REINA DEL ASFALTO
   

  
  
Felicidad, ha tenido la gentileza de mandarnos a "ceutaenelcorazon", algunos de los capítulos de la novela: "A través de ti", la novela que ella, día a día, a golpe de sensibilidad y emoción, va escribiendo... Nosotros, los que compartimos esta Web, este pequeño rincón de aquella Ceuta tan nuestra, nos sentimos, hoy, algo más felices, con que "Reina", se encuentre entre nosotros compartiendo recuerdos y vivencias... Hemos de decir que su primer libro: ¡El tapiz!, está lleno de su infancia pasada en nuestra ciudad, y que ella pareciera que la reviviera capítulo a capítulo y, página a página del libro... Y tanto nos gustó, que no nos quedará más remedio, que pedirle que nos envié, también, algunos de aquellos capítulos... Bien, Felicidad, los "ceutacorazoncenses", te damos la bienvenida y, esperamos, que tu estancia entre nosotros, te sea grata y compartas con nosotros el amor a aquella Ceuta que todos añoramos y, que ya, desgraciadamente, sólo se haya en nuestros recuerdos y, por ejemplo, en la imaginación que tú pones al contarnos tus relatos...

                                                                                             www.ceutaenelcorazon.es

     

                                


                                         A TRAVÉS DE TÍ

                                                  "Éste libro está dedicado a todas esas
                                              Personas que no tuvieron la oportunidad
                                              De rehacer sus vidas, ni de pedir perdón                
                                              Por que se fueron antes de tiempo".

                                            ¡HOLA!

    Si yo hubiera sabido que iba a sufrir tanto, no habría nacido, porque como decía mi santa madre, la vida es un valle de lágrimas, y la mía precisamente, no es que sea un valle de lágrimas si no que está llena de pinchos, espinas y hasta clavos. Desde que tengo sentido de mi existencia, tan sólo habré sido feliz, feliz, unos momentos de mi vida carnal.
   Me pusieron Trinidad por mi abuela, además fui la primera hija y entonces las familias seguían llamando a los hijos igualito que sus antepasados, y no sería de extrañar que si tirara para atrás nos toparíamos con Trinidad hasta Dios sabe dónde y qué años, claro que éste no es el caso de la historia de ésta Trinidad aquí presente, bueno, no, ya no estoy aquí, si no allí, al otro lado de la vida o la muerte o qué sé yo. Lo importante, es que me he decidido a escribir mis recuerdos porque a lo mejor todavía no me he muerto, si no que estoy en ese lapso de tiempo en que una no sabe ni cómo, ni porqué, aún tengo algo de aliento, y francamente es que no me quiero ir de este mundo sin contar mi historia. A lo mejor le sirve a alguien y puede ser que no cometa los muchísimos errores que yo por suerte o por desgracia he cometido, así que sin más preámbulos empiezo, ¿OK? ¡Vaya, qué moderna me he vuelto! Ja, ja, y es que esto de los móviles es la monda…
   Nací en Ceuta, allá por los años cuarenta y poco, o sea que ahora tendría más de sesenta años, casi, casi los setenta, pero bueno, al grano. Me crié en el seno de una familia muy numerosa y como entonces no se estilaba el que los varones hicieran nada de nada, pues ¡hala! A cargarme toda la casa, ya que era la mayor entre todas las hermanas, y mira por donde a mi madre le dio por quedarse embarazada años tras años, o sea, soltaba una barriga, y otra, llantos de bebé y mire usted qué bien me venía a mí faltar al colegio porque tenía que ayudarla a fregar suelo, hacer camas, ir a la plaza del mercado, incluso mecer al niño para que no llorara tanto, ponerle el chupete y lavarle el culito. Era como una segunda madre para mis hermanos, ya que cuando se ponía de parto, tenía que cuidarlos.  
    Cuando era pequeña veía a mi tierra la más bella del mundo, claro que eso es lo que piensan la mayoría de los niños hasta que salen fuera a conocer mundo. He vivido rodeada de soldados, pescadores y musulmanes, además de indios, hebreos y no recuerdo qué más etnias. En Ceuta convivían varias culturas juntas y que yo sepa, jamás ha habido problemas gordos, no obstante, recuerdo perfectamente que los chicos del barrio cada vez que veían a los moros, salían tras ellos insultándolos: Morangos, morangos que tienes la mierda colgando, a la par que les lanzaba piedras con un tirachinas. Los pobres huían despavoridos. En aquella época, las ceutíes españolas no se mezclaban nunca con niñas de otras religiones. A lo largo de toda mi infancia, jamás he jugado a las casitas con las moras, ni a nada de nada, aparte de que ellos vivían en el barrio musulmán que estaba en la otra punta, Hadú.  No sé por qué teníamos la idea equivocada de que eran malas, y que cuando se murieran iban a ir al infierno de cabeza, y que los moros mayores tenían cuernos y rabos. Tampoco íbamos al colegio juntas, ni siquiera al instituto. Una vez tuve a una mora de compañera en primero de bachillerato por que su padre, legionario, se había casado con una musulmana y la pobre para ser su esposa tuvo que convertirse a la religión católica. Bueno, eso es lo que me pareció oír en la escalera de mi casa a unas vecinas. Yo tenía entonces nueve años, ya que para acceder a primer curso, había que aprobar el examen de preparatoria, que hasta los diez años no se admitían. En el curso siguiente se apuntaron dos alumnas hebreas, y en la asignatura de religión que era obligatoria, ellas salían al pasillo la hora completa que duraba la clase con permiso de la profesora, cosa que no entendía del todo. Más tarde lo comprendí. También tengo el vago recuerdo de haber estado todo un día encerrada en casa llorando. Mi madre no hacía más que dar vueltas con la más pequeña en brazos, Cecilia, suspirando y rezando, pidiendo a todos los santos juntos que se acabara ese lío, que por mucho que yo quería saber, vivía en la más completa de la ignorancia, aunque con mucho temor. Al otro día, los vecinos no paraban de decir, que miles y miles de aviones habían  surcado el cielo de Ceuta y los moros, corriendo despavoridos, empezaron a tirar piedras hacia arriba. Ahora, evocando aquellos momentos tan lejanos, ya no sé si era una pesadilla o realidad, pero me recorre un escalofrío por dentro que prefiero olvidar...
    Apenas tengo estudios, como ya dije, me quitaron del colegio antes y con tiempo, pero más tarde retomé mis clases de bachillerato, primero de día y luego por las noches. Eran clases nocturnas, y aunque el instituto estaba al lado de mi casa, una de las veces que volvía un tío de esos asquerosos que perseguían a las jovencitas me siguió hasta el portal de mi casa y me tocó el culo. Grité tanto que salieron todos los vecinos y el muy sinvergüenza salió huyendo como un galgo. A partir de entonces, mi padre me esperaba a la salida unas cuantas veces, pero al ver que no volvía me dejaba sola.
    Yo nunca fui una niña de esas que la gente hubiera dicho exclamando, ¡qué cara más bonita tiene! No, yo era más bien feilla, para qué vamos a engañarnos. Aquí en casa, el guapo era mi hermano mayor. José era guapísimo, bueno, mi madre estaba loca con él, lo quería a rabiar, y a mí no es que no me quisiera, no, es que simplemente no era una niña bonita, además era más blanca que la leche, y cuando empecé a desarrollar, se me llenó la cara de unos granos gordos y con pus que me acomplejaron una barbaridad, sin contar que tenía unos pies grandísimos, y para colmo, a mis amigas le estaba creciendo el pecho y yo con trece años era como una tabla, y también a los catorce. Menos mal que a los quince me salieron dos garbanzos y me puse tan contenta. Por eso he vivido acomplejada gran parte de mi adolescencia, y parte de la juventud. Los chicos del barrio pasaban por mi lado como si no existiera. De lo único que estaba contenta, era de mi pelo. Me aterraba que me lo cortaran. Cuando se me llenaba la cabeza de piojos, venía un soldado del cuartel de mi padre, y me dejaban horrorosa, lo mismo que a todas mis hermanas. Nos cortaban el pelo como a ellos. A rape. No os podéis imaginar cuánto he sufrido por eso. Para mí era un verdadero tormento, y a veces me despiojaba yo solita a escondidas para que no se dieran cuenta de nada. Me tiraba las horas muertas rascándome la cabeza en el cuarto de baño.
    También tenía unas piernas preciosas, por no decir perfecta. Mi madre se sentía muy orgullosa de ellas, y cuando venían sus amigas de visita a casa, me llamaba enseguida y lo primerito que hacía era ponerme de espalda, subirme el vestido, y exclamar: ¡Mirad que nalgas más bonitas tiene mi hija! Se va a llevar a todos los chicos de calle. ¡Todas! ¡Todas mis hijas tienen las piernas derechitas y preciosas! No zambas como algunas... Dejando caer esa frase con ironía… Pobrecita mi madre, ¡cuánto me acuerdo de ella! Ahora, en este momento tan delicado para mí, me voy dando cuenta de que tuvo que sufrir mucho en los tiempos que le tocó vivir, y la comprendo un poquito más. Además de pasar una guerra civil, también tuvo que soportar la posguerra, y ella que venía de una familia acomodada, en la cual jamás había carecido de nada, contaba hasta la saciedad, que las pasó canutas desde que se casó con mi padre, incluso hambre. ¡Cuántas veces la oí quejarse que en Ceuta se cargó de hijos y de piojos! De todos modos, como se había criado como una marquesa, nos ha hecho sentir como si fuéramos niñas bien, no teniendo más que lo justo. No por que nos diera todos los caprichos, no, si no por su forma de hablar tan fina y educada, y esos aires de grandeza que no podía evitar. Mi madre había estudiado Solfeo en el conservatorio de música de Salamanca sacándose el título de profesora de piano. En Ceuta, mi padre le regaló un piano de segunda mano, y casi todas las tardes se sentaba a tocarlo entonando lindas melodías. A veces José y yo nos uníamos en coro. ¡Qué ratos más bonitos! Recuerdo que vinieron dos alumnas para que le diera clase, pero más tarde tuvo que dejarlo a causa de los partos. ¡Otra niña! Decía mi padre con retintín. En total seis hembras y tres varones como solían decir con orgullo, y aunque mi padre ayudaba a mi madre muchísimo, sobre todo a la hora del baño, la que le daba de mamar era ella, claro. Por eso tuvo que dejarlo. Pero bueno, eso sería contar su historia y no viene al caso, así que seguiré con lo mío. Entonces, o sea, cuando yo estaba a su lado vivita y coleando de mi adolescente incomprensión, no la entendía, y a veces me enfadaba mucho contestándole con malos modos y mal humor, incluso le echaba en cara todos sus defectos, comparándola con las otras madres, que según mi manera equivocada de ver, siempre eran perfectas y santas a su lado. Ya no, y espero que si me ve, por que seguro de que me está viendo, estará tronchándose de la risa, y casi es mejor, por que no quisiera que estuviera sufriendo por mí, sobre todo en este laberinto transitorio del destiempo, donde cada ánima camina por donde la lleva su último aliento tropezándose unas con otras, enredando a todo espíritu, mientras mis suspiros van retrocediendo y reviviendo aquellos momentos tan alocados que mi poca edad tenían, y no quisiera confundirla. ¡Qué pena tan grande tengo, madre mía! Aún me acuerdo cuando fui a casa y tú ya no estabas esperándome, sentadita en aquél sillón. No puedes imaginar cuánto sufrí y lo que te lloré en aquél momento. Me entró una desolación… ¡Cuánto lo siento! Lo lamento mucho, mamá. Te quería con toda mi alma. Perdóname. Te ruego que perdone todas las malas contestaciones que te daba cuando era una inconsciente. Pobrecita, ¡cuánto la he hecho sufrir! Y qué mal lo pasaste aquél día cuando se te clavó aquella aguja de coser en la mano. Estaba lavando la ropa en la pila del balcón, mientras de su garganta salían bellas melodías que inundaban la casa de alegría. Mi madre siempre estaba cantando canciones de amor. También le gustaba mucho bailar, era una experta. Fue ella la que me enseñó a bailar el tango, el chotis y el charlestón. El caso es que de pronto empezó a llorar al notar el pinchazo. Enseguida acudí a su lado y le dije que llamara a papá, pero no me hizo caso. Sabía que se iba a enfadar mucho por que más de mil veces le había advertido que cuando terminara de coser, no se dejara la aguja pinchada en el vestido. Mi madre lo olvidaba, y mira por donde, al restregar el taco de jabón verde con ese mismo vestido, y después frotarlo con la pila, la aguja se rompió, clavándose la mitad en la palma de la mano. Por la noche quise ayudarla a mondar las patatas. Yo entonces era demasiado pequeña, y nunca había utilizado el cuchillo, así que me puse cabezona y me lié a llorar, incluso forcejeamos, y al quitárselo yo, y ella arrebatármelo, me hice un pequeño corte, que salía la sangre a chorros. Mi pobre madre empezó a gritar como una loca y acudieron todos los vecinos. Total, no fue para tanto, y ahora lo recuerdo con mucha pena, ya que durante muchísimo tiempo se sintió culpable, y estuvo una eternidad dándome besos y abrazos. Los mismos que tengo guardados aquí para ella. Mamá pronto estaremos juntas de nuevo en el cielo, y volveremos a cantar aquellas canciones y a bailar aquél tango que tanto nos gustaba a las dos. Después te sentabas a tocar el piano, tu querido piano…
    Cuando cumplí los quince años, mi cuerpo empezó a cambiar y a coger forma. Me crecieron los pechos, no tanto como me hubiera gustado, pero que yo disimulaba rellenando el sujetador con un poco de algodón, je, je, ¡qué risa! Me salieron curvas y tenía la cintura más pequeña de todas mis amigas, además crecí hasta el metro setenta y seis, mientras ellas se quedaron hechas unos tapones a mi lado, ¡chúpate ésta! Por favor, yo no he dicho esa frase tan extraña para mí, seguro que alguna chica de hoy en día se ha tropezado con mi aliento. No os podéis imaginar el revuelo que se forma entre los que entran y los que salen, sobre todo por éstos últimos, ya que no están conforme con haber llegado antes de tiempo y se lían a gritar y a forcejear tanto, que al final salen vivitos y coleando, de tal manera que empujan y pisotean a otros, que, cansados de la vida, los perturban y sacan de sus dulces sueños, y los pobres lo único que quieren es que les dejen morir en paz... El caso es que me convertí en una de las chicas más guapa de la vecindad, siendo la más solicitada por los hijos de los oficiales. Mis padres estaban encantados por que la ilusión de ellos es que hiciera una buena boda, sobre todo mi padre que tan sólo me dejaba salir, si el chico estaba terminando la carrera de médico, abogado o arquitecto. Siempre ha sido un hombre correcto y muy disciplinado, pero muy antiguo, además de autoritario. Desde los dieciséis años que se fue a la guerra, y luego cuando acabó, entró a formar parte del ejército militar, se acostumbró a recibir órdenes. Las mismas que nos daba a todas, vamos que nos trataba como si fuéramos soldados y quería ante todo obediencia. Nunca le podíamos llevar la contraria en nada, y lo que él decía iba a misa y no había más que discutir. Cuando era pequeña lo admiraba, pero a medida que crecía, le veía defectos por todas partes. Creo que eso les ocurre a todos los hijos.
    Tendría cuatro o cinco añitos, que antes de dormir, me arrodillaba en el suelo y recitaba en voz alta el Jesusito de mi vida, seguido del Ángel de la guarda. Mi padre decía que todos los niños del mundo tenían un angelito detrás custodiándole para que no se perdieran y no les pasara nada malo. Desde entonces, cada vez que tengo un     problema, he acudido a mi Ángel…
Con tal que hice la primera comunión, me obligaba a oír misa todos los domingos, confesar y comulgar, además rezar el rosario diariamente, y la novena cuando tocaba que hace ya tanto tiempo que ni me acuerdo…
    Mi padre era un hombre conservador, fiel a sus tradiciones, y antes de comer siempre bendecía la mesa y rezaba un padre nuestro, y si el pan se caía al suelo, le daba un beso, cosa que nosotras teníamos que hacer también. Mi padre idolatraba a Franco y continuamente repetía que si no hubiera sido por él, España se habría ido a pique. ¡Cómo me acuerdo de lo que discutía con mi hermano José! Eran tan diferentes…En fin, esa fue la época que le tocó vivir y de paso me salpicó a mí y durante muchos años fui tan facha como él. Después cambié de bando y me volví socialista. A veces me enfadaba mucho por que me negaba a salir con un muchacho, que aunque fuera todo un teniente, no me gustaba, pero siempre me contestaba que el amor vendría con los hijos, que nunca me faltaría de nada y que iba a estar como una reina. Mi madre pensaba lo mismo, y no podía entender, cuando, precisamente sus padres la habían desheredado por haberse casado con un don Nadie. Palabras textuales de ella. Y según sus hermanos, hizo un bodorrio. A pan y cebolla, con un sargentillo del tres al cuarto, por amor. Ahora comprendo que la pobre lo único que quería para mí, es lo que todas las madres queremos para los hijos, lo mejor. ¡Cuantas veces la oí repetir, que la vida es un valle de lágrimas! Que venimos a ella para sufrir y pasar penas…
    Un domingo de primavera que íbamos cuatro chicas juntas por la calle, camino del cine, un soldado me dijo mirándome a la cara: “Morena, tienes ojos de mujer fatal.” No sé lo que influyó en mí aquel hombre y aquella frase, pero desde entonces me sentí poderosa, fuerte, guapa y segura. Ya jamás nada ni nadie me iba a dar de lado. Esas palabras me han perseguido toda la vida. Allá donde iba, los hombres volvían la cara para decirme guapa, guapa y guapa, y no es que lo fuera, pero era muy atractiva. Cuando llegué a casa, le conté a mi madre entusiasmada, que yendo por la calle con las amigas, un chico me dijo que era la más bonita de las cuatro. Era la primera vez que me habían dicho un piropo. Ella como estaba tan orgullosa de sus niñas me cogió de las manos y nos pusimos a dar vueltas por la casa, ya que antes de aquél piropo, yo era una adolescente muy acomplejada y mi madre, aunque no me lo decía, sé que sufría por mí. Por eso estaba continuamente diciéndome que era la más bella y linda de todas las niñas del mundo, y que cuando tuviera un par de años más, iba a ser la envidia del barrio.
    En aquella época, todas las chicas de trece y catorce años, en verano sobre todo, aprendían a coser o peinar. Era lo más económico y estaba al alcance de casi todos los bolsillos. Precisamente, mi amiga Gertrudis era tan buena con el peine, que casi todos los sábados, nos peinaba y cuando las madres se enteraron, iban también, sobre todo si tenían algún acontecimiento que celebrar. Hasta les daban propina que ella aceptaba. Finalmente se sacó el título, y cuando se casó, montó una peluquería en el centro, donde iba la mayoría de las señoras de los oficiales. Las que queríamos coser, nos apuntamos a Corte y Confección. Era lo que más se estilaba, no como ahora que casi ninguna sabe dar una puntada, y no es que me parezca mal, si no que eran otros tiempos. Ya ve si era diferente todo que hasta en el instituto, cuando tenía diez años, una de las asignaturas era la de labores precisamente, los viernes de tres a cuatro. Una hora enterita que me tiraba enhebrando la aguja que empujaba con el dedal, y en una tela de medio metro cosía todo. Que si el dobladillo, el pespunte, la vainica, punto de cruz, hilvanar, puntada y atrás. Bueno, bueno, era una verdadera clase de labores que me encantaba sobre todo, por que no parábamos de charlar y de reír. Después pasaba a bordar en un bastidor con madejas de hilos de colores. Así aprendí a hacer unos mantelitos preciosos con dos servilletas. Un Tú y Yo. A mi madre le gustó tanto, que después de lavarlo y plancharlo, me hizo subir piso por piso y puerta por puerta para que lo vieran todas las vecinas, que por cierto, en el quinto piso vivía doña Teresa, una mujer bajita y muy graciosa, que tenía una hija que estaba aprendiendo corte y confección, y mira por donde, cuando acabó, su padre le compró una máquina de coser Alfa, la plantó en medio de lo que antes era un comedor, y se puso a dar clases de costura. Mercedes, que así se llamaba la hija de doña Teresa era mi profesora de corte, una solterona empedernida, que tan sólo había tenido un novio en la vida, y decían las malas lenguas, que éste la dejó plantada en el mismísimo altar. También decían que había intentado quitarse la vida, y después de pasar por varios manicomios, regresó a su casa calva de los tirones de pelos que ella misma se daba. Que a veces se la oía gritar, y que le daban unos mareos tan grandes que se caía al suelo y se liaba a patalear como una fiera. No sé si algo de esto sería verdad, pero francamente, lo único que sabíamos todas, es que tenía treinta años, que era muy nerviosa y que cuando se enfadaba con las chicas por no atender les chillaba como una energúmena, pero nada más. Más tarde, con el tiempo me dí cuenta que la pobre era epiléptica y que le habían salido unos pequeños bultitos en la cabeza, y por eso el novio la dejó plantada. Lo más seguro es que sólo fueran malos entendidos, pues ya se sabe que cuando uno cuenta un chisme, el que lo difunde lo multiplica hasta que las verdades y las mentiras se mezclan de tal manera, que la realidad se desvirtúa. Más o menos como este sitio que es tan extravagantemente espectacular, que los espíritus errantes se desmadran totalmente, ya que muchas veces se creen que están en el Circo del Sol viendo saltar a los acróbatas voladores, y otros piensan que están comprando en las Galerías La Fayette de París. Y es que hay un desconcierto tan grande, que hasta yo misma me las veo y las deseo para poder discernir, y cuando consigo visualizar bien, trato de explicarles que no alboroten tanto, y que se tranquilicen. Que no tengan ningún temor. Y ya para rematar, les digo que lo único que pasa es que ahora están en el otro barrio, y tarde o temprano tendrán que adaptarse. Lo mismo que en la vida se prepara uno para trabajar, ganar dinero y vivir cómodamente, ¿por qué a nadie se le ha ocurrido preparar a la gente a morir mejor?  Bueno, eso lo digo por que me siento todavía con fuerzas para seguir aquí, por que algunos llegan que no hay ni por donde cogerlos. Lo peor es cuando llaman a los familiares para identificarlos, que los pobres no paran de gritar que sí, que son ellos, y la madre o el padre diciendo al mismo tiempo que no lo puede reconocer con seguridad… Igual que me ocurre a mí que me desdoblo en este vagar errático y mi aliento se dispara meciéndose en un vaivén tridimensional…
    El caso es que la señorita Mercedes se quedó para vestir santos, y por eso aprendió corte y confección. Su padre le compró una máquina de coser, y así fue como acudimos todas las chicas del vecindario. Mi madre me apuntó la primerita, luego llegaron dos más hasta que finalmente ya no se cabía. Y es que entonces no se estilaba tanto eso de alquilar un local como ahora, no. La gente cuando se sacaba el título de algo, como por ejemplo, maestra, más de una colocaba unas cuantas sillas en su propia casa, y allí que íbamos todas las niñas del vecindario. Por supuesto que había colegios, pero casi siempre era en la misma vivienda familiar, donde padres e hijos eran los propios maestros. Precisamente yo empecé en casa de mi vecina y luego seguí en un colegio que estaba atravesando un campo llenito de animales pastando de un lugar a otro. Después fueron mis dos hermanas pequeñas, y yo con tan sólo once años, tenía que llevarlas y traerlas, por que las dos estaban atemorizadas a causa de las vacas, las cabras y los burros que ni siquiera las miraban, pero las pobres se empeñaban que estaban esperando que pasaran para arremeter contra ellas. Menos mal que luego hicieron la preparatoria en el instituto y pudieron ir solas. Estaba al lado, además Lola tenía nueve años, y tú ocho, aunque yo seguí con la misma tarea de llevar y traer a los otros más pequeños, Cecilia de seis y Jesús de cinco, mientras mi madre se quedaba con Engracia de tres y Nieves de dos, y cuando ésta última cumplió los cuatro, llegó Pablito, un rubio de rizos dorados y ojos azules, que durante mucho tiempo fue el niño más mimado de mi madre, y para nosotras, un juguete, por el cual siempre estábamos peleando. El caso es que me he dedicado tanto a mis hermanos, que me olvidé de mí, por eso apenas pude estudiar, y cuando quise hacerlo ya se me fue la edad. Lo mismo que a casi todas las mujeres de mi generación y época, allá donde había muchos hermanos, la mayor era la que tenía que cargar con casi todo el peso familiar. Entonces eran muy numerosas, no como ahora, que es imposible dar educación a más de dos. Y es que la vida ha cambiado tanto… Por eso, como por la tarde estaba más libre, el tiempo que tenía fue para aprender corte y confección a máquina y en bastidor…
     
    En Córdoba, 5 de septiemebre de 2011  

                                                                      Felicidad Hurtado Sánchez        

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                                             TARDES  DE COSTURA

    Al principio me aburrían las clases muchísimo, pero poco a poco empezó a gustarme tanto, que esperaba que llegaran las tardes de costura con auténtica ansiedad. Ya había cumplido los quince años y cada vez estaba más guapa. Seguía estando muy solicitadas por los hijos de los oficiales, y como ya dije, mis padres estaban encantados. Mi madre, la pobre, aunque no podía mucho, siempre ahorraba unas pesetas para comprarme telas en el Zoco, donde la mayoría de los comerciantes eran musulmanes, y vendían unas telas preciosas y más baratas que las tiendas del centro. Más tarde, por mediación de un amigo de mi padre, me llevó a una tienda de tejidos donde el dueño era sastre, y su especialidad era la de hacer trajes para militares, y entre él y su hermana pusieron la tienda que por entonces vendían una barbaridad, y siempre había gente comprando. Mi padre y él hicieron buenas migas, y como mi madre no se cortaba ni un pelo, le dijo que si le podía fiar, y a lo tonto, a lo tonto, ya tenía costura para rato, incluso les hice a mis hermanas pequeñas un par de faldas. Me confeccioné unos vestidos preciosos que copiaba de un figurín, una revista que entonces la tenía todos las modistas de mi tierra. Mi madre estaba encantada. Ella siempre estuvo convencida de que una jovencita tenía que ir bien arreglada para hacer una buena boda. ¡Pobrecita, qué ilusión tenía por mí!
    Yo seguía aprendiendo a coser en la academia de Corte y Confección, y, como dije antes, no es que fuera una academia en toda regla, no, si no que una vecina del mismo bloque sabía muy bien coser y cortar, y no sé si tenía el título o no, el caso es que sus padres le compraron una máquina Alfa, y allá que fuimos todas las mocitas a coser pasando las tardes entre agujas y dedales, con las tijeras siempre a mano. Otra cosa que aprendí, fue a bordar a máquina y en bastidor y le hice a mi madre un mantel para doce cubiertos con ¡doce interminables servilletas! Me tiré más de dos años en acabarlas, siguiéndoles después unos preciosos velos de tul negro, que mis dos hermanas menores se colocaban sobre la cabeza para oír misa, ¡qué contentas iban las dos! A mi madre le bordé uno que caía sobre sus hombros, y ella sujetaba con un alfiler que tenía una perla en forma de lágrima… ¡Con qué orgullo entraba a la iglesia…!
    En aquella época todas las señoritas finas y educadas tenían que saber coser y bordar, hasta zurcir calcetines con un huevo de madera dentro, ¡qué horror! En casa practicaba con uno de verdad, y a veces lo cascaba, llenándome los dedos de clara y yema.
    Mis tardes de costura eran muy rutinarias, apenas prestaba oído a las conversaciones de las demás chicas aunque a veces nos reíamos mucho cuando doña Teresa, la madre de la señorita Mercedes se sentaba a contar historias pasadas…
    …¡Risas y más risas!
    …Y una tuna muy tunanta empezó a caminar por ahí. Era la querida del excelentísimo señor don…
    …Tenía muy buena educación, gente muy fina de alta alcurnia, todo recto y buen cristiano, si señora, no se vaya a pensar que estamos hablando de cualquiera, no, no se equivoque. Su esposa, una santa, que oía misa todos los domingos, callada y muy piadosa, llevando su pena con resignación, ¡Dios la tenga en su gloria!
   Mientras la escuchaba, no paraba de preguntarme del porqué sería tan tonta esa mujer, y pensaba que si fuera yo lo habría puesto de patitas en la calle…
…Éste señor tan fino y educado tenía una querida y casi todo el mundo lo sabía. Era una rubia platino con un tipazo y unas piernas de escándalo. La gente decía que era teñido su pelo y que movía las caderas con un movimiento de lo más provocativo. Llevaba la ropa ceñida y se le señalaba todo, todo…
    Cuando doña Teresa repetía todo, todo, abría mucho los ojos y bajaba la voz para que no se enteraran no sé quién porque allí estábamos más callada que en misa con las orejas puestas, sin rechistar, vamos. Nosotras nos mirábamos con las manos tapándonos la sonrisa, y una que estaba al final comentó: ¡menuda fulanota!
Doña Teresa seguía con su cháchara dale que te pego…
    …Además, la gente murmuraba que se ponía el sostén que le hacía el pecho de punta, punta para llamar la atención, y unos zapatos de tacón fino, fino y alto, alto, y pím, póm, pím, póm… Moviendo el culo para un lado y para otro de una manera descarada… Yo la conocía y tengo que reconocer que era la mujer más guapa de la ciudad, y cuando salía, los hombres volvían la mirada hasta que se perdía al final de la calle…
    …Además cuando paseaba por la plaza, daba vueltas y más vueltas para que la viera su querido que iba del brazo de su esposa, y cuando se cruzaban se hacían guiños y un montón de besos se enviaban con disimulo…
    Desde luego que las cosas que se comentaba en el cuarto de costura…
…¡Si hasta le hizo un crío! Y una tarde se presentó en su casa, ¡qué vergüenza! Con toda la barrigota, ¡preñada perdida! Y el muy asqueroso la puso de criada, ¡en su propia casa!
    ¡Pobre señora Asunción! Lo que tuvo que sufrir. Estuvo sirviendo toda la vida, y la esposa murió de pena, sin lágrimas en los ojos, sequita, sequita…
    Cuando llegaba aquí, se iba a la cocina para tomarse una tacita de café, mientras  seguíamos comentando: ¡Es una lagartona de cuidado! ¡Una pelandusca! ¡Pilingui!
    ¡Qué risa y qué divertida era doña Teresa! Siempre contando chismes de otras épocas.
    Se me pasaban las horas volando. Aprendí a cortar y a bordad tan bien, que después al cabo de los años me vino de perla, ya que me hacía todos los vestidos y faldas, incluso hasta me atreví con blusas y con un traje de chaqueta, ¡ahorraba una barbaridad de dinero! A mi madre le hice un vestido de fiesta de fin de año que le quedaba precioso, ¡con qué orgullo se miraba en el espejo! Cuando las vecinas la vieron llegar al casino militar, se quedaron boquiabiertas. Mi padre, como siempre, embelesado perdido, pues aunque estaba un poco gordita, a causa de los embarazos tan seguidos, se lo corté de manera que le disimulaba todas sus redondeces.
    Para mí fue uno de los veranos más felices de mi vida. Cosiendo y riendo, todas en corrillo, contando chistes verdes de la época, cotilleando de fulanita y menganita. Lo mismo se hablaba de moda que del novio de la vecina, o que a la hija del teniente no sé quién, se tenía que casar rápido y corriendo para que no se le notara la barriga que le habían hecho. Según mi madre, había tenido un desliz. Allí, en los pabellones militares, todos los vecinos se conocían, y además se sabía qué sueldo tenía cada uno de ellos, así que si alguien se destacaba, ya se hacían cábalas, preguntándose de dónde, cómo y cuando. Al final todo el barrio sabía que al que le sobraba el dinero era por que había hecho cocina, cosa muy usual entre los mismos militares, sobre todo, el que estaba encargado del economato. A más de uno que pillaron con las manos en la masa, lo destinaron urgentemente a otro punto de España, y aunque todos los vecinos sabían el por qué, allí no se decía nada.
    Los militares eran unos privilegiados en todos los aspectos. Tenían asistencia médica gratuita en el hospital militar. No pagaban piso. Mis padres jamás pagaron un pintor. Todos los años llegaban dos soldados y pintaban la casa de arriba abajo. Tampoco los gastos de mudanzas, que fueron muchos. También se ahorraba el peluquero y los médicos que venían a casa en caso de urgencia. En la playa tenían casetas donde sólo entraban los militares, que las había de oficiales y suboficiales. Es por eso que había muchas distinciones de clases sociales. De niña no lo notaba, pero a medida que crecía, sentía en mis propias carnes, cómo me miraban las hijas de los capitanes, comandantes y coroneles, sobre todo las señoras de ellos que se daban unos aires… Mirando a las que sus maridos no tenían estrellas que los distinguieran, por encima del hombro. En fin, eso era lo normal. Lo mismo que entre las esposas, se sabía, quién era maltratada por su marido, pero eso era un secreto a voces, y ahí nadie decía ni una palabra. Casi siempre era por culpa de la bebida. Hubo un tiempo, en que los militares tenían muy mala fama de borrachos. Más o menos como los cotilleos de algunos programas televisivos de hoy en día, pero en plan casero. Lo único que ahora la mujer maltratada sale en la pantalla con todas sus marcas al aire, y entonces, en aquella época, las pobres se quedaban en casa escondida hasta que desaparecían. Más de una vez en el rellano de la escalera de mi casa, podía oír los chismorreos de las vecinas, que a fulanita de tal, el marido, la había pillado con el asistente de turno en la cama y la había molido a palos.
    El asistente de turno, era el recluta que le llevaba el pan todos los días del cuartel, que no le costaba un duro, la acompañaba a la plaza del mercado para cargar con el pesado cesto, y de paso se había dejado embaucar por la señora del sargento. De todas maneras, no era necesario que el marido de los cojones fuera un cornudo, si no que era un juerguista, borracho, mujeriego que tenía una mala leche que le salía por las orejas y punto. El caso, es que casi siempre era la mujer la que salía perdiendo, y que yo sepa, en la vida, ¿cuántos hombres son apaleados por sus señoras esposas? Tan sólo se dio un caso en toda Ceuta, que yo recuerde, y el pobre hombre, era el hazmerreír de toda la vecindad. Incluso en épocas modernas, salió uno en la tele, y al otro día, fue el chistoso comentario matutino en cafeterías, supermercados y demás sitios donde hubiera más de dos personas, como si fuera algo insólito y espectacular.
    Lo que más nos gustaba era escuchar la radio, sobre todo la novela del momento, que por mucho que quiera recordar, es imposible, pues han pasado tantos años ya… Entonces, la radio era la única distracción, y me encantaban las coplas de Conchita Piquer, que hablaban de amores. Mis compañeras y yo tarareábamos sin parar, con una sonrisa cómplice que nos iluminaba la cara… Y tantas y tantas otras que sería imposible enumerar, pero que en éste momento tan precario para mí, alegran el poco aliento que me queda… Enrique Montoya, Antonio Machín, Luis Mariano, Carlos Gardel, Estrellita Castro, Manolo Caracol, Lola flores, Antonio Molina...
    Mientras cosía, me dejaba llevar por sus letras, que imaginaba escritas para mí, y que, como tenía buen oído, tarareaba con emoción, mientras las demás callaban para oírme. Después me aplaudían sonriendo y me decían que debería estudiar canto, cosa con la que me quedé toda la vida con las ganas, y que me ha frustrado siempre. ¡Cuánto me hubiera gustado cantar en cines y teatros! Que yo recuerde, mi vida ha sido siempre una frustración, tras otra. Nunca he tomado decisiones para nada que me supusiera un gran sacrificio, y las veces que he cambiado de aires, ha sido siempre a costa de otras personas. Durante mucho tiempo he sido un parásito. He sido una cobarde toda mi vida. He tenido miedo a todo lo desconocido, y ahora en el estado en el cual me hallo, he llegado a comprender que he sido la tonta más tonta del mundo, puesto que al fin, hagas lo que hagas en la vida, cuando una desaparece, los hechos también, y nadie se acuerda de si fuiste buena o mala mujer. Tan sólo queda el recuerdo de los que te quisieron bien. Pero ya es demasiado tarde para mí y la pena que tengo es que no puedo rectificar. Es por eso que me gustaría que a través de ti,  pueda redimirme para quedarme a gusto y contenta. No quiero la gloria, sólo un poco de piedad hacia mi forma de ser, ya que por culpa de esta cobardía mía, mi existencia ha sido un auténtico desastre. Seguro, seguro que alguien lo tendrá en cuenta. De todas maneras, mi vida seguía y cada tarde acudía a mis clases de costura, donde pasé los mejores años de mi inocente juventud…
    Una lluviosa tarde de invierno, llegó una alumna nueva y se sentó a mi lado. Tenía el acento catalán, y acababa de llegar de Barcelona. A su padre lo habían destinado a Ceuta. Enseguida congeniamos. Me contó en menos de una hora todas sus aventuras y desventuras. Que tenía dos hermanos mayores que la protegían de todos los moscones. Que su madre era maestra de escuela cuando era jovencita, pero desde que se casó dejó de ejercer, a causa de los diferentes destinos de España, y con los tres, no podía seguir en un pueblecito recóndito que no se ve ni en el mapa. También me dijo que era una mujer muy culta que siempre estaba leyendo, que se llevaban muy bien, y más que madre e hija, parecían hermanas, tanto físicamente como por la relación que tenían, por que según ella, se había criado entre cinco varones y se había quedado con las ganas de tener una hermana para compartir su ropa y confidencias. Que estaba enamorada de la vida, de Paúl Newman, de Alain Delon y que a Jean-Paul Belmondo lo encontraba irresistiblemente atractivo. Que nunca había tenido novio, pero que estaba deseando de tener uno sólo para besarse con él. Me dijo que acababa de cumplir los dieciséis años, uno más que yo. Se llamaba Julia y a partir de entonces, nos hicimos inseparables.
  En Córdoba, 5 de septiemebre de 2011  

                                         Reina del Asfalto -Felicidad Hurtado Sánchez-  

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