antes se edificaba de diferente manera), con el consecuente hecho a nuestro favor que lo teníamos prácticamente en casa. Mi primo Martín, se aficionó a la trompeta, de hecho se compró una de 2ª mano, que junto con el timbal o bombo, eran los únicos instrumentos “fiables”. No llegamos a ofrecer ningún concierto, pero al menos hacíamos lo que con esa edad, cualquier adolescente se propone hacer y  si lo consigue tanto mejor.

    En la terraza anexa a nuestra casa, la que estaba orientada a la Marina y a todo lo largo, podíamos correr en bicicleta o practicar gimnasia, para lo cual mi primo Martín venía temprano y al ser mayor, nos lo tomábamos muy en serio. Él por ser hijo único, estaba muy apegado a nosotros. Por un tiempo, el único de nuestra edad en el edificio, era precisamente Manolito Trujillo, hijo de Manuel Trujillo, uno de los dueños de la casa, con quien jugábamos y teníamos un contacto  mucho más estrecho.
    De las pocas fechorías que hemos hecho, se me viene a la memoria el coger plátanos verdes del muelle España, que posteriormente metíamos entre papeles y maduraban en un par de días. Era muy agradable pasear por ese Muelle España y meternos por los laberintos formados por las diferentes mercancías de barcos de todo tipo. Otra de las trastadas que se me ha venido a la memoria, es la que varias veces hicimos en la playa, concretamente del Chorrillo. Consistía en hacer un pequeño hoyo en la arena, y a base de algunas cañas y papel, cubrirlo de arena. Después esperar que algún incauto pasara por allí y pisara justo para hundir el pié y algo más, con el consiguiente susto. Ahora pienso las nefastas consecuencias que podría acarrear tales bromas, pero desde luego a esa edad, no se para uno en pensar lo negativo. En esta misma playa, ocurrió algo muy sencillo pero que recordamos de por vida. Pasó un grupo de chicos, (tres o cuatro) paseando por la playa y al ver un par de chicas, tumbadas tomando el sol, no se les ocurrió otra cosa que decir: “ Sus afotos, en Casa Ros”. Había un chiringuito en esta playa, provistos de casetas para cambiarse. A veces mirábamos por alguna rendija, hecha en la madera a la caseta de los lados.¡ Cosas de críos !

    También tuvimos nuestra época de pasear y gastar las aceras del “paseo” de las Palmeras, como cualquier hijo de vecino, desde su comienzo hasta el Puente del Cristo, arriba y abajo, en pequeños grupos de amigos, expectantes a las chicas que una y otra vez pasaban y nos ofrecían sus miradas burlonas e inocentes. La chica que perturbó mi adolescencia la conocí en el Centro de Hijos de Ceuta, al poco se vinieron sus padres a vivir a la misma casa de Trujillo. ¿ Se imaginan, la chica de mis sueños a pocos metros de mi propia casa ?. Se llamaba Pili y para diferenciarla de otra amiga con el mismo nombre, le pusimos el apelativo de “Taba”, aunque mi hermano el mayor, siempre re refería a ella con otro  nombre muy distinto y algo menos delicado. Solía usar vestidos con muchos vuelos (creo que aún se usaba el can-can), gustaba de lucirse, de pelo rubio y ojos claros, en fin, que me tenía como se suele decir “chalao”.

    Para hacerse una idea de la rectitud de mi padre, pondré como ejemplo lo siguiente: Mi hermano Jesús, 13 meses más pequeño que yo, bromeando con el teléfono de la oficina (3019), salió una operadora y el pensando que la broma resultaría encubierta, insultó (no recuerdo con qué palabras) a la citada operadora, quien más tarde llamaría para quejarse de dicha actuación. Una vez averiguado el autor del lamentable hecho, mi padre le obligó a ir personalmente a las oficinas de la Telefónica, preguntar por la operadora y pedirle personalmente perdón, lo que hizo “ipso facto”.

Mi madre siempre colaboró con su trabajo, a pesar de su padecimiento, al mantenimiento de la casa y sobre todo el de sus hijos (nosotros). Como era muy dicharachera y muy buena comercianta, se dedicó a vender mantelerías de hijo procedente de  Lagartera (Toledo), ropa de cama (de la Vda. de Torralba) y encajes hechos a mano. Previa cita, visitaba la casa de alguna señora.  Recuerdo muy vagamente haberla acompañado a la casa-palacio del Jalifa en Tetuán (¿ ?). Señoras cuyos maridos estaban económicamente bien situados, esposas de militares, industriales, etc. era la clientela de mi madre, quienes la atendían más bien como amiga que como una simple vendedora. Otro hecho imborrable era cuando al llegar la familia a casa y nos encontrábamos el fatídico letrero de “No Funciona” sobre la verja del hueco del ascensor, mi madre se echaba a temblar, pues con su asma crónica, le faltaba el aliento para llegar al 5º piso. Nosotros, los chicos, empujándole por el trasero, subía sin esfuerzo alguno, esos 120 y tantos escalones que nos separaba de nuestra casa.

    Mi hermano Agustín, no es que fuera ni malo ni travieso, quizás contestón, pero si puedo recordar que mi padre le amenazaba con cierta frecuencia con que le iba a enviar a un “reformatorio”. En una ocasión le prepararon incluso la “maleta” para partir. Supongo que tendría sus miedos, pero la cosa pasó y no llegó la sangre al río.

    Otra  etapa que me resultá entrañable, era la de la nueva O.J.E. aunque como todo el mundo sabe estaba vinculada a Falange Española Tradicionalista y de las J.O.N.S. al menos yo no veía atisbo alguno de politización, por lo que para mí fue como pertenecer a un club donde practicar algún deporte, bailes, marchas (hoy llamado “senderismo”) y practicar el ocio con un grupo de chicos de tu misma edad. Aquí debo recordar a nuestro querido amigo Cristóbal Aguilar que trabajó duro en esta “transición” (pues él sí pertenecía a Falange) y a otro querido amigo también desaparecido Pepe Benítez, Jefe del nuevo Hogar de Calle Fernández. Mi hermano Agustín, recibió una “condecoración”, la “F” de color rojo; yo la “F” de color verde. Significaban “Formación”.

    Nos facilitaron unos muñecos de guiñol en muy mal estado. Los arreglamos e incluso se les hizo ropa pues sólo teníamos las cabezas y manos. Mari Carmen Rodríguez, la que más tarde sería la esposa de Manolito Trujillo, y algunas otras amigas colaboraron en ello. Llegamos a adaptar una obra de teatro de guiñol, llamada “La Maquinita que no quería Pitar” (era relacionada con un tren).  ¡ Que maravilla ver a través de una rendija a los críos con los ojos bien abiertos, caras de asombrado y como participaban con los actores!. Lástima que se haya perdido ese tipo de ocio; hoy día los niños sólo entienden de game-boys y play-station.

Recuerdo en un a marcha que hicimos, cerca de Benzú, yo me apunté como cocinero y ya con mi poca experiencia, llegué a hacer una paella para algo más de 50 chavales, ya empezaba a apuntar mi inclinación por la cocina. La segunda vez, recuerdo que hice espaguetis, tampoco defraudó. En cuanto al Hogar, cuando se daban baile algunos sábados o domingos, yo me dedicaba al bar y en más de una ocasión me puse más que alegrete atendiendo a la barra del bar.

 

    Por primera vez, mi hermano y yo pudimos acudir a un Campamento en un mes de Agosto en la provincia de Soria, Covaleda, del que siempre guardaré buen recuerdo. Uno o dos años después, fuimos elegidos para asistir a una manifestación masiva en conmemoración de los XXV años de Paz (¿?) que se celebró en Burgos, ante el entonces Caudillo. Nos llovió durante toda la noche, gracias que estaba todo ya montado, en tiendas de campaña, fue más bien una fiesta, figúrense que mientras el pópulo gritaba ¡Franco, Franco!, nosotros entre la multitud, decíamos ¡ Franco, fresco ! ¡ Franco, fresco ! Cosas de crío.
Permanecimos solos los dos durante algún  tiempo, ya mis padres y hermanos se habían trasladado a Málaga y nos tocaba a mi hermano y a mí liquidar tanto la Gestoría como la propia vivienda. Fueron algunos meses los que nos ocupamos de la oficina, llevada por adolescentes, pero al final, todos los expedientes en vías de tramites fueron pasados a un colega. Se desalojó tanto la oficina, como la vivienda anexa y se entregaron las llaves. Fin de una etapa de muchos años, para nosotros. Por aquel entonces, ya cansados de hacernos nuestra propia comida, solíamos ir bien al Restaurante “La Terraza” en la Plaza Vieja donde la comida era casera y buena, o bien en Verdú, calle Canalejas    , pero como también se cansa uno comiendo de restaurante, una hermana de mi padre que aún vivía en Ceuta en la calle General Yagüe, nos daba el almuerzo todos los días. Además de estar muy unida a su hermano, mi padre, era quien me tomó en brazos recién nacido. Para mí, era mi tía preferida, hacía “juegos malabares” para darnos la comida que nos daba, con el poco presupuesto de que disponía, (más tarde nos confesó que le “sisaba” al marido y le solía coger dinero de la cartera con mucha discreción, al extremo de que nunca sospechó). Yo aprovechaba y después de almorzar, iba a casa de un vecino de mi tía a pasar a máquina cartas que siempre me tenía preparadas previamente. Era un Agente Comercial, al igual que mi tío, pero con más volumen de negocio; naturalmente, había de por medio un pequeño emolumento.

    En cuanto al piso de la casa de Trujillo, andaban tras él como si de una tarta se tratara. Nos tomó algún tiempo ir desalojando lo que quedaba, tanto de muebles como de enseres. Recuerdo que por esa época, solía venir algún que otro musulmán para hacer trueque, dando como contrapartida menaje de la famosa marca “Duralex” muy apreciado por todos. Tratábamos de engañarnos mutuamente con el trapicheo de ropa, zapatos, etc. Mi padre dio su palabra que no traspasaría el piso y la cumplió. Llegado el momento se hizo entrega de las llaves al administrador, que por entonces vivía en la misma casa, Don Agapito. Decía mi padre que él no pagó traspaso alguno, por lo tanto el piso volvería a sus dueños, sin más. Otro triste final, dejar 19/20 años atrás, donde habíamos vivido toda la familia Rivera. Algún día, pondré una placa en la entrada del edificio que diga: “AQUI VIVIO FELIZMENTE, LA FAMILIA RIVERA”  (Es broma).   


     Benalmádena, a 27 julio de 2.011                                     

                                                             José Javier Rivera

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                               GRATOS EFECTOS COLATERALES

 

      Lo que he descubierto en mi nuevo estado de “júbilo” es que puedo ser el dueño de mi tiempo y gastarlo a mi antojo. Esto no quiere decir que si me cito con alguien y esta persona acude tarde a la cita, me está causando ya una perdida de tiempo que yo no he buscado. Soy yo el que elige en qué y cómo gastarlo. Siempre se dijo que “el tiempo es oro”, yo creo que es “diamante”.

      Una de las cosas que más valoro es gastar mi tiempo en hablar, charlar, saludar a amigos o conocidos y sobre todo enriquecerme con aquellas personas, que sin conocerlas, pueden ser toda uña lección maestra en cuanto a su persona, forma de sentir, profesionalidad, etc. Por esta misma razón y con la ventaja de que no tengo que dar cuenta a nadie de mis movimientos, uso mi tiempo sin mirar el reloj ni preocuparme a la hora que puedo llegar a casa.

      La pasada semana conocí a Luis, hombre ya jubilado hace muchos años, pues cuenta nada menos que con 82 años. La mayoría de los que hemos llegado a la jubilación, buscamos ocupaciones que siempre tuvimos de forma latente o bien nuevas experiencias que nunca se nos hubiera ocurrido o no tuvimos tiempo de llevar a cabo. Hay personas a las que les puede dar por la pintura, unas escriben, otras se dedican al senderismo, etc. Hay mil actividades a las que el ser humano puede dedicarse, siempre que exista un afán de hacer algo positivo, bien para uno mismo, bien para los demás.

    Ha sido una suerte de conocer a esta persona extraordinaria, un maestro, profesionalmente hablando; aún no lo conozco como persona, pero ya dice mucho a su favor por su excepcional trabajo. Luis es paisano, es decir de Ceuta, y está emparentado con una familia muy conocida, aunque apenas ha vivido en su ciudad de origen. Con sus 82 años, este hombre me ha mostrado parte de su trabajo como ebanista. Todos los muebles de su preciosa casa, han sido cariñosamente trabajado de forma magistral, creo que no hay un sólo mueble que haya sido adquirido o comprado. Desde el comedor, mueble bar, mueble para la TV, cómoda, mesitas de noche, puertas, y como remate final un precioso “cenador” todo de madera. Un lujo impagable.

    Tiene este buen hombre en su taller dos cómodas de Luis XVI que no vendería por menos de 6.000 euros. Muebles artesanales, únicos y diseñados por él mismo, cuyos planos y proyectos guarda celosamente. Me contaba que entre otros tenía como cliente al Rey de Marruecos, Hassan II, padre del actual monarca marroquí, ya que residió durante muchos años en Casablanca.

      No nos imaginamos los tesoros que podemos encontrar en las personas. Personas que a simple vista, no aparentan el valor que esconden o no hacen gala del potencial que guardan en su interior. Con su sencillez y la sabiduría que da los años, esta persona guarda un incalculable tesoro: ser un magnifico maestro ebanista como ya quedan pocos.

    Luis no me dio ninguna información que me interesara para mi trabajo de investigación de los patios, pero a cambio, me dio una lección magistral de humildad, abnegación y la satisfacción del trabajo bien hecho. Yo seguiré intentando conocer gente nueva que me haga ver la grandeza que hallen los hombres. Esto es lo que he dado en llamar “efectos colaterales” en el trabajo diario de búsqueda de información de los patios.

 

    Benalmádena, a  3 de septiembre de 2011

                                                                                 José Javier Rivera

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  ESAS PERSONAS ALLEGADAS A NOSOTROS LLAMADOS AMIGOS

                                                          «PREFIERO PERDER EL TIEMPO CON MIS AMIGOS,
                                                                                                  QUE NO PERDER LOS AMIGOS CON EL TIEMPO»

   

    Ayer colgué esta frase en mi muro de face book; una bonita frase sobre los amigos. No lo hice porque quedara bonito ni mucho menos. Hubo quien me elogió, incluso me llamó poeta. Nada más lejos de la realidad. Hoy en mis momentos de reflexión que muchas veces es cuando estoy nadando en esa gran piscina olímpica del gimnasio al que acudo cada tarde, nadando sólo en una "calle" (de momento), sin nadie que perturbe mis pensamientos, aislado de todo, sólo oigo el ruido que yo mismo produzco al mover mis brazos y piernas; ahí me siento y nunca mejor dicho "flotando" en mis pensamientos.
  
    Lo que copié, además sin ánimo de ponerme medallas inmerecidas, fue un acto consciente. Con anterioridad he dicho que yo soy el dueño de mi tiempo y este me gusta usarlo (y no digo gastarlo) con mis amigos y conocidos, sin preocuparme de horarios, reloj, prisas, estrés, etc. A veces puedo pasarme con alguien que lleve prisa y yo sin darme cuenta estoy entreteniendo a esa persona, pero esa comunicación es tan necesaria como el alimento diario.

   Debo dar gracias a Dios por disponer de este tiempo maravilloso y sobre todo por la capacidad que me otorga, de usarlo a mi libre albedrío; mis amigos.

 

   Benalmadena 12 de Septiembre 2.011

                                                                        José Javier Rivera Ballesteros

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                              2 AÑOS INVESTIGANDO LOS PATIOS CEUTIES



      En estos primeros días del mes de Febrero de 2012, cumpliré 2 años de gestión, indagando sobre los antiguos y desaparecidos Patios de Ceuta.
    Todo ocurrió en uno de mis viajes a la ciudad, a la cual hacía algún tiempo que no iba; creo que fue en la oficina de Información turística donde vi algunos ejemplares de libros sobre nuestra ciudad, expuestos para su venta.
    Reconocí al autor de uno de ellos, y por el título se deducía que trataba de la historia de su familia desde su llegada a Ceuta. En ese instante pregunté, no sé como vino esa idea a mi mente, si había algún libro sobre los antiguos patios de Ceuta. Recibí una contestación en sentido negativo.
     Días después, ya en mi localidad de residencia y participando en un foro de gente caballa, del que era asiduo, planteé la misma pregunta. Fueron varios “foreros” los que me contestaron negativamente, excepto uno que fue algo más lejos y me envió una lista de patios que hacía tiempo tenía confeccionada y que a modo de “lance” me dijo: “Ahí tienes esta lista de patios; puedes continuar”. El autor de este afectuoso desafió, era mi ahora buen amigo Antonio Breviatti, a quien le debo en gran parte haberme sumergido en esta ocupación, que día a día me está apasionando más y más.
    Esa lista que tenía una docena de patios, se ha convertido hoy, 24 meses después, en otra que cuenta con más de150 patios, de los que -como todo ceutí sabe- apenas quedan media docena de ellos habitados, Los demás fueron pasto de la picota, excavadora y del cemento. Hemos perdido un gran patrimonio, no cultural, pero si tradicional por las costumbres y forma de vida en esos patios. Pienso que con este trabajo que estoy haciendo, al menos no se pierde completamente su recuerdo y ello gracias a la colaboración de cientos de personas, la gran mayoría ceutíes de edad avanzada, que han posibilitado el ir recuperando, aunque sea en la memoria, aquellos lugares donde tantas personas vivían, convivían día a día en una relación de trato y conocimiento desconocido en nuestro mundo actual.
   ¿Cuál es el “balance” de estos dos años?:
   -Más de 150 patios localizados.
   -Más de 5.000 llamadas telefónicas.
   -Un fichero con más de 600 personas contactadas.
   -Casi 200 “certificados” emitidos a colaboradores, en señal de agradecimiento.
   -Una decena de viajes a Ceuta, donde he tratado de conocer a esos informadores anónimos que vía teléfono me han aportado datos, fotos, documentos, etc.
   -Infinidad de viejos amigos hallados y el nacimiento de nuevas amistades.
   -Las horas dedicadas a que este proyecto sea una realidad y las satisfacciones que diariamente me ha proporcionado esta dedicación.
   Puede que alguno se pregunte el motivo de lo escrito y la verdad es que creo que la respuesta es sencilla:
   -Quiero dar las gracias a todos cuantos han colaborado para que pueda llevar adelante este trabajo (tantas y tantas personas anónimas o no, periódicos ceutíes, amigos, familiares, etc.). Hace año y medio, cuando apenas empecé este trabajo, agradecí públicamente la atención recibida (“El Faro de Ceuta” en “Carta abierta a la ciudad deCeuta” 5/08/10), hoy lo hago nuevamente con más conocimiento de causa.
   -Pretendo que lo dicho sirva para que cualquier caballa que lo lea y sepa algo de los patios de Ceuta, no dude en contactarme y darme la información de que disponga. Gracias anticipadas.

                             
                                          José Javier Rivera

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